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Cien años de la primera inyección de insulina

Imagen de referencia.

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Esta semana se recordó un hito para la medicina mundial. Es que, el 23 de enero de 1922, Leonard Thompson recibió, por primera vez en la historia, una inyección de insulina para tratar la diabetes que sufría. Con anterioridad, el 11 de enero le inyectaron una primera dosis. Sin embargo, la insulina tenía alguna impureza y le provocó una reacción alérgica. La segunda inyección fue un éxito. La mejoría fue inmediata. La glucemia se redujo de 520 a 120. La glucosuria se minimizó de 71 a 8 gramos en 24 horas y desapareció la cetonuria.

Leonard Thompson nació en Canadá el 17 de julio de 1908. En 1919 le diagnosticaron diabetes tipo 1. Tenía 14 años y estaba ingresado en cuidados intensivos en el Toronto General Hospital. Pasaba periodos en coma y despertando. Tan solo pesaba 29 kilos. A pesar del buen resultado de aquella inyección, Thompson falleció el 20 de abril de 1935, como consecuencia de una neumonía. Hasta aquel momento, cuando a una persona se le diagnosticaba diabetes tipo 1 era una sentencia de muerte.

Los médicos e investigadores Frederick Banting y Charles Best consiguieron extraer, de animales de laboratorio, la proteína del páncreas que causaba los síntomas de la diabetes. Esto es, la insulina. Esta hormona liberada por el páncreas se genera como respuesta a la presencia de glucosa en la sangre. La insulina permite que la glucosa penetre en las células para ser utilizadas como fuente de energía. Si la insulina no hace bien esta función, la glucosa se acumula en la sangre produciendo hiperglucemia.

Como hemos dicho, Banting y Best fueron los descubridores de la insulina. Sin embargo, el reconocimiento internacional se lo llevó Banting, al recibir en 1923 el premio Nóbel de fisiología y medicina. Ante aquella situación, Banting decidió compartir la mitad del premio en reconocimiento a su participación.

Dice Best: “Tenía 22 años y me preparaba para obtener la licenciatura en fisiología y bioquímica. En 1889, Oscar Minowsky, en Alemania, había extirpado el páncreas de un perro para ver si podía vivir sin él. Comenzamos a operar con perros para ligarles los conductos pancreáticos. El 27 de julio obtuvimos el páncreas atrófico que deseábamos. Lo fragmentamos en un mortero y congelamos la mezcla. Un perro diabético esperaba a las puertas de la muerte, tan débil que no podía levantar la cabeza. Fred le infiltró en una vena 5 ml de filtrado. El perro parecía haber mejorado. De una pata extraje unas gotas de sangre para determinar la concentración de glucosa, Banting no se apartaba. La concentración de glucosa en sangre descendió paulatinamente. Este fue el momento de mejor emoción en la vida de Banting y en la mía”.

A partir de aquel momento siguieron investigando con perros. Como les costaba mucho poder extraer las dosis necesaria de un páncreas degenerado, decidieron saber si podían utilizar el de los terneros no nacidos. El resultado fue positivo. Consiguieron la insulina necesaria para mantener con vida a todos los perros que formaban parte del experimento. Entonces se hicieron la pregunta clave: ¿tendría eficacia la insulina en los seres humanos?

Es en aquel momento cuando decidieron aplicar su descubrimiento en el joven Leonard Thompson. En dos años de diabetes había perdido 30 kilos y apenas tenía fuerza para levantar la cabeza de la almohada. Estaba sentenciado a morir en pocas semanas. En un primer momento, pensaron en darle la dosis vía oral. Sin embargo, lo descartaron porque no tendría el efecto deseado. La única manera era inyectándole la dosis.

Best recuerda: “El 23 de enero inyectamos insulina en el pequeño y delgadísimo brazo del muchacho casi moribundo. Comenzaban otra vez las pruebas y se repitió la historia de nuestros perros. La concentración de azúcar en sangre descendió de manera impresionante. Leonard empezó a comer normalmente, sus mejillas hundidas se llenaron de nuevo y la vida volvió a sus consumidos músculos. Leonard iba a vivir. Fue el primero de decenas, y después de cientos, miles y millones que se han beneficiado con la insulina”.

Como dice Best, a partir de 1923 la insulina se convirtió en un producto relativamente fácil de adquirir, con lo que salvaron miles de vidas. En la década de 1980 la ingeniería genética obtuvo insulina humana. Esto supuso un gran avance para la lucha contra la diabetes.

Fuente: Clarín.

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