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Cultura

Mr. Gosling se encuentra con el padre Maíz (1900)

Padre Fidel Maíz. Archivo

Padre Fidel Maíz. Archivo

A principios del siglo XX, había consulados británicos en muchas áreas remotas de Sudamérica desde donde los oficiales consulares realizaban regularmente viajes a distritos adyacentes pero todavía desconocidos. Estos funcionarios luego enviaban al Foreign Office, en Londres, informes y correspondencia basados en estas exploraciones. No siempre era obvio el propósito particular que estos informes encerraban; de hecho, algunos de estos viajes eran evidentemente organizados solo para ilustrar y cautivar al personal consular y posiblemente a familiares o miembros del Parlamento. Para los hombres lejos de casa, estos viajes podían tener carácter de aventura. Y las aventuras, como todos sabemos, pueden inspirar escritos hermosos y muy informativos.

Podríamos recordar que aquella era una época en la que los británicos afirmaban con orgullo que el sol nunca se ponía sobre la Union Jack, que su Imperio era el gran instrumento civilizador de todos los tiempos. No hace falta decir que los representantes o agentes del Imperio debían estar bien informados.  Esto parece obvio hoy en día, cuando incluso los gobiernos de países pequeños esperan recibir informes periódicos de sus diplomáticos.  Esto se considera parte esencial de su  trabajo.

Lista de diplomáticos británicos. Foreign Service

Lista de diplomáticos británicos. Foreign Service

Por supuesto, al evaluar el carácter actual de la diplomacia nunca debemos olvidar que no siempre fue así. A comienzos del siglo XIX, Gran Bretaña tenía representantes residentes en no más de una docena de países, y las relaciones diplomáticas con otros estados se manejaban caso por caso. Hago hincapié en esto para mostrar que, en ese tiempo, las misiones diplomáticas y consulares extranjeras en Paraguay eran algo nuevo y bastante innovador. No se puede decir que los británicos estuvieran informados de manera significativa sobre la República Guaraní. La gente siempre confundía el lugar con Uruguay.

Por eso fue tan importante la labor de cónsules como Cecil Gosling.  Los lectores recordarán el artículo que publiqué hace dos semanas que relataba una anécdota aún vigente –o al menos todavía contada, en la época de Gosling en Asunción– sobre la inesperada inclinación del Dr. Francia hacia lo poético.  Como señalamos, el representante británico había oído contar esta historia, pero no tenía forma fehaciente de confirmar su veracidad; quizás el hecho de que la gente todavía sintiera tal temor al Dictador Supremo fuera suficiente para dejar en claro este punto.

Puede que Gosling fuera novato en Paraguay, pero no lo era en el resto del mundo. Había nacido en Estocolmo en 1870 y pasado gran parte de sus primeros años en los países de Europa occidental y Rusia. Su madre, la condesa Ida Gyldenstolpe, se aseguró de que su hijo recibiera una educación amplia en Bath, donde aprendió varios idiomas.  El padre de Gosling ya había servido largos años en el cuerpo diplomático británico, ocupando puestos en Rusia, España y Dinamarca.  Posteriormente, cuando el gobierno envió al padre de Gosling a las repúblicas centroamericanas, su hijo Cecil se unió al ejército y participó en las guerras de Matabele en Sudáfrica, así como en las primeras fases de la guerra de los Bóer [1].

Siguiendo los pasos de su padre, Cecil Gosling ingresó al cuerpo diplomático a finales del siglo, luego exploró ciertas áreas del Amazonas antes de asumir el cargo de cónsul en Asunción. La mayoría de las tareas que le concernían en Paraguay involucraban a  la pequeña pero no insignificante comunidad de británicos en el país, la mayoría dedicada a los negocios. Cultivo de yerba, ganadería y operaciones de aceite de petitgrain contaron con participación británica. Para atender sus intereses y ofrecer asesoramiento adecuado, Gosling necesitaba conocer mejor el país. Así que recorrió extensamente Paraguay (y el Chaco), tomando notas detalladas. También leyó tanto como pudo sobre la historia paraguaya y conversó con funcionarios del gobierno y ciudadanos comunes sobre las circunstancias del país.

De vez en cuando, sucedía algo que requería más que la atención rutinaria de Gosling. En una ocasión, un inglés fue asesinado en el campo, un hecho sin comparación en ese momento en Paraguay. Dado que Gosling era la única autoridad británica en el país, le correspondió iniciar una investigación con ayuda de la policía. Y debido a esta inusual circunstancia conoció al padre Fidel Maíz, persona de considerable  renombre y  mayor notoriedad incluso en la primera década del siglo XX, una figura brillante pero quizás malvada, y ciertamente controvertida.

