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Cultura

¿Gambetea la inteligencia artificial?

Está pronto a aparecer “¿Gambetea la inteligencia artificial? y otros cuentos de fútbol”, libro de Ricardo Benítez Rolandi publicado por Editorial Rosalba. A modo de anticipo, compartimos aquí el relato que da nombre al volumen.

Tapa de "¿Gambetea la inteligencia artificial? y otros cuentos de fútbol" de Ricardo Benítez. Cortesía

Tapa de "¿Gambetea la inteligencia artificial? y otros cuentos de fútbol" de Ricardo Benítez. Cortesía

“Claro que la inspiración es una idea de John Nash, su trabajo innovador, bien reflejado en la película que usted menciona”, dice el profesor Iriarte, tratando de acomodarse frente a las cámaras de televisión. Para las revistas científicas, el profesor Iriarte es “el principal físico teórico del continente”; según sus alumnos, es “simplemente un genio”, pero pese a ello, o quizás por eso mismo, el profesor jamás había aparecido en televisión. Hasta esta mañana, en que la noticia sobre su “invento” explotó y todos los medios corrieron a buscar alguna explicación, en palabras sencillas, de la novedad que sacude los noticieros deportivos, una exposición mínima de la idea revolucionaria que suena a broma, a chiste, pero que ya rebota en medios internacionales y arde en las redes sociales: La selección nacional tiene un “arma secreta” para enfrentar a Brasil.

El rumor puso en alerta a la jauría de cronistas y corresponsales que se disponían a cubrir el decisivo partido de clasificación a la Copa del Mundo. Pronto surgieron más detalles. Un comentarista de radio dijo que una fuente muy confiable le había revelado que el asunto iba por “tecnología de vanguardia aplicada al deporte”. De eso se agarró algún tiburón de redes sociales, voraz de fama y notoriedad, y añadió que “por increíble que suene, hay científicos de carrera metidos en el tema”. Y así, alimentado por medias verdades, especulaciones y teorías de cuanto color y tonalidad exista, fue escalando la materia en los dos últimos días, hasta que el popular programa de televisión “¡Hora, réfere!” anunció que el científico inventor de un dispositivo de Inteligencia Artificial, el arma secreta de la selección, hablaría en exclusiva con el conductor Tomy Parini y sus panelistas, en la previa del partido.

“Bueno, sí, la película quizás ayude a entender”, dijo el profesor. En la escena de “Una mente brillante”, la película que el conductor Tomy Parini recordó tras las primeras explicaciones de Iriarte, el profesor John Nash observa los movimientos aparentemente anárquicos, imprevisibles, indescifrables, de las palomas al momento de descender y remontar vuelo en el campus de la Universidad de Princeton. Ignorando las burlas a su alrededor, Nash corre con cuaderno y lápiz espantando a las palomas y tomando notas de su comportamiento. Se detiene, escribe, y vuelve a correrlas. Después dibuja trayectorias y vuelos, calcula velocidades y distancias, intentando convertir en números y ecuaciones el caos de las aves cuando se lanzan tras las migajas arrojadas por los estudiantes o cuando aletean vigorosamente para posarse en los dinteles y techos. Como si la ansiosa búsqueda de alimento del animal o su precipitada y asustada fuga fueran susceptibles de organizarse o comprenderse con tabulaciones y parámetros númericos.

“Y Nash no aspira a lograrlo con un ave individual, sino con una bandada completa”, se entusiasma el profesor Iriarte, “en comparación, lo mío es muchísimo más modesto”. Eso que llama “lo mío” es lo que ha llevado a este catedrático casposo a cientos de miles de televisores. Con su imagen tan cliché del científico indiferente a la banalidad de su entorno y sin cuidado de su propia apariencia, cualquiera podría pensar que en realidad se trata de un actor y que todo esto de su “método” no es sino una farsa de quienes buscan desesperadamente audiencia o likes.

