Nacionales
El recuerdo del Día de los Muertos
Foto: Archivo.
El ingreso al camposanto era difícil. Las veredas, hasta los portones de acceso, estaban llenas de vendedores. Se podían apreciar ramos de flores, velas, candelabros, imágenes de vírgenes y santos, y otros productos relacionados a religiosidad popular. Extrañamente se podían observar muchos niños. El primer lugar por visitar era la cruz mayor, donde se podían ver decenas de personas arrodilladas, rezando con gran fervor. Luego, a buscar la tumba del ser querido. El rito era sencillo pero emotivo, casi siempre en familia. La limpieza del lugar, el cambio de las flores y del paño de la cruz, el encendido de una vela. La persignación se acompañaba con el rezo de una oración y el toque suave de la cruz con la mano, que luego iba a la boca para convertirse en despedida. La distancia que pone la muerte entre los seres unidos por el afecto se diluía momentáneamente con estos gestos.
Era la escena que se repetía en todos los cementerios del país, o que se sigue repitiendo con fuerza en ciudades del interior. El 2 noviembre, día de los Fieles Difuntos o de los Muertos, según el calendario católico, es un espectáculo de fe y dolor que tiene sus orígenes en la Edad Media, transmitida por nuestros antepasados españoles y que en cada país latinoamericano adquirió su propio ritual. Por supuesto, en Paraguay esa costumbre también tuvo su encuentro con las creencias y prácticas guaraníes. Esos dos mundos, por igual, veneran las almas de los difuntos.
Aunque podemos afirmar que varias de las prácticas actuales son más folclóricas (populares) que eclesiales, muchas de ellas nos acercan al culto a los muertos de nuestro origen mestizo. Como el saludo a la cruz principal del cementerio –donde se realiza la última mirada, el último adiós al difunto–, que cada 2 de noviembre es venerada con velas. La cruz (curuzú) se convirtió en pieza de devoción desde el ingreso de la primeras órdenes religiosas a Paraguay y la reducción de cientos de tribus indígenas. Según el rito, la cruz que acompañó al muerto durante el velorio debe quedar en la casa durante el rezo del novenario y luego ser depositada en la tumba del fallecido. El traslado del objeto venerado se realiza con la familia y amigos, acto que se repite el día de los Fieles Difuntos.
En los cementerios paraguayos también se observa otro fenómeno: la ceremonia de honrar una cruz o un personaje que funge de intermediario con Dios, ya sea para buscar el perdón, la gracia o algún milagro. En la necrópolis de la Recoleta encontramos dos lugares así: la “calaverita milagrosa”, el esqueleto de un niño quien comenzó a otorgar, según la tradición, favores a quien le rezaba. El inmueble funerario está repleto de placas de gratitud y la “cruz milagrosa”, de origen incierto, cuyo nicho al parecer ya no tiene espacio vacante para los reconocimientos, en su mayoría anónimos, sin fecha ni lugar de origen. En el día de los Muertos, ambos sitios de devoción se encuentran desbordados de flores y velas encendidas.
Como muchas de las tradiciones religiosas paraguayas, como las festividades de San Blas y de la Cruz (kurusú jegua), que eran populares en Asunción, la costumbre de visitar cementerios el día de los Fieles Difuntos se va perdiendo en la capital. Cambió el vínculo con la muerte y con los muertos. La modernidad y la tradición son dos conceptos difícilmente compatibles.
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