Economía
Si tu dinero no te hace feliz es porque relativamente no lo estás gastando bien
Foto: Referencia
El dinero es un medio y no un fin en sí mismo. Esta es una definición casi escolar, aunque irónicamente resulta poco entendible en la sociedad de consumo actual. Existen algunos psicólogos cognitivos y científicos sociales que se dedican al estudio de la relación entre factores como el trabajo y el dinero con la felicidad. Una de ellas es la psicóloga canadiense Elizabeth Dunn, cuyo libro “Dinero feliz. La ciencia del gasto inteligente” se está consolidando en la comunidad científica.
El dinero, la ciencia y la felicidad
El método científico consiste en encontrar relaciones entre variables para dar una explicación racional a los distintos fenómenos de la naturaleza. Y un fenómeno muy estudiado últimamente es justamente el de la felicidad, sus causas, efectos, paradigmas culturales, etcétera.
Por su lado, la psicología es la ciencia que estudia el comportamiento humano. Y dentro de sus múltiples aristas, a lo largo del tiempo ha desarrollado métodos que nos acercan cada vez más a la comprensión de la conducta manifiesta del hombre individual o en sociedad.
El diccionario define a la felicidad como un estado de grata satisfacción espiritual y física. Por lo tanto, las emociones y el bienestar van de la mano. La autora en cuestión sugiere que saber gastar el dinero es muy superior a saber ganar dinero, por lo tanto, existe una primera relación entre la forma en que sale el dinero de nuestro bolsillo y lo que esto produce emocionalmente.
Cómo gastar
Elizabeth Dunn refiere que preferiblemente hay que gastar en experiencias antes que en “cosas”. Ver a tu cantante favorito, conocer ese destino que siempre quisiste, pasar más tiempo con familiares y amigos, etc.
Todo indica que la ciencia da la razón al escritor argentino Jorge Luis Borges, que solía decir: “La vida está hecha de momentos”. Efectivamente, invertir en generar experiencias memorables resulta más que aconsejable. O dicho de otra forma, ¿de qué sirve que a tus seres queridos no les falte nada, pero les faltas vos?
También hay cosas que evitar, como por ejemplo gastar en algo solamente guiándonos por las tendencias, que pueden ser pasajeras, como la moda o caer ante el marketing.
En este aspecto existe una regla de oro establecida por Warren Buffett, también conocido como el oráculo de Omaha: “Antes de comprar algo, piensa por lo menos dos veces si es que en realidad lo necesitas. Si compras cosas que no necesitas, pronto tendrás que vender cosas que sí necesitas”. Este consejo, aunque sencillo, es muy interesante, ya que nuestro cerebro no distingue entre lo que se quiere y lo que se necesita.
Y hablando de Buffett, recientemente dio la vuelta al mundo la noticia de que la viuda de uno de sus primeros socios ha decidido donar USD 1.000 millones para pagar la matrícula de los estudiantes de medicina de una facultad de Nueva York a perpetuidad. Ella es Ruth Gottesman (93) y lleva vinculada a la Escuela de Medicina Albert Einstein del Bronx más de 50 años. A Einstein le hubiera encantado esta noticia, veremos en breve por qué.
La decisión sí que produjo un estallido de felicidad en los alumnos, pero al mismo tiempo sirve de ejemplo para explicar la teoría del gasto inteligente: gastar en los demás en forma altruista también produce felicidad. Es más, bien podría ser el resultado de una vida plena y feliz, retroalimentándose.
Dicho lo cual, podemos abordar el siguiente punto crucial: El sentido de comunidad. Formar parte de un grupo siempre va acompañado por la lógica de pertenecer a algo más grande que uno mismo. Y es una idea muy poderosa que ha ayudado a la humanidad en los momentos más críticos de su historia. Así que ser parte de un conjunto de personas con la misma visión, tiene un efecto multiplicador y esto produce satisfacción, por lo tanto, conduce a la felicidad.
¿Todo es dinero?
No, nuevamente, no se trata de tener “mucho” sino de saber gastar con inteligencia. Y si de inteligencia y felicidad se habla, no existe un mejor ejemplo que el de Albert Einstein y su famosa receta de la felicidad:
Corría el año 1922 y el padre de la teoría de la relatividad estaba en Tokio dando un ciclo de conferencias. Cuando pidió un room service se dio cuenta de que no tenía efectivo para propinar al camarero, así que escribió en dos hojas sueltas lo siguiente: “Una vida humilde y tranquila trae más felicidad que la persecución del éxito y la constante inquietud que implica” mencionaba la primera misiva con la firma del genio.
Tiempo después esta filosofía fue amparo de Einstein, ya que al estallar la guerra los nazis robaron todos sus bienes, incluyendo los ahorros de su vida, su departamento en Berlín y su casa de verano. Nunca tuvo auto, ni aprendió a manejar, si no también lo hubieran confiscado, su móvil era una antigua bicicleta y el transporte público berlines. Antes, nunca vio un centavo del Premio Nobel, ya que se lo dio en su totalidad a su primera esposa, Mileva Meric, madre de sus tres hijos.
Antes de radicarse definitivamente en EE. UU. para nunca más volver a Europa, vivió como refugiado en una humilde cabaña en la campiña inglesa. Era custodiado por dos voluntarias armadas con fusiles ante la potencial amenaza de algún fanático antisemita, ya que los soldados estaban en el frente de batalla.
Factor cultural
Pablo Álamo, catedrático, coach, consultor y PhD en Economía, asegura que existen factores culturales en la toma de decisiones. Y en cuanto a cómo gastamos, no es la excepción. Son aristas que van desde lo cotidiano a lo más trascendental, desde las compras en el supermercado hasta el sueño de la casa propia y el auto.
Y hablando de cultura, no podemos obviar los paradigmas provenientes de la influencia religiosa en una sociedad. Una de las obras fundacionales de la sociología, de hecho, aborda el tema bajo el título “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” de Max Weber. El sentimiento de culpa por cómo gastamos también influye en nuestras decisiones.
En suma, independientemente de nuestros orígenes y nuestro modus vivendi, las ciencias sociales han logrado esclarecer ciertos aspectos reveladores de cómo podemos encaminar mejor nuestros egresos. Todo podría resumirse en un factor que Einstein mencionó en su segundo mensaje al trabajador en Tokio: “Donde hay una voluntad, hay un camino”.
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