El conductor se toma su tiempo para apretar al profesor. Después de todo, sus productores han conseguido la exclusiva: la entrevista con el excéntrico genio que podría cambiar el fútbol para siempre. O que podría ser el chiste del año. Es igual. Lo importante son los números hoy, en este momento, ahora. Aunque sea con esta ocurrencia, que para mucha gente, incluyéndolo a él mismo, parece el último disparate, la nueva tontería de esta dirigencia deportiva desorientada, un capítulo más de esto-solo-puede-pasar-en-este-país. Tomy Parini reprime una sonrisa, se pone teatralmente serio y pregunta: “¿Puede por favor resumirnos esta Inteligencia Artificial, esta nueva herramienta o técnica que usted ha puesto al servicio de la selección nacional, que en pocos minutos más enfrenta a Brasil? Pero acuérdese, profesor, que está hablando para el pueblo, háblenos con palabras simples”. Cuando el profesor Iriarte abría la boca, Parini volvió a interrumpirlo: “pero, espere, espere, querido profesor, antes pongamos en contexto a la audiencia con este informe que preparó la producción. Veamos”.

***

Después de un resumen biográfico y de breves entrevistas con estudiantes y docentes, el informe de la producción del programa “¡Hora réfere!” se enfoca en el despacho del científico.

Como Nash y sus palomas, el profesor Iriarte empapeló su oficina con dibujos de jugadas, anotaciones acerca de regates y gambetas, patrones de movimientos al trotar y al correr, enormes gráficos estadísticos que muestran hacia qué lado cierto jugador elige girar al eludir a su adversario. Había llenado cuadernos cruzando información sobre los desplazamientos dentro de la cancha y los minutos de juego; análisis de la estructura ósea y muscular de las piernas, brazos, torso y cuello de ese jugador; ecuaciones y cuadros comparativos contrastados con otras ecuaciones y cuadros comparativos.

En las mesas y sillas se desperdigan recortes de periódicos y revistas, libros de fútbol y biografías de atletas, calculadoras y reglas. La cámara muestra también numerosos resúmenes e informes de acelerómetros, gravímetros, giroscopios, dinamómetros y cromatógrafos.

Además, sus compañeros del Departamento de Informática de la Universidad le habían ayudado a editar miles de minutos de partidos, con trechos en cámara lenta y acercamientos, tanto de jugadas en las que el jugador en cuestión había salido airoso y escapado con el balón, como de otras, las menos, en las que había perdido la pelota y la marcación había sido eficaz.

Sobre uno de los estantes descansa un gran volumen negro —hinchado de papeles, cartulinas y señaladores— con una carátula escueta: “El factor sicológico”. A su lado, puede verse otras tres carpetas repletas de recortes e impresiones, cada una de ellas con el rótulo de “Entrevistas en medios. Declaraciones públicas. Posteos en redes”. Abierta sobre el escritorio, como si estuviera en consulta, un grueso cuaderno que en su tapa lleva el título de “Opiniones de terceros. Jugadores y técnicos”.

En las profundidades de los archivos de la computadora y de los discos externos se almacenan modelos y animaciones, algunos semejantes a los que se generan en meteorología, otros parecidos a los juegos de video y unos más, de diseños rotativos en 3D. En la pared posterior de la sala de estudios del profesor Iriarte está instalada la estrella del lugar: un potente servidor trabajando en forma incesante, día y noche, con diversos programas y plataformas de Inteligencia Artificial.

Y en todas partes un nombre se repite, en cada cuaderno, archivo o carpeta: Ademar o Adinho, la mayor estrella de la selección brasileña, el delantero que resucitó el “jogo bonito”, el último malabarista mágico forjado en las calles y playas de Brasil, esa mezcla asombrosa de Zico, Garrincha, Didí, Rivelino, Ronaldinho, Romario, Ronaldo y, claro, Pelé.

