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“Cómo habitar la Tierra”: qué habrá que aprender en los próximos 40 años para sobrevivir
Tierra. Foto referencial.
Antes de morir en 2022, el francés Bruno Latour dejó un libro en el que analiza la actual tensión entre política y ecología, así como las necesidades del presente y el futuro para hacerle frente a los cambios del planeta en cuestión de habitabilidad.
“Hoy hablamos de hongos, líquenes, ingeniería de bacterias, microbiota, inteligencia artificial. Ya no estamos en un mundo de objetos que responden a la voluntad humana, sino en uno de vivientes que se superponen con nosotros y nos generan desconcierto”, dice el filósofo, sociólogo y antropólogo francés Bruno Latour en Cómo habitar la Tierra, libro póstumo que reúne sus conversaciones con el periodista Nicolas Truong. Y se pregunta: “¿Son amigos o enemigos?”.
En Cómo habitar la Tierra, editado por Siglo XXI, Latour analiza el mundo que está por dejar, el momento crucial con respecto a la habitabilidad del planeta, la relación entre política y ecología, y su particular visión de lo que será la vida en los próximos 50 años, que no se reduce a la catástrofe sino que aporta una mirada llena de esperanza.
“Si el mandato de modernizar que nos trajo hasta acá buscaba cortar amarras con todo lo que parecía arcaico y proyectarnos, gracias a la ciencia, directamente al futuro, incluso hasta llegar a Marte, sabemos que esa mitología del vuelo y el dominio sobre la naturaleza quedó superada. Sin embargo, seguimos pensando con esas categorías gastadas, que ya no sirven para entender la realidad en que estamos inmersos”, dice Latour, autor de libros como Nunca fuimos modernos, ¿Dónde aterrizar? y Manifiesto ecológico político.
¿Qué dice Latour sobre el futuro? Ante la pregunta sobre qué le diría a su nieto de 1 año cuando cumpla 40, el filósofo responde: “Su generación va a sufrir el resultado de las decisiones tomadas en un contexto de inacción que caracterizó a los años anteriores. La consecuencia será que las catástrofes anunciadas por las ciencias naturales caerán sobre Lilo. Por lo tanto, el primer consejo que querría darle es: “¡Intenta encontrar todas las herramientas terapéuticas posibles para hacer frente a la ecoansiedad durante veinte años!”. Quedará en nuestras manos brindar a nuestros hijos y nietos los medios terapéuticos para evitar caer en la desesperación”.
Así empieza Cómo habitar la Tierra.
Nicolas Truong: —Bruno Latour, gracias por recibirnos en su casa, en París, en este departamento donde vive y trabaja desde hace muchos años. ¿Por qué aceptó esta serie de entrevistas?
Bruno Latour: —En principio, porque ya estoy un poco grande, y este es el momento en el que uno observa lo que hizo. Luego porque, según parece, me interesé en temas muy diversos como las ciencias, el derecho, la ficción, con métodos un poco extraños. Es difícil de seguir: en las librerías, nunca saben muy bien dónde poner mis libros. Ponen el de París en la sección Turismo, otro estará en Filosofía de las Ciencias, otro en Derecho… Con estas entrevistas, usted me permite explicar mi argumento general, para que luego las personas puedan abordar mis obras sin tener la impresión de que me disperso. Esto me deja satisfecho porque me he dispersado muy poco. He seguido una línea de principio a fin, y ahora es momento de aclararla.
—Usted es sociólogo y antropólogo de las ciencias y las técnicas pero, antes que nada, profundamente filósofo, y el público general lo conoce sobre todo por dos de sus libros acerca de la ecología: ¿Dónde aterrizar?, de 2017, y ¿Dónde estoy?, de 2021. En estos libros, presentados en forma de preguntas, usted postula la idea de que cambiamos de mundo, ya no vivimos en la misma Tierra. ¿Cuál es este cambio, y por qué no vivimos en la misma Tierra?
