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¿Por qué llorar en público puede hacernos vivir mejor?
Mujer llorando. Foto: BBC.
En diálogo con Infobae Leamos, la escritora y periodista colombiana habla de su último libro, “No sé cómo mostrar dónde me duele”. Afirma que vivimos una guerra contra las emociones y que casi todos somos “analfabetos emocionales”.
Escribe Amalia Andrade en No sé cómo mostrar dónde me duele, su flamante libro, así, con letra imprenta mayúscula:
“¿ENTIENDEN LO PENDEJOS QUE SOMOS? ¿Ver a alguien llorar y decirle “NO LLORES”? ¿Nos dejaron caer a todos de la cuna cuando niños? ¿Qué somos? ¿Una gente con el cerebro tan lavado que da consejos antinaturales cuando ve algo absolutamente natural?
LLOREN. LLOREMOS. LLOREMOS EN PÚBLICO, POR FAVOR. EL DOLOR NO PUEDE SER ALGO QUE EXISTA SOLO EN LO PRIVADO. MANIFESTAR EL DOLOR EN PÚBLICO ES REBELIÓN. RECLAMAR EL ESPACIO DEL QUE NOS HAN ECHADO COMO NUESTRO NUEVO TERRENO EMOCIONAL ES NUESTRA LUCHA”.
Dirá Amalia Andrade, desde su casa en Bogotá, durante la entrevista con Infobae Leamos: “Pues ya llevamos mucho tiempo acá viviendo como para que veamos a alguien llorar y le digamos que no llore. En un primer momento es normal porque lo que hay detrás del no llores es: “quiero que estés bien”, pero también hay una incompetencia para sostener el malestar. Estamos muy poco capacitados para transitar emociones que no sean placenteras; de ahí la obsesión de nuestra sociedad con la felicidad y el bienestar. Necesitamos poder estar mal, darnos cuenta que no nos vamos a morir y que de esa manera podemos generar competencias emocionales”.
El último libro de esta escritora, periodista e ilustradora de 36 años, nacida en Cali, Colombia, fue editado por Planeta y es un viaje al mundo de las emociones con todos los sentidos. Andrade lo define como “una escritura visual”, un recorrido por fotos polaroids, de momentos cotidianos, de ella hoy y cuando era niña, de sus gatos Río y Carmen, del mar; también dibujos, frases, libros, películas, canciones. Recursos que se unen en una serena prosa para intentar hablar sobre emociones, afectos y esas cosas intangibles que nos conforman, para intentar mostrar dónde nos duele.
Y lo logra cuando se mete de lleno en el mundo de doce emociones: tedio, esperanza, tristeza, decepción, emoción fantasma, alegría, sorpresa, celos, amor, resiliencia, envidia y asombro. También cuando ofrece diez inventarios de saberes sobre las emociones, no sólo desde enfoques psicológicos, sociológicos y culturales sino también económicos y políticos.
También alcanza su objetivo cuando, por ejemplo, propone a los lectores cantar canciones de Mick Jagger, Alanis Morissette, Shakira o Karol G sintiendo todas las emociones correspondientes, rabia, alegría, amor, desilusión, tristeza y más, para recibir “una nueva y necesaria reeducación sentimental”.
Su primera obra, Uno siempre cambia al amor de su vida (por otro amor o por otra vida) (Planeta, 2015) logró un éxito notable en su país y en el exterior, alcanzando las tres ediciones. En 2017 publicó Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas (Planeta) y un año después, Tarot magicomístico de estrellas (Espasa).
No sé cómo mostrar dónde me duele llega a las librerías como el resultado de un proceso personal de seis años de terapia y cuatro de lectura de libros y ensayos sobre el estudio de las emociones: desde el psicólogo Robert Plutchik, conocido por haber creado la Rueda de las Emociones, en la que muestra la interrelación de las emociones humanas, hasta Antonio Damásio, uno de los neurocientíficos más influyentes de las últimas décadas, por citar solo parte de la bibliografía consultada.
Respecto a este profundo tiempo de lectura, Andrade escribe en su libro: “Diré que NO era necesario. Entender las emociones no me ayudó a sentirlas ni me quitó el miedo de habitarlas. Eso sólo sucedió, como es lógico, sintiendo. Ahora bien, sí me enseñó por qué le tenemos terror a sentir (en especial ciertas emociones), por qué pensamos que las emociones son algo que ‘necesitamos resolver’ y cómo la emocionalidad funciona como una moneda, un token transaccional”.
