Cultura
Carlos R. Centurión y la Historia de las Letras Paraguayas
Discurso pronunciado por el autor en ocasión de su ingreso como miembro de número a la Academia Paraguaya de la Lengua Española (APARLE), condición que lo habilita como miembro de la Real Academia Española (RAE). En exclusiva para nuestros lectores.
Carlos R. Centurión, “Historia de las Letras Paraguayas”, Tomo I, Editorial Ayacucho, Buenos Aires, 1947. Portada y carátula.
Hasta mediados del siglo XX, la producción de los escritores paraguayos era prácticamente desconocida más allá de nuestras fronteras. En 1937, el ensayista peruano Luis Alberto Sánchez aludió precisamente, en su Historia de la literatura americana, a “La incógnita del Paraguay”, al dar unas pocas noticias sobre lo que pudo enterarse al respecto.
No faltaron, empero, antes de eso, algunos esfuerzos encaminados a exponer lo que se había escrito en el país. En 1902, Ignacio A. Pane publicó en Santiago de Chile la conferencia leída en el Ateneo de esa ciudad con relación a El Paraguai intelectual; y más tarde, hacia 1911, redactó el capítulo sobre la “Intelectualidad paraguaya” incorporado al Álbum Gráfico de Arsenio López Decoud. Igualmente, Cecilio Báez, en el Resumen de la Historia del Paraguay, se refirió en 1910 al trabajo intelectual de sus contemporáneos, al abordar el tema de la instrucción pública después de la guerra contra la Triple Alianza.
Aquellos primeros esfuerzos fueron retomados por Natalicio González, que en 1920 dio a conocer en la revista Guarania los primeros capítulos de un estudio sobre las letras paraguayas. Realizó luego varios aportes más hasta completar la muy sustanciosa “Reseña de la Historia Cultural del Paraguay” que puso como introducción en el libro Ensayos Paraguayos de Ignacio A. Pane, editado en Buenos Aires en 1945.
Por su parte, Justo Pastor Benítez dictó en la Academia Brasileña de Letras una conferencia titulada Algunos aspectos de la literatura paraguaya, que se difundió en folleto en 1935. En ese estudio, Benítez prestó atención, sobre todo, a algunas “figuras sobresalientes”, anticipando lo que desarrollaría en su admirable libro El solar guaraní, de 1947.
Con idéntico propósito de dar visibilidad a la obra literaria producida en el Paraguay, el joven periodista Carlos R. Centurión comenzó a publicar en la prensa asuncena, a mediados de la década de 1920, breves noticias sobre escritores locales, bajo el título general de Letras paraguayas. Ese sería el modesto inicio del proyecto que se concretó muchos años después en una obra de consulta imprescindible para el estudio de la historia cultural del Paraguay.
Carlos R. Centurión: Un paraguayo de la generación de 1923
Carlos Roberto Centurión Benegas había nacido en Asunción el 5 de mayo de 1902. Hijo de Juan Bautista Centurión Rojas y Alejandrina Benegas Franco, era paraguayo por los cuatro costados. Su abuelo paterno fue Gaspar Centurión, excombatiente contra la Triple Alianza, diputado en cinco periodos consecutivos durante la posguerra y miembro conspicuo de la Asociación Nacional Republicana. Por línea materna, descendía de Ildefonso Benegas, quien fue fundador del Partido Liberal, actuó también como diputado y tuvo relevante intervención en el movimiento revolucionario de 1904 que llevó a los liberales al poder.
Aunque no conoció a su abuelo paterno y perdió a su abuelo Benegas en 1910, Centurión habrá crecido rodeado de evocaciones y referencias familiares acerca de los rudos sacrificios que marcaron el pasado inmediato del Paraguay. De hecho, su padre, Juan B. Centurión, no se sustrajo del interés por lo público, pues intervino en política y en la redacción de los periódicos del sector cívico del Partido Liberal.
Establecida la familia en Villa Morra, los niños Centurión Benegas recibieron su formación inicial con una maestra habilitada para enseñar a domicilio. Carlos Roberto ingresó luego al Colegio Nacional de la Capital, donde pudo vincularse con varios de los jóvenes de la que él designaría como generación intelectual de 1923. Integraron ese grupo paraguayos notables nacidos entre 1900 y 1908, entre los que figuraban, junto con Centurión, Vicente Lamas, Carlos Zubizarreta, José Concepción Ortiz, Efraím Cardozo, Julio César Chaves, Herib Campos Cervera, Hipólito Sánchez Quell y R. Antonio Ramos.
