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El dilema de los peruanos en junio: ¿entre Escila Castillo y Caribdis Fujimori?

Los resultados de la primera vuelta electoral peruana son muy preocupantes debido a los triunfadores. Foto: DW

Los resultados de la primera vuelta electoral peruana son muy preocupantes debido a los triunfadores. Foto: DW

Por José Luis Simón G.

Quienes estudiamos Historia Universal con los muy buenos profesores del bachillerato de antes de las redes (el nuestro fue Jerónimo Irala Burgos, uno de los más ilustrados maestros de entonces que nos transmitían conocimientos, motivándonos a demás a leer e investigar y a formarnos el propio juicio) ya conocemos el significado del dilema “entre Escila y Caribdis”. No necesitamos explicación alguna: teníamos libros y los leíamos para emular a nuestros maestros y escribíamos en gruesos cuadernos. No gozaron de ese privilegio (empezando por las pedagógicas y didácticas clases presenciales), y menos ahora, las generaciones HEPDE (Hecatombe Educativa Pos Digitalización de la Enseñanza), las de datos instantáneos y efímeros, agrego, y eso me obliga a explicar de la manera más breve el misterio en cuestión:

“Escila y Caribdis son dos monstruos marinos de la mitología griega situados en orillas opuestas de un estrecho canal de agua, tan cerca que los marineros intentando evitar a Caribdis pasarían muy cerca de Escila y viceversa. Posteriormente, se identificó a este lugar con el Estrecho de Mesina, entre Calabria y Sicilia, en el extremo sur de Italia” (Pablo Young, “Entre Escila y Caribdis en la Medicina”), que comunica los mares Tirreno (norte) y Jónico (sur) en el Mediterráneo oriental. Solo avezados navegantes maestros, sin satélites ni cartas marinas, eran capaces de alejarse lo suficiente de un peligro pero no tanto para ser tragado por el otro…

Debilidades democráticas

Los resultados de la primera vuelta electoral peruana son muy preocupantes debido a los triunfadores. Algunos analistas serios hablan ya del resultado de una campaña “fragmentada (y) sin emoción”. Entre muchos más, veamos algunos indicadores de ello.

El Perú, sin la menor duda, es políticamente otro país que no solo está dividido, pues se ha fragmentado incluso, y eso condujo a numerosas candidaturas. Triunfaron dos de ellas, las más polarizadoras, y habrá que ver cómo se aliarán respectivamente con otras menores en proyectos ya indisimuladamente votacionistas (¡se vota, no se elige a conciencia!).

Hecho eso, cada una de las cuales, de lograr la mayoría requerida, de manera inexorable conducirá de nuevo a un gobierno débil y sin propia mayoría constitucional. En un contexto en que los partidos históricos ya no existen y, teniendo en cuenta el agravamiento de la crisis política e institucional, en los últimos cinco años puede afirmarse que el civismo peruano (al igual que el nuestro) se limita por ahora a cumplir apenas con el ritual de depositar el voto. Eso significó, para quienes marcaron un nombre, que lo hicieron a la manera de una decisión burocrática, probablemente decidiéndose por el menos malo, según cada quien. ¡La trascendencia de lo electoral jugada a los dados cargados de la politiquería!

Eso ya no es civismo democrático. El resultado de los comicios ha sido inobjetable, materialmente hablando, pero tal decisión no logrará despejar ni siquiera los menores nubarrones que desde hace tiempo oscurecen con oleadas sostenidas de grave inestabilidad la reciente historia político-institucional del Perú. Ennegreciéndola mucho más que el ya sempiterno gris del polucionado medio ambiente de esa inmensa urbe sudamericana que es Lima.

Los dos candidatos que tras la primera vuelta pasaron a la segunda y definitiva (ya lo sabemos) son el izquierdista bolivariano Pedro Castillo (Perú Libre) y la derechista Keiko Fujimori (Fuerza Popular), esta de acendrado autoritarismo aprendido y practicado a lo largo del complejo decenio del final de la centuria pasada durante el cual su padre, el entonces presidente Alberto Fujimori, se mantuvo en la Casa de Pizarro.

Acrecentó sus características autoritarias y oportunistas la señora Fujimori, en el último quinquenio, pues desde 2016 fue una responsable principal de la politiquería peruana (la perversión de la política servicio al ciudadano, esta propia de una sociedad abierta), algo que de manera inevitable siempre requiere de elevadas dosis de corrupción y de instituciones y liderazgos democráticos débiles. Estos así se vuelven todavía más parecidos a la hoja de un árbol desprendida por la tormenta.

Ingobernabilidad tras ingobernabilidad

De llegar al palacio de gobierno, quien triunfe el domingo 6 de junio, ¿será capaz de hacer lo que necesita el Perú?

Probablemente no. El uno agita propuestas totalitarias que ya fracasaron en la región y el mundo. La otra, además de los antecedentes autoritarios, su recetario incluye continuar con las exitosas políticas macroeconómicas, pero de beneficios ultra concentrados en poquísimos sectores sociales privilegiados. En ninguna parte del mundo esto ha sido una solución para la irresuelta cuestión de la pobreza y de la pobreza extrema. Estas se han recrudecido en Perú en el marco de la tan deficiente conducción pública para enfrentar la crisis de la pandemia, algo que convirtió al país en uno de los dos con peores resultados en el continente. El otro es Brasil.

Castillo hizo su campaña, entre mucho más, diciendo por ejemplo que apenas el pueblo se lo pida eliminará el Tribunal Constitucional, por uno verdadero, algo así como un “Tribunal del Pueblo” y lo mismo haría con el unicameral Congreso. ¿Es necesario decir algo más? Sí, que su política económica, lo dijo antes y ahora insiste, consistirá en nacionalizar y/o estatizar las mayores riquezas del Perú. El ejemplo bolivariano en Venezuela y el sandinista en Nicaragua, hablan por sí solos de tales recetas.

Lo del domingo pasado fue formalmente una impecable votación de acuerdo con las leyes peruanas y su constitución. Pero lo de elegir democráticamente significa escoger la mejor entre las principales candidaturas en pugna. Es decir, no se trata solo de un trámite que en este caso es obligatorio para la ciudadanía. Tampoco debe olvidarse que poco más o menos de un cuarto del censo electoral se abstuvo de concurrir a las urnas el domingo pasado.

Un auténtico proceso electoral democrático se degradada cuando se transforma en lo más externo, tan solo en el ritual de depositar el voto.

Esto, además, en el caso peruano, debilita la opción mayoritaria que hicieron sus ciudadanos décadas atrás, al rechazar la violencia terrorista de grupos “polpotianos” de izquierda (Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, sobre todo) y también el terrorismo sin armas de fuego, el de los politiqueros corruptos de turno, de todas las ideologías, que se traduce en un robo sistemático a todos los peruanos.

El Perú es otro escenario político latinoamericano que debemos observar con atención desde Paraguay, pues con nuestras propias características, y ya desde hace algún tiempo, nosotros también estamos practicando la banalización de los ideales del Estado social de derecho y los de la República constitucional y democrática que proclama nuestra Carta Magna de 1992, la más libremente debatida y votada en la historia nacional.

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