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Cultura

Cuatro apuntes breves sobre la obra “Carmen Coraje”

Escena de "Carmen Coraje". Cortesía

Escena de "Carmen Coraje". Cortesía

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La vigencia de una obra teatral depende de su aptitud para asumir los signos de su tiempo; cada presente debe ser capaz de convocar la memoria para encomendarle nuevas tareas de cara a porvenires deseables. Ese es el fin de la recordación políticamente constructiva: la invocación de los hechos infaustos de la historia para procesar el duelo, aventar la melancolía y aventurar lo posible en un contexto desencantado.  Para “redimirlos”, dice Walter Benjamin. La obra de Raquel Rojas titulada Carmen Coraje trae un momento especialmente fatídico de nuestro pasado inmediato: la del último encarcelamiento de Carmen Soler impuesto por la dictadura de Stroessner. Pero no se trata solo de convocar ese tiempo buscando neutralizar sus potencias oscuras, sino de ubicar en él a un personaje extraordinario, capaz de rectificar el curso de la historia mediante la belleza y la convicción de la palabra, capaz de redimirla a través de la fuerza de la acción comprometida y el coraje sin fisuras de su ética.

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La obra, escrita y dirigida por Raquel Rojas, teatraliza ese personaje potente; lo presenta (lo representa) en clave escénica. Y lo hace en una puesta que, dadas la intensidad de la obra –en sus distintos componentes– y la grandeza de Carmen Soler, sobrepasa las categorías convencionales del teatro, cruza géneros y escenas y condensa épocas diferentes. Parte de hechos reales y documentos fieles, pero la ficción dramatúrgica edita y elabora esos datos ciertos y vuelve a imaginar lo ocurrido y reencauzarlo. La puesta de Raquel Rojas complejiza la biografía sin desmentirla; la narra no en clave de registro verídico, sino en cifra de poesía, tomado este término en su sentido más amplio. La poesía de los poemas de Carmen Soler y la del trabajo del teatro: la del libreto de Raquel Rojas, la actuación de Carmen Briano y la de la representación misma (música, luces, escenografía, ritmo). Por eso la pieza escapa del puro género unipersonal, rebasa el dintel del proscenio, atraviesa la cuarta pared y congrega la presencia de quienes componen el mundo de la protagonista (su compañero, su hija, sus camaradas, los trabajadores/as, las mujeres, el pueblo entero), cuyas voces e imágenes (sus silencios, a veces) resuenan en el espacio encerrado del escenario, de la celda, de la clandestinidad. El espacio del Paraguay enclaustrado por la dictadura de Stroessner, rodeado de sus fantasmas y sus miedos; de las sombras negras que se alargan hasta el presente.

Escena de Carmen Coraje. Cortesía

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 Adorno predijo que luego de Auschwitz, no sería posible la poesía. Pero, como lo reconoció luego él mismo, en realidad la poesía configura el único lenguaje capaz de enfrentar el absurdo traumático del horror Y eso, porque la poesía es más que lenguaje, porque tiembla de deseo y de imágenes, de fuerzas inconscientes, que le permiten sortear, que no descifrar, aquello que no tiene palabras, que no tiene nombre establecido. La última verdad de la tortura y la muerte no puede ser traducida en cifras claras; solo puede ser imaginada, rodeada, vislumbrada, quizá, por los rodeos del arte y la pasión combativa. Así como los afanes del teatro, la poesía de Carmen Soler llega hasta donde no pueden los signos de la cultura codificada. Mantiene un núcleo intraducible, incomprensible, pero capaz de movilizar las fuerzas de la condición humana desde los rodeos exactos de la belleza. La imagen no tiene un solo destino, ni permite ser atrapada por la lógica instrumental que pretende aclararlo todo para así mejor utilizarlo. De este modo, la imaginación permite entreabrir la dimensión de lo posible, aunque la cultura oficial la haga parecer imposible. Esa es la fuerza política del arte: anunciar la opción de futuros preferibles e impulsar el deseo de lo que habrá de venir, aunque este se presente oscurecido por un sistema empeñado en mantener lo instituido. Aristóteles ya afirmaba que el arte (y pensaba especialmente en el teatro) no busca tanto representar lo ocurrido, sino lo que podría ocurrir.

Escena de Carmen Coraje. Cortesía

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La tragedia parecería impedir la posibilidad de futuros diferentes al presente que nos constriñe. El destino trágico, el marcado por los dioses, no puede ser evitado por los mortales. Pero estos tienen un resorte ético que les dota de la libertad necesaria para cambiar, si no el curso del destino, sí su sentido. Carmen Soler no pudo cambiar mediante la poesía la fatalidad instituida por la dictadura. Pero su coraje militante y la osadía de su pensamiento y su imaginación mantienen abierto el lugar de lo posible, aun en medio de los desastres de la historia. La pesadilla premonitoria de la protagonista marca en esta puesta teatral un momento clave. Carmen sueña o delira hechos futuros cargados de dolor, como la masacre de Curuguaty y las represiones ocurridas durante la Pascua Dolorosa, posteriores a su último encarcelamiento. Arrastra, así, el tiempo de la memoria y lo lanza al futuro. De este modo, la obra Carmen Coraje no clausura los acontecimientos: los entreabre a diversos tiempos posibles a nuevos aconteceres. Este gesto instituye la dimensión política, micropolítica, movida por las potencias del deseo disidente, más allá de lo avizorado por cálculos y previsiones razonables. En medio del contexto distópico que nos toca vivir, la obra instala una rendija de utopía. No la utopía idealizada en clave romántica, sino la equivalente al modo según el cual los guaraní conciben, desean y buscan el yvy marae’ỹ, el mundo mejor. Un lugar alcanzable, pero sometido a contingencia y dependiente de esfuerzos constantes.

Eurípides cierra (abre) muchas de sus tragedias con la figura de deus ex machina. El jugarse por la libertad sobre el filo del abismo hace que, a veces, algún dios señale un camino a contramano del determinado por el destino determina. El coraje de creer y crear en medio de condiciones adversas es una de las formas más altas de ejercer la libertad, la que puede seguir imaginando futuros plausibles y detectar relámpagos que puedan rasgar el tiempo desgraciado que nos toca vivir.

 

* Ticio Escobar es crítico de arte, curador, docente y gestor cultural. Fue presidente de la sección paraguaya de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA Paraguay), director de Cultura de la Municipalidad de Asunción y ministro de la Secretaría Nacional de Cultura. Es director del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.

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