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Sequía asfixia al sector agro

Plantaciones de soja. Imagen ilustrativa de archivo.
La crisis climática sigue golpeando con furia al Paraguay, y los efectos devastadores de la sequía ya tienen a la economía contra las cuerdas. Mientras el Gobierno intenta apagar incendios con promesas, el sector productivo se hunde en pérdidas millonarias y los consumidores enfrentan un encarecimiento imparable de los productos básicos.
Un golpe directo al bolsillo
Carlos Fernández, titular del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), admitió que el 2025 será un año difícil. Aunque la sequía no ha sido tan feroz como en años anteriores, su impacto sigue siendo brutal tanto para los productores como para los consumidores. El sector agropecuario, uno de los pilares de la economía nacional, enfrenta un declive que ya se traduce en precios más altos en los mercados.
Los efectos se sienten con fuerza. La Unión de Gremios de la Producción (UGP) estima que las pérdidas en la cosecha de soja ascienden a 600 millones de dólares, lo que representa más del 1% del PIB. Esta caída no solo afecta a los grandes productores, sino que desata un efecto dominó que golpea el valor del dólar, la inflación y el poder adquisitivo de la población.
El economista Aníbal Insfrán advierte que el Banco Central del Paraguay (BCP) deberá reaccionar con medidas urgentes para mitigar el impacto. Sin embargo, más allá de los ajustes monetarios, el problema es estructural: Paraguay sigue dependiendo de ciclos productivos frágiles, sin estrategias de largo plazo para enfrentar el cambio climático.
El campo en crisis y el eterno discurso de recuperación
Desde el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG), su titular Carlos Giménez insiste en que se está promoviendo un “campo atractivo”, pero reconoce que aún hay mucho por corregir. Su discurso, sin embargo, deja más dudas que certezas. Promesas de monitoreo, diálogo y mejoras en la calidad del suelo se enfrentan a la dura realidad de los productores, quienes ven sus tierras cada vez más secas y sus cosechas reducidas.
Giménez aseguró que este será el “año del suelo y el agua”, destacando la necesidad de sistemas de riego que permitan una producción continua y eviten la dependencia de temporadas específicas. Pero la pregunta clave sigue sin respuesta: ¿qué está haciendo realmente el Gobierno para garantizar que esto no quede en un simple eslogan?
El problema de fondo es que el Ministerio de Agricultura ha funcionado más como un ente asistencialista que como un verdadero motor de desarrollo rural. Mientras tanto, los productores ven con desesperanza cómo las condiciones climáticas extremas los dejan a merced del mercado y de un Estado que sigue llegando tarde.
Crisis climática: un enemigo que Paraguay no quiere enfrentar
Más allá de las cifras económicas, el cambio climático ya es una realidad incuestionable. La bióloga Antonieta Rojas advierte que el aumento de las temperaturas y la baja humedad están creando condiciones perfectas para incendios, sequías y catástrofes ambientales que solo empeorarán en los próximos años.
Los eventos climáticos extremos se han triplicado en las últimas cuatro décadas, según un estudio del meteorólogo Benjamín Grassi. Esto se traduce en inundaciones, olas de calor extremo, incendios forestales y tormentas devastadoras que no solo afectan la producción agrícola, sino que ponen en jaque la salud pública y la estabilidad social.
El impacto ya es evidente en comunidades indígenas del Chaco, donde la falta de agua y el aumento de temperaturas están generando crisis humanitarias. Sin estrategias de adaptación reales, Paraguay sigue dependiendo de la suerte para enfrentar cada nueva temporada climática.
Un país sin rumbo ante una crisis anunciada
Mientras el Gobierno insiste en que tiene planes para enfrentar la crisis, la realidad golpea con fuerza: las pérdidas son millonarias, los precios siguen subiendo, los productores están al borde del colapso y la crisis climática avanza sin freno.
El país no puede darse el lujo de seguir improvisando. Se necesitan políticas concretas para blindar el agro, asegurar el acceso al agua y proteger a las comunidades más vulnerables. De lo contrario, la sequía será solo el primer síntoma de una crisis mucho más profunda que dejará a Paraguay sin margen de reacción.
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