Lifestyle
De Cataluña al Paraguay, Villandry Flores replicará una fecha para recordar el amor
Villandrý Flores invita a la primera edición del Saint Jordi, en Paraguay. Foto: Gentileza.
“Vivimos importando tradiciones de otros países. Y aunque hay algunas que nos sacan sonrisas y nos llenan, hay otras muchas que no nos aportan tanto”, explican los propietarios de la empresa Villandry Flores, ideólogos de esta innovadora actividad. Se trata del Sant Jordi catalán.
Esta conocida florería de Asunción, decidió importar este año la celebración de Sant Jordi, que se festeja en Cataluña cada 23 de abril.
¿Cómo se celebra Sant Jordi en Cataluña?
Las calles de todos los pueblos y ciudades se llenan de paradas ambulantes de libros y rosas. Los balcones de las casas se decoran. La gente toma las calles para pasear, compartir y descubrir nuevas lecturas. Los escritores firman libros.
Pero además del Día del Libro, los catalanes también celebran cada 23 de abril el día de los enamorados. Las parejas se regalan y dedican libros y flores mutuamente. Las mamás y papás se los regalan a sus hijos. Los hijos compran rosas para sus madres y abuelas…
Una tradición para intercambiar cultura, promover la lectura y sobre todo, recordar a los nuestros que les queremos.
El primer Sant Jordi en Paraguay
Desde Villandry piensan que hay tradiciones que nos hacen bien. Intercambiar amor y cultura es una magnífica forma de celebrar, y por eso la comparten con todo el que quiera.
Este 23 de abril, si te acercás a su local en Asunción, sobre la Av. Aviadores del Chaco y Cesar López Moreira, con un libro que quieras donar, podrás elegir entre llevarte otro libro o una rosa para regalar.
Y si querés conocer más sobre el origen de esta tradición, podés seguir a @villandryflores en Instagram.
¿Qué dice la historia?
La historia dice que un reino vivía asediado por un dragón que quemaba cultivos, comía animales de granja y atemorizaba a pastores, caballeros, trovadores y reyes por igual.
Un día, el dragón puso una condición al reino. Dejaría al pueblo en paz si, a cambio, una vez al año, le entregaban un ciudadano como ofrenda. Apenado, pero sin salida, el rey aceptó. Y pasaron los años y muchos jóvenes fueron entregados al dragón, hasta que un día la suerte quiso que la elegida fuese la propia princesa. Dicen que el rey intentó mediar, pero que ella, valiente como muchos otros antes, aceptó el destino que la vida le tenía preparado.
Caminando sin compañía, cruzó las puertas de la ciudad y avanzó con paso decidido hacia las montañas de un valle cercano, donde la bestia aguardaba. Poco después, el dragón apareció frente a ella, relamiéndose. El calor era insoportable y el olor a azufre anulaba los sentidos de cualquiera. Tal vez por eso, la princesa no vio al caballero hasta que lo tuvo frente a ella, plantándole cara al dragón. Se alzaba imponente, con una lanza tan peligrosa como el monstruo, un escudo tan impenetrable como las montañas y una armadura tan brillante como el Sol.
Ese caballero era Sant Jordi.
Todo fue muy rápido. El dragón, furioso, arremetió. El caballero, ágil, sorteó los ataques y con un movimiento rápido clavó su lanza en el pecho de la bestia. Un rugido rasgó el cielo y desapareció instantes después. La sangre del dragón empapaba el suelo. Y de ahí, en ese instante, brotó una rosa que el caballero entregó a la princesa. Final feliz.
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