Cultura
Julia Isídrez y el Sur Global en la 60ª Bienal de Venecia
Obras de Julia Isídrez y Juana Marta Rodas en el Arsenale © AA
A una semana de su apertura oficial, la 60ª edición de la Bienal de Venecia ha generado prensa urbi et orbi. Mientras algunos artículos celebraron la irrupción del Sur Global en el Arsenale y los Giardini, otros –verdaderamente demoledores– dieron cuenta de la perturbación y la incomodidad que la propuesta de Adriano Pedrosa –primer latinoamericano que cura La Biennale en más de un siglo de existencia– ha despertado en el sistema occidental del arte.
Llegar a Venecia no es fácil, en sentido literal y figurado. El mayor acontecimiento artístico del mundo –al que solo Documenta disputa protagonismo– ha sido concebido esta vez como una “celebración de la diferencia” que, por cierto, no logra escapar al riesgo de exotización que sobrevuela rasante esta edición en la que 331 artistas de todos los rincones del planeta han sido reunidos bajo el título Stranieri Ovunque (Foreigners Everywhere, Extranjeros por todas partes), con 87 pabellones nacionales y una cantidad de muestras y eventos paralelos.
Se trata de una construcción curatorial compleja y abarcadora que puede ser vista como una “colección de marginalidades”, una suma infinita de historias de exclusión y diáspora, de resistencia y obstinación, presentadas en formato amable unas veces y convencional en algunas otras. Una exposición transcultural, transdisciplinaria, transexual y abierta, que juega al anacronismo no solo en sus dos núcleos históricos y cuya ambición reivindicativa del inmigrante, del extranjero, del queer y del indígena termina homologando situaciones, prácticas y contextos diversos.
La expresión Extranjeros por todas partes tiene varios significados. “En primer lugar, a donde quiera que vayas y estés, siempre encontrarás extranjeros —ellos/nosotros estamos por todas partes. En segundo lugar, sin importar donde te encuentres, siempre eres verdaderamente, y en el fondo, un extranjero”, dice el curador en su statement.
En este maremágnum de diversidad, las obras de dos ceramistas populares paraguayas se muestran en un lugar privilegiado, el Arsenale di Venezia, como parte de la exposición principal curada por Pedrosa. Casi al comienzo del recorrido, en el centro de uno de los grandes recintos, las piezas de Julia Isídrez y su madre, Juana Marta Rodas, comparten espacio con obras de diversas latitudes. Esta es la primera vez que artistas procedentes del Paraguay son parte de la main exhibition por invitación directa del curador.
La participación de Julia fue enteramente articulada desde instancias privadas. La galería paulista Gomide&Co –que representa a la artista– se hizo cargo de la logística de traslado de obras y la Biennale asumió los costos de su presencia en Venecia. Importante papel cumplió la galerista paraguaya Verónica Torres, quien viajó con Julia y cuyas gestiones acompañaron el proceso desde los inicios. Fue también relevante el apoyo afectivo y profesional de Jorge Enciso, discípulo de Julia, artista y abogado.
A diferencia de los grandes volúmenes de Julia (algunos rondan los 150 cm de altura), las piezas de Juana Marta Rodas son pequeñas y pertenecen al acervo del CAV/Museo del Barro, de Asunción, institución que las cedió en préstamo, respondiendo a la solicitud de Pedrosa. Ambas, madre e hija, han suscitado interés en el circuito internacional del arte desde hace tiempo. Cabe recordar que en 2012 obras de una y otra estuvieron presentes en Documenta 13, en la Rotunda del Museo Fridericianum de Kassel, en feliz vecindad con esculturas de Brancusi. Y que varios años antes habían recibido el Premio Prince Claus de Holanda. Asimismo, hay que señalar que Aracy Amaral curó exposiciones de Isídrez en Santiago de Chile y São Paulo, en colaboración con Osvaldo Salerno.
Si bien la intensa agenda de Julia en Venecia, con entrevistas y reuniones, contrasta con sus días en Itá, donde tiene su casa y un museo dedicado a su madre, su actividad es siempre frenética. Lo ha sido desde siempre y hoy más que nunca, con dos exposiciones internacionales en puerta –una en Nueva York y otra en Londres–, una próxima bienal y la escuela que está construyendo en un terreno que adquirió recientemente, donde dará clases y organizará residencias artísticas.
