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La mejor metáfora para nuestra “democracia”

Alan Redick

Alan Redick

Por Alan Redick

“Si éstos callan, las piedras darán voces” (Lucas 19:40)

¿Qué nos enseña la arquitectura sobre los valores de la gente? Ya hace tiempo vengo estudiando esta relación entre la arquitectura y el ethos, o la característica del espíritu de una era y su gente. Muchas veces la arquitectura puede servir como un método más eficaz para rebatir teorías históricas que se han implantado en la sociedad.

Un ejemplo de esto, que siempre he usado con mis alumnos, es para analizar la verdad de aquella idea, eje de la Leyenda Negra contra los españoles, de que “mientras que los españoles conquistaron a los indios con la cruz y la espada, los anglosajones lo hicieron con la Biblia”.

A partir de ahí se impregna la idea de la ética protestante y se deduce que a los conquistadores solo les interesaba explotar y llevarse el oro. Sin embargo, la arqueología y la arquitectura colonial cuentan otra historia muy diferente.

Cuando pregunto a mis alumnos por el asentamiento europeo más antiguo de EE. UU, la respuesta es casi siempre: “Jamestown” (1607). Sin embargo, la ciudad de San Agustín en Florida ya había sido fundada en 1565. Y es más interesante aún el hecho de que de Jamestown no ha quedado nada, solo reconstrucciones románticas de lo que pudo haber sido; sin embargo, San Agustín sigue aún en pie.

A penas los españoles llegaron al continente, comenzaron ya a construir ciudades. El mismo Colón había traído los planos de una ciudad diseñada por Leonardo da Vinci. En Paraguay tenemos las ruinas jesuíticas del siglo XVII, construidas en medio de selvas. La universidad de Santo Domingo y la del Perú ya son de 1550, y eran verdaderas universidades.

En EE. UU no quedan evidencias anglosajonas del siglo XVII. En Plymouth está una roca con una inscripción “1620”, pero no parece ser original. Mitológicamente Harvard fue fundada en 1630, pero no existe ningún edificio de esa época, y más bien era un seminario antes que una universidad. Y las pocas edificaciones de comienzos del siglo XVIII son bien austeras, especialmente si la comparamos con la de los jesuitas.

Entonces, ¿quién llegó a Nuevo Mundo para poblarlo y mezclarse, y quién vino solo para explotarlo? La arquitectura de la época nos da un veredicto indiscutible.

Y en Paraguay…, ¿qué nos dicen nuestros edificios?

Para intentar simplificar las cosas y no entrarme en tantos dibujos de palabras, quisiera solo recurrir a lo que la silente arquitectura de nuestra ciudad nos pueda enseñar. A veces nada hay más elocuente que las piedras, y nada que nos revele tanto sobre nuestra historia como la vida de nuestros edificios urbanos.

Quizás el mejor símbolo para representar nuestra “ñembo democracia” sea la plaza de Filizzola, llamada irónicamente “plaza de la democracia”. La plaza es un digno ejemplo del brutalismo arquitectónico. Un aberrante destrozo a la estética urbana.

Dicha plaza incluso contaba con un puentecito, que ya entonces resultó ser augurio de las futuras sobrefacturaciones que nos traería esta nueva era a la que ellos llaman democrática. Y como quien quiera, quizás como otra señal, nuevecito, el puente se desplomó hiriendo a varios jóvenes mientras colapsaba.

La plaza de la democracia vino a reemplazar una de las plazas más bellas de Asunción. En ella se encontraba un hermoso jardín lleno de verde y flores. Había además unas magníficas fuentes de agua (con luces y música, donadas por Nicolás Bo), que eran toda una atracción para la época. De hecho, recuerdo que una de las atracciones de un circo visitante de aquella época, era un órgano con una fuente de aguas con luces.

Pero a los progresistas de Filizzola, poco o nada les interesó la ecología y la polución visual, vinieron a dejar un monumento que habla por sí mismo: un monumento moralmente corrupto y antidemocrático, porque se robó mucho más que dinero del pueblo, se robó también un espacio público hermoso.

Si bien Marcel Duchamp se hizo famoso por presentar un urinal en un museo como si fuera una obra de arte, y llamarlo “la fuente”. Filizzola vino a ser el Duchamp de Asunción.

Tiranía del Postmodernismo

Dicen los entendidos que es bastante difícil definir lo que es el Postmodernismo, pero justamente esa es su definición. Si el rígido Modernismo había llegado a su auge con la Segunda Guerra Mundial, el Postmodernismo surgía a partir de las aberraciones cometidas por los nazis. Nunca más se tendría que repetir eso, y de ese modo, el Postmodernismo comenzó rechazando todo estándar y toda definición, en lo que mejor Max Horkheimer describe en su Crítica a la Razón Instrumental.