Una tarde primaveral, con apenas dos horas de diferencia entre Bogotá y Buenos Aires, Andrade responde cómo surgió la idea de escribir No sé cómo mostrar dónde me duele.
– Surgió de diferentes momentos, pero sin duda a mí me marcó mucho, y es como abre el libro, ese momento de terapia, cuando yo estoy hablando y hablando y mi terapeuta me dice que yo estoy diciendo lo que pienso, que yo no estoy diciendo lo que siento. Y eso suena muy fácil, pero es muy difícil. Una cosa es racionalizar y otra cosa es sentir. En esta sociedad hay personas mucho más libres con las emociones y otras no tanto, como era mi caso, y cuando ella me pregunta en qué parte del cuerpo me duele…
– ¿Qué te pasó?
– Me voló la cabeza. Guauuuu, primero por mi absoluta incapacidad y ahí dije “Dios mío no sabemos nada de ciertas emociones”, por un lado, y por otro me quedé pensando mucho acerca de las emociones en el contexto social, por ejemplo, castigar el llanto en público. Obviamente la tristeza es de una naturaleza privada y es más cómodo llorar en privado. Pero veía gente a la que se le venía el llanto de una manera y se le pedía que no lo haga, que no llore.
– La salud mental en estado delicado…
– Sí, estamos muy mal. Hay una sobrecarga de información, estamos bombardeados de información. Pero la información en sí misma no sirve para absolutamente nada.
– ¿Por qué?
-Primero, nuestro sistema nervioso tiene que descartar un montón de cosas. Segundo, porque en estos temas de salud mental y emociones -tan absolutamente sensibles y a los que hay que integrar- la información en sí misma a veces puede ser liberadora, pero en abstracto usualmente no lo es. Siempre pongo el ejemplo de los cigarrillos: todos dicen sí, fumar mata; vemos pulmones negros y bebés muertos en las cajas de los cigarrillos, pero la gente sigue fumando. O sea, es la conversión entre la información y el cambio: el hábito no necesariamente es directamente proporcional.
– ¿Cómo es eso?
– Hay mucha información, entendemos que existe la ansiedad, que existe la depresión, hay alguna suerte de comprensión de más o menos qué pasos se pueden seguir, pero no lo hemos integrado como sociedad, está aislado. Es como si la salud mental sucediera en un vacío, como que eso me sucede solo a mí en el vacío de mi persona y de mi historia, pero no vivimos en un vacío, vivimos en una sociedad con condiciones económicas, con violencias sistemáticas y a eso hay que sumarle la historia personal y la historia de los países.
-Decís en el libro que somos analfabetos emocionales, necesitamos educarnos, capacitarnos…
– Pues la mayoría de nosotros somos analfabetos emocionales. ¡Sí, tenemos que educarnos! Y esa educación tiene que venir desde múltiples lugares.
-¿Qué lugares? ¿Desde la crianza? ¿En la escuela?
– Sí, desde la crianza y desde los sistemas educativos. Es que ya llevamos mucho tiempo acá viviendo como para que veamos a alguien llorar y le digamos que no llore. A ver: en un primer momento es normal porque lo que hay detrás del no llores es: “quiero que estés bien, que no sufras”. Pero también hay una incompetencia para sostener el malestar. Entonces, desde la crianza y en los colegios deberían dar clases de competencias emocionales, como por ejemplo en Harvard y Yale que tienen centros de estudios sobre las emociones y cómo generar espacios en la educación para que los niños adquieran competencias emocionales. Y para los que somos adultos, pues, desde conocer cómo funcionan las emociones, hasta cuestionar nuestra emocionalidad dentro del sistema, de las sociedades, de la cultura, del idioma.
– En el libro decís varias veces que las emociones y sentimientos no se resuelven. ¿Por qué utilizás el verbo resolver?
– Porque nos han enseñado que las emociones son algo que uno arregla, o sea, el dolor es algo que uno arregla, es como un problema que tienes que resolver y no es así. Estamos muy poco capacitados para transitar emociones que no sean placenteras y de ahí también la obsesión de nuestra sociedad con la felicidad, con el bienestar. Necesitamos poder estar mal, darnos cuenta que no nos vamos a morir y generar las competencias emocionales. Nos enseñan que las emociones no placenteras hay que evadirlas a toda costa. Ahí tienes una radiografía de la sociedad.
– ¿Cómo estamos?
– Pues anestesiados. No sabemos relacionarnos, comenzando porque vivimos en una sociedad que le da primacía y que nos hace creer falsamente que hay unas emociones que son mejores que otras y eso es absolutamente falso. Obviamente hay emociones que se sienten mejor que otras y hay emociones que son absolutamente incómodas, dolorosas, duras.
