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Terremoto en Turquía: a la tristeza se unen la rabia y la indignación

Mientras se sigue buscando a sobrevivientes, muchos se preguntan por qué no se hizo más para garantizar la seguridad y prevenir la tragedia. Gunnar Köhne describe sus impresiones personales desde la zona afectada.

Terremoto en TurquÍa. Foto: DW

Terremoto en TurquÍa. Foto: DW

Al caer la noche en Turquía, llega la oscuridad y, con ella, la apatía. Callan los motores de la maquinaria. Los gritos desesperados de los rescatistas rompen el silencio ya solo esporádicamente entre las montañas de escombros. Los familiares, envueltos en mantas, miran al vacío en silencio. Días después del devastador terremoto, la fe en encontrar con vida a sus seres queridos se va desvaneciendo, aunque no se pierde del todo. Permanecen sentados frente a sus fogatas, la única luz en la oscuridad nocturna, junto a los faros de los vehículos y los focos de los servicios de emergencias.

Recuerdos del terremoto de 1999

Esta es una escena similar a la que se grabó a fuego ahora en mi memoria. Es exactamente igual a la situación de hace más de dos décadas, también en Turquía. En 1999 informé sobre los dos grandes terremotos a orillas del Mar de Mármara, en el oeste del país. Entonces murieron más de 17.000 personas. Muchos temen que esta vez podrían ser diez veces más, aunque la última cifra oficial de fallecidos es por ahora del doble.

Las imágenes son las mismas: voluntarios exhaustos trabajando a pico y pala, cuando no con las manos desnudas, porque falta equipo pesado. Gente que viene de todas partes del país para ayudar, con comida, mantas y tiendas de campaña. Rescatistas luchando hasta el agotamiento total. Y, ahora al igual que antes, gente desesperada que sigue esperando ayuda días después.

En Antakya, en el extremo sur de Turquía, un anciano aguarda sentado frente a un edificio completamente derruido que, dicen, albergaba “apartamentos de lujo”. Su hermano había comprado uno de ellos el año pasado. Ahora yace, seguramente muerto, bajo los escombros de esta “casa de ensueño”, obviamente mal construida. “Podemos construir grandes casas, ¿verdad?”, comenta amargamente el hombre.

Críticas al gobierno turco

No solo las imágenes, también las quejas de los afectados son las mismas que hace casi 24 años. ¿Por qué tarda tanto la ayuda? ¿Por qué hasta los edificios nuevos se derrumban? ¿No se han hecho cumplir las normas de construcción, endurecidas desde 1999? ¿Por qué se permite construir tantas alturas en una zona propensa a los terremotos? ¿Y por qué ni siquiera los hospitales son a prueba de temblores?

Este tipo de preguntas no se pueden hacer en los medios de comunicación, controlados casi por completo por el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan, pero el descontento de la población se puede escuchar por doquier. En la ciudad de Adiyaman, el ministro de Transporte turco tuvo que dejar la zona entre insultos de los ciudadanos.

Hasan Aksungur, presidenta de la Cámara de Ingenieros Civiles de Adana, donde también se derrumbaron once edificios, dijo a DW que las leyes no tienen la culpa: “La cuestión es que la diferencia entre construir tres pisos o diez es mucho dinero, así que muchas veces se mira para otro lado”. Y no es la única que apunta, más que a la normativa, a su continuo incumplimiento. En la ciudad de Kahramanmaras, a unos 70 kilómetros al norte de Gaziantep, el edificio de la Cámara de Ingenieros local es el único edificio que ha permanecido en pie.

Las advertencias de los geólogos no fueron tenidas en cuenta

Una y otra vez escucho que este fue el terremoto del siglo, que cualquier país se hubiera visto sobrepasado. El sismo, de una fuerza de 7,8 en la escala de Richter, afectó a un área del tamaño de media Alemania, con varias ciudades de más de un millón de habitantes. Pero la gente también quiere saber por qué no se escucharon las advertencias de los geólogos sobre crecientes tensiones en las placas tectónicas. Los principales investigadores turcos de terremotos se quejan de no haber sido consultados ni una sola vez por los alcaldes de la región.

Decenas de miles de efectivos de emergencias, venidos de toda Turquía y del extranjero, participan en las tareas de rescate en las ciudades semidestruidas de Adiyaman, Antakya y Kahramanmaras. Los sitios más remotos, además, tienen que esperar más. El estudiante berlinés Tuncay Sahin es del pueblo de Tokar, cerca de Adiyaman. Su madre fue sepultada por los escombros de su casa en la noche del terremoto. Los vecinos sacaron su cuerpo con sus propias manos. Es una de los seis muertos solo en este pueblo.

Su padre estaba fuera el día del accidente. Dos días después de la catástrofe, el joven regresó a casa desde Berlín. Ahora llora ante la tumba de su madre. “Todos sabíamos que aquí podía haber terremotos, pero que nos golpeara tan fuerte es increíble”. Sus padres habían construido la casa, de dos pisos, en la década de 1990; aunque un edificio cercano de solo un año también se derrumbó. “El Estado también debería controlar en las aldeas más de cerca los trabajos de construcción y los materiales que se emplean”, dice Sahin. A lo que algunos vecinos añaden: “A partir de ahora aquí haremos construcciones de una sola planta”. “¡Como hacían nuestros ancestros!”, grita uno de ellos.

Fuente: DW.

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