En un paneo de la cámara, el nombre de Ademar salta de cada rincón, en distintas tipografías y tamaños. Hay fotografías del jugador de niño, de joven, de adulto y hasta proyecciones de cómo se verá en los próximos años. Es el laboratorio de un científico, el sótano de un obseso y el altar de un idólatra, todo a la vez. Todo eso aparece en el informe especial que el canal de televisión preparó antes de la entrevista exclusiva con el Profesor Iriarte.

***

El Profesor se acomodó en el sillón para responder:

“En el fútbol no hay, ni puede haber, nada librado al azar. Llamamos azar a aquello que no podemos o no nos animamos a calcular con números y gráficos. Una jugada de fútbol es el choque de dos voluntades, pero condicionado por un marco concreto, mensurable y, por lo tanto, pasible de ser abordado desde un punto de vista científico”, explica el profesor Iriarte, sintiéndose cada vez más cómodo, sin sudores ni tartamudeos. Toma el vaso de agua, sin temblores, con toda serenidad, y tras una pausa, añade: “Llevo muchos meses estudiando a Ademar en todos sus partidos, milímetro por milímetro y segundo por segundo, con el objetivo de comprender la matemática que subyace a su talento. En definitiva, para predecir sus movimientos y, de esa manera, anularlo, neutralizarlo. Después de procesar esa información y de dar forma a algo semejante a un método utilizable en la práctica, asimilable por un jugador promedio, contacté con el director técnico de la selección hace unas semanas para ofrecerle esta herramienta”.

Las imágenes de su sala de estudio habían atenuado un poco el clima de burla y el ánimo de chacota en el set de televisión, con varios preguntándose si no estarían ante un desquiciado, un triste enajenado. Sin embargo, cuando el Profesor termina su primera intervención, un silencio brusco cae como un pesado telón en el set de televisión y en una audiencia que ya se cuenta por cientos de miles, a poquísimas horas del partido. Luego de segundos de perplejidad, se desata una catarata de risas, gritos, silbidos y hurras y, como suele suceder en estos casos, se forman rápidamente bandos en las casas, en los bares, en las calles. A los que gritan divertidos, les responden los más serios que quieren seguir escuchando antes de formarse un juicio; y estos son atacados por los que aseguran que todo es un teatro armado para manipular, los que a su vez son callados por los que apoyan o refutan al Profesor, con dudosos argumentos lógicos o científicos.

Entonces, en sus casas, los miles de espectadores observan cómo el periodista se acerca a la cámara hasta que su rostro cubre toda la pantalla y pregunta: “Un momento, calma, calma… ¿Usted está diciendo que en el partido que comenzará en unos minutos la principal estrella brasileña se apagará, será ya solo una sombra? ¿Ademar, el heredero de Pelé, el jugador más caro de la historia? ¿Hablamos del mismo? ¿No le parece demasiado ambicioso? ¡Ademar es un mago, un fantasma, un rayo!”.

Llevado por el entusiasmo del momento —y cediendo a la exageración histriónica que tanto molesta a sus compañeros del canal y a los hinchas que siguen sus transmisiones— agrega: “¿Y ahora va a decirme que el Cabo Mendieta obrará ese milagro? ¡Vamos, profesor, es demasiado!”.

Estallan las risas y aplausos en el panel del programa de televisión —compuesto de periodistas deportivos, pero también de influencers de medio pelo y figurines ya digeridos y expurgados de la farándula— celebrando la desafiante desfachatez del conductor. Con su exposición, el balance entre los bandos en los que se ha dividido la audiencia se quiebra transitoriamente, ganando terreno el de las pullas, chanzas y carcajadas.

El Profesor Iriarte, cada vez más confiado, sin embargo, responde de inmediato, en el mismo tono: “No, no es eso lo que digo ni insinúo. Lo que afirmo sin sombra de dudas es que utilizando mi método usted mismo podría frenar a Ademar con relativa facilidad”. El periodista lanzó una sonora carcajada, que se replica en espejo frente a las pantallas por la mitad de la audiencia, el bando que ha decidido tomar a la chacota esta fenomenal noticia.