Con veinte años, cuando aún se mantenía al margen de toda militancia partidaria, se incorporó a la redacción del diario Patria, vocero del Partido Colorado. Trabajó después en El Diario, mientras adelantaba sus estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional. Seguramente, en ese tiempo tomó la decisión de afiliarse al Partido Liberal.
En 1927, fue designado fiscal del Crimen, y entre 1930 y 1935 se desempeñó como juez de Primera Instancia en lo Criminal. También enseñó Castellano e Historia de la Literatura en el Colegio Nacional. A poco de ser nombrado fiscal, contrajo matrimonio con María Clara Mazó Fretes, unión de la que nacieron tres hijos.
Tras casi una década en el Poder Judicial, fue electo diputado en 1935. En ese año, presentó un proyecto de Código de Procedimientos Penales, y publicó los folletos Gabriela Mistral y la Epopeya del Chaco, en el que cuestionó algunos juicios de la escritora chilena; Jornadas opositoras, breve exposición de la trayectoria seguida por el Partido Liberal hasta 1904; y una semblanza del periodista e historiador Blas Garay.
La revolución de febrero de 1936 puso término a su primer periodo como diputado. En 1937, dio a conocer un anteproyecto de Constitución, editó el libro en dos tomos titulado El conflicto del Chaco Boreal, gestiones diplomáticas, y participó en la fundación del Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas.
Derrocado el Gobierno revolucionario, organizó con R. Antonio Ramos el diario La Democracia, y dirigió El Liberal. Además, fue nombrado profesor de Filosofía en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, en la que se desempeñó como decano interino durante la intervención dispuesta a principios de 1940. Entre 1938 y 1939, publicó sus estudios sobre Los hombres de la Convención del 70, El Tribunal de Jurados en el Paraguay y La mujer paraguaya a través de la historia.
Reinstalado el Poder Legislativo bajo el Gobierno de Félix Paiva, fue electo diputado por segunda vez. Ese Congreso bicameral, integrado como en 1935 solo por liberales, se autodisolvió en febrero de 1940, y un tiempo después, al comienzo de la dictadura del general Higinio Morínigo, Centurión salió desterrado del país.
Tras pasar unos meses entre Buenos Aires y Posadas, regresó al Paraguay, y en 1942 se le encargó la cátedra de Sociología en la Facultad de Derecho. Al año siguiente, propició la fundación del Instituto Paraguayo de Letras con el propósito de estimular todas las actividades relacionadas “con el arte literario nacional”, y presidió su mesa directiva en la que le acompañaban José Concepción Ortiz, Vicente Lamas, Herib Campos Cervera, Eduardo Amarilla Fretes y Luis Ruffinelli. Intervino, asimismo, en la fundación del Instituto de Numismática y Antigüedades del Paraguay y del PEN Club de Asunción. En 1944, fue invitado a incorporarse a la Academia de la Cultura Guaraní, y ganó por concurso la cátedra de Derecho Internacional Público en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional.
Su decisión de acompañar la solicitud de profesores y estudiantes universitarios para que se convoque una Asamblea Nacional Constituyente lo llevó de nuevo al exilio en 1945. Al comentar sus vicisitudes recientes, escribió a un amigo, en octubre de 1946, que hasta entonces había padecido cuatro destierros, cuatro confinamientos y trece detenciones en cárceles de Asunción y Encarnación. “Como profesor universitario –ironizó–, tuve el alto honor de dormir una noche con diecisiete homicidas del Alto Paraná, en la celda número 1 de la prisión asquerosa de la ciudad del sur”.
Desde mediados de 1946, intervino en los trabajos tendientes a reorganizar el Partido Liberal después de varios años de proscripción. La actividad desarrollada en ese periodo se interrumpió abruptamente en 1947. Centurión emprendió otra vez el camino del destierro, que en esta ocasión se extendería por más tiempo que los anteriores.
Hasta esos momentos, con 45 años de edad, Carlos R. Centurión había cumplido una intensa actividad en la prensa, la magistratura judicial, la docencia y la política. Pero en paralelo había mantenido un persistente interés por la historia y la literatura. En artículos periodísticos y en los folletos que se mencionaron, fue adelantando los resultados de sus afanes para reunir datos en torno a la historia de la literatura en el Paraguay, que había emprendido con el propósito de concretar su proyecto intelectual más ambicioso.
