Cultura
“Los sembrados devastados”. El campo paraguayo en 1875

Como algunos de mis lectores saben, pasé bastantes años centrándome en la demografía paraguaya, habiendo sido uno de los varios investigadores que analizaron el censo de 1870-1871 (la extraordinaria “piedra de Rosetta” paraguaya) para descubrir cómo el país había sido afectado. Los resultados fueron horrendos y tienden a confirmar la evidencia anecdótica de una tremenda pérdida de vidas. Probablemente se perdió entre el 65 y el 70 por ciento de la población de Paraguay [1]. Esta cifra, si bien es relativamente autorizada, en realidad es sólo el comienzo de la investigación, porque no podemos saber cuántas personas murieron por enfermedades y hambre y cuántas por heridas de combate. Además, el censo carece de información para ciertas localidades, como Asunción, por ejemplo. Tampoco podemos estar seguros del número de niños perdidos, porque prácticamente todos los censos del siglo XIX, incluso en Europa y Estados Unidos, tendieron a subestimar a los más jóvenes. Aunque podemos hacer algunos cálculos racionalizados para compensar estas diversas lagunas, nunca podemos confiar en los resultados del mismo modo que confiamos en los censos nacionales del siglo XXI.
Hay un desafío relacionado con todo esto que hoy deseo explorar. Debemos recordar que la demografía involucra principalmente números. Es un campo de estudio altamente reduccionista que recompensa la erudición, pero que nos dice poco o nada sobre las realidades humanas. Creo que los demógrafos suponen que la experiencia registrada de los individuos, ya sea a través de relatos escritos o de tradiciones orales, proporcionará el significado más amplio, en este caso, de los cambios sociales ocurridos como resultado de la tragedia del tiempo de guerra en Paraguay. Los números pueden decirnos algo, sin duda. Pero necesitamos relatos verificables, una suerte de testigos presenciales, para completar adecuadamente la historia.
Esto suena bastante simple, pero, de hecho, es todo un problema. Los informes gubernamentales requieren lápiz y papel, los cuales escasearon a medida que la guerra se prolongaba. Recuerdo haber encontrado en el archivo un informe de funcionarios estatales en, creo, San Pedro, que estaba escrito en una piel de vaca. Lo que era cierto para los funcionarios estatales a este respecto también lo era para los particulares; no tenían papel y, por lo tanto, no dejaron relatos de lo que habían visto. Después de todo, los paraguayos tuvieron hambre y prestaban poca atención a la composición de las reminiscencias.
Los extranjeros estaban un poco mejor y ofrecieron valoraciones agudas de lo que habían visto en los informes a sus respectivos gobiernos. Sorprendentemente, hay pocos de estos informes por parte de oficiales aliados. Siempre tuve la impresión de que los burócratas brasileños y argentinos presentaban estos informes sin jamás analizarlos. La guerra había terminado. Los aliados ahora preferían olvidarla antes que admitir la sangrienta agitación que había desatado su campaña. En Ñú Guasu, por ejemplo, los oficiales brasileños se sintieron avergonzados al ver cuántos niños habían sido masacrados [2]. Naturalmente, culparon al mariscal López, pero nunca pensaron que tenían las manos completamente limpias.
Entonces, si los burócratas aliados escribieron pocos informes sobre el panorama inmediato de la posguerra y los paraguayos casi ninguno, ¿quién dedicó tiempo a comprender el impacto de la guerra recientemente concluida? Periodistas o viajeros extranjeros, de los cuales había algunos presentes, lograron proporcionar información vívida que deja a los lectores de hoy clamando por más. Los dos personajes que me vienen a la mente a este respecto fueron el francés Laurentian Forgues y el inglés Keith Johnson [3]. Estos dos escribieron relatos evocadores (con impresionantes ilustraciones a tinta) sobre la destrucción del campo paraguayo, y el primero señaló que, cuando viajó por Ybytymi en 1872, el jefe político era el único hombre adulto en la aldea [4].
El hecho de que Forgues y Johnson estuvieran entre los pocos extranjeros que escribieron sobre Paraguay inmediatamente después de la guerra parece muy desafortunado e insuficiente. Más lamentable aún es el hecho de que los propios paraguayos escribieran tan poco en aquella época. Gran parte de lo que vemos, por ejemplo, en La Regeneración, el periódico de la familia Decoud, es absolutamente polémico. Contiene poco de lo que los periodistas hoy llamarían “interés humano”. Incluso los análisis más resumidos de la vida en el campo serían bienvenidos. Y, sin embargo, ese testimonio es, en el mejor de los casos, esporádico. Ahí es donde entra en juego la lectura de hoy, que deriva de un editorial aparecido en El Fénix el 18 de mayo de 1875. Su autor no identificado condena el lamentable estado de las cosas que, desde su perspectiva, deriva del desastre demográfico tanto como de una insurgencia en curso; tal vez “bandidaje” sea una palabra mejor. Parece sentir que algún tipo de intervención gubernamental podría resolver los problemas, pero, incluso, sus propias palabras tienden a expresar la desesperanza de la situación.

El Fénix. Edición del 18 de mayo 1875. Cortesía
¿A dónde vamos?
Tristes, tristísimas son las noticias que nos llegan de la campaña.
En todo el perímetro que se extiende de Pirayú a Villa Rica no se encuentra un solo hombre.
Los campos de labranza están abandonados, los sembrados devastados, y los habitantes de la campaña, despreciando las labores agrícolas, cuidan únicamente de meterse en los montes para escaparse al reclutamiento, que en la campaña como en la ciudad cada día se vuelve a hacer con una energía y arbitrariedad hasta hoy desconocidas.
