Cultura
Un chihuahua, un diario y un fugitivo. La escritura bisagra de Esteban Bedoya
Esteban Bedoya y su nueva obra, "El rincón del chihuahua". Editorial Rosalba, 2023. Cortesía
El rincón del chihuahua (Editorial Rosalba, 2023) me transportó a un fascinante intertexto. En sus páginas, el autor parece estar al otro lado de la realidad, tejiendo con hilos de luz una ficción fresca y necesaria para nuestros días. Los signos culturales propios e identificables de la narrativa son característicos de esta región y resuenan en cada página, conectándonos a través de experiencias compartidas entre países, como los periodos históricos mencionados en el inicio y los arquetipos familiares que se describen en la segunda parte.
El escritor francés Philippe Sollers reflexiona en su texto La escritura y experiencia de los límites (1976), sobre la naturaleza de los libros. Según él, un libro no está hecho solo para ser leído y cerrado, sino para ser operado, para entrar en la realidad y transformarla. Tanto el arte como la literatura, en mi punto de vista, son entes que deben defenderse de la exigencia del escrutinio, ofreciendo pequeños escamoteos, electricidad y desafiando los cánones establecidos.
Leo Buber, el protagonista de la historia, emerge desde el corazón del barrio judío de Buenos Aires; hijo de un padre anarquista, desde muy niño quiere salir del molde tradicional impuesto, para lo cual, como si fuese un polizón, inicia la aventura de sumergirse en un ámbito católico conservador, muy distante del gueto de su comunidad. La construcción de su carácter se presenta inicialmente como un espejo, refleja sombras y anhelos propios, está llena de situaciones que lo ligan a lo sacro; según el autor, muchas de las cualidades en torno a Buber se deben a experiencias propias.
El personaje se vale de su sensibilidad, para entender el medio en que se mueve, sustentado, además, en el conocimiento adquirido durante infatigables noches de lectura, herramientas que lo diferencian de sus coetáneos y que le permitirán lograr sus objetivos. En su laberíntico recorrido entre la infancia y la adultez encontrará personajes emblemáticos, tal como el caso de Sara, mujer, que, de agente encubierta israelí, termina atendiendo una cantina, e iniciando en la vida amorosa a jóvenes como Leo Buber, a quien adiestró sentimental y pragmáticamente en temas de seducción e interpelación del escenario social porteño. El relato nos va conduciendo de forma lineal hacia el conocimiento del personaje; sin embargo, en el momento menos pensado todo cambia, se nubla, y las certezas se desmoronan. Es entonces cuando aparece el chihuahua, esa mascota que se convierte en portadora de una paradoja, siendo el título del libro y al mismo tiempo, parte fundamental del giro de la historia, en la que se despliega “la otra vida posible de Leo”, y como si fuese una bisagra, nos permite abrir una puerta que nos conduce a otra realidad, y seguir las huellas de Leo, permitiéndonos descubrir ilusiones, prejuicios, certezas, en un viaje emocional que estremece y nos hace reflexionar sobre los límites de la existencia.
Las notas que acompañan la creación de este libro nos sumergen en la Argentina de los años 70 y 80, una época marcada por la dictadura militar. A través de las páginas, sentimos la tensión que sufre el personaje Buber, que se entrelaza con la violencia y temor que imperaban en los años de plomo.
Pero lo más inquietante, lo que subyace como telón de fondo, es cómo la realidad de los tiempos de opresión pudo haber echado raíces, y que estas afloren en la actualidad, aromando el monstruo “invisible” del fascismo, que resurge de manera sutil, pero persistente. Lo encontramos en el cotidiano, en las conversaciones, en las decisiones políticas. Como si el pasado y el presente se entrelazaran, recordándonos que la historia no es solo un relato antiguo, sino una corriente subterránea que sigue fluyendo.
Mientras hojeo El rincón del chihuahua, siento que ese ente golpea debajo de mis pies, o desde algún costado, interrumpen el break de la siesta, Bedoya, tiene esa capacidad de hacer que el texto me estremezca, que detrás de la risa también exista la certeza de que algo inminente va a golpear desde algún dónde, algún cuándo y algún cómo, que va a ocurrir, pero no sabemos nombrarlo.