La Historia de las Letras Paraguayas
Es verdad que en 1947 se perdió la posibilidad de consolidar la democracia en el Paraguay. El final del Gobierno de coalición en enero, y la guerra civil que se extendió de marzo a agosto, determinaron para los paraguayos un futuro marcado por la división y la intolerancia. Sin embargo, ese año también puede ser recordado por la aparición de dos obras relevantes para la historia cultural del país. El 3 de enero de 1947 se terminó de imprimir en Buenos Aires el primer tomo de la Historia de las Letras Paraguayas de Carlos R. Centurión, y el 18 de marzo siguiente concluyó la impresión de El Solar Guaraní de Justo Pastor Benítez.
El primer tomo de la obra de Centurión abarcaba las que él designó como época precursora y época de formación de la literatura del Paraguay y se extendía desde la conquista española hasta el final de la guerra contra la Triple Alianza, mientras que el libro de Benítez presentaba un “Panorama de la Cultura Paraguaya en el Siglo XX”. Exhaustiva y minuciosa la primera, más general pero profunda y atrapante la segunda, ambas obras dieron cuenta de un país con una fuerte identidad propia y con pujanza y originalidad en el pensamiento y la creación literaria, lo que contrastaba con la situación de violencia y fanatismo político imperantes entonces en el Paraguay.
La Historia de las Letras Paraguayas, cuya primera parte se dio a conocer en aquel terrible 1947, tuvo una larga gestación, cuyo inicio puede remontarse a los días de su autor como alumno del Colegio Nacional de la Capital. Al joven Centurión le llamó la atención que la enseñanza de la historia del Paraguay se limitaba a “una relación sintética de acontecimientos políticos, cambios de gobiernos y enumeración de batallas”. Nada se decía sobre la historia cultural del país. Por otra parte, al frecuentar la biblioteca del Colegio, le impresionó que el Paraguay no figurase “en las referencias culturales de América”, y que si algún autor lo recordaba era para destacar “que se trataba de un pueblo de soldados heroicos”. Más adelante, cuando estudió Historia de la Literatura, comprobó “la ausencia paraguaya” al revisar libros relacionados con “la evolución cultural europea y americana”, lo que le generó “una mezcla de tristeza y de indignación”; y se propuso, a los 17 o 18 años, llenar algún día ese vacío.
En carta a un escritor argentino, lo explicó en estos términos: “El desconocimiento de la realidad histórico-literaria de mi país me impresionó siendo estudiante del Colegio Nacional de Segunda Enseñanza de la Asunción. En los textos escolares muy pocas veces se citaba al Paraguay y si, por mera casualidad, se lo nombraba, se hacía en manera peyorativa y con desconocimiento irritante. Hasta el gran Menéndez y Pelayo cayó en ese desliz. Agréguese a esto mi natural vocación y mi amor a las letras y quedará explicada la razón más importante que gravitó en mi vida de escritor”.
Desde mediados de la década de 1920, como se ha señalado, Centurión comenzó a difundir algunas semblanzas de escritores paraguayos a través de El Diario y de la revista Alas; y avanzó en el perseverante empeño de acumular más informaciones. Fue anotando lo que le comentaban y registrando lo que a requerimiento suyo le respondían los contemporáneos, para cotejar luego esas informaciones en el Archivo Nacional, la Biblioteca Godoy, los archivos del Colegio Nacional, de las Facultades de Derecho y de Medicina y en otros repositorios. Indicó al respecto: “Mis pesquisas me hicieron descubrir una riqueza desconocida, cuya explotación podría ser de grande utilidad para nuestro país. Con esa visión de patria, tomé entonces la ingente labor de averiguación de datos, labor que me llevó más de veinte años de dedicación silenciosa a una tarea paciente y muchas veces agobiante”.
El avance de sus trabajos pudo observarse en las publicaciones mencionadas sobre Blas Garay y sobre Los hombres de la Convención del 70; y su preocupación por estimular el conocimiento de la producción bibliográfica del Paraguay quedó de manifiesto en un proyecto que presentó en 1935 en la Cámara de Diputados para que se editara por la Imprenta Nacional una “Biblioteca Paraguaya” de doce volúmenes, con dos mil ejemplares por cada título. El proyecto enumeraba los libros que debían incluirse, que eran la Descripción de Mariano Antonio Molas, los Mensajes de Carlos Antonio López, y obras de Cecilio Báez, Blas Garay, Juan Silvano Godoy, Manuel Gondra, Fulgencio R. Moreno, Manuel Domínguez, Alejandro Guanes, Eloy Fariña Núñez, Juan E. O’Leary y Eligio Ayala.