El padre Fidel Maíz en dos momentos de su vida. Archivo

El padre Fidel Maíz en dos momentos de su vida. Archivo

En general, los clérigos paraguayos de ese período eran supersticiosos, ignorantes e irremediablemente holgazanes. No mostraban casi nada del entusiasmo religioso tan notable entre los jesuitas dos siglos antes. Fidel Maíz se destacó entre esta multitud de manera dramática. Y debido a su notable experiencia durante el conflicto de la Triple Alianza, casi cuarenta años antes, parecía un nexo destacable con el día anterior. Dejemos que las reminiscencias de Gosling, tituladas Travel and Adventure in Many Lands, cuenten la historia de cómo se conocieron:

“Ese terrible padre Maíz”

“En aquellos días la mayoría de las calles de Asunción no estaban pavimentadas y aparecían cubiertas de arena roja oscura. Eran tan profundas que conducir era casi imposible y rara vez se veían carruajes. No se podía alquilarlos y, como yo vivía fuera de la ciudad, una invitación a cenar no era un asunto sencillo. Caminar con aquel calor era casi imposible, ya que uno llegaba en un estado de desaliño irremediable, pero al regresar a casa a menudo me quitaba los zapatos y las medias y viajaba descalzo y cómodo sobre la arena profunda. Pero la verdadera solución a todas las dificultades era montar a caballo, y pronto llegué a considerar el caballo como único medio para desplazarme. Un caballo no era un lujo: era una necesidad indispensable, sin la cual ni siquiera las funciones oficiales podían llevarse a cabo adecuadamente.

“Una noche me despertaron unos golpes violentos en la puerta y, al levantarme y bajar al jardín, descubrí a un médico inglés de apellido Snead que había acudido a toda prisa para decirme que un inglés llamado Cunningham había sido asesinado en Atyrá, pueblo ubicado a unas cincuenta millas de distancia. Después de ofrecer comida y bebida al doctor al médico y atender su caballo, decidí partir al amanecer.

“En el camino mi compañero me contó que el párroco de Atyrá era el famoso padre Fidel Maíz, uno de los más fieles seguidores del tirano López y quien, si la historia de esos tiempos es precisa, había sido el responsable de llevar a cabo algunas de sus peores atrocidades. [Charles Ames] Washburn, en su Historia del Paraguay, se refiere frecuentemente a las fechorías de este sacerdote y publica una carta firmada por él dirigida al pueblo en la que declara que López era más grande que Dios. Washburn fue ministro norteamericano en Asunción durante la guerra y su libro –que apareció después de que renunciara a su cargo– ofrece un relato muy interesante y detallado de los acontecimientos de aquellos días. También se refiere extensamente a la prisión y tortura a manos de este sacerdote de un inglés llamado Thompson, quien en sus cartas al ministro estadounidense menciona a ‘ese terrible padre Maíz’. Thompson fue acusado de estar relacionado con un complot para asesinar al tirano y, como en ese momento no teníamos representante diplomático en Asunción, Washburn hizo gestiones oficiales en su favor y finalmente obtuvo su libertad. Como puede imaginarse, tenía no poca curiosidad por conocer a esta figura del pasadp, y Snead y yo estuvimos concordamos en que sería mejor acudir directamente a él y pedirle ayuda para obtener información sobre el asesinato de nuestro compatriota.

“Llegamos al pueblo alrededor de las cuatro de la tarde y cabalgamos hasta la vicaría, preguntando a un peón si Su Reverencia estaba y podría recibirnos. El hombre respondió afirmativamente y, desmontando, entramos a un jardín bien cuidado en el que florecían jazmines y rosas. Sentado a la sombra de un árbol vimos a un sacerdote estudiando un breviario, moviendo los labios mientras repetía las palabras de la sagrada escritura. Se levantó para saludarnos y en ese momento pensé que nunca había visto una figura de hombre más imponente. Era de una estatura inusual, probablemente medía un metro ochenta y dos, era delgado, con hombros anchos, y su sotana muy gastada mostraba su noble estampa en todo su esplendor. Aunque ya tenía más de ochenta años, se mantenía erguido como un joven y, cuando se quitó el sombrero, vi que su cabello cortado al ras apenas comenzaba a encanecer. Sus ojos, oscuros y profundamente hundidos, no se habían apagado con la edad y revelaban un alto nivel de inteligencia. Su nariz, curvada y finamente cincelada, indicaba una ascendencia noble. Sus pies, angostos y con empeines altos y arqueados, y sus manos, delicadas pero llenas de carácter y fuerza, confirmaban esta impresión de alta cuna. Era el tipo de sacerdote-soldado, y uno puede imaginarse a algunos de los seguidores de Loyola con este aspecto. Su voz era sonora y baja, y su enunciación y elección de palabras eran más propias de un castellano puro que de un sudamericano.