– En el libro, es muy interesante tu análisis entre las emociones placenteras y el capitalismo. ¿Cómo resumirías esa relación?
– En el capitalismo no se puede estar mal porque las personas que están mal son menos productivas. Al capitalismo le interesa la ilusión, la promesa de la felicidad que perpetúa el consumo y porque las personas felices son más productivas.
– Hablando de felicidad, no está en tu lista de emociones.
– Es que me gusta más la alegría que la felicidad. Siento que la felicidad está muy manoseada.
– ¿Sobrevalorada?
– Creo que la felicidad está muy en la promesa, muy lejos, allá; y al mismo tiempo muy viciada. Con la alegría, en cambio, cuando digo la palabra alegría siento que casi puedo sentirla. Es muy interesante ese capítulo sobre la alegría, creo que fue el más difícil de escribir.
– ¿Por qué?
– Porque quiero sentirla, no quiero gastar tiempo explicándola. Solo quiero que en el momento en que llegue vivirla al cien por ciento.
-Sobre la alegría, en el libro decís “solo quiero comérmela”.
– Sí, sólo quiero sentirla. En el libro también hablo mucho de esta desconexión que sentimos con el cuerpo: creemos que los sentimientos y las emociones están acá y el cuerpo es otra cosa. Las emociones se quedan en nuestro cuerpo mucho tiempo y tenemos memoria emotiva en el cuerpo. En el cuerpo hay mucha alegría.
– ¿Sobre qué otra emoción te costó escribir?
– La esperanza también me costó trabajo porque creo vivimos momentos mundiales muy duros. Creo que las nuevas generaciones están entendiendo que si les tocó un mundo que no está muy fácil es que en otros momentos al menos había alguna suerte, incluso el sueño americano, el bienestar económico y muy capitalista, pero pues se cumplía, se podía acceder a él.
– ¿Y ahora?
– Hoy estamos como en el mundo del capitalismo tardío, viviendo en una distopía difícil, o sea, las identidades ahora son commodities, entonces la gente tiene que venderse a ella misma, la gente ya no tiene que existir y pensar en sus cosas, su trabajo, su familia, ahora tiene que hacer marketing de ella misma en redes sociales. ¿Cómo me vendo? Y hay gente que se vende súper bien porque entiende las narrativas y las lógicas de marketing, entonces esas personas pueden llegar a ser influencers. Siento que ahí hay cosas muy difíciles cocinándose, emociones muy mezcladas.
– En el libro planteás un panorama difícil, pero le das lugar al optimismo en el sentido de que podemos revisar nuestras emociones, sentirlas, aprender de ellas, sobre todo por el lado del arte, la música, el baile.
– Sí, creo que hay esperanza y que el paradigma está cambiando. Lo que pasa es que tenemos que ser proactivos en eso. Necesitamos sacar la salud mental de la lógica binaria bueno-malo, del lenguaje de la guerra ganar-perder, rendirse o no, del lenguaje de la administración de empresas al hablar de gestionar las emociones, por ejemplo.
– ¿Qué nuevo paradigma está surgiendo?
– Uno donde la salud mental y la emocionalidad tienen un lugar más importante dentro de nuestras vidas y en el que se pueden generar herramientas para navegar mejor nuestros mundos emocionales.
“No sé cómo mostrar dónde me duele” (fragmento)
Al comienzo de este libro mencioné que hay muchas razones por las cuales somos analfabetas emocionales. Prepárense y saquen sus resaltadores porque pretendo explicar cómo detrás de la máscara del monstruo de cada capítulo de Scooby-Doo, siempre estuvo el capitalismo. Es relativamente fácil entender las maneras en las que el capitalismo genera violencias y opresiones en otros espacios o temas, pero poco pensamos en cómo éste influye de manera radical en nuestros panoramas emocionales.
En el capitalismo TODO se centra en el consumo, y en cómo la promesa del consumo genera felicidad. Detrás de esta lógica se esconden las bases de la tiranía del bienestar en la que vivimos, que está íntimamente ligada con la supremacía de la productividad como el valor imperante de nuestros tiempos. La gente feliz es más productiva y la gente que más produce es la que sostiene el capitalismo.
Lo que se nos vende es la ilusión de que quien tiene más poder adquisitivo tiene mayor poder de consumo y, por ende, un acceso inmediato a la felicidad sostenida. Esto genera dos problemas: el primero es que se entiende que el dinero equivale a la felicidad. Y el segundo es que la “felicidad” se convierte en sí misma en un bien que se puede comprar, pero no es felicidad real, son estímulos constantes que desembocan en la desazón.
