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Para luchar contra la desinformación, la clave es colaborar
Redes Sociales. Imagen: Jonathan Raa/NurPhoto/picture alliance
La difusión de noticias falsas está desestabilizando las sociedades y alimentando movimientos antidemocráticos en todo el mundo. Se necesitan esfuerzos de colaboración para abordar el problema, dice un nuevo informe.
La cooperación transnacional entre las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación y las mayores empresas tecnológicas del mundo es necesaria para combatir eficazmente la desinformación, según un nuevo análisis de la Fundación Bertelsmann, un think tank sin ánimo de lucro.
“Tenemos que ser tan profesionales y coordinados como quienes pretenden hacer daño con sus campañas”, advierte Cathleen Berger, experta en tecnologías del futuro y sostenibilidad de la fundación y una de las coautoras del informe. El análisis se basa en conversaciones con más de 100 expertos, académicos, activistas y responsables políticos de más de 50 países, añadió.
A escala mundial, los investigadores informan de un aumento de la cantidad de información falsa y engañosa que circula por Internet, difundida por agentes extranjeros y nacionales, que utilizan diversos métodos.
Esta tendencia ha alimentado movimientos antidemocráticos y de odio en países desde Tailandia a Etiopía, advierte el informe. Para combatir esta amenaza en evolución, la sociedad civil y los responsables políticos deben adaptar sus estrategias, añade.
“Necesitamos pasar de centrarnos en incidentes individuales a enfocarnos en toda la industria que hay detrás de ellos”, asevera Berger, coautora del informe, a DW.
Los límites de la verificación de hechos
La desinformación no es un fenómeno nuevo; durante siglos, los actores malintencionados han intentado influir en la opinión pública difundiendo falsas narrativas.
Sin embargo, en las dos últimas décadas, Internet y las redes sociales han hecho que el problema alcance una escala totalmente nueva. En respuesta, tanto los medios de comunicación tradicionales como las organizaciones no gubernamentales han puesto en marcha iniciativas para combatirlo.
Esto ha dado lugar a una proliferación de iniciativas de “comprobación de hechos” en todo el mundo, en las que los periodistas o las oenegés verifican la exactitud de las afirmaciones que circulan por Internet mediante la investigación, el cotejo de fuentes y la consulta a expertos. Pero aunque estos esfuerzos son vitales, no son la panacea, advierte Berger, ya que el volumen de nuevos contenidos falsos supera los esfuerzos por desmentirlos.
“Evidentemente, la comprobación de los hechos no se adapta a la velocidad y el ímpetu que estamos viendo en la desinformación en Internet”, dice. “No podemos comprobarlo todo”.
“Pre-bunking” y desmonetización
Por eso se necesitan nuevos enfoques, según Berger. “También necesitamos pre-bunking”, dice, refiriéndose a una estrategia para alertar a la gente sobre contenidos falsos antes de que los vean en Internet, al tiempo que se promueve proactivamente la información veraz y la concienciación sobre la difusión de la desinformación. “Se trata de entrenar a la gente para que reconozca ciertas narrativas, de modo que incluso antes de que algo esté totalmente verificado, ya perciban que algo no es correcto”, destaca.
Al mismo tiempo, Berger subraya la importancia de “desmonetizar el negocio de la desinformación”. El auge de la desinformación, advierte, ha dado lugar a todo un ecosistema de actores, a menudo muy profesionales, que monetizan la desinformación de diversas maneras. Entre ellas está la generación de ingresos publicitarios en servicios como los de los gigantes tecnológicos estadounidenses Google o Meta, propietaria de Instagram, Facebook y WhatsApp. “Las empresas deben cortar la financiación de las campañas de desinformación”, afirma Berger.
Colaborar es clave
Al mismo tiempo, cada vez está más claro que no existe un enfoque único para combatir la desinformación, entre otras cosas, porque las plataformas que utiliza la gente para recibir noticias son muy diferentes, según el informe: “Por ejemplo, el 55 por ciento de los africanos utiliza WhatsApp, frente a solo el 6 por ciento en Norteamérica”, afirma. Por tanto, las contramedidas deben adaptarse a las regiones a las que van dirigidas.
“Hay tantos conocimientos ahí fuera y tantas ideas geniales”, dice Berger, coautora del informe, a DW. “Si las conectáramos, tendríamos mucho más éxito”.
Fuente: DW.
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