Al fundamentar su propuesta, presentada poco antes de concluir la guerra del Chaco, Centurión apuntó cuanto sigue: “Es doloroso observar que allende las fronteras el Paraguay no existe literariamente, tal como afirma en una antología que acaba de publicarse un escritor de prestigio. Lastima el espíritu nacional esa afirmación que riñe con la verdad, pero que autoriza la falta de difusión de la labor silenciosa, desinteresada y constante de poetas y prosadores paraguayos. Es menester que el Estado proteja y auspicie esa necesaria difusión. Por ese camino conquistaremos la independencia intelectual de nuestro pueblo, evidenciando, además, que si somos capaces de realizar proezas como la defensa patria que estamos viviendo, también tenemos derecho propio para ocupar un puesto prominente, con altiva dignidad, entre las naciones cultas del mundo”.
Esta propuesta no llegó a materializarse, pero Centurión se mantuvo en el empeño de seguir compilando informaciones en torno a las letras paraguayas. Su proyecto fue cobrando forma bajo la dictadura del general Morínigo. Pudo entonces convertir el infortunio en oportunidad. Lo explicó así: “Yo andaba casi siempre detenido en casa, era un perseguido político, circunstancia que aproveché para empezar a redactar”.
Su objetivo era, en concreto, exponer en forma ordenada el cúmulo de datos que había obtenido; y precisó luego que su labor “no pretendió ser de enjuiciamiento de escritores ni artistas”. Lo explicó de la siguiente manera en el prólogo de la Historia de las Letras Paraguayas: “Sin renunciar al derecho de hacer crítica, hemos escrito este libro animados de un espíritu benévolo. De allí que contengan sus páginas nombres que, rigurosamente controlados, no podrían aparecer en una obra de selección. Pero nuestro propósito principal es presentar un panorama integral de la evolución de las letras paraguayas, con sus aciertos y sus errores, sus méritos y sus defectos, sus luces y sus sombras”. El libro registró, como consignó su autor, los “valores intelectuales” que se hicieron sentir en el Paraguay en el curso de la historia, agrupados y examinados someramente “desde el punto de vista de sus obras y de sus orientaciones y tendencias”.
Al parecer, la redacción se llevó a cabo entre 1941 y 1945. Anotó Centurión en el prólogo antes mencionado: “Cinco años de labor constante, vividos sin treguas ni descansos, ora sobre los caminos del destierro, ora en las soledades de prisiones y confinamientos sufridos en holocausto de ideales democráticos y de ensueños ciudadanos, se han plasmado en este libro”; aclarando seguidamente: “Pero no se busque en sus páginas el acíbar del odio, ni el rescoldo del despecho, ni la acidez de la envidia. Ninguna de esas pasiones, a Dios gracias, ha enturbiado jamás la serenidad de nuestro espíritu”.
Edición de la obra
En octubre de 1945, el libro estaba listo, o casi listo desde la perspectiva de quienes nunca dejan de revisar sus trabajos hasta que entren en imprenta. En nota dirigida en esa fecha al decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, Centurión anunció que había escrito una extensa Historia de las Letras Paraguayas, en la que estudiaba “la evolución de la cultura nacional”.
Unos meses más tarde, en mayo de 1946, escribió a Guillermo Cabanellas para consultar si su editorial Atalaya, establecida en Buenos Aires, podría editar la obra. Cabanellas le respondió que, para preparar un presupuesto, necesitaba conocer los originales, y le advirtió que la impresión de libros se había encarecido mucho, por lo que le recomendaba que el trabajo saliese en un solo tomo, aumentando el formato y disminuyendo el tamaño de la letra.
Pero Carlos R. Centurión no contaba con recursos para encarar ese gasto. Acerca de su situación financiera, comentó a un amigo que había vivido el último lustro “sin un peso en las faltriqueras, atado de pies y manos, con tres hijos y mi heroica y abnegada esposa, inclinada sobre la máquina para ganar el sustento”.
La solución vino de la mano del doctor Juan Francisco Recalde, quien decidió propiciar una suscripción pública para la edición del libro. En octubre de 1946, la Historia de las Letras Paraguayas ya estaba confiada a la editorial Ayacucho de Buenos Aires, y como se apuntó antes, el primer tomo apareció en enero del año siguiente. El autor lo dedicó a sus padres y consignó un especial reconocimiento a Rolando A. Godoi, José Doroteo Bareiro, Juan Francisco Recalde, Francisco Sapena Pastor, Adolfo V. Lataza, Benigno Riquelme, Manuel Galiano, y a sus hijos Fernando, Jorge y Beatriz, a quienes dijo adeudar gran parte del trabajo material preparatorio.