Esta supremacía de la felicidad genera una jerarquía emocional que nos tira a un desbalance sentimental. Todos los días nos bombardean de maneras implícitas o bastante explícitas con la idea de sentirnos alegres, felices, contentos. Y si no me creen, ¿qué tan vacíos se sienten después de pasar mucho tiempo viendo Instagram? VEN. SE LOS DIJE. Te odio, Instagram, por hacerme sentir vacía. Excepto cuando me salen videos de perritos o gatitos que están siendo increíbles. Los videos de perritos y gatos contienen todas las emociones del mundo y deberían ser nombrados como bien inmaterial de la humanidad.
Esta jerarquía nos hace pensar, de inmediato, que unas emociones son mejores que otras, cuando esto es absolutamente falso.
LA FELICIDAD NO ES MEJOR O PEOR QUE LA TRISTEZA Y NUESTRA VIDA NO PUEDE BASARSE EN PERSEGUIR SER FELICES COMO SI FUÉRAMOS HAMSTERS EN UNA RUEDA. LA FELICIDAD ESTÁ EN LA PEQUEÑEZ Y EN LA CONSTANCIA, EN MOMENTOS, BREVES, EN GESTOS, EN TODAS LAS COSAS SIMPLES Y MARAVILLOSAS DE LA VIDA.
El sistema capitalista NECESITA y se alimenta de la tiranía del bienestar porque la gente feliz es más productiva y la gente más productiva aporta más fuerza al sistema. El sistema oculta, oprime y castiga sistemáticamente cualquier emoción que se categorice como negativa no por su naturaleza intrínseca, sino porque resulta inútil en la producción de capital. Por eso (y otro montón de cosas) vemos con tan malos ojos la tristeza, la depresión, la ansiedad, la rabia y el dolor. Sobre todo, el dolor.
El sistema también castiga duramente la rabia porque la rabia en la historia ha devenido en rebelión; y la rebelión, en cambios. Entonces, cuando sientan ira, respiren y busquen qué hay detrás de ella. Le tememos a la rabia, pero la rabia es y ha sido la emoción que ha movilizado los cambios más significativos de la historia. En la rabia también hay dignidad.
Donde no hay dignidad es en este sistema, en el que se ejerce un control maligno sobre las emociones consideradas “no deseables”. Ese control tiene dos vías: una supervisión externa (la sociedad) y otra interna (la interiorización del “deber ser” en el plano sentimental). Por eso hay tanto énfasis y estigma alrededor de la “mala gestión de las emociones”.
Las emociones no son una cosa que haya que GESTIONAR. Las emociones tenemos que sentirlas, entenderlas; nos dan información útil, nos permiten crecer, nos indican a dónde mirar para SANAR. ¿Existe la noción de manejo emocional? Por supuesto. ¿Nací yo con el manejo emocional de un maní? También. Pero las emociones no son una cosa que se deba controlar hasta tal punto que dejemos de sentirlas. De hecho, reprimir las emociones es mundialmente conocido como la causa de un montón de enfermedades físicas y mentales. El mejor manejo emocional (que igual no existe, así como un concepto universal, pues todos tenemos universos emocionales diferentes) es este:
Sentir las emociones como si nuestro cuerpo fuera una puerta giratoria. Hay que dejarlas entrar y dejarlas ir, como si fueran el aire que respiramos y no la sangre que nos constituye. A veces unas se quedan seis minutos: otras, dos semanas, y otras, un mes. Lo importante es entender que ninguna emoción es para siempre ni es LA EMOCIÓN final. Ninguna de nuestras versiones es lo que somos; eso es lo más bonito de la vida.
Quién es Amalia Andrade
♦ Nació en enero de 1987 en Cali, Colombia. Es escritora, periodista e ilustradora.
♦ Su primera obra, Uno siempre cambia al amor de su vida (por otro amor o por otra vida), logró un éxito notable en su país y en el exterior, alcanzando las tres ediciones.
♦ En 2017 publicó Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas. Un año después, Tarot magicomístico de estrellas. Su cuarto libro es No sé cómo mostrar dónde me duele.
♦ Este año debutó en los escenarios presentando Todas las cosas maravillosas, la primera adaptación para Latinoamérica del aclamado monólogo Every Brilliant Thing, (Duncan Macmillan y Jonny Donahoe), que abarca temáticas de salud mental.
Fuente: Infobae.
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