Editorial
El tiempo que perdemos
El próximo 30 de abril el Paraguay elegirá a un nuevo presidente de la República. Mucho se ha oído hablar –y se seguirá escuchando– sobre las promesas de cambio para que los paraguayos vivan mejor, en condiciones dignas y para que se generen escenarios que lleven hacia el desarrollo. Sin embargo, poco se ha dicho sobre la voluntad de solucionar de una vez por todas la crítica situación del transporte público de pasajeros, una situación que se viene denunciando desde hace décadas, pero, al parecer, los empresarios del transporte operan por intereses propios, y en complicidad con las autoridades de turno para salir siempre beneficiados a costa del bienestar de la ciudadanía.
Con la migración del campo a la ciudad –que se viene dando desde hace ya más de dos décadas– en el área metropolitana se concentra casi un tercio de la población total del país, lo que ha ocasionado un explosivo aumento de la demanda de transporte público de pasajeros. Obviamente, esto trajo consigo no solamente el aumento de unidades de transporte en pésimas condiciones y deplorable servicio, sino también la avaricia de los empresarios que negocian la explotación de itinerarios. Como ejemplo de esto, vemos quemas de vehículos y otros delitos.
El Viceministerio del Transporte es el responsable de licitar los itinerarios para Asunción y el Área Metropolitana; la Dirección Nacional del Transporte hace lo propio, pero para trayectos de larga distancia hasta distintos puntos del país; y, por su parte, las Municipalidades son los responsables de otorgar licencia a los buses internos. Todas estas instituciones se manejan políticamente y bajo sus propios intereses. Lamentablemente, autoridades en cada gobierno mantienen una deuda de reciprocidad con los empresarios del transporte, es por eso que no termina de solucionarse la pésima condición en la que operan. De esta manera, los transportistas obtienen ventajas indebidas o privilegios ilícitos.
El sistema de transporte público nacional no se prevé para el interior del país, aunque no debe estar organizado solamente en área metropolitana y capital. Deberíamos de estar interconectados, poder tener horarios previsibles y sumar en puntualiad. Perdemos horas y calidad de vida por movilizarnos en medios cuyos servicios son deficientes. Estamos lejos de la gobernanza, de una gestión eficaz de los gobiernos, nacional y municipales. El Plan Nacional de Transporte Público es una gran deuda, y no hay previsión. Por otro lado, tenemos actores políticos que están muy bien sustentados por los empresarios transportistas y eso se puede ver en los actos proselitistas.
El Paraguay es uno de los países más atrasados en materia de transporte público. A modo de ejemplo, se podría hablar sobre Alemania, país que cuenta con un sistema de transporte público intermodal compuesto por el tren, el tranvía, el autobús y el metro, que realizan tanto recorridos largos que conectan con los países de la Unión Europea como también trayectos cortos y frecuentes que le dan mucha agilidad a las ciudades. A esto se debe adicionar que es el país con mayor densidad de vías para vehículos y cuenta con más de 250 ciclovías de larga distancia a lo largo del país. Una de las claves para el éxito del sistema de transporte alemán ha sido preocuparse por brindar un servicio integrado que tomó como base la experiencia de las personas usuarias.
En Paraguay, los ciudadanos se merecen servicios adecuados, y el del transporte público es esencial para el bienestar de la población. Tenemos un país con abundantes recursos que podrían hacer realidad un óptimo servicio para el traslado de la población. En este sentido, el Gobierno debería ayudar al ciudadano a evitar la inversión en autos particulares colocando un buen sistema de transporte; con esto, el alivio económico sería enorme. Pero para que eso suceda necesitamos autoridades nacionales y municipales verdaderamente comprometidas y que sean capaces de comprender las necesidades del ciudadano y su padecimiento cotidiano. La falta de transporte público de pasajeros eficiente, nos hace perder dinero, tiempo con nuestras familias y deteriora nuestra calidad de vida.
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