Así se da inicio también al marxismo cultural. El Postmodernismo buscaba deconstruir todo para implantar su nueva ideología. Si antes había tres géneros, ahora no es que hay cientos, sino que lo que se intenta es confundir y desestandarizar. “Todos son especiales”, y como diría mi hija Zoé, especialmente ella. “Nadie puede decirte qué hacer con tu vida”; sin embargo, ellos están ya diciéndotelo con esa misma frase. La lógica del Postmodernismo es la aporía, o lo que no tiene salida lógica.

Si antes el arte era asociado con lo bello, el Postmodernismo vino a hacer un culto de lo feo; literalmente su mayor expresión fue la coprofilia.

John Cage crea una composición a la que llama “4’33” (minutos), en el que el pianista se sienta 4’33 minutos frente al piano sin tocar nada. ¿Es eso música? Para mí no es música, pero es una interesante postura filosófica y política que, a su vez, violentamente, nos compele a pensar ¿qué es música?

El objeto postmodernista es destruir todo estándar. Cuestionar toda definición e ir en contra de lo establecido. Es la ‘izquierda’ por excelencia, ya que es negatividad por antonomasia.

La arquitectura como representación del arte

Ya Hegel estudió con cierta profundidad a la arquitectura como expresión del arte. Un arte que representa un ideal; un arte que intenta materializar un espíritu. De ahí que el arte público debe expresa un ideal que inspire a los ciudadanos y a las generaciones futuras a ser mejores ciudadanos, o sea, debe humanizarlos.

No es que el arte no se encargue de las cosas negativas de la vida. Se puede sentir el dolor con el Stabat Mater de Pergolesi; Con el ‘Saturno filífago’ de Goya podemos contemplar cómo Cronos devora a sus hijos: el tiempo nos devora; Rembrandt dignifica a la vejez y Vermer vuelve noble a lo común y cotidiano; Rachmaninoff produce lo intensamente bello a través de lo que él llama su ‘cosecha de la tristeza’. Es un arte que dignifica el dolor, lo cual nos permite ver a la belleza como representación de lo divino; de ahí que Nietzsche considere a esa belleza artística como un remplazo de la religión.

El arte es una forma de acercarnos a nosotros mismos, y en tal sentido también, de acercarnos a Dios. Para Kant, el arte nos permite abandonar nuestros límites egoístas, nos permite alejarnos de nuestros intereses pragmáticos y simplemente observar: contemplar como se observa azorado un milagro de la naturaleza. Mirar al arte como se mira la magia de una flor, desinteresadamente, sin tener que preguntarnos de qué ni para qué puede servirnos eso. Es así como se manifiesta el arte por amor al arte.

En tal sentido, el Postmodernismo sigue siendo un arte deshumanizador y con fines políticos. Al amor lo representa como lujuria. En cambio, el arte representa a la belleza como un orden superior, un eros que inspira a sublimar lo erótico. El Postmodernismo, como rechaza la historia, se centra solo en lo que ellos creen ser original y en su expresión. Así es como llegó a ser un movimiento sin creatividad ni habilidad artística; en otras palabras, cualquiera lo puede hacer.

El arte debe representar al mundo humano como un mundo que merece ser amado.

De ahí mi preferencia también hacia los musicales ‘clásicos’. Fiddler on the Roof, Man of La Mancha, Les Miserables, Carousel, Cabaret, Cats, etc. Todos ellos, a pesar de lo trágico, tienen un mensaje que nos invita a una introspección de nuestras vidas; nos conecta con nosotros mismos, nos hace conocernos mejor. Los musicales nuevos, como Hamilton, llevan en sí solo una agenda política; nos entretienen, nos distraen, pero con ello justamente nos alejan de nosotros mismos.

En la arquitectura, especialmente en la pública, debe buscarse una conexión con lo humano y ennoblecerlo humanizándolo aún más.

Fue el arquitecto americano Louis Sullivan quien dijo que “la forma sigue a la funcionalidad”. Bajo ese concepto se han creados estructuras útiles, pero horribles. El resultado fue justamente el inverso a lo esperado, y muchos de esos edificios y estructuras, al perder su utilidad han tenido que ser derribados.

Sin embargo, en el modelo clásico, la estética es soberana. Lo bello puede ser también útil, y la gran diferencia es que lo bello será siempre bello y, aunque pierda su utilidad circunstancial, se puede siempre reasignar otra utilidad. En síntesis, son estructuras dignas de ser preservadas.