Tomy Parini pide un segundo para recuperar el aliento:

—Bueno, Profesor, y cómo es eso… ¿Usted le ha lavado el cerebro al Cabo Mendieta? ¿O quizás ha vuelto a nacer en las últimas horas y aceleraron de alguna manera su desarrollo? ¿Le hizo algún trasplante de órganos? ¿Le implantó un chip a uno de los marcadores más lentos de nuestra selección? —Tomy Parini sabe que está tocando la gloria mediática y que este momento será viral a escala mundial—. ¡Ah, ya sé! Le hizo una transfusión sanguínea de Inteligencia Artificial. Tiene que ser eso, ¿no?, ¿verdad? —dice girando y azuzando al grupo de panelistas que le devuelve el gesto con nuevas risas y bromas.

El Profesor Iriarte suspira. Cuando aceptó la invitación al programa sabía que se exponía a este tipo de reacciones, a que lo utilizaran para escalar en el rating y que un conductor, con menos ciencia que un horóscopo de diario, tomara con indisimulada sorna su extraordinaria invención.

“Lo que hemos logrado es crear una suerte de interfaz entre los modelos de previsión de movimientos, de esfuerzo muscular, de tensión nerviosa y variables similares de un jugador determinado y las reacciones posibles del jugador que ejerce la marcación en el campo de juego. El marcador estará siempre un segundo, un paso, por delante de su adversario: el sueño de cualquier entrenador de fútbol” —el profesor hizo una pausa para apreciar el efecto de sus palabras.

Al menos había captado cierta atención—. “No es un sistema infalible, claro está, pero debería tener una eficacia por encima del 95%, de acuerdo con nuestros cálculos”.

Tomy Parini levantó una mano.

—Que nadie se mueva, tenemos un contacto directo con la concentración de Brasil. Al parecer, Ademar ya está enterado de los planes para anularlo… ¡No sabemos si está deprimido y quizás a punto de renunciar! ¡Ah, y también estamos en vivo desde el campamento de nuestra selección nacional! ¿Habrán tomado en serio al profesor y su milagrosa Inteligencia Artificial? ¿Es el Cabo Mendieta un robot implacable ahora? ¡Volvemos enseguida! ¡Hora, réfere!

Cuando salieron del aire, el conductor se acercó al científico y lo apartó a un lado:

—Profesor, ¿usted se da cuenta de que este asunto puede perjudicarle en su carrera académica? Puede que no lo crea, pero en verdad me preocupa. ¡Ni siquiera puso a prueba su invento una sola vez!

El profesor Iriarte le sonrió:

—Yo por mi parte estoy contento con el empuje que ahora tiene su carrera, señor Parini. ¿Es cierto lo del contacto con el lugar donde se aloja la selección brasileña?

***

Ademar jugaba al billar con Juninho y Lucas en un salón del hotel cuando el asistente técnico llegó corriendo y riendo a carcajadas. “Tenés que ver esto, Adinho” —dijo, encendiendo el televisor. Cuando fueron entendiendo de qué se trataba, explotaron las risas y las bromas, especialmente dirigidas a Ademar.

Con sus casi cinco años en el fútbol español, la estrella había comprendido hasta la última letra y después de intercambiar chistes con sus compañeros, se retiró a su habitación para prepararse. El partido comenzaría en unas horas y la delegación partiría al estadio en poco tiempo. Ya en el cuarto, corrió a conectarse a las redes a buscar más información sobre “a maquinaria maligna de um cientista maluco”, uno de los apodos irónicos de la prensa de su país.

Alguien golpeó su puerta, avisándole la hora de abordar el bus. Tomó su bolso y salió al pasillo, con semblante serio. Más tarde, algunos de compañeros dirían que parecía distraído, poco concentrado y hasta preocupado.

