Nacionales
Religiosidad popular y epidemias
Autoridades de la Salud sugieren tomar mucha agua al momento de peregrinar y más aún con las temperaturas altas. Foto: Archivo.
En el trascurso de la semana, las autoridades de la iglesia católica paraguaya decidieron suspender las festividades de Caacupé, el evento de religiosidad popular más importante del país.
Aunque la devoción a la Virgen de los Milagros se pierde en el tiempo, Caacupé se convirtió en símbolo de cohesión, y a la vez en fenómeno social, luego de la Guerra de la Triple Alianza, gracias al trabajo de varios sacerdotes que sufrieron en carne propia la contienda, especialmentedel polémico padre Fidel Maíz. Desde los años de ocupación aliada, que se extendió hasta 1876 en la región oriental y 1879 en la región occidental, la festividad fue ganando fuerza. Rápidamente, los primeros días de diciembre, la humilde capilla cordillerana comenzó a convocar a miles de paraguayos.
Sin embargo, a pesar de estar arraigado en el sentimiento nacional, en un Paraguay exclusivamente católico, la celebración principal, que se extiende desde nueve días antes y nueve días después del 8 de diciembre, tuvo que verse interrumpida en varias oportunidades; a veces por cuestiones de salubridad y otras por inestabilidad política derivada de revoluciones o guerras civiles. Hoy les voy a dejar una reseña de las epidemias que evitaron que los promeseros lleguen a la villa serrana.
La peste bubónica
En 1899, Paraguay vivía con interés las negociaciones en torno al tratado de límites con Bolivia, mientras comenzaba a prepararse militarmente por cualquier eventualidad. El acuerdo no llegó a buen término y se ingresó en un incómodo silencio diplomático. A mediados de aquel año, llegó a Asunción un barco con varios productos desde Buenos Aires, el mismo había recibido de trasbordo varias mercaderías de procedencia india. De la embarcación bajaron varios marineros muy enfermos, con síntomas de gripe y fuertes dolores en partes del cuerpo. Traían la temible peste bubónica, una enfermedad infecciosa, potencialmente mortal, que causa una dolorosa inflamación del ganglio linfático, que afecta tejidos en la axila o la entrepierna formando una especie de ampolla que se conoce como “bubón”. Los marinos fallecieron a los pocos días.
Los casos comenzaron a registrarse en el mes de julio, en una capital que no tenía desagües cloacales, agua corriente y que no contaba con estructura sanitaria mínima. El número de médicos era escaso y estaba concentrado entre Asunción y Concepción. El gobierno de Emilio Aceval, ante la cantidad de muertos, tuvo que crear el Consejo Nacional de Higiene, que dependía del Ministerio del Interior, pues aún no se había establecido el Ministerio de Salud. Recién en setiembre, gracias a un grupo de médicos argentinos, se comprobó bacteriológicamente que se trataba de peste bubónica. En Asunción se observaron imágenes horrendas, entre cadáveres y la quema de casas de gente infectada. Ese mes, a instancias del Consejo, se prohibió la realización de fiestas o acontecimientos con grandes concurrencias, que recién fue acatada por las autoridades eclesiásticas tiempo después y solo en lo referente a procesiones en días de santos. Las iglesias se mantuvieron abiertas para los cultos regulares de fines de semana.
Un mes antes de la celebración de Caacupé, los medios de prensa solicitaban acciones concretas para que se evite la llegada de peregrinantes al pueblo, incluso hicieron un llamado a los sacerdotes de todo el país a que recomienden a sus fieles a no trasladarse a la villa serrana. El Ministerio del Interior, ante la posibilidad de aglomeraciones, repitió la circular que prohibía la reunión de personas, dirigiéndose específicamente a las autoridades políticas de Caacupé.
Aunque los sacerdotes al principio mostraron interés en obedecer la prohibición, solo días antes de la festividad los periódicos alentaron los festejos del 25 de noviembre, que recordaba la jura de la constitución de 1870, y que se conmemoraba con fiestas populares. Esta actitud hizo que la iglesia no se esfuerce en evitar la llegada de peregrinantes, que aunque en número escaso en comparación con años anteriores, puso en riesgo las medidas de salubridad del gobierno.
Los casos comenzaron a descender en julio de 1900 y en noviembre dejaron de registrarse. La cantidad de muertos varía de acuerdo con las fuentes, desde 115 a más de 500, con una población que apenas superaba los 450.000 habitantes. Lo cierto es que con la enfermedad, comenzaron a organizarse las primeras instituciones sanitarias del país.
Gripe española
Ahora vamos a 1918. Paraguay disfrutaba de sus primeros años de estabilidad política luego de una difícil primera década del siglo XX. Gracias a eso, mejoró levemente su sistema de salud con la creación del Departamento Nacional de Higiene y Asistencia Pública. El país continuaba sin Ministerio de Salud. A mediados de aquel año, el mundo comenzó a vivir la peor pandemia en siglos, la terrible “gripe española”, que a pesar de su nombre nada tiene que ver con la nación de la península ibérica. De rápida expansión, mantuvo su foco en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, donde se cobró la vida de cientos de miles de combatientes.
En octubre de 1918, los periódicos paraguayos encendieron la alerta luego de que medios de prensa argentinos confirmaran la presencia de la gripe en Asunción. El Departamento de Higiene, dirigido por Andrés Barbero – uno de los personajes civiles con más aportes al país –, actuó de inmediato. Cuando los muertos comenzaron a aparecer al mes siguiente, Paraguay ya controlaba sus puertos en Encarnación, Paso de Patria, Humaitá, y Concepción, donde funcionaron centros de desinfección. El 17 de noviembre, la Intendencia de Asunción ordenó el cierre de los salones públicos, para evitar la aglomeración de personas. Cinco días después, por recomendación del gobierno, las autoridades eclesiales resolvieron clausurar las iglesias de la capital y de los pueblos donde se hayan detectado contagiados. En uno de los agregados decía: “se declara que la supresión o postergación ya decretada de la función de Caacupé, será total, debiendo quedar clausurado el santuario, aún en el día y en el novenario y octavario de costumbre, para toda visita o concurrencia del público”.
Así, esta se convirtió en una de las pocas suspensiones totales de las festividades, en un país donde la iglesia tenía mucho poder político. Sus líderes, la mayoría testigos de los crueles momentos de la Guerra de la Triple Alianza, entendieron la situación y prefirieron proteger las vidas de sus feligreses.
Los números de la gripe española tampoco son claros, pues oscilan entre 500 a 2.500 muertos, con una población superior a los 650.000 habitantes.
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