Cultura
Rolando Duarte Mussi: la armónica maduración del cuentista

Tapas de los libros “Cuentos dictados” y “Mamorei” de Rolando Duarte Mussi. Cortesía
Rolando Duarte Mussi es ya un veterano cruzado del cuento, género narrativo del que es prácticamente originario y en el que hoy se siente cómodo, luego de un proceso de crecimiento continuo en lo temático, técnico, estilístico, expresivo y conceptual.
Ese proceso de crecimiento iniciado hace unos 20 años le permitió una maduración afinada, equilibrada, en la que se notan lecturas surtidas que dieron paso, a su vez, a experimentos diligentes con los cuales ha ido innovando permanentemente su talante literario.
Unos 20 años atrás apareció mostrándose poco a poco, pero de manera persistente, en concursos literarios. En ellos pudo medir lo suyo midiéndose con otros. Y vinieron los iniciales pequeños pero significativos triunfos que ayudaron a ponerlo en camino hacia su condición de casi especialista en esa carrera de 100 metros con vallas que es el cuento.
En el año 2006 publicó su primer libro, Cuentos dictados, del cual recuerdo nítidamente el relato titulado La campana de Silverio. Un texto enmarcado por la Guerra contra la Triple Alianza, en la visión romantizada de un hecho extremo (el traslado de una campana de dos toneladas desde Caazapá hasta Ybycuí a través de los montes). En ese cuento, un joven Rolando exponía su llamativa destreza en la descripción. Recuerdo que en dicho texto resonaban aún los efectos de cierto costumbrismo adobado por una exaltación del tipo místico-patriótica.
Un año después, en el 2007, publicó su segundo libro, Mamorei, en el que, entre los vapores de lo meramente costumbrista ya en repliegue en su literatura, da un paso manifiesto hacia algo que se fue asentando en él: el trabajo minucioso con la psicología de sus personajes.
El título del libro fue un logro: mamorei significa en idioma guaraní “cualquier lugar” o “en cualquier lugar” o “un lugar indefinido”. Así, Rolando creó un pueblo ficticio, llamado Mamorei, como el Santa María de Juan Carlos Onetti o el condado de Yoknapatawpha, de William Faulkner. Y creó personajes entrañables, como el torero Américo Palacios o la maestra Perseberanda Gamarra.
En aquella primera década del corriente siglo, publicaba sus primeros libros y ganaba premios en concursos de cuentos. O ganaba concursos de cuentos y publicaba sus primeros libros.
En mi archivo tengo un cuento suyo titulado La humedad, premiado con una mención en el concurso Elena Ammatuna, del 2008, que expone ya una palpable madurez estilística.
Pero el cuento con el que Rolando Duarte Mussi se prendió a mi antena de lector fue ese con el que ganó el decimosexto concurso del Club Centenario, en el año 2010: La segunda muerte, que figura en este libro con otro título: El constructor de silencios.
Esta es la lúcida reconstrucción literaria de la tragedia futbolera que convirtió al arquero brasileño Moacir Barbosa en un muerto en vida, en un ser despreciado en su propio país tras haber sufrido los dos goles uruguayos que determinaron el Maracanazo, es decir, la derrota de Brasil, en el propio estadio Maracaná, ante 200 mil personas, en la final de la Copa del Mundo de 1950. Nunca en la historia del fútbol alguien sufrió lo que Barbosa tras aquella final que motivó muertes por paro cardíaco y hasta suicidios en distintos puntos del territorio del país vecino.

Tapa de El constructor de silencios de Rolando Duarte Mussi. Cortesía
El relato aludido de Duarte Mussi adquiere un viso notable al convertir a Barbosa en el penetrante narrador de su propia catástrofe: culpable señalado y vagabundo del silencio que se creó en su alrededor tras la derrota.
El autor nos hace sentir el peso del dolor del protagonista, como si ese dolor se fuera despegando del propio Barbosa a medida que éste relataba lo que vivió desde su primera muerte, el 16 de julio de 1950, día de la derrota suprema, hasta la que sería su segunda, la definitiva, el 7 de julio del año 2000.
Este cuento le dio a Rolando Duarte Mussi estatura de escritor y, más precisamente, calidad de figura en nuestra narrativa corta.
El hoy de Rolando
Hoy nos acerca este libro que tiene un título sonoro: Múrice: cuentos vertebrados. Lo de múrice nos lleva al molusco marino que segrega una sustancia como la púrpura, un tinte valioso cuyo nombre tiene connotaciones especiales en la poesía.