En el prefacio, escribió: “Hoy, al poner esta obra al alcance del público, la entregamos también al Paraguay. Quiera la Divina Providencia que ella sirva a la Patria, siquiera modestamente, para decir al mundo que todo su valor y su fuerza no solo se afinca y se condensa en el acero de su espada, sino también en el pensamiento de sus doctrinarios, en el canto de sus poetas, en el verbo de sus tribunos, naturales voceros de nobles ideales que son luminares de sus minaretes y atalayas, inspiradores de sus avatares y blasones de su tradición y de su historia”. Esta primera parte abarcaba el periodo de la conquista y la colonización hispánica, la independencia y los Gobiernos del dictador Francia y de los López; y contenía capítulos sobre el guaraní, los mitos y leyendas populares, la instrucción pública y los orígenes del periodismo.
Después de la edición del primer tomo, Centurión volvió al destierro. Tras permanecer por un tiempo en Clorinda, partió hacia Buenos Aires con ánimo de asentarse allí por un par de años. Llegó a la capital argentina en setiembre de 1947, y se fijó un plan mínimo para ejecutar en ese tiempo. Entre otros objetivos, se propuso fundar la editorial Asunción, convalidar su título de abogado, colaborar en el diario La Prensa, y concluir la edición de la Historia de las Letras Paraguayas. No solo consiguió colaborar con La Prensa, uno de los más importantes periódicos de América Latina, sino que en su momento se sumó al grupo de redactores de Heraldo, periódico editado en Buenos Aires por los liberales exiliados.
El segundo tomo de la Historia de las Letras Paraguayas se terminó de imprimir en julio de 1948, en la imprenta López y bajo el sello de la editorial Asunción. Cubría lo que Centurión calificó como época de transformación, que se extendía desde la instalación del Gobierno provisorio en 1869 a los primeros años del siglo XX. Sin limitarse a la literatura, abordó también las actividades políticas, el periodismo, la instrucción pública, la cultura jurídica e incluso el tema de la mujer paraguaya a través de la historia.
Finalmente, apareció el tomo tercero en 1951, impreso por la editorial Ayacucho. Antes, en 1950, la editorial Asunción había publicado dos obras breves de Centurión, que fueron El libro como expresión del Partido Liberal del Paraguay, con prólogo de Justo Prieto, y Manuel Domínguez, el abogado de la patria. La última parte de la Historia de las Letras Paraguayas, se ocupaba de lo que su autor dio en llamar la época autonómica, y abarcaba desde la fundación de la revista Crónica en 1913 hasta “Los resplandores de un nuevo amanecer”. Los tres tomos superaban las mil doscientas páginas.
Se consumó así el ambicioso proyecto que Carlos R. Centurión había pergeñado desde mucho tiempo atrás. En las solapas del último tomo se incluyeron comentarios elogiosos de Policarpo Artaza, Pablo Max Ynsfrán, Efraím Cardozo y Justo Prieto. Pero no hubo solo aplausos. Se cuestionó, sobre todo, que el libro adolecía de serias deficiencias en cuanto a la crítica literaria y, en palabras de José Concepción Ortiz, que haya dado cabida “a mínimos exponentes de la literatura nacional”. En ese sentido, Justo Pastor Benítez escribió que la obra era “rica en datos, valiosa como labor documentaria aunque no como criterio selectivo e interpretativo”, añadiendo que el autor se había prodigado, en lugar de proceder “de acuerdo con la crítica moderna”. En otra parte, asentó lo que sigue: “Desgraciadamente faena tan dura y noble adolece de la falta de severidad en la crítica, peca por exceso en el elogio y no ha intentado una clasificación por género o por época”.
Ante los cuestionamientos, Centurión precisó que su trabajo no pretendía ser de crítica y ni siquiera constituía una historia de la literatura del Paraguay, sino que se limitaba a reunir en orden cronológico los datos biográficos y bibliográficos de quienes, de alguna manera, colaboraron “en la estructuración y en la evolución de la cultura paraguaya”. “Mi libro no tiene, no puede tener –escribió al profesor Manuel Riquelme– otra importancia que la de ofrecer a los estudiosos el material necesario y básico para toda discriminación y enjuiciamiento ulterior, obra de especialización que requiere ambiente de serenidad y talentos que yo no poseo”.
No obstante, era consciente de que la Historia de las Letras Paraguayas no había caído bien, porque sus juicios benévolos parecían parcos al elogiado y excesivos a quienes no lo querían. Asentó al respecto que en el Paraguay se necesitaba “mayor dosis de coraje para elogiar sin servilismo, desinteresadamente, que para injuriar y difamar”; y agregó cuanto sigue: “estoy seguro, por ejemplo, [de] que Fulano jamás perdonará lo que diré de las virtudes de Mengano, ni le satisfará lo que de él personalmente pueda yo decir”.