La carencia absoluta de animales, para los trabajos agrícolas, la cacería terrible que se les hace, aún viene aumentar más, si es posible, la situación aflictiva de los habitantes de la campaña; situación que a prolongarse por más algunos días traerá como consecuencia necesaria una crisis alimenticia a la par de la crisis monetaria.
Tristísimo, dijimos. es el estado de la campaña, o, mejor dicho, de todo el país, pero eso no sería un mal irremediable si la duda, la incertidumbre, el desánimo más completo no se hubiese apoderado de todos los ánimos.
Nadie tiene confianza en que se termine pronto este estado de cosas, y reaparezca de nuevo la paz y tranquilidad.
Toda la población nacional y extranjera es víctima del desánimo y de la incertidumbre que todo paraliza.
En vano se pregonan victorias, en vano se esparce la voz de que todo está concluido, y que van [a] reaparecer las labores tranquilas de la paz.
A la sordina se comentan esas noticias oficiales, se las combina con otras, y el resultado es la duda, principalmente en vista de la actividad que desarrolla el gobierno en hacer tomar gente y animales para mandar a la campaña con nuevos cañones y municiones.
El pueblo duda, y duda con razón, que todo esto tenga pronto un fin, hasta a la sordina ya se dice que los medios empleados por el gobierno son impotentes para vencer la revolución.
¿Y cómo no hacer esos comentarios si a pesar de todo lo que se ha dicho y escrito, desde el 22 de marzo que el pueblo es víctima de ese estado anormal, sin que se haya obtenido un hecho de armas decisivo que concluyera con la revolución? ¿Será ineptitud del gobierno y de sus generales, o impotencia de los medios empleados?
No lo sabemos, pero lo cierto es que continúa el estado anómalo del país, prometiendo como resultado una crisis peor de la que hoy ya se hace sentir.
No hay más que observar lo que pasa para ver que nuestras palabras no son vanas declamaciones.
Desapareció por completo la tranquilidad pública y con ella las garantías individuales.
El hombre de la campaña ya no disfruta la tranquilidad que lo alienta al trabajo con que fecunda la tierra; abasteciéndonos de los productos más necesarios a nuestra manutención.
El comerciante que con sus afanes y especulaciones proporciona la opulencia al estado y la comodidad al pueblo ha paralizado completamente sus transacciones comerciales, disminuyendo así visiblemente las rentas de la nación.
El artesano ya no se dedica al trabajo, antes procura esconderse con miedo de ser víctima de las injustas vejaciones que se practican con sus compañeros y les hace imposible ocuparse en sus labores.
El periodista ya no tiene facultad para escribir y anunciar la verdad, viendo encadenadas su libertad y acción por una orden dada, a título de conveniencia pública.
Y a todo esto júntese la desconfianza pública que todo aniquila haciendo todavía más insoportable el estado anómalo que atravesamos, y se tendrá un cuadro fiel de la triste situación que atravesamos.Sin querer entrar por ahora en el análisis de las causas de esta situación tristísima, deplorando de corazón la ineptitud o impotencia de aquellos, que no ponen un término pronto a un estado tan aflictivo, no podemos menos que exclamar: —¿adónde vamos? ¿Cuándo brillará para el Paraguay, digno de mejor suerte, la luz radiante de la estrella de la felicidad? [5]
Notas
[1] La disminución de la población asociada con la guerra parecía sin precedentes, hasta tal punto que, más de un siglo después, su análisis desató un importante debate entre los “bajos” y los “altos”. El primero afirmaba una pérdida total en Paraguay entre 1864 y 1870 de menos del 20 por ciento de la población, mientras que el segundo defendía la descripción tradicional de Taunay, Centurión, y otros que afirmaban que más del 50 por ciento de los paraguayos morían por enfermedades, hambre, y combate. Ver Vera Blinn Reber, “Demographics of Paraguay: A Reinterpretation of the Great War, 1864-1870”, Hispanic American Historical Review 68:2 (1988), pp. 289-319; Thomas L. Whigham y Barbara Potthast, “Algunas fuertes reservas: una crítica de ‘La demografía del Paraguay: una reinterpretación de la Gran Guerra’ de Vera Blinn Reber”, Hispanic American Historical Review 70:4 (1990), pp. 667-676; La Regeneración (Asunción), 31 de diciembre de 1869 alude a las asombrosas pérdidas registradas en un censo preliminar. También tenemos conclusiones afirmadas poco después por el médico paraguayo Cirilo Solalinde, quien vio el desastre de primera mano durante los últimos meses del conflicto. Sostuvo que la población paraguaya había caído a menos de 100.000 individuos, una cifra impactante que, dada su procedencia, debe tener un peso considerable entre los estudiosos de hoy. Véase Testimonio de Solalinde (Asunción, 14 de enero de 1871), en Scottish Record Office, CS 244/543/19. Véase también el Censo General de la República del Paraguay según el decreto circular del Gobierno Provisorio de 29 de septiembre de 1870, en el Archivo del Ministerio de Defensa Nacional (Asunción), con una copia de este último disponible en la Colección Rutherford B. Hayes del Centro Cultural Paraguayo Americano.
[2] Thomas Whigham, The Road to Armageddon. Paraguay versus the Triple Alliance, 1866-70 (Calgary: University of Calgary, pp. 369-372.
[3] M.L. Forgues, “Le Paraguay: Fragments de journal et de correspondences,” Le Tour du Monde 27 (1874), pp. 369-416; Keith Johnson, “Recent Journeys in Paraguay,” Geographical Magazine 2 (1875), pp. 200-203, 264-273, 308-313, 342-345.
[4] Forgues, “Le Paraguay,” p. 404.
[5] El Fénix (Asunción), 18 de mayo de 1875.
* Thomas Whigam es profesor emérito de la Universidad de Georgia.
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