Es conocida la imagen de Julia niña, en el campo, acompañando a su madre muy temprano en el invierno hasta el sitio de donde Juana Marta extraía el barro para sus trabajos. Desde entonces ha pasado mucho tiempo. Tanto, que el mundo, como ella, ha cambiado aunque siga siendo el mismo. Tanto, que sus piezas fueron cobrando formas mitológicas, caprichosas, ficcionales, a medida que se alejaban de cualquier función utilitaria. El imaginario de Julia, como el de su madre, se orientaba inexorable al territorio del arte y esta navegación paciente y a veces fatigante llega hoy a un puerto codiciado con importantes escalas cumplidas en el trayecto.
Cientos de artistas como Julia, desconocidos en el circuito global del arte e incluso en sus propias escenas locales, que jamás habían expuesto en esta Bienal y quizás tampoco en otras, son aquí mayoría. Es más, la larga lista de participantes incluye tanto individuos como colectivos, muchos de los cuales jamás se asumieron como artistas. Obras frescas y realizaciones ad hoc conviven con piezas de artistas desaparecidos o artefactos anónimos. Los vivos se mezclan con los muertos, a razón de 100 contemporáneos frente a 200 históricos, algo que nunca había sucedido. La curaduría se planteó revelar un “otro” modernismo, el desarrollado en y desde el Sur.
Nadie duda de que esta edición marca un punto de inflexión en la centenaria bienal, tanto por la muestra principal desplegada en Giardini y Arsenale, como por las propuestas nacionales, muchas de gran calidad y poesía. La cita más glamorosa y seductora de la escena global del arte, la que dispara carreras y cotizaciones, se ha visto invadida, contaminada, excedida. La vocación decolonial del curador –perceptible en impecables propuestas anteriores suyas– sube a bordo a los desplazados del mundo en una travesía épica que apeligra el naufragio y puede llegar a evocar Le radeau de la Méduse.
Sin embargo, y frente a las adustas miradas nor-atlánticas, aquí estamos los del Global South –expresión que más que coordenadas geográficas señala una posición política–, todos juntos, en esta oportunidad que quizás nunca más se repita. Sí, todos juntos, mezclados y hasta desprolijos, el pasado y el futuro en la misma mesa, poniendo colores furiosos al dolor, tejiendo vínculos como hilos en un tapiz, desoyendo cánones y descubriéndonos unos a otros. Esta bienal lleva la marca del exceso. Y no es para menos. Más de los dos tercios del mundo están aquí, exponiendo sus conflictos, historias y ficciones, o reflexionando sobre sus orígenes. Por eso, a veces, no solo cuesta entender la narrativa, sino también visualizar el amplio horizonte que esta edición desbordante plantea. Un desborde discursivo que se anuncia desde el principio en la icónica fachada del pabellón principal de los Giardini –que exhibe con orgullo el logo de La Biennale– completamente intervenida por el colectivo indígena brasileño MAHKU (Movimento dos artistas Huni Kuin). Un gesto político que pudo ser ingenuamente interpretado como festivo, folklórico o complaciente, cuando en realidad se trata de tragedia humana narrada en los códigos visuales propios de una cultura.
En una Italia sacudida por el nacionalismo y la xenofobia, llenar de “extranjeros” y outsiders la Bienal de Venecia suena hasta temerario. Pedrosa se anima. Es en este contexto que la obra de Julia Isídrez puede ser vista como lo que es: una conexión directa con la vida. Así nacieron sus gusanos de la mandioca y del coco, sus ciempiés, sus osos hormigueros, sus lobisones y las tantas oquedades que acogen una memoria corporal y sensible de mujeres de pueblo. Una sabiduría de siglos transmitida de generación en generación.
Para terminar, las preguntas más frecuentes oídas en estos últimos días: ¿No es esta, acaso, una bienal pensada para espectadores del centro? ¿No se parece a un gabinete de curiosidades o una feria de rarezas? Más allá de las críticas, creo que el canon bienalístico ha sido desestabilizado y eso irrita. Por un momento, esta bienal da vuelta el mapa, como lo hizo Torres García. Quizás lo más productivo sea leerla como un gran libro del mundo, con espíritu abierto y sin prejuicios.
* Adriana Almada es crítica de arte, escritora, editora y curadora. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA Internacional), de la que fue vicepresidenta, así como presidenta del capítulo paraguayo (AICA Paraguay). Es directora artística de la Colección Mendonca (Paraguay) y curadora general de Pinta Sud Asu, un programa de Pinta Art.
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Luiz Ernesto Meyer Pereira
28 de abril de 2024 at 17:10
Excelente texto sobre a Bienal Internacional de Arte de Veneza! Gostei muito! Parabéns pela iniciativa! Aplausos! 👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏👏
Lisbeth Rebollo
28 de abril de 2024 at 22:32
Excelente análise crítica da Bienal de Veneza, texto com um olhar apurado à proposta “decolinizante” da curadoria. Parabéns, Adriana! Parabéns ao jornal!