La Historia de la Cultura Paraguaya
Carlos R. Centurión regresó al Paraguay en 1953. Volvió a enseñar en establecimientos de educación media, a asistir a las entidades culturales de las que era miembro –incluida la Academia Paraguaya de la Lengua Española que contribuyó a organizar cuando se encontraba exiliado–, y a trabajar por el Partido Liberal, con los riesgos y molestias consiguientes.
Volvió también a Villa Morra. Tiempo después, en 1960, describió en carta dirigida a Pablo Max Ynsfrán las actividades que desarrollaba en esos años. Le comentó que había reabierto su escribanía. “Mi escritorio –acotó– es un lugar de cita diaria de políticos en retiro y de intelectuales inéditos. Por allí andan siempre Modesto Guggiari, Benjamín Velilla, Julio César Chaves, Lucio Mendonça y veinte más de diversas edades y tendencias. Por la tarde oficio de maestro de escuela. Retorné desde mi regreso de Buenos Aires a la docencia secundaria. Enseño en colegios particulares. Durante las primeras horas de la mañana y de ocho a once de la noche, laboro en casa. Esta labor doméstica también la realizo los días feriados”. Asimismo, retomó su condición de colaborador del suplemento literario de La Prensa de Buenos Aires, a partir de la restitución de ese importante periódico a sus antiguos propietarios tras el derrocamiento del presidente Juan Domingo Perón.
Por entonces, la Historia de las Letras Paraguayas estaba agotada y Centurión venía preparando una nueva edición. Decidió “expurgar las sobras” y borrar lo que, “ya un poco más calmo de espíritu”, encontraba agraviante. “Le quité todo lo que me parecía superfluo –explicó–, inclusive todo lo que olía a sectarismo y a baja politiquería”. Puso al día las referencias sobre “la evolución cultural del país”, e introdujo nuevos capítulos en los que se ocupó de la labor cultural de los franciscanos, los estudios folklóricos, los estudios científicos, el desarrollo de la música y de las artes plásticas, así como una sinopsis o resumen general. Esta vez, dedicó la obra a la memoria de sus padres, a su esposa Kala, a quien recordó como “ensueño y amparo de [su] vida”, y al doctor Gustavo González, amigo y compañero de inquietudes intelectuales.
Además, decidió que el libro pasara a denominarse Historia de la Cultura Paraguaya. Argumentó Centurión que, de esta manera, el título se ajustaba mejor al contenido, pero no formuló un deslinde o precisiones conceptuales sobre lo que entendía por “cultura paraguaya”.
Entre fines de 1961 y principios de 1962, se imprimieron en Buenos Aires cuatro mil ejemplares de la obra por cuenta del Patronato de Leprosos del Paraguay, que entregó una parte de la edición al autor y destinó el resto a la venta. Apareció en dos tomos de cerca de setecientas páginas cada uno, precedidos por un extenso prólogo de Arturo Alsina. El prologuista resaltó que si bien Centurión no había iniciado la investigación literaria en el Paraguay, era “el primero en dar término a un trabajo de tan vastas proporciones”.
A juicio de Alsina, la obra resultaba aún más admirable si se tomaban en cuenta “las condiciones negativas del medio” en que se la había elaborado. Indicó al respecto: “Sin experiencia, sin centros de especialización a qué recurrir, la labor tuvo que ser, muchas veces, realizada sobre el disperso material de viejas ediciones agotadas y en diarios y revistas no siempre conservados en las bibliotecas, ordenando datos sujetos a verificación para clasificarlos, luego, por primera vez, en sus correspondientes ficheros. La búsqueda en los antiguos arcones, se alterna con la caza del dato extraído de las más diversas fuentes, desde la espontánea colaboración inesperada hasta la sorpresiva información familiar; fuentes que tendrá que descubrir, a menudo, en lugares apartados de la República o en insospechados rincones de los países vecinos”.
De todos modos, el libro no fue bien recibido en el país. Centurión manifestó lo siguiente en un reportaje publicado en 1968: “A pesar de haberlo dedicado al Paraguay, como adhesión del autor al sesquicentenario de su emancipación política y de haber contribuido con su edición a una obra de alto y noble valor caritativo; a pesar de haber trabajado en la exhumación de hombres y de nombres injustamente olvidados o preteridos en la narración de la evolución cultural de nuestro país, la aparición de mi libro fue saludada con la más gélida indiferencia”. Declaró, empero, que esto no le sorprendió y que tampoco le había afectado, porque trabajaba por el Paraguay “sin pensar jamás en reconocimientos y menos en gratitudes”.
