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¿Qué pasa en Francia? Las razones detrás de la furia en los suburbios

El estallido por la muerte de un adolescente baleado por un policía desnuda un trasfondo de desigualdad social, racismo y desconfianza.

Nahel es el nuevo mártir de los suburbios en Francia. Con sus 17 años, ejecutado por un policía cuando mostraba a sus amigos su Mercedes amarillo, alquilado por una aplicación y con chapa de Polonia, sin carnet de conductor, para confirmar que su sueño era ser mecánico, es una vez más el traumático símbolo del vínculo entre la banlieu francesa y las fuerzas del orden.

Una mutua desconfianza, el miedo a ser chequeados y humillados, la ausencia de equidad en el tratamiento, la estigmatización barrial del edificio social donde viven, el pánico al antecedente policial, el racismo anti árabe.

El brillante Mercedes era el desafío para que la policía pudiera pensar que había sido robado, que los tres que iban en él eran traficantes de droga o carecían de licencia.

Así es la relación entre unos y otros. Un “apartheid a la francesa” en las puertas de París, una ciudad que muchos no conocen, porque jamás cruzaron el Periférico que la rodea. Hay otro mundo detrás de él.

¿Quién era Nahel?

Los chicos como Nahel viven en HLM, unas viviendas sociales que se parecen a pajareras, con ascensores rotos, franceses blancos que se van porque no quieren convivir con africanos y árabes, subsuelos donde se practica el “business” de contrabando o droga, en manos de los que se llaman “los caids de las Cités”.

La mamá de origen argelino de Nahel lo crió sola. Su padre lo abandonó cuando el nació. Su gran apoyo fue su abuela materna, que cree que el fue “derecho al Paraíso”. ”Era un niño que siempre me decía que me amaba y que me cuidara”, contó el miércoles.

No tenía antecedentes policiales, en una Cité donde mayoritariamente lo tienen todos porque los controles son sistemáticos.

Nahel era francés, hijo de la escuela republicana y tercera generación en el país. Parte de ese grupo social que los franceses consideran árabe y en los países de origen de sus abuelos o padres, francés. Ni de aquí ni de allá es la resultante, más allá de la nacionalidad.

Estudiaba electricidad en el liceo de Suresnes pero su sueño era ser mecánico. Por eso exhibía con sus amigos su espectacular Mercedes alquilado.

Una marcha en recuerdo de Nahel, el adolescente muerto por un disparo policial en Nanterre, en las afueras de París. Foto: Clarín.

Controles racistas

Para los “banlieusards”, el policía que disparó contra Nahel no es un errante oficial agresivo y racista. Es una política para tratarlos.

Un estudio realizado el mes pasado muestra que 31 por ciento de la primera y segunda generación de migrantes de origen africano, que ya son franceses, han sido detenidos y cacheados por la policía al menos dos veces en los últimos 12 meses. Esto se compara con el 17 por ciento de familias francesas por al menos dos generaciones.

La policía, como el que disparó contra Nahel, describen a las “banlieue” que rodean a las grandes ciudades francesas como “ambientes hostiles”, “no go zones”, donde no se puede entrar porque están controladas por el tráfico de drogas. Cuando entran parece que llegaron a Afganistán. Por eso los jóvenes huyen. La política más popular entre los policías es Marine le Pen, la ex líder del Frente Nacional.

Los diferentes líderes franceses han prometido romper las barreras entre los suburbios y las ciudades. El presidente Emmanuel Macron ordenó un informe en el 2018 para gastar 48.000 millones de euros en la regeneración de esos suburbios. Pero jamás lo hizo. Cuando este estallido social se inició, él estaba en Marsella tratando de revitalizar la Cité, que ha sido copada por la violencia y el tráfico de drogas.

En el 2005, la entonces primera dama Bernadette Chirac visitaba a las familias de los chicos electrocutados en Clichy sous Bois discretamente, apoyándolos, acompañándolos, buscándoles asistencia psicológica. En su motito y con casco, el luego presidente socialista François Hollande llegaba a Clicly anónimamente para hablar con ellos y con los jóvenes.

“Apartheid a la francesa”

La estigmatización de los jóvenes de los suburbios es tal que se impuso el curriculum anónimo para que el origen étnico, religioso o de barrio no les impidiera tener un trabajo. El 91, el 92 son símbolos de pobreza en Francia. Mohammed o Mouna son nombres que no facilitan la postulación a un trabajo.

Los barrios de los suburbios y sus edificios pajarera sufren una imagen deplorable. La atención de los medios se centra en sus dificultades y las explicaciones presentadas son a menudo degradantes. A la visión acusatoria, que resume la Cité a la delincuencia, responde el pensamiento de victimismo, que lo reduce a la beneficencia.

Sin embargo, solo hay que ir a Nanterre (Hauts-de-Seine), Saint-Denis (Seine-Saint-Denis) o Sartrouville (Yvelines) para encontrar todo lo que la hace fuerte.

Hay ante todo una voluntad de emprender. Cerca de 286.000 empresas desarrollaron su actividad en la periferia entre 2007 y 2013. Este impulso proviene de los jóvenes: el 53% de los emprendedores tiene menos de 40 años frente al 33% del promedio en Francia.

La otra cara de los suburbios

Sin negar los problemas, Francia debe cambiar su percepción de los barrios.

También hay una viva creatividad. El movimiento hip-hop, especialmente el rap, tiene un lugar innegable en la sociedad francesa. En este sentido, es un buen símbolo que Ali Ramdani, conocido como “B-Boy Lilou”, campeón mundial de break dance con los colores de Francia, sea de Vaulx-en-Velin, un suburbio de Lyon marcado por los disturbios en el 1990.

Mientras se buscan solucionar los problemas, es urgente cambiar la imagen que se suele dar a los suburbios. Se constatará que las realidades denunciadas provienen de un mal más profundo y que la solución puede venir de los habitantes. Para ello, la política de la ciudad debe fomentar la libre iniciativa y centrarse en los problemas fundamentales.

Problemas profundos

El primero es la concentración de las dificultades económicas y sociales. La madre de las batallas en este frente es la educación.

Deben ayudar a los jóvenes a continuar sus estudios. En lugar de una catarata de subvenciones, un préstamo sin interés sería más empoderador y más adecuado para las necesidades de los estudiantes de bajos ingresos en esos barrios. Nacieron emprendedores, son nietos e hijos del comercio.

En materia laboral, la mayor flexibilización de la legislación laboral debe ir acompañada de la destrucción de los techos de cristal. El CV anónimo, que no ha pasado de la fase experimental, debe generalizarse. Para los empresarios de barrio, hay que simplificar el mapa de ayudas dentro de una agencia, que tendrá que ponerles en contacto con inversores o incluso con expertos voluntarios.

El segundo es el surgimiento del “comunitarismo” o militancia islamista. El separatismo islamista toma como rehenes a los vecinos del barrio, sean o no creyentes. Una respuesta autorizada, basada en particular en el cierre de las salas de oración donde se predica el odio salafista, debe complementarse con el apoyo al libre ejercicio del culto, como la formación de imanes.

El “comunitarismo” también se combate a través del diálogo entre los franceses. Además de la restauración del servicio militar, se debería aplicar un programa de intercambio escolar obligatorio.

Los campos de trabajo de la escuela secundaria podrían reunir a jóvenes de toda Francia en torno a proyectos comunes e integradores. Para que unos y otros comiencen a conocerse, desestigmatizarse y aceptarse.

Fuente: Clarín.

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