Cultura
Feminismo e igualdad de género en la historia y el futuro de Paraguay

Serafina Dávalos y Virginia Corvalán. Cortesía
Hace 118 años, en 1907, una joven paraguaya y feminista llamada Serafina Dávalos escribía la siguiente frase: “La esclavitud de la mujer no es natural”. Formaba parte de su tesis Humanismo, con la que accedió a un título universitario y se convirtió así en la primera abogada del Paraguay. En vida, pese a ser una persona destacada, Serafina nunca fue reconocida formalmente como ciudadana plena del Paraguay, pues murió en 1957 sin que nuestro país admitiera aún el derecho al voto para las mujeres, que recién se obtuvo en 1961.
La afirmación de Serafina es coherente con otra, escrita cuatro décadas más tarde en Francia, que fue una de las principales inspiraciones del movimiento feminista internacional: “No se nace mujer, se llega a serlo”, de Simone de Beauvoir en su libro El segundo sexo, de 1949. Representaba así la idea de cuánto influye el contexto social en la subjetividad y en la vida de las mujeres. Posiblemente, Simone nunca siquiera supo que Serafina había existido.
Estas ideas anteceden a lo que hoy entendemos como el concepto de género: el modo en que las diferencias propias de la sexualidad humana –del hecho biológico de la sexuación de nuestra especie– se traduce en representaciones, mandatos y situaciones socialmente configuradas. Si dichas configuraciones representan discriminaciones o esclavitudes, ya lo decía Serafina: no es natural; si aspiramos a una sociedad con igualdad, podemos cambiarlo.
Otra paraguaya, Virginia Corvalán, también publicaba hace 100 años en su tesis titulada Feminismo: la causa de la mujer en el Paraguay, de 1925: “Diferencia no es lo mismo que inferioridad”. Es una idea de igualdad aún hoy vigente: igual valor y equivalencia de lo diverso, reconocimiento de que la diversidad forma parte intrínseca y constituye la riqueza de la humanidad.
La igualdad de género no es un invento foráneo, es una antigua aspiración presente en la propia historia de nuestro país, vigente en cada derecho que tenemos como paraguayas, bajo la convicción de que nacemos y tenemos derecho a vivir en igualdad y sin discriminaciones, tal como lo indica nuestra Constitución Nacional en sus artículos 46 y 48, tal como está reconocido en el concierto internacional de los derechos humanos.
Serafina y Virginia fueron, entre otras muchas, de las primeras feministas que conocemos y recordamos hoy en Paraguay. Representan los inicios de una historia cuyos ecos retumban hasta hoy cuando cada 8 de marzo nos convocamos entre miles para marchar por nuestros derechos como mujeres, esos derechos que sin duda han avanzado, pero que están lejos aún de estar plenamente realizados.
Y es que cada derecho, que a veces damos por descontado, tiene una historia. Si estuviéramos en 1900, ninguna mujer habría tenido un título universitario obtenido en Paraguay. Hasta hace 64 años, ninguna paraguaya habría podido votar en elecciones, ni ser electa para cargos públicos. Hasta 1992, cuando se modificó el Código Civil, todas las casadas habrían tenido como administrador general de los bienes conyugales a sus maridos, incluyendo los salarios ganados por sí mismas. Hasta poco más de 30 años atrás, si un hombre mataba a su esposa en situación de adulterio flagrante, no tenía castigo penal, según las leyes. Era casi como un permiso que se daba a los hombres para matar. No existía el concepto de feminicidio, hoy reconocido en la amenazada Ley 5.777/2016 de protección integral de las mujeres ante la violencia.
Todo esto cambió gracias a la acción organizada de personas disconformes con la discriminación, no resignadas ante el hecho de tener menos derechos por ser mujeres. Gracias a las feministas. Sin embargo, todavía estamos construyendo la historia de nuestros derechos. En el Paraguay de hoy, una mujer es víctima de feminicidio cada ocho días. Hasta antes de la ley 5.777, no teníamos oficialmente contabilizados los casos. Cuatro de cada diez paraguayas no tienen ingresos laborales propios y en promedio las mujeres perciben un 76 por ciento de lo que ganan los hombres. En promedio, en nuestro país las mujeres dedican tres veces más de tiempo al trabajo doméstico no remunerado, en comparación con los hombres. Las niñas paraguayas están expuestas a embarazos tempranos y riesgosos, frecuentemente debidos a violación, con aproximadamente dos partos por día de menores de 14 años. Pese a esta cifra, en Paraguay se han eliminado contenidos escolares relativos a educación integral en sexualidad e igualdad de género.
También estamos viviendo una creciente acción organizada, con gran impacto en el Estado y las políticas públicas, que impide avances y amenaza con retrocesos. Sectores antiderechos usan la frase “ideología de género” para denostar a la igualdad de género, difunden noticias falsas, hostigan a activistas e incluso han planteado amenazas más graves, como criminalizar el mismo concepto de género, desaparecer el Ministerio de la Mujer o derogar la ley 5.777 que nos permite avanzar hacia una sociedad libre de violencias hacia las mujeres. Estos son temas reales, que hoy laceran a la sociedad paraguaya, sobre los que nuestra sociedad debe hablar cada vez más.
Nuestros derechos como paraguayas tienen historia y, además, un presente de luchas y un futuro que estamos construyendo. Lo hacemos marchando cada 8 de marzo, para que la sociedad escuche. Lo hacemos cada día como mujeres trabajadoras, lo promovemos con políticas públicas y leyes más justas, con nuestras organizaciones sociales, hoy amenazadas por normas represivas. Lo hacemos usando nuestras voces y defendiendo la igualdad de género, pues es algo que le debemos a nuestra propia historia, a la que honramos, aspirando a un mejor futuro para todas las mujeres y del Paraguay.
* Clyde Soto es paraguaya, feminista, investigadora social en el Centro de Documentación y Estudios (Asunción).
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