En la medida que la narrativa se despliega, Leo Buber emerge como un antihéroe, cuya rebeldía y naturaleza de fugitivo lo alejan de los héroes literarios convencionales. Paralelamente, surgen otras figuras en el relato, tal el caso del suegro mafioso del protagonista, un tal Patrón Ponce, prototipo del mafioso cruel, a la vez padre de familia amoroso, de perfil psicológico reconocible dentro del panorama latinoamericano. La tensión entre ambos personajes se hace evidente en la conversación del capítulo “En el restaurante”, pág. 92, donde la rigidez de la interseccionalidad familiar mexicana queda al descubierto. El autor exhibe su destreza narrativa al capturar con precisión la actitud esquiva de Buber ante la imponente autoridad patriarcal del señor Ponce.
-Quiero que sepa que para mí, ¡para mí! -me repitió con énfasis-, para mí las apariencias son fundamentales… y usted no las está cuidando.
-¡Pero, señor!
-¡Escúcheme! El nombre de mi familia no es un chiste… mi apellido se pronuncia con respeto, ¿entendió?
Es de destacar la forma en la que el autor vuelca sus observaciones personales, dejando de manifiesto su admiración por la obra de Jorge Luis Borges, específicamente en un pasaje de “El aleph”: “Vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala”, esa imagen es utilizada por Bedoya para ambientar uno de los pasajes del libro, ubicando en la torre de Santa María de Viterbo, de dicha ciudad, al personaje Leo Buber, quien desde allí contempla el mismo atardecer imaginado por Borges, y experimenta una especie de epifanía, como si hubiera accedido a un punto de vista privilegiado y místico. Este pasaje de la historia pareciera ser uno de los últimos momentos de contemplación antes de que la fuga se dé en cuesta abajo. A partir de ese punto del libro, la huida de Leo a través del México profundo se vuelve intensa y con un sabor a Rulfo; muy bien reflejado en el capítulo titulado “La bestia”, cuando nos sumergimos en una realidad cruda y brutal. En la página 130, encontramos la cita: “Algunos saltaban como insectos, atraídos por el espejismo de las luces de algún pueblo inexistente”. Esta descripción evoca la violenta marcha del tren migratorio que atraviesa México hacia los Estados Unidos, conocido como un “infierno ferroviario”. Las imágenes visuales que emergen de estas páginas podrían fácilmente inspirar un guion cinematográfico, gracias a su riqueza descriptiva.
Ya en la última parte, el autor deja un final abierto sobre la condición de Leo Buber, y coincidiendo con la escritora Maryse Renaud (2023), el ejercicio literario de Bedoya escribiendo sobre un personaje principal que vuelve a desprenderse del personaje creado, deja una bifurcación de interpretaciones que van desde conformarse con el “final feliz” del mismo o dejar abierta la posibilidad de que haya existido otro quiebre, una suerte de tercera pared en la performatividad de su texto, una dimensión que queda al arbitrio e imaginario de quien termina de leer El rincón del chihuahua. ¿Dónde se encuentra el final de Leo Buber, en el cementerio de La Tablada o está entre nosotros?
El libro de Bedoya, además de ser de lectura fácil, emerge en un “interregno” simbólico mencionado también por Sollers en La escritura y la experiencia de los límites (pág. 97). Este punto de inflexión se encuentra entre lo conocido y lo desconocido, la historia y la contemporaneidad. Simbólicamente, representa los peligros latentes que acechan en los pliegues de la historia y la sociedad actual.
En la opinión el artista Enrique Collar, quien vivió y se crio durante mucho tiempo en Buenos Aires, el personaje es muy rico y construido a partir de pasajes porteños creíbles, con instancias de neutralidad, que lo convierte en una historia que puede ser adaptada universalmente, con una capacidad de elipsis o salto en el tiempo-espacio genuina sin que se pierda la continuidad de la secuencia, en la que Leo Buber se ve forzado a convivir en sociedades distintas, pero con ciertas características en común. Quizás el autor nos invita a explorar esos peligros, cuestionando lo establecido y las implicancias que van más allá de la superficie, donde El rincón del chihuahua se convierte en puente entre diferentes dimensiones y su valor trasciende lo meramente literario, como una bisagra.
* Fernando Colman (1990) trabaja en investigación en arte contemporáneo para Curatoría Forense Latinoamérica, y en comunicación digital. Ha realizado diplomados en Antropología del Arte (LATIR, México), Arte aplicada a la Sociedad (Überbau_house, São Paulo). Colabora con Trabajadores de Arte Contemporáneo y Experimental Photo Festival (Barcelona).
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