“Le expliqué el objeto de mi visita y mostró toda su disposición para ayudarme a llevar a los asesinos ante la justicia. ‘Mañana –dijo– le diré a algunos de mi gente que hablen con ustedes’.

“Declaró que Cunningham había entrenado al coro del pueblo y tocaba el órgano en la iglesia, y que, a su muerte, aunque no sabía a qué fe pertenecía, lo había enterrado en suelo consagrado. ‘Estaba muy apegado a su compatriota, señor –añadió –; a menudo nos sentábamos juntos, aquí en este jardín, y hablábamos de libros y del mundo exterior. Extrañaré su compañía y su música’. La voz era tan suave y aparentemente tan sincera que me maravillé al pensar que era ‘el terrible padre Maíz’ quien hablaba. ¿Qué clase de hombre era éste que se veía tan noble y hablaba con tal acento de sinceridad de un extraño asesinado? ¡Vaya, el hombre que tenía ante mí había visto cometer muchísimos asesinatos y había hecho torturar a las víctimas de las persecuciones del tirano! Miré el rostro orgulloso, con su mirada de águila, y me pregunté qué había provocado su íntima asociación con un personaje tan despreciable como el segundo López. Del miedo, no podía haber duda, porque el coraje se delineaba en cada rasgo; coraje, sí, y ambición, ansia de poder, afirmé; y creo que tuve razón.

“Volvimos a la fonda del pueblo, donde pasamos la noche, y a la mañana siguiente, fiel a su promesa, el padre Maíz me puso en contacto con aquellos aldeanos que podían darme información sobre los asesinos de Cunningham. Tomé sus testimonios por escrito y, a mi regreso a Asunción, pude presentar a las autoridades pruebas suficientes para arrestar y encarcelar a los dos hombres en cuestión. La pena capital se aplica muy raramente en Paraguay y, en aquellos días, la ley consideraba el asesinato con mayor tolerancia que destruir la cerca de un vecino o cortar el cabello a una mujer; esto último se consideraba un delito muy grave. De la evidencia se desprendía que Cunningham había discutido con los dos hombres y que, días más tarde, estos lo habían matado a tiros frente a su casa, a sangre fría y sin ninguna provocación aparente. Nunca volví a ver al Padre Maíz, pero años después me enteré de su muerte. Sin duda, era un hombre notable” [2].

Gosling también fue un hombre notable. Después de su estadía en Paraguay, pasó a Bolivia y Chile, ocupando cargos más altos. Después se jubiló, vio morir a sus tres hijos –dos de ellos en la Primera Guerra Mundial–, y luego escribió las referidas reminiscencias. Finalmente, encontró algo de paz en sus últimos años y murió en Tánger en 1944. La próxima vez veremos a Gosling contemplar la sociedad paraguaya en sus contornos más amplios.

 

Notas

[1] “Cecil Gosling, embajador del Reino Unido en Paraguay”, en https://www.youtube.com/watch?v=9CmGJBWSfBY

[2] Gosling, Travel and Adventure in Many Lands (New York: Dutton, 1926), pp. 211-221; para saber más sobre el padre Maíz, ver: José Zanardini, Fidel Maíz. Un cura controvertido (Asunción: Grupo Editorial Atlas, 2020); y Carlos Heyn Schupp (ed.), Escritos del padre Fidel Maíz. I: Autobiografía y cartas (Asunción: Union Académique Internationale y Academia Paraguaya de la Historia, 2010).

 

 * Thomas Whigham es profesor emérito de la Universidad de Georgia, Estados Unidos.

2 Comments

2 Comentarios

  1. Martin Romano Garcia

    23 de junio de 2024 at 11:47

    Un excelente aporte de Thomas Whigham. Todo comentario aporta un grano mas a la comprension de la época. Solo observaria que Gosling se confunde al hablar de Thompson. Seguramente se refiere a Masterman, que fue el torturado por Lopez, y salvado por la insistencia de Washburn desde el exterior, al salir del país. Masterman escribe en su libro sobre la guerra, que “ese terrible padre Maiz” fueron las palabras con que lo definio Carreras despues de haber sido torturado.

  2. thomas whigham

    23 de junio de 2024 at 18:38

    Gracias, don Martin. Cierto–es casi seguro que Gosling se confunda Thompson por el otro britanico. Es interesante la circulacion (y transformaciones) de rumores treinta anos despues. Hay muchos paralelos con las cosas de hoy, no le parece?

    saludos y gracias,

    Thom

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