Tapa de Múrice de de Rolando Duarte Mussi. Cortesía
Múrice es un conjunto de doce cuentos de diversas gamas de colores, texturas y matices.
El libro se abre con un texto inquietante: Adviento, que en tono apocalíptico describe la llegada de aquella “ojiva que debía romper el curso que une dos puntos cohabitantes en el espacio” cuyo impacto final significaría la devastación de la cual solo quedaría el fulgor argento de un “relámpago extraviado”. Un lenguaje hermético y alegórico, que no abdica de la poesía,
El segundo cuento, Omnis ille, es un onírico y alucinante juego de violencia y muerte, en el que Rolando hace guiños cómplices a venerados patrones del cuento, como Jack London (Encender una hoguera) y Juan Rulfo (No oyes ladrar a los perros).
En el tercer texto —Imperfecto alimón a destiempo— el autor despliega una técnica muy atractiva que obliga al lector a convertirse en protagonista activo del relato para no perderse en su forma: el desdoble de la voz narrativa, que describe un mismo hecho en primera y en tercera persona al mismo tiempo, con un efecto de vértigo en el ritmo, que por momentos se torna sofocante. Es, entonces, imposible despegarse de la acción.
El siguiente —Un muchacho de Oregón— es un conmovedor monólogo interior previo al Día D, durante la Segunda Guerra Mundial, del general David Dwight Eisenhower, en el que aflora, más que el duro e inflexible comandante del ejército aliado, el ser humano en una hora extrema. El texto refleja el detallista estudio del personaje realizado por el autor, registrando, incluso, referencias puntuales de su niñez que moldearon el carácter del hombre.
Mr. Dwight, psiquiatra y dramaturgo es una especie de metacuento, un cuento contándose a sí mismo. Escrito en modo de libreto teatral, adoba el libro con una pizca de humor, un entremés para después continuar el camino.
Cuento 17 es el retrato casi impresionista de una “obra fallida”, de un amor del cual solo quedó un instante que se volvió infinito por lo inconcluso.
A continuación, aparece un relato cuya interpretación —para aquel que quiera interpretarlo a cabalidad— se halla en el título mismo: Saber contar. Una especie de satírico “homenaje” a quienes saben contar un acontecimiento con claridad, elocuencia, cohesión, coherencia y concisión. Atributos que no adornan, precisamente, al protagonista.
Ramiro es el título de uno de los cuentos cumbre de este libro. Destila humanidad y ternura, corretea a través de esa filosofía callejera tan propia de los seres puros (“el que no es feliz con poco, no es feliz con mucho”); presta irradiaciones de singularidad en la materialización de una pulida escritura.
Nosotros los supremos, el cuento que sigue a Ramiro, es una reescritura de Yo el Supremo. Un guiño roabastiano con momentos lúcidos y con otros rozando la obviedad del calco en la forma del discurso. Aunque se puede conjeturar que la intención fue eso mismo. De todos modos, es un buen ejercicio estilístico como homenaje a nuestro Supremo creador literario.
Bajo el Sol, el cuento que viene luego, contiene la trama muy bien urdida de una conspiración descubierta, en dos planos temporales paralelos e inteligentemente manejados.
A El constructor de silencios, el viacrucis histórico del arquero brasileño Barbosa tras el Mundial de 1950, me referí más arriba. Este relato forma ya parte de la antología clásica de Duarte Mussi. Habla de él y por él. De su literatura y por su literatura.
El libro se cierra con Soy quimera, un enigmático texto que nos tienta a varias interpretaciones, y en el que predomina un tono distópico, aunque algo nos dice que dentro de lo aparentemente apocalíptico asoma la esperanza de un rescate a futuro.
Y aquí está Múrice: cuentos vertebrados, la más reciente obra de Rolando Duarte Mussi. La que expone su madurez robustecida, solidificada con un trabajo prolijo de autoformación.
Hombre culto y cultivado, transeúnte aplicado en la vastedad histórica (se nota) con ojos y oídos de exégeta para redistribuir luego lo que lee, ve y oye, Rolando ha creado un vademécum temático apreciable. Esto le permite desplegar su repertorio atesorado en los alones de un lenguaje medido, pulcro, sencillo pero creativo, sin caer en la tentación de las sobredosis artificiales.
Con este libro, Rolando Duarte Mussi no viene a reclamar su presencia inalterable en el canon cuentístico paraguayo. Viene a imponerla. Y con sobrados argumentos literarios.
* Bernardo Neri Farina es presidente de la Academia Paraguaya de la Lengua Española.
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