—Es un problema de dramatización de una situación. La situación política y ambiental en la que estamos resulta extraordinariamente complicada para todo el mundo. Todas esas transformaciones de las que nos hablan todos los días en los diarios nos afectan, la cuestión del clima, las reuniones internacionales para intentar controlar la biodiversidad e incluso la cuestión de qué es el progreso y qué es la abundancia. Nos damos cuenta de que estas cuestiones están asociadas al mundo en que estábamos hasta hace muy poco: un mundo organizado en torno al principio de que las cosas no tienen poder de actuar. Galileo es un ejemplo muy típico de ese mundo: a partir de un plano inclinado, el cálculo de las bolas de billar que caen y ese magnífico invento que es el descubrimiento de la ley de la caída de los cuerpos. Una bola de billar no tiene identidad, tampoco tiene capacidad de acción, lo que en inglés se llama agency. La bola de billar obedece a leyes que son calculables y que la Ciencia, con C mayúscula, descubre.
De este modo, estábamos acostumbrados a considerar que el mundo está hecho de cosas y seres que no tienen la misma agency. El gran filósofo inglés Alfred North Whitehead lo había denominado “bifurcación de la naturaleza”. Es la idea de que a partir de determinada época, alrededor del siglo XVII, el mundo se estructura por una ruptura entre, por un lado, las cosas que son verdaderas, conocidas por las ciencias pero inaccesibles fuera de las ciencias, y, por el otro, las cosas vivientes, la subjetividad de las personas, la manera en que imaginan ese mundo y sus impresiones de ver cosas absolutamente magníficas. Todo lo que sentimos nosotros –los humanos y los seres vivos– es interesante en el plano subjetivo, pero el mundo no está hecho de esto. El mundo de la bifurcación era la gran definición del mundo anterior: recurro a ella para simplificar el mundo moderno, y su antropología siempre me interesó.
Si bien resulta curioso decir esto de las ciencias, se trata de un problema de metafísica. El fondo metafísico del mundo en el que estamos, en el nos encontramos, es un mundo de vivientes, hecho de lo viviente. Desde mi punto de vista, con el covid y el cambio climático, la situación nos confronta de manera ineludible con este mundo –que parece estar hecho de lo viviente, sí, y que descubrimos cada vez más gracias a las ciencias de la Tierra, el análisis de los vivientes y de la biodiversidad–.
El mundo en el que tenemos que aterrizar, de alguna forma, el mundo en que estamos situados, es un mundo con virus. A pequeña escala, con un virus que ataca a los humanos; a gran escala, porque la atmósfera en la que nos encontramos cómodamente y el oxígeno que nos permite respirar también son de origen viral y bacteriano. Sus mutaciones alteran de modo indefectible la composición, la consistencia del mundo en el que estamos. Virus y bacterias: los grandes operadores que transformaron la Tierra y hacen su historia, la historia que construye la envoltura de habitabilidad dentro de la cual nos situamos. Por cierto, ni siquiera sabemos si los virus tienen vida. Hay una gran serie de enigmas sobre su desarrollo: no sabemos si son ajenos a nosotros, si son enemigos o amigos. Pero ¡por suerte estamos cubiertos de virus y bacterias! De lo contrario, no podríamos vivir.
Las personas están desorientadas por la cuestión ecológica y no logran actuar rápido ante una situación que todo el mundo sabe que es catastrófica: todo esto se debe en gran medida a que siguen estando en el mundo de antes, un mundo de objetos sin agency y controlables mediante el cálculo, un mundo de ciencias apropiables, de la abundancia y del confort generados por el sistema de producción. Pero este ya no es el mundo en el que estamos ahora, y en este sentido exacto cambiamos de mundo: salimos de uno hecho de objetos conocidos por las ciencias, en el que tenemos ideas subjetivas respecto de ellos. Y luego está el otro al que entramos, como vivientes entre otros vivientes, que hacen muchas cosas extrañas y que reaccionan muy rápido a nuestras acciones. Entonces dramatizo: “Ya no estamos en la situación en la que estábamos antes”. Pero mi trabajo es dramatizar, nombrar las cosas. Cabe destacar una diferencia real: en el primer caso no hay inquietud, estamos en un mundo de objetos relativamente simples. Van a obedecer a nuestras leyes. En el otro, por el contrario, nos preguntamos: “Pero ¿qué hace este virus? ¿Cómo va a desplazarse, desarrollarse?”.
