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Editorial

Democracia de rótulo

La civilización ha vivido la mayor parte de la historia sumida en la miseria y bajo el poder de tiranías, estas no son un fenómeno extraño en la vida de las naciones, y como pasa con la guerra, no es un hecho que haya desaparecido del espíritu humano. El poder, por su propia naturaleza, siempre busca su propio engrandecimiento y nunca faltan políticos ambiciosos que están dispuestos a corromper las instituciones para conseguirlo.

Hace casi 300 años, Montesquieu, preocupado por evitar esto, ideó -conjuntamente con Jean-Jacques Rousseau- las bases de la República, y que la forma de gobierno necesaria para evitar lo anterior era dividir el poder del Estado en tres áreas de instituciones independientes que deben gestionarse en equilibrio y sirviendo de contrapeso una con otra, ellas son: los poderes Ejecutivo, Legislativo y el Judicial. Es por ello que tenemos hoy en día parlamentarios, cuya función no solo es la de elaborar leyes, también deberían de ser la garantía de contrapesar a los otros poderes, sobre todo al Ejecutivo, discutiendo públicamente cuestiones de interés público, fiscalizando al presidente de la República y, al ser electos por circunscripciones territoriales, representando de forma más directa a sus ciudadanos.

Si bien, todos los poderes son importantes, el Legislativo es el pilar fundamental de la legitimidad del sistema republicano, donde en última instancia el pueblo es el mandatario. De ahí la alta responsabilidad de los legisladores, quienes con alta moral y honestidad están obligados a velar por la salud de las instituciones republicanas, para que se pueda alcanzar el tan deseado bien común.

Todo lo anterior está basado en un plano ideal o en mayor o menor medida en lo que acontece en países con estructuras e instituciones solidadas y serias. Demás está decir que, lastimosamente, todo lo anterior es precisamente lo que no pasa en este país. Y esta semana tuvimos otra triste demostración de ello.

El Poder Legislativo está cooptado por los financistas de campañas y poderes fácticos con agenda paralela a la necesaria; comprando o eliminando a los díscolos que se les crucen por el camino. Esta vez no levantaremos el dedo acusador a los sospechosos de siempre. Como ya viene pasando desde hace un tiempo, la maraña que se teje es transversal a los partidos políticos.

Los parlamentarios de distintos colores, dejaron de representar al pueblo, si no a sus propios intereses: no hacen leyes justas, ejecutan mandatos espurios y hoy adjuntaron una nueva habilidad a su currículum, se convirtieron en cobardes, burdos y torpes sicarios del poder.

Querían acallar a una voz incómoda antes que debatir y derrumbar sus ideas en la palestra de un parlamento que para ello está, para “parlar” (hablar), y no hay mayor cobarde que aquel que teme a una idea inmaterial, cuando sabe que está acompañada de la verdad y la voluntad de pelear por ella. Cobardes porque no actuaron guiados por sus convicciones, sino como simples peones genuflexos amparados en una mayoría circunstancial. Burdos y torpes porque ante su impotencia para alcanzar los números necesarios, violaron las propias normas que juraron defender, inventándose, más con prepotencia que con inteligencia, que solo se necesitaban 23 votos para expulsar a una representante que fue elegida por cien mil. Borrando de un plumazo la voluntad de esos miles de compatriotas que vieron en Kattya González un representante digno de su confianza.

El problema no es que hayan expulsado a una persona, el problema es que al hacerlo violaron la institución de la representatividad republicana, y no lo hicieron por la persona misma, a pesar de lo molesta que les haya podido parecer. El problema es que con su actuar demuestran que no están al servicio de la república y de siete millones de paraguayos, están al servicio de una fuerza ajena a estas y su fin es el de destruir al sistema, a la Constitución, a la República. Y como nuestro sistema político se construye sobre la base de la representatividad, van en contra de ella, la están horadando camino a un gobierno unipartidista donde no se escuchen voces contrarias, y toda pluralidad de ideas quede sepultada, por lo tanto, van contra todo el país, no les importa ser solo 23 verdugos. No sabemos cuál sería su recompensa, pero tal vez sea muy alta para actuar a cara descubierta sin temor alguno al pueblo al que se debían.

El ser humano sufre, por un lado, de mala memoria, olvida las circunstancias pasadas con mucha rapidez, más aún cuando uno no ha sido partícipe directo de los acontecimientos, y esto es precisamente lo que pasa en el espectro político, en el fondo la mayoría es ajeno a él. Una persona puede espantarse ante una denuncia de corrupción que pesa sobre un político, pero unos años después volver a votarlo sin mucho empacho. Otro mal que tiene que ver con la memoria que aqueja a muchos, es la sublimación del pasado, la nostalgia y la desmemoria hacen que los males del pretérito se difuminen y el tamiz de los años solo deje aquello que consideramos bueno, y muchas veces con una idea exagerada de ello.

También se comete el error de dar por sentadas las cosas, ya llevamos 35 años de renguear el derrotero democrático, es el único sistema que ha conocido la mayoría de la población. No entra en la cabeza de la gente que eso podría cambiar. Más que nadie se engañe, vaya que sí puede hacerlo. Tal vez no de forma brusca y descarada, pero sí sutil, como el agua que se va calentando de a poco en la olla donde se encuentra el sapo que no se entera.

Y si el poder no respeta la pluralidad, viola las leyes, no respeta las instituciones, elimina políticamente a sus adversarios, no sufre el temor de perder legitimidad por sus actos, pues en su soberbia cree que se basta a sí mismo, es una mala señal.

El modelo político está en riesgo. Nos encontramos ante una inestabilidad democrática perturbadora que deja a los paraguayos con serias dudas sobre el futuro. Además, intentan instalar a como dé lugar la reforma constitucional con la intención de abrir las puertas a la reelección presidencial. Estamos ante un cierre de ciclo que – pareciera – dejará atrás a las voces discrepantes, si es así… ¿Quedamos ante el cambio de nuevo modelo político, dejando uno democrático por otro de tinte autocrático? Entonces vivimos en una democracia de rótulo.

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