Cultura
El asilo de Luis Alberto Sánchez en la Embajada del Paraguay en Lima
El asilo diplomático, que cobró nuevamente notoriedad en los últimos días por lo ocurrido en la embajada de México en Quito, ha constituido desde hace mucho tiempo un medio eficaz para precautelar la libertad e incluso la vida de perseguidos por razones políticas en las turbulentas pugnas internas de los países americanos.
Luis Alberto Sánchez. Cortesía del autor
Seguramente, el caso más emblemático de asilo diplomático fue el del político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, asilado en la embajada de Colombia en Lima, que fue sometido incluso a decisión de la Corte Internacional de Justicia y demoró largos años en resolverse. Poco antes que Haya, uno de sus copartidarios, el célebre ensayista Luis Alberto Sánchez, buscó también asilo en la representación diplomática del Paraguay. Este artículo aborda las circunstancias y el desarrollo de dicho asilo.
En la madrugada del 3 de octubre de 1948, se amotinó parte de la escuadra naval peruana apostada en el Callao, bajo el mando de oficiales sindicados como simpatizantes del APRA (la Alianza Popular Revolucionaria Americana), partido político entonces opositor al gobierno del presidente José Luis Bustamante y Rivero. Las fuerzas del Ejército, la Aviación y la Policía, que permanecieron leales, actuaron con rapidez y lograron neutralizar los focos sediciosos. Después, atribuyéndose al APRA responsabilidad en el levantamiento, se dispusieron severas medidas contra el partido y sus dirigentes.
En ese contexto, el 7 de octubre solicitó asilo en la embajada del Paraguay el doctor Luis Alberto Sánchez, diputado y uno de los principales líderes apristas, además de rector de la Universidad Mayor de San Marcos. Considerando que Sánchez se encontraba en condición de perseguido político, el embajador paraguayo le concedió el asilo.
Luis Alberto Sánchez era un ensayista y catedrático de gran prestigio, y amigo personal del presidente de la República del Paraguay, Natalicio González, a quien había conocido en Buenos Aires, cuando ambos se encontraban exiliados. Les unía, una común afinidad por la literatura y por el estudio del pasado y el presente de América Latina. El jefe de Estado paraguayo le invitó a acompañarlo en el acto de asunción de la presidencia, en agosto, pero Sánchez no pudo viajar en aquel momento, y el viaje se pospuso para octubre.
Por su parte, el embajador del Paraguay, coronel Luis Irrazábal, que llevaba ocho años al frente de la misión en Lima, era una figura cuasi legendaria, por la destacada participación que le cupo en la Guerra del Chaco. Su nombre estaba íntimamente asociado a la defensa del fortín Nanawa, que condujo, resistiendo los recios embates del ejército boliviano de enero y julio de 1933.
Como el embajador carecía de espacio para alojarlo en su residencia, y disponía, en cambio, de un departamento en el local del consulado, resolvió trasladarlo allí, a pesar de que el propio Sánchez advirtió que los locales consulares no gozaban de inmunidad diplomática. Irrazábal entendía, empero, que la embajada podía solicitar la extensión de la inmunidad a inmuebles distintos del de la sede de la misión, como se había previsto en el Tratado sobre Asilo y Refugