Cultura
Después del antropoceno (Los próximos bosques)
Breves reflexiones sobre la película “Los últimos”, con guion y dirección de Sebastián Peña, y con las actuaciones de Ulf Drechsel y Jota Escobar. El material se estrena hoy en nuestro país en Cine Villamorra.
"Los últimos", 2023. Captura
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Los últimos encara frentes complejos. La destrucción ambiental, por cierto, pero también, y nada menos que, nuestro destino como especie involucrada en esa catástrofe y sujeta a sus implicancias existenciales. Estos contenidos, de por sí intrincados, se espesan con las resonancias de la memoria personal que sacuden, sin romperlo, el silencio de los bosques. El silencio es una figura clave en la película: custodia el ámbito del acontecimiento, el espacio/tiempo donde los rumores, chirridos, zumbidos y retumbos que convoca el Chaco conforman una discordante textura sonora que acompaña el relato y hace de trasfondo y contrapunto suyo en el límite de lo audible y lo visible. De lo comprensible.
El silencio se encuentra latente siempre, como amenaza o promesa. Como cifra de pura vulnerabilidad –ante el avance del fuego, de las topadoras y de los colonos, que avanzan siempre– o como presagio de una calma que permita percibir los murmullos ínfimos de la tierra que bulle o los chillidos o bramidos de animales cada vez más lejanos, puramente míticos casi. Es un silencio activo: resulta preciso estar alerta para escuchar retazos de canciones que flotan en el aire desde la infancia y es necesario aguzar el oído para detectar los vestigios del tiempo en retirada o las señales del que se avecina.
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“Sabiduría” se dice en guaraní arandu, ára hendu, capacidad de escuchar el tiempo. Es sabio quien puede percibir las cifras de su actualidad, preñada de recuerdo, abierta a lo que vendrá o lo que podría llegar. Jota y Ulf son dos sabios no solo por la erudición que poseen, sino por su posibilidad de registrar las frecuencias del ambiente; dejarse afectar por sus ondas tenues y asumir sus mensajes silenciosos, inaudibles casi siempre. Los últimos los muestra deambulando por un Chaco radical en sus excesos, demasiado polvoriento en un extremo; en otro, empapado. Lo hacen peripatéticamente, según la vieja escuela de los sabios viejos: avanzando vigilantes, pero calmos; rumiando ideas, callados o exponiéndolas en frases cortas. Atraviesan páramos, palmares, montes espinosos, aún radiantes o carbonizados. Se cruzan con potreros y camiones transportadores de soja o de ganado, de mercaderías prohibidas tal vez. Surcan muchos caminos idénticos o uno solo, dejan atrás territorios indígenas saqueados y maquinarias abandonadas (extraños artefactos herrumbrados, puras metáforas de poder y obsolescencia que parecen esperarlos en muchos lados). Jota y Ulf buscan los remotos montes vírgenes, llamados “condenados”, no tanto por encontrarse amenazados cuanto porque son considerados improductivos; es decir, son condenados a seguir siendo bosques, en tanto cumplan su destino de ser explotados. Aunque aún los haya muchos, son los últimos.
Se exponen esos bosques, casi fugazmente, desde arriba, pues desde adentro no podrían ser enteramente mostrados ni lucirían su esplendor inestable: se presentarían solo como los retazos que tarde o temprano serán. Se los busca con prisa, intentando que sus imágenes se anticipen a las que conformarán la pura memoria, el registro de lo extinguido que crece exponencialmente cada día.
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Como se sabe, el Chaco Paraguayo es un inmenso territorio que forma parte del Gran Chaco; después de la Amazonía, el mayor bioma del continente, el bosque seco más grande del planeta, una de las mayores reservas de biodiversidad existente, etc. También se sabe que ese territorio es uno de los más dañados por la deforestación en todo el mundo, lo que agrava aceleradamente el proceso de extinción de especies vivas, con consecuencias ambientales desastrosas a nivel global. Este es el escenario donde transcurre la película. Una escena distópica, turbiamente iluminada, cercada por territorios alambrados que pertenecieran a distintos pueblos indígenas y son hoy asiento de empresas depredadoras. Un espacio asediado por el avance de incendios que casi no aparecen más que a través de sus luces mortecinas y sus corolarios espectrales: árboles, pastizales y aires quemados, alumbrados por fugaces imágenes de la magnificencia del paisaje chaqueño. Allí se mueven Jota y Ulf; allí realizan sus tareas cotidianas y mantienen sus conversaciones que, más que tales, son sentencias cortas, terminantes, brutales muchas veces.