No obstante, recordó que su Historia de las Letras Paraguayas fue valorada por la eminente educadora Beatriz Mernes de Prieto, “dama de grande talento y de extraordinaria capacidad de trabajo”, quien creó una cátedra con ese nombre en el Secretariado Paraguayo de Niñas, y la confió a Centurión desde el primer día. Señaló, asimismo, que en la educación media se había incorporado luego de la aparición de su libro el estudio de la Historia Cultural del Paraguay, lo que dio lugar a la edición de varios manuales. Expresaría con satisfacción: “Esto significa que las promociones estudiantiles actuales ya conocen a los pioneros de la cultura nacional y no solamente a sus políticos y guerreros”.
En los manuales mencionados, Efraím Cardozo calificó la Historia de la Cultura Paraguaya de Centurión como “obra monumental” y “extraordinario repertorio de la labor intelectual del Paraguay desde sus años iniciales”; Rafael Eladio Velázquez también utilizó el calificativo de monumental para referirse a ella, y acotó que era “grandemente informativa, aunque desprovista de aparato crítico”; y Hugo Rodríguez-Alcalá la ponderó como fuente de información indispensable y no superada. “No hay en el Paraguay –complementó– un estudio tan vasto y comprensivo, ni tan ricamente documentado”.
En realidad, además de brindar un panorama amplio de las manifestaciones culturales del Paraguay, Centurión había conseguido reunir y exponer una infinidad de datos relevantes y de pistas útiles para orientar futuras investigaciones. En todo caso, la obra solo fue reeditada una vez. En 1997, la editorial El Lector, de Asunción, la incluyó en una de sus colecciones, dividiéndola en cuatro tomos e indicando que se imprimieron mil ejemplares.
La concreción de la Historia de la Cultura Paraguaya no puso término a los trabajos de Carlos R. Centurión. Aparte de sus artículos publicados en revistas especializadas, en La Prensa de Buenos Aires, y en El Progreso, La Tribuna y la revista Ñandé de Asunción, preparó con Gustavo González y Rolando Niella, por encargo de la Junta Directiva de la Academia Paraguaya de la Lengua Española, un estudio sobre “Guaranismos en el Diccionario de la Real Academia”. Igualmente, trabajó con Gustavo González y Arturo Bordón en un Diccionario Toponímico Guaraní del Paraguay, y siguió reuniendo datos para su proyectado Diccionario Biográfico, que venía organizando desde tiempo atrás. En 1962, publicó un folleto sobre Precursores y actores de la Independencia del Paraguay, con prólogo de Julio César Chaves.
Dos años más tarde, en 1964, tomó la decisión de trasladarse a Pedro Juan Caballero, en la frontera con el Brasil, donde instaló su escribanía y permaneció durante gran parte de sus últimos años. En esa región fronteriza vivían un cuñado suyo y uno de sus hijos, que le convencieron, como escribió a Pablo Max Ynsfrán, de abandonar su “guarida asuncena, en donde ochenta escribanos se juegan a matar por un poder”. Al historiador argentino Raúl A. Molina, le comentó que esa población no se hallaba “en el confín del mundo”; y añadió: “Está situada en una región maravillosa, serrana, de intensa actividad laboral. Se comunica con la Asunción en pocos minutos por avión y, dentro de breve tiempo, se podrá hacerlo en automóvil. La ruta asfaltada, en construcción, está tocando a su fin. Aquí leo La Prensa de [Buenos Aires] diariamente y la radio me pone en relación permanente con todos los continentes”. El cambio de domicilio no impidió que fuera electo e interviniera en la Convención Nacional Constituyente de 1967, en representación del Partido Liberal Radical.
Balance y legado
Poco antes de fallecer, Centurión regresó a Asunción para atender su salud. En un reportaje concedido en esos días, esbozó una suerte de balance de su vida, en los siguientes términos: “Quiero dejar constancia de que si yo he sido un político por cuya causa he sufrido persecuciones, todas estas cosas las he olvidado. No tengo nada, absolutamente nada de qué quejarme. Siempre hay que mantener el alma limpia de pasiones negativas y creo que yo la llevo [así] hasta hoy. Yo no tengo enemigos, nunca los tuve, porque he tratado a los de enfrente como adversarios políticos, y no como enemigos personales. Eso sí, he discutido con pasión las ideas y siempre me encontraron de pie. Nunca he agredido ni he atropellado a la persona. Por eso será quizá que tengo amigos en todos los partidos políticos. Y puedo decir que amigos de verdad. Y de esto quiero dejar constancia. Todas las cosas amargas que sufrí en la vida, las he sufrido por amor a mi patria y por mi amor a la libertad. Y hay más, nunca he querido saber quién me agredió. Y con esa tranquilidad de espíritu espero vivir todavía algún tiempo y después acompañar a mis seres queridos”.