***

—Sí, Tomy, aquí estamos, frente a la sede de concentración de la selección nacional. Total hermetismo reina en este lugar, Tomy, compañeros y audiencia. Desde aquí podemos ver los buses en los que se trasladará la delegación hasta el estadio. Hay mucha gente aquí queriendo saludar a los jugadores, a los que solo pudimos ver de lejos…

—Bueno, Richard, ¿no me vas a decir que no averiguaste nada del arma secreta de la selección? —Tomy Parini miró de frente la cámara—. El mundo quiere saber más, Richard querido, tirame algo, lo que dicen las cocineras, el jardinero, el guardia, no nos dejes así.

Aquello era, desde luego, un estudiado paso teatral. Atrás los panelistas gritaban: “Vamos, Richard, ¿estuviste horas ahí y no tenés nada nuevo?” y, entre más risas, “¿no te gusta tu trabajo, Richard?”.

Fingiendo una sonrisa nerviosa, Richard por fin soltó:

—Tengo una bomba sin confirmar, amigos, no me comprometan. Si el jefe autoriza la lanzo.

Tomy Parini volvió a acercar su rostro a la cámara:

—Me hago responsable, adelante Richard, que explote todo… ¡Hora, réfere!

El profesor Iriarte observa divertido la escena. Siente cierto alivio porque los focos no están sobre él por unos segundos. Además, no puede ni imaginarse lo que podrá revelar el cronista.

—Esto va para vos, Ademar, sabemos que nos estás viendo —dijo Richard, siguiendo el ejemplo de su jefe y llenando la pantalla con su rostro, una marca de identidad del programa—. La perfo mance del Cabo Mendieta ha dejado con la boca abierta a todo el mundo. Cien por ciento de efectividad en los entrenamientos. Un integrante del cuerpo técnico me dijo: “ni viéndolo uno puede creerlo. Es impresionante”. ¡Hoy el Cabo gana, amigos! ¡Hora, réfere!

El que ahora soltó una carcajada, ahogada por la euforia sobreexcitada de los panelistas, fue el profesor Iriarte. Tomy Parini fue el único que la percibió. Se acercó al profesor y le habló en voz baja:

—¿Qué fue eso, Profe? ¿No le cree a nuestro cronista? El profesor tosió un poco y se disculpó:

—No, no, no es eso. Sucede que el método solo se aplica a la marcación de Ademar, se sustenta exclusivamente en el análisis de su juego, no en el de cualquier otro. No mejora el desempeño en general de Mendieta, solo en relación con Ademar. Así que si el Cabo deslumbró a todos no fue por el arma secreta, como la llaman ustedes.

***

Quizás fue por el humo que dejaron los petardos lanzados por la hinchada, o tal vez fue por la nube de papelitos que bajó de las tribunas y que quedó arremolinándose largo rato en la cancha, pero el primer tiempo del partido fue como un devaneo onírico, como una grabación desenfocada, un poco irreal. El duelo entre Ademar y Mendieta pasó rápidamente a segundo plano, ante la asombrosa actuación de los delanteros Cabrera y Lezcano, que bailaron una y otra vez, y en todos los ritmos, a la defensa brasileña. Eran dos demonios inatajables, que iban creando y driblando a toda velocidad, por derecha, por izquierda, por el centro. Generaban faltas y tiros libres, causaban amonestaciones y tarjetas en el rival, llenaban de estupor y nerviosismo a todo el equipo adversario.

Tres o cuatro veces los volantes de Brasil tuvieron la suerte de recuperar con comodidad la pelota, elaborar una jugada y pasársela limpia a Ademar. Entonces parecía que las nieblas de ese mal sueño se disiparían, con Ademar por fin arrancando pegado a la línea y encarando después en diagonal hacia el arco. Y allí se cruzaba el Cabo Mendieta, salido no se sabía de dónde, arrebatándole la pelota al astro brasileño, sin choques ni fricciones. La última vez que Mendieta le sacó la pelota, Ademar giró sobre su eje, como si se le hubiera perdido algo. La hinchada apartó la vista, con tristeza.