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Tomo dos cuestiones centrales entre las que aparecen en esas ponencias breves. La primera instala una mirada holística que parte de la atención microscópica concedida al interior reseco de la tierra misma y se detiene en el mundo modesto de los insectos nocturnos. Estos se agolpan, hirvientes, inquietantes, a contraluz, empujando desde afuera la tela de observación, la pantalla de la representación que invierte el sentido de la escena, ubicándola del otro lado (¿seremos los humanos los observados?).
Sin estos seres menores, ignorados por la mirada común, no se justifica la sola campaña para salvar la belleza feroz del jaguar, por ejemplo, como si ese felino no formara parte de un vasto universo de individuos interdependientes. A veces el preservacionismo queda preso de criterios estéticos; ya decía Wittgenstein que las convenciones humanas consideran justificable que se mate una oscura cucaracha, mientras califican como un crimen eliminar una mariposa azul. Jota es un eminente ornitólogo, pero ahora conviene bajar la vista hasta el mundo de los pequeños insectos de la noche, aunque él levanta la mirada a menudo para llamar por su nombre científico y en guaraní a algún ave que sobrevuela los bosques amputados.
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La segunda cuestión deriva de la evidencia de la extinción de las especies. ¿Qué pasará con la humana? “También se extinguirá, a no muy largo plazo”, dicen los peregrinos sabios, con acentos y palabras diferentes, sin que el tema parezca inmutarlos. Si el ser humano es mortal, ¿por qué la humanidad debería no serlo? El mundo viviente renueva sus etapas; a la desaparición de un biosistema sucede otro; vaya a saber qué especies diferentes esperan su turno. No hay salida para la debacle ambiental; ninguna institución humana ha logrado frenar ese acelerado proceso de destrucción, pues los humanos llevamos inscritos en el ADN de nuestra especie la conquista total de la tierra; el capitalismo no hace más que acelerar este impulso irrefrenable.
Esta conclusión apocalíptica tiene una estructura trágica. En cierto sentido, la tragedia clásica trata de un destino fijado por los dioses, por fuerzas ajenas a la voluntad humana. Este tema desemboca en una contradicción ética, pues nadie puede ser responsable de actos que no eligió realizar; por eso, la tragedia entreabre un intersticio para un acto supremo de libertad responsable que permita asumir ese destino de formas diferentes. A la pregunta “¿cuál es la salida?”, los protagonistas responden más o menos que no queda más que vivir el tiempo que tenemos. Es una manera de asumir la condena trágica. Podemos interpretar el término “conatus”, fundamental en Baruch Spinoza, en ese sentido: el conatus es esfuerzo por hacer perseverar lo que es, la vida. Sebastián Peña, director-narrador de Los últimos, dice que ante la certeza de que de momento la vida continuará, “opto por seguir imaginando el futuro”. Mientras nos empeñamos en hacer perseverar la vida, el tiempo de lo posible corre y se ensancha. Al fin y al cabo, buscar el sentido del día siguiente durante el tiempo de esa prórroga es desde siempre la tarea ética del ser humano.
* Ticio Escobar (Asunción, 1947) es crítico de arte, curador, docente y promotor cultural. Fue presidente de la Asociación Internacional de Críticos de Arte Capítulo Paraguay, director de Cultura de la Municipalidad de Asunción y ministro de la Secretaría Nacional de Cultura. Es autor de la Ley Nacional de Cultura y coautor de la Ley Nacional de Patrimonio. Publicó una treintena de libros sobre teoría del arte y cultura. Ha recibido importantes premios, tales como el Príncipe Claus, de Holanda, y el Bartolomé de las Casas, de España. Es director del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.
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