—Usted suele decir que este cambio de mundo que vivimos hoy en día es una revolución comparable a la revolución galileana. Así, ¿nos estamos desplazando respecto de lo que imaginábamos de la gran cosmología de los modernos?
—Sí, si entendemos, como harían los antropólogos, la cosmología como una repartición de los poderes de actuar, una definición de los dioses, una definición de lo que tiene agency y lo que no tiene. Los modernos también tienen una cosmología, que permitió su expansión mundial, global. Para simplificar, digamos que es una cosmología muy peculiar, una de la división, de la distinción entre un “mundo de objetos” –si nos valemos de las palabras de Philippe Descola– y un sujeto que, en cierto modo, se mantiene distante de este mundo. Cuando nos referimos al clima y los virus, esto deja de ser así: ahora ya nadie puede decir que hay personas distanciadas del mundo en el que se encuentran. Por un bucle de retroacción sorprendente, la acción de los humanos en un lugar crea, para ellos mismos y para los humanos de otros lugares, condiciones de vida que son inhabitables.
La cosmología en la que humanos subjetivos, sujetos, podían situarse en un mundo que estaba a distancia, como era el caso en Kant, es una versión típica de los modernos, y esto no es posible. ¿Y qué significa? Que ahora el problema es el del sujeto. Justo esto me interesa filosóficamente. ¿Qué es un sujeto? ¿Qué es el sujeto humano de la ecología? No es el mismo sujeto que el de antes. No tiene la posibilidad de hacer las mismas cosas. No tiene acceso a la misma confianza en los objetos. Está invadido por muchas fuerzas que lo manipulan desde todos lados.
De manera sorprendente, esto se verifica en el nivel minúsculo del virus y de la cuestión médica, así como en el nivel global de las condiciones de existencia en que nos hallamos, porque las condiciones atmosféricas, de alimentación y temperatura son también el producto involuntario de estos vivientes. Insisto una vez más al respecto, porque es la gran novedad de estas ciencias del sistema Tierra. A partir de esto, podemos hablar de la segunda revolución científica.
Hoy en día hablamos de hongos, líquenes, de la microbiota… Todo el mundo se interesa por lo viviente. Aunque a veces sea un poco exagerado, este es un síntoma muy importante. Empezamos a plantearnos que, al fin y al cabo, ya no estamos en un mundo de objetos de los que nos mantenemos distantes, sino que estamos entre seres que se superponen con nosotros. Es cierto en cuanto a los virus, pero también es muy interesante considerarlo desde un punto de vista político. Esto significa que nuestra propia existencia interviene y tiene una influencia en las demás.
En un mundo de objetos que podemos superponer unos con otros sin que haya conflicto, las posibilidades de acción sobre las cosas parecen infinitas. Y fue así como nosotros, los modernos, hicimos cosas formidables. Pero si estamos rodeados de seres que se componen y que se superponen, que no sabemos muy bien si son amigos o enemigos, con los que vamos a tener que llevarnos bien, este ya no es el mismo mundo –sobre todo, porque estos seres permiten las condiciones de existencia en las que estamos–.
Una vez más, hay que comparar, poner en paralelo con lo que pasó desde 1610 (ese momento de Galileo tan importante para la historia) hasta los años cuarenta del siglo XX. Se trata de una larga transformación de nuestros afectos y esperanzas, del tiempo al que ingresábamos, de lo que podíamos esperar de las cuestiones morales, de la acción humana, de la subjetividad. Es reconfortante que todo esto haya sido inventado, porque si fuimos capaces de hacerlo, de atravesar esta enorme transformación que fue la primera revolución científica y la del mundo moderno, entonces podemos volver a empezar. Ya sobrevivimos una vez, ahora también podemos hacerlo. Pero es un trabajo colosal.
Quién es Bruno Latour
♦ Nació en Borgoña, Francia, en 1947. Falleció en París en 2022.
♦ Fue filósofo, sociólogo y antropólogo.
♦ Era especialista en Estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad y uno de los principales referentes de la Teoría del Actor-Red.
Fuente: Infobae.
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