El primer tiempo se fue con dos goles de Cabrera y dos de Lezcano. Cuatro a cero en el primer tiempo contra Brasil. En el estudio del programa “¡Hora, réfere!” se había desatado la locura, frente a las cámaras los panelistas bailaban alrededor del profesor Iriarte, alguien había descorchado vino espumante y una batucada aumentaba el aturdimiento al límite. Solo Tomy Parini se mantenía al margen, casi en estado de shock. En la pausa comercial se levantó de pronto, pegó un golpe en la mesa y gritó: “Queda un tiempo todavía, carajo. No tiren yeta. Es de mala suerte festejar antes”.

—¿Mala suerte? —le respondió el cronista Richard, exultante—. ¡Esto es ciencia!

El segundo tiempo completó la hecatombe. Ya no hubo goles, porque el equipo que iba perdiendo renunció a atacar, sacando a su máxima estrella, colgándose del travesaño y recurriendo a faltas que le costaron dos expulsiones, pero también la salida por lesión de Cabrera y Lezcano.

Después de una desenfrenada celebración en el set de televisión, Tomy Parini, jadeante y con una copa en la mano, se sentó junto al profesor Iriarte, que empezaba a guardar sus anotaciones en una mochila.

—¡Usted, profesor, es el héroe de esta noche! No se va a ir de aquí sin explicarme una vez más qué cuernos fue lo que pasó aquí hoy. Porque también creo, por otra parte, que Usted acaba de matar al fútbol, ni más ni menos. Ya nada será igual si todo pasa por un suma y resta.

El profesor lo miró, repentinamente serio, corrió una silla, apartándose del tumulto:

—Quédese tranquilo, amigo Parini. ¿Sabe que acabo de hablar con el técnico de la selección nacional? Me sorprendió que atendiera mi llamada, pero lo hizo. Me pidió disculpas y me dijo que jamás, ni por un segundo, se le cruzó por la cabeza usar “mi invento”, como lo llamó. Sin embargo, esta tarde, después de ver todo el revuelo que causó el tema, incluso entre sus jugadores, tuvo una idea. Pocas horas antes del partido, convocó a Cabrera y Lezcano. “Les hablé de su invento, profesor”, me narró, “me miraron atentos los dos muchachos, mientras yo les explicaba con palabras que usted usó aquella tarde en que me presentó su invento. Quiero usarlo con ustedes, muchachos, les dije. Para que incorporen las virtudes de Ademar, sus gambetas. Para eso sirve el invento, para mejorar nuestro ataque, nuestra técnica, no para marcarlo, no para anularlo, les dije. ¿O acaso creyeron lo que vieron en la tele? ¿Creen que les íbamos a decir la verdad a los rivales y arruinar nuestros planes? Se rieron mucho, son dos jóvenes increíbles. Preparé unos cables con cintas alrededor de la cabeza y una computadora, cualquier cosa, algo que pareciera tener un barniz científico. Y salieron a la cancha con una confianza única, profesor. Salieron sintiéndose más poderosos, incapaces de fallar, inspirados… Y eso es todo, profesor, supongo que sabe lo del efecto placebo, ¿no?

Pálido, Tomy Parini preguntó en voz baja:

—¿Y Ademar?

El profesor Iriarte le sonrió con un toque de amargura:

—Le pregunté lo mismo. Y me dijo: “¡Qué sé yo! ¡Tuvo un mal día!”.

 

* Ricardo Benítez (Asunción, 1974) es escritor y periodista. Es autor de los libros de relatos Sacrificio de peón, La expulsión del sabio y ¿Gambetea la inteligencia artificial?. Cuentos de su autoría fueron incluidos en las antologías Cuentos a doce manos, La otra epopeya y En tierra de artesanos.

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