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Parábola del banquete nupcial

Por Pbro Dr. César Nery Villagra Cantero

“Tomando de nuevo Jesús la palabra les habló en parábolas, diciendo: “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: ‘Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda’. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se enojó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Entonces dice a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda’. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. “Cuando entró el rey a ver a los comensales vio allí uno que no tenía traje de boda; y le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda? Él se quedó callado. Entonces el rey dio a los sirvientes: ‘Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, más pocos escogidos”.

(Evangelio según san Mateo 22,1-14; XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario)

 

La parábola del rey que prepara un banquete es presentada también en el evangelio de san Lucas (14,15-24), pero de la confrontación – entre ambos evangelios – emergen importantes diferencias. Solamente Mateo coloca el relato parabólico en el contexto de la polémica entre Jesús y los responsables del judaísmo. Este aspecto conflictual es perceptible también en el interior de la misma parábola, allí donde se hace referencia a injustificadas y desproporcionadas acciones de violencias relacionadas con los siervos enviados.

Una segunda diferencia del texto de Mateo consiste en la especificidad del banquete, que no es un genérico almuerzo o cena, sino una fiesta de bodas -el término griego gamos se repite ocho veces- organizado por el rey para el propio hijo, personaje ausente también en el relato de san Lucas. La imagen matrimonial tiene sus raíces en la tradición bíblica en la que la relación entre Dios e Israel se describe como el de una pareja. Jesús se presenta como un Mesías-esposo en el debate sobre el ayuno (Mt 9,15), y los discípulos, acusados de no abstenerse de la comida según la costumbre de los movimientos judíos, son equiparados a los invitados a las nupcias.

La tercera gran diferencia que aparece de la confrontación con el tercer evangelio es la escena conclusiva de la parábola. El relato de Mateo no se concluye con la invitación a la fiesta extendida a todos, sino prosigue con un tercer cuadro en el cual el rey se apresura en verificar si los invitados están con el vestido adecuado.

La introducción de la parábola: “El reino de los cielos es semejante a un rey”, característica del Primer evangelio, pone en evidencia el dinamismo del reino. El punto de partida es la iniciativa del rey que llama a los invitados a las nupcias. Nosotros esperaríamos ver al hijo protagonista junto al padre, en cambio él es mencionado solamente en el trasfondo de la escena en todo el relato. La primera invitación se limita a un grupo de privilegiados. La llamada efectuada por los siervos, representantes de los enviados de Dios a Israel en la historia de la salvación (cf. Mt 21,34.35.36), no es acogida por los invitados. En realidad no se conoce el motivo de su rechazo. Se tiene la impresión de que no hay un verdadero y propio motivo, sino que se trata de un gesto de oposición que, con todo, no es suficiente de tal suerte a hacer desistir al rey de su decisión.

Sigue una segunda invitación, más apremiante que la primera, porque la cena ya está pronta. La insistencia del rey a repetir la invitación pone en evidencia, por una parte, cuánto desea la adhesión de los invitados y, por el otro, cuan grave es su boicot. El segundo rechazo es descrito más ampliamente que el primero. Las preocupaciones externas y los quehaceres de los invitados son pretextos para no cambiar su decisión en relación con la invitación a las bodas. La reacción inesperadamente violenta y desproporcionada de algunos que golpean y matan a los enviados es una alusión al destino de los profetas perseguidos en la historia del pueblo de Israel (cf. Mt 23,37-39). La agresividad de los invitados es asimilable a la de viñadores que no solo matan a los siervos sino también al Hijo, en la parábola de la viña (Mt 21,35-39). Esta violencia es sancionada por el rey que hace matar y destruir su ciudad. Así la negativa de los invitados se transforma en la causa de su ruina.

Ni siquiera este segundo rechazo es suficiente para hacer desistir al rey, el cual envía ahora a sus siervos en los cruces de los caminos con el objetivo de invitar indistintamente a todos aquellos a quienes encuentra por el camino, sean “buenos” o “malos”. La motivación de esta apertura se explicita con las palabras del rey dirigidas a los siervos: “Los invitados no eran dignos”. Mateo revela en la expresión “buenos y malos” su prospectiva eclesiológica. Según el Primer evangelio la comunidad de creyentes, en el tiempo histórico, está compuesta por la “cizaña” y por el “grano” (Mt 13,29-30), por los “justos” y por los “operadores de escándalos y por los malos (Mt 13,47-50), que al final de la historia serán identificados mediante la separación.

Si bien la llamada del rey se plantea sin discriminaciones, razón por la que la sala del banquete se llena de invitados, él no puede sino controlar a sus huéspedes. De esta verificación él constata que uno de ellos no posee el vestido de nupcias. El rey se dirige al invitado con palabras de reprobación: “Amigo, como has podido entrar aquí sin el hábito nupcial?”. La escena de convivio se transforma súbitamente en un cuadro forense. Teniendo presenta que los convidados fueron reunidos sin preaviso, parece desproporcionado y hasta ilógica la reacción del rey que lo expulsa de la sala. Resulta que el elemento discriminante para poder participar en las nupcias es el “hábito”. En la tradición bíblica el “vestido” representa la cualidad ética o espiritual de la persona. Así, Isaías habla de “vestido de la salvación y manto de la justicia” (Is 61,10). El “vestido” indica la pertenencia a la comunidad de los salvados (Ap 3,4.5.18). En nuestro texto, desde el momento que es la conditio sine qua non para poder participar de las nupcias, el “vestido” es el símbolo de la fe perseverante y activa, de una fe coherente y madura que se concreta en una praxis de amor y de fidelidad.

La expulsión del banquete y la consiguiente destinación al mundo de las tinieblas evocan el momento escatológico del juicio que se describe mediante la antítesis de los dos ámbitos. Si la fiesta es símbolo del reino de Dios que llega a su momento culminante en el momento de la celebración de las nupcias del Hijo, signo de comunión entre Dios y su pueblo, las tinieblas corresponden al ámbito de la condena y de la muerte, que en la teología de san Mateo tiene la característica de la irreversibilidad. La conclusión constituye la clave de lectura del relato parabólico (v. 14). La expresión construida sobre la contraposición entre “muchos” / “pocos” y “llamados” / “electos”, condensa el anuncio fundamental de la parábola: No obstante las llamadas son múltiples y los destinatarios diversificados, aquellos que participaron en la fiesta de bodas son solamente un pequeño número (cf. Mt 7,13-14; 22,22.24).

Brevemente: Jesús compara el Reino de los Cielos con la celebración de las nupcias de su hijo. Los primeros invitados, que rehúsan participar según variadas excusas, representan al antiguo Israel, a los judíos, primer destinatario de la salvación; al negarse a participar adquirieron el estatuto de la indignidad. Por eso, se envió una segunda invitación – destinada a todos – en referencia a la Iglesia, nuevo pueblo de Dios. No obstante, la segunda e insistente invitación no garantiza la permanencia en el Reino – representado por la sala del banquete nupcial. Para acceder y permanecer en el reino se requiere llevar puesto el “vestido adecuado”, es decir, la manifestación de una fe firme e inconmovible que se traduce en un amor activo y operativo. Por tanto, para adquirir la ciudadanía del reino se requiere fe y obras; una fe movida por la caridad.

 

 

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