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Llenar de vecinos el centro de Río: el gran desafío de una ciudad volcada en sus playas

El centro de la ciudad de Río de Janeiro está reanudando gradualmente las actividades comerciales y de negocios. Foto: El País

El centro de la ciudad de Río de Janeiro está reanudando gradualmente las actividades comerciales y de negocios. Foto: El País

El ayuntamiento de la ciudad se ha propuesto repoblar el centro, que concentra la mayoría de empresas y puestos de trabajo, pero donde no vive prácticamente nadie.

Cuando el reloj marca las seis de la tarde, la estación de metro Carioca, en el corazón financiero de Río de Janeiro, es un hervidero de gente en una única dirección. Todos bajan rápidamente las escaleras buscando los vagones que les llevarán a sus casas. Casi nadie llega al centro de Río cuando cae la noche. Todos se van. En pocas horas el escenario será el de una ciudad fantasma. Las calles donde durante el día correteaban miles de oficinistas se quedarán vacías hasta la mañana siguiente, cuando lleguen de nuevo las riadas de trabajadores.

El centro de Río de Janeiro reúne, además de buena parte del patrimonio histórico y cultural de la ciudad, la mayoría del PIB del área metropolitana y más de 800.000 empleos. Pero si toda la metrópolis alberga más de 12 millones de habitantes, en el centro apenas viven 41.000 personas, repartidas en pequeños núcleos que son casi como una ‘aldea gala’ que resiste ante la ciudad zombi que hay alrededor fuera del horario de trabajo. Para poner remedio, el ayuntamiento lanzó el año pasado el programa Reviver Centro (Revivir el Centro), con fuertes estímulos a la construcción de vivienda.

“El centro de Río son principalmente oficinas. Nunca hizo la transición que hicieron otras ciudades para tener más residentes en el centro. Y la pandemia evidenció qué problemático es ese modelo. Todo el mundo depende de un solo uso, y cuando ese uso falla, todo se desmorona”, le explica a EL PAÍS el secretario de Planificación Urbana de Río, Washington Fajardo, ideólogo del proyecto, inspirado sobre todo en la recuperación del degradado centro de Melbourne.

Ventanas de un edificio comercial que poco a poco se convierte en un edificio residencial en el centro. El centro de la ciudad de Río de Janeiro está reanudando gradualmente las actividades comerciales y de negocios. Foto: El País

El centro de Río ya arrastraba varios problemas. Unos se remontan a los años 60, cuando la ciudad perdió la capitalidad del país en favor de Brasilia, dejando enormes edificios administrativos vacíos y una crisis de identidad aún por resolver. Otros son más cotidianos, como la suciedad o la sensación de inseguridad, pero la pandemia golpeó en el Talón de Aquiles: la dependencia de las oficinas. Con la llegada del trabajo remoto, muchos empleados no volvieron a pisar sus calles, dejando de consumir en restaurantes y comercios, que ahora exhiben cientos de persianas bajadas. Una crisis económica por partida doble.

Cambiar las leyes

Ahora, el proyecto del ayuntamiento da incentivos fiscales a las constructoras para que se animen a invertir en el centro. Además de eliminar el pago de algunos impuestos, quienes construyen vivienda o transformen antiguos edificios de oficinas ganan potencial constructivo para levantar inmuebles más rentables en zonas más codiciadas de la ciudad y ya muy densamente pobladas. Desde que la nueva legislación entró en vigor hace un año, ya se ha aprobado la construcción de más de 1.700 nuevas viviendas, más que en toda la década anterior. En la avenida presidente Vargas, la más ancha de la ciudad, se construirá un edificio de apartamentos por primera vez en 77 años. Algo empieza a moverse, a pesar de que romper la inercia no es fácil. Hasta 1994 incluso había una ley que prohibía construir viviendas en esta región. Ahora, el objetivo es aumentar la oferta de vivienda en un 15% antes de 2024.

Pero hasta que aparezcan las grúas el desafío será conquistar la mente de los cariocas, para quienes el centro es un lugar al que ir a trabajar o a divertirse, no a vivir. Las clases medias y altas aún sueñan con vivir frente a las playas de Copacabana, Ipanema o Leblon o aún más lejos del centro, en Barra da Tijuca, una especie de Miami de urbanismo expansivo donde todo se hace en coche. Fajardo, no obstante, cree que poco a poco calará la idea de que viviendo en el centro se gana en calidad de vida. Para convencer a los pioneros el ayuntamiento ya trabaja con una línea de crédito especial para los funcionarios públicos que quieran mudarse. Con la llegada de los primeros vecinos se espera que se ponga en marcha un círculo virtuoso que atraiga a más y más gente.

Para la representante de ONU Habitat en Brasil, Rayne Moraes, los beneficios van más allá de la recuperación de la zona central de la ciudad, porque se evitarían miles de desplazamientos y las consiguientes emisiones de Co2. Los cariocas pasan una media de 67 minutos al día en el transporte público, y el 11%, más de dos horas, según un reciente estudio de la aplicación Moovit. Es la tercera ciudad del mundo donde sus habitantes pierden más tiempo en los atascos, tan sólo superada por Yakarta y Estambul.

Repoblar el centro histórico y crear otras centralidades en la ciudad evitaría el movimiento pendular, apunta Moraes, que no obstante cree que lo más importante es que sea el ayuntamiento quien dicte las reglas del juego y no la iniciativa privada. “Tiene que haber viviendas subvencionadas, alquiler social y diferentes alternativas de tamaños y valores, porque si no volveremos al proceso inicial, en que sólo los ricos puedan volver a esa área noble de la ciudad”, alerta.

Tráfico denso de coches y personas en un día normal de trabajo en el centro. Foto: El País

De momento, el ayuntamiento promete 600 apartamentos para quien gana menos de 3.600 reales al mes (unos 662 dólares). Es algo prácticamente simbólico en una ciudad donde casi una cuarta parte de la población vive en favelas, en muchos casos en situaciones extrema vulnerabilidad social, pero es que en Brasil las políticas de vivienda pública son muy precarias, cuando no inexistentes, lamenta el propio Fajardo. Lo más parecido sería el programa del gobierno federal ‘Mi casa, mi vida’, una de las banderas de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT). Más que una solución, en la mayoría de los casos estos impersonales bloques construidos en serie acabaron agravando el problema, al llevar a las familias de baja renta de nuevo a la periferia, sin ningún tipo de servicio público a mano.

La debilidad de la política de vivienda a nivel estatal acaba siendo un freno para la recuperación del centro, pues miles de familias más pobres estarían dispuestas a mudarse si el poder público se lo pusiera más fácil. El otro problema es un clásico en este tipo de procesos de renovación urbanística: la temida gentrificación. Este miedo al aumento de los precios ya planea en la zona central de Río desde antes de los Juegos Olímpicos de 2016, cuando se renovó completamente la fachada marítima del puerto, rebautizada como ‘Porto Maravilha’.

Fajardo rebate que es difícil que se expulse a los vecinos, porque son poquísimos y la mayoría vive en casas de propiedad. “Es la menor densidad demográfica de la ciudad. Se trata de que lleguen nuevos vecinos, no de expulsar a los que ya están”, dice, y remarca que la prioridad es evitar una burbuja inmobiliaria. De momento, en la región portuaria (que no se beneficia de los incentivos fiscales del plan municipal, a pesar de estar pegada al centro financiero) es donde ha empezado a florecer más rápido el esperado boom de las viviendas. En apenas un año ya hay más de 4.900 apartamentos en marcha.

Fuente: El País.

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