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Editorial

La revolución traicionada

La noche del 2 de febrero de 1989 se inicia el golpe militar que pondría fin al largo gobierno del Gral. Alfredo Stroessner, cuya duración fue de 34 años. Existía una gran expectativa sobre esta posibilidad, un nuevo sistema de gobierno, elecciones periódicas, libertades ciudadanas, justicia, equidad social, los cambios necesarios que el pueblo reclamaba hacía años, podrían estar llegando con el nuevo sistema político emergente.

El 3 de febrero del mismo año asume la Presidencia -de facto- el Gral. Andrés Rodríguez en su carácter de líder militar de aquella asonada, comprometido en convocar a elecciones generales donde el partido gobernante propondría a un líder civil para el cargo de presidente de la República del Paraguay. Los hechos demostraron casi inmediatamente que los presupuestos que dieron legitimación al actuar del sector rebelde de las FF. AA. no se cumplirían lamentablemente para todos.

La corrupción imperante en los últimos años del Gobierno de Stroessner propició el ambiente para amasar grandes fortunas, concentradas en caracterizados personeros del régimen. Debiendo ser la reivindicación de dicho capital una causa nacional. La deuda externa del Paraguay no superaba los 2.000 millones de dólares americanos en 1989.

De haberse actuado con sinceridad de propósitos en el caso del golpe militar, con costo de más de 200 vidas, parte de esa deuda pública debió ser saldada con la recuperación de capitales en poder de los corruptos destronados recientemente; pero eso no ocurrió. En los meses y años sucesivos hubo traslación de capital en poder del stronismo -pero nunca llegando a las arcas públicas- sino a la de los nuevos gobernantes y su voraz círculo de comerciantes que se constituyeron en la nueva élite económica en muy poco tiempo. Atrás quedaron los caracteres altruistas y de sana rebeldía manifestados la noche del 2 y 3 de febrero del 89. Tampoco la candidatura a la Presidencia de la República correspondió a un civil si no que continuó en poder del círculo económico-militar emergente del 89, siendo desplazado el sector político -particularmente, el colorado- ya que nunca más volvió a tener la preeminencia que tuvo alguna vez. Las cosas habían cambiado, los comerciantes y un sector militar eran los nuevos dueños del poder en el Paraguay.

De dicha matriz de poder -económica y militar- surge la sucesión al primer gobierno democrático después del 89, llevándose por delante la Constitución Nacional, códigos y leyes vigentes. Es impuesto en las primarias del Partido Colorado el Ing. Juan Carlos Wasmosy y desplazando para siempre al político mejor preparado que tenía la ANR en sus filas. Se trataba del Dr. Luis M Argaña, quien de haber logrado la candidatura y presidencia posterior podríamos pensar en que las cosas se hubiesen corregido y enderezado en nuestro devenir nacional.

Años después la revolución devora a sus principales autores, esta vez el turno llega a los militares del arma de la Caballería. Corriendo el año 1996 y considerándose el legítimo heredero del nuevo régimen, el Gral. Lino César Oviedo es pasado a retiro, no sin antes amenazar y entrar en aprestos militares para llevar adelante una nueva acción militar, habiendo sido frustrado el plan y el malogrado General -perdiendo el favor del nuevo establisment -pasó a una vida prácticamente marginal de la cual no volvió a salir, después el karma le alcanza a toda el arma de Caballería que es desalojada de sus instalaciones militares y trasladada a inhóspitos parajes.

Así transcurrieron los primeros años de nuestra transición, donde la educación, salud, la calidad de los servicios públicos y la seguridad se han ido degradando periodo de gobierno tras periodo de gobierno, el que venía superaba en mediocridad y corrupción al que sucedía.

La buena política ha sido la gran ausente en estos 34 años de transición, el mismo tiempo de duración de gobierno del Gral. Stroessner.

Probándose diferentes fórmulas, desde el pacto de gobernabilidad o incorporando a mecenas financieros a los partidos políticos, nada funcionó.

Hoy nuestra política no ofrece mucho, por no decir casi nada nuevo, los partidos políticos vacíos doctrinariamente y sin la renovación necesaria de liderazgos nos presentan un panorama poco auspicioso para los próximos años.

El carácter formal, conocedor de la historia, con alguna participación en la guerra del Chaco o las revoluciones; como también el rótulo de haber sido un luchador contra la dictadura, haber sido golpeado por la policía en alguna manifestación, exiliado (algunos se autodeclararon perseguidos por el régimen) por citar algunos rasgos característicos de los actores de nuestra vieja guardia política, nada pueden hacer ante el nuevo actor, el dinero, este no tiene rostro, origen, carácter, ideología, menos aún partido político.

Surge la nueva política y sus actores generando crisis a su paso, se desconoce a candidatos, forma de pensar, qué intereses representan, todo es incertidumbre e imprevisión.

Conceptos y paradigmas como el de la soberanía nacional y un Paraguay de y para los paraguayos parecerían fuera de tiempo.

Tiempos duros nos esperan aún, esta transición emergente del golpe del 89 parece que no piensa detenerse, menos concluir. Está muy a gusto sin regulación alguna, sin leyes estrictas que la limiten y sin un sistema judicial independiente y comprometido con los valores de justicia, que ordene, sancione y cubra con sentencias los grandes espacios ingobernados que presentamos.

Es hora de ir pensando en poner fin a este caos, dar por concluida la transición, cerrar el ciclo y dar puesta en valor y vigencia a los postulados olvidados de la noche de la Candelaria.

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