Así queda quizás como mejor ejemplo urbanístico París. El glamour de Dubai pasará, pero París seguirá siendo siempre París. China, ha intentado vanamente reproducir París con una copia barata y plástica. Tianducheng, la fake París, es ahora una ciudad fantasma, porque no han sabido absorber los principios urbanísticos que hacen que París sea París.

Viena es otro ejemplo interesante, ya que es una ciudad relativamente joven recreada con aires de antigüedad. Nueva York encierra lo suyo con su estilo gótico modernista y lo glamoroso de la arquitectura del guided age (la era dorada).

La vieja Asunción también tiene su encanto, pero lamentablemente cada vez más se está pareciendo en decadencia a La Habana cubana. Pero sí hay una bella Asunción escondida bajo la mugre. Quizás con proyectos como el Hotel Palma Roga se puedan rescatar más edificios icónicos, y por supuesto, se necesitan leyes buenas que obliguen a los propietarios a mantener el patrimonio histórico. A Asunción le hace falta un buen baño y terminar con esa mañana de cableríos.

El espacio doméstico

Los espacios domésticos privados cuentan también sus verdades. Antes del 89 las casas por lo general contaban con pequeñas cercas (a veces solo ornamentales). Muy pronto, ya a principios de los 90, esas pequeñas cercas se convirtieron en muros y rejas de alta seguridad. A tal el punto, que la mayoría de las casas aún revelan una incongruencia estética, como si se hubiera forzado una gran muralla donde tendría que haber existido un jardincito.

Asunción se convirtió en una ciudad donde sus edificios de apartamentos de lujo no llevan nombres palaciegos, como Versalles, sino “La Fortaleza”. La seguridad es el nuevo lujo. Para un extranjero es difícil entender que alguien quiera vivir en una fortaleza.

Sí, nos vendieron el cuento de la libertad; sin embargo, la arquitectura urbana nos cuenta otra realidad. Hoy, vemos a los bandidos por las calles libremente, mientras que los comunes debemos andar como presos domiciliarios. Antes se podía caminar a cualquier hora por las calles, ahora, hasta las plazas públicas tienen rejas.

Este 21 de septiembre pasado, día de la juventud, la gente recordaba los magníficos festejos ciudadanos y comunitarios de tiempos pasados. A tal punto que hasta ABC Color pasó una entrevista de cómo la gente recordaba con añoranzas aquellos buenos tiempos.

La nueva plaza de la República

Me gustaría hacer un llamado al intendente de Asunción y especialmente a la ciudadanía. Ya viene siendo hora de que retomemos nuestra narrativa y recuperemos nuestros patrimonios públicos.

El monumento de Filizzola y su élite debe ser transformado. Esa debe ser una plaza que represente nuevamente a la República (cosa pública); una plaza que no repela a la gente, sino que la invite; una plaza que represente lo bello y sirva como símbolo que inspire a los conciudadanos a aspirar hacia valores que engrandezcan a nuestra República y que nos ayude a abrazar la vida hasta en nuestros momentos difíciles. Una plaza que sea para todos, y no para un grupo que quiera ir a asentarse en ella; una plaza que tenga a sus ciudadanos como reja y que esté cuidada por los ciudadanos.

No sé qué habrá hecho Filizzola con las viejas fuentes que son patrimonio de los asuncenos, pero creo que no será muy difícil volver a recrear algo similar. No se trata aquí de una nostalgia hacia el pasado; pero quien no respete al pasado, tampoco respetará al presente.

Santayana decía que quien no conozca la historia estará condenado a cometer los mismos errores. Yo creo que a eso también tenemos que añadir que quien no conozca la historia tampoco podrá aprender y emular de los aciertos del pasado.

A mí me gustaría ver una plaza llena de flores todo el año. Una plaza donde también se pueda aprender sobre las diversas flores. Una plaza que sea mantenida por una fundación privada de ciudadanos; una plaza que sea ‘el jardín de la República’, con una fuente de agua, con luces y músicas.

Quiero una plaza que represente el ejemplo de cómo queremos vivir los paraguayos. Una plaza que refleje la creatividad y la habilidad artística paraguaya. Que en este ‘Jardín de la República’ tengamos como ideal mostrar lo nuestro y conectarnos con el mundo, con una exposición permanente de flores nacionales e internacionales.  Una plaza que sea el orgullo de los paraguayos y la envidia de Nabucodonozor.

¡Soy realistas, por eso pido lo imposible!

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