Nacionales
Parábola del esposo y de las diez vírgenes
Pbro. Dr. César Nery Villagra Cantero
“Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con sus lámparas en las manos, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron del aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: ‘Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes replicaron: ‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’ Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora”.
(Evangelio según san Mateo, 25,1-13, XXXII domingo del Tiempo Ordinario)
La parábola de las diez muchachas que se preparan para la venida del esposo no tiene paralelos en la tradición sinóptica, aunque en Lucas aparece la exhortación de Jesús a estar preparados, actitud que se compara con la de aquellos que esperan al patrón cuando regresan de las nupcias (Lc 12,35-36). La introducción “el reino de los cielos será semejante” revela el estilo de Mateo. Con este estilo se enseña que el reino no corresponde a una situación estática sino a un evento dinámico en el que la acción de Dios sigue a la acogida o al rechazo de parte de los hombres. En este caso, el reino se inaugura definitivamente a la llegada final del esposo a cuya fiesta pueden entrar aquellos que están listos, lo cual supone una preparación durante la espera.
Si bien aparece recién en la segunda mitad del relato (vv. 5.6.10), el esposo es el personaje principal. Para comprender al protagonista y la imagen de las nupcias debemos referirnos a la tradición bíblica que usa esta simbología para describir la relación estricta e indisoluble de alianza entre Dios y su pueblo. Mateo ya ha recurrido a esta imagen en la descripción de Jesús-Mesías, el cual inaugura los tiempos nuevos (Mt 9,15-16). Dios es el Padre que ha extendido universalmente la invitación a las nupcias (Mt 22,1-14). Por tanto, el esposo, esperado por las diez vírgenes, es Jesús mismo, el cual es descrito en su venida final. La distinción antitética entre “estúpidas” y “sabias” -que recorre todo el relato- es parte integrante de la teología del primer evangelio.
El discurso de la montaña, de hecho, se cierra con la presentación del hombre “sabio” que ha construido su casa sobre la roca, y del hombre “estúpido” que la ha edificado sobre arena (Mt 7,24-27). A su vez, esta clasificación remite a la escena precedente donde se hace la distinción entre aquellos que se limitan a decir: “Señor, Señor”, y aquel que, en cambio, cumple “la voluntad del Padre” (Mt 7,21-23). En la explicación de la parábola, la cizaña separada del grano indica la división entre los operarios de la iniquidad y los justos (Mt 13,47-50); en la pesca los peces buenos son distintos de los malos (Mt 13,47-50); en las nupcias el invitado, encontrado sin el hábito nupcial es expulsado de la fiesta (Mt 22,11-14); al siervo fiel se le asigna un destino diverso del de aquel siervo infiel (Mt 24,45-51); los benditos, que han venido en ayuda de los necesitados, son separados de los malditos (Mt 25,31-46).
La doble y opuesta calificación de “sabias” y “estúpidas” se da en función a la precaución de llevar o no consigo la reserva de aceite, elemento que se convierte en discriminante para poder participar a las nupcias (vv. 3.4.8). Esta diversa evaluación, resultado de previsionalidad o de la imprevisión de las muchachas no aparece inmediatamente, sino solo hacia el final del relato cuando “las estúpidas” durante la espera quedan sin aceite. El aceite, en la tradición bíblica es símbolo de fuerza, de consagración (Ex 29,21.23; 30,24), de fiesta, de gozo (Sal 23/22,5; 45,44,8; 104/103,15; 133/132,2); aquí cumple el mismo rol del hábito nupcial en la parábola de la fiesta de nupcias (Mt 22,11). El aceite, por tanto, indica la fe perseverante que se traduce en una praxis de amor, de la cual se debe responder personalmente.
La provisión del aceite resulta indispensable en el momento en el que el esposo tarda en venir. El mismo verbo griego chronizein es usado también en la parábola precedente para hablar del retardo del patrón que induce al siervo malvado a maltratar a sus colegas y a vivir de manera disoluta (Mt 24,48). Las sabias se distinguen de las estúpidas no porque durante la espera permanecen despiertas sino porque al grito imprevisto de la llegada del esposo a media noche están en condiciones de acogerlo con las lámparas encendidas. Teniendo consigo la provisión de aceite, ellas pueden entrar con él en la sala de las bodas. Así, el estar listas con las luces encendidas remite a la exhortación de la vigilancia motivada por la ignorancia respecto al tiempo de la venida del Hijo del hombre (Mt 24,44). El diálogo entre las estúpidas y las sabias (vv. 8-9) tiene la función de poner a la luz el aspecto discriminante de la reserva del aceite. Al pedido de las estúpidas las sabias no están dispuestas a repartir la reserva que poseen. Este comportamiento podía aparecer, a primera vista, egoísta e inhumano, mientras desea hacer entender que el aceite en su valencia simbólica no puede ser compartido. Según la teología de Mateo, de hecho, el juicio final se realiza en base a las “obras” que cada uno ha hecho personalmente (16,27).
El punto culminante del relato se tiene a la llegada del esposo que torna efectiva la distinción hasta ahora solo nominal entre las estúpidas y las sabias. De hecho, únicamente quien tiene consigo el aceite está en condiciones de entrar en la sala de la fiesta de nupcias. La distinción irreversible se dibuja a través de la clausura de la puerta y después se confirma a través de un diálogo conclusivo entre las estúpidas y el “Señor”. La escena parece casi transformarse de fiesta de nupcias en tribunal y el personaje que funge de esposo deviene en juez. La doble invocación de las estúpidas: “Señor, Señor”, que remite a los contextos escatológicos (Mt 7,21-22; cf. 25,37.44) mueve al esposo a una sentencia de tono inexorable sancionando el desconocimiento transformado en rechazo.
En pocas palabras: La conclusión en forma parenética o exhortativa tiene la finalidad de interpretar el significado de la parábola. La frase “no conocéis ni el día ni la hora” (cf. Mt 24,36.42.44), es un leit-motiv del discurso escatológico que, tomando como base la ignorancia sobre el momento de la parousia, o segunda venida de Cristo, fundamenta la perseverancia en la espera del Señor, el cual llega imprevistamente. Estando ya cerca del tiempo de Adviento, tiempo de espera y de sobriedad, la Iglesia nos motiva a la preparación espiritual, con el fin de tomar conciencia de la proximidad de la visita de Jesús.
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