Carlos R. Centurión murió en Asunción en junio de 1969. Entre los recuerdos que se le dedicaron, merece destacarse el discurso que su correligionario y respetado historiador Efraím Cardozo pronunció en el Senado en la primera sesión posterior a su deceso. Cardozo sostuvo en la oportunidad que Centurión había sido, en lo que iba del siglo XX, “el paraguayo que más hizo para que la cultura de la patria fuera conocida en el mundo, y para que nosotros mismos, los paraguayos, la conociéramos como era debido”. Puntualizó luego que en la Historia de la Cultura Paraguaya había desplegado “el panorama grandioso de un pueblo que desde sus más lejanos orígenes [había] procurado con esfuerzo labrarse una personalidad en el mundo del espíritu”; para afirmar a continuación que ese libro constituía una “demostración patente” de que el Paraguay “no solo produce héroes y estadistas, sino también escritores, poetas y músicos”.
El Radical, órgano del partido en que había militado, al recordarlo, se refirió asimismo a la Historia de la Cultura Paraguaya, afirmando que en ella “no figuraron solamente los grandes, sino también los olvidados, los humildes, aquellos cuyos nombres a veces ni siquiera el periodismo había registrado”; y agregó cuanto sigue: “En esa modalidad estaba retratada la grandeza de alma de este paraguayo de cuño antiguo, gran señor, amigo de sus amigos pero también de quienes no lo eran, pero que algo habían hecho en beneficio de la cultura nacional”.
Quedaba así reconocido el aporte de Carlos R. Centurión a la historiografía paraguaya. El proyecto que fue construyendo en su imaginación de estudiante, de joven periodista, de novel magistrado, pudo concretarse a pesar de las condiciones adversas. A pesar de la precariedad de nuestras bibliotecas y archivos, de la falta de facilidades estatales para la investigación, de su insuficiente preparación para encarar solo un proyecto tan ambicioso. Con paciencia y tenacidad, reunió un enorme cúmulo de informaciones, las organizó, y consiguió exponer en orden cronológico cuanto se había escrito en el Paraguay durante cuatro siglos, y adicionar referencias sobre otras manifestaciones culturales igualmente valiosas. Acometió luego la redacción y la edición de la obra, sin que le retrajeran las estrecheces financieras derivadas de su condición de perseguido político, que le impedía llevar una vida normal por causa de los continuos destierros, confinamientos y detenciones. Así y todo, pudo cumplir su objetivo. Se formularon entonces críticas y reservas a la Historia de Centurión, que él consideró injustas, porque no se compadecían con los propósitos que había perseguido ni con las circunstancias en que acometió su trabajo. Perseveró, no obstante, y siguió puliendo y completando el libro primigenio para presentar una versión definitiva diez años después.
Ha pasado el tiempo y la Historia de la Cultura Paraguaya, fruto de la constancia de Carlos R. Centurión, de su amplia sensibilidad, de su compromiso con el país, de su actitud equilibrada y generosa, sigue siendo una obra de consulta insoslayable. En ella han quedado registrados datos y detalles importantes, así como impresiones fundadas en la observación y la experiencia, que servirán, sin duda, como punto de partida o de referencia en las investigaciones que los paraguayos debemos seguir encarando para conocernos mejor y entendernos más.
Nota de edición
El pasado jueves 31 de octubre, el historiador y diplomático Ricardo Scavone Yegros fue recibido por la Academia Paraguaya de la Lengua Española (APARLE) como miembro de número, condición que lo habilita como miembro de la Real Academia Española (RAE). La ceremonia de ingreso se cumplió en el Edificio La Piedad, donde el escritor pronunció este discurso en homenaje al destacado intelectual Carlos R. Centurión. Scavone Yegros ocupa el sillón de Francisco Pérez-Maricevich, fallecido en 2022.
* Ricardo Scavone Yegros (Asunción, 1968) es abogado e historiador, miembro de número de la Academia Paraguaya de la Historia y miembro correspondiente de las Academias de Historia de Argentina, Bolivia, Colombia, España, República Dominicana y del Instituto Histórico y Geográfico del Brasil. Publicó diversas monografías, resultado de sus investigaciones en archivos de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. Es director de la Academia Diplomática y Consular del Ministerio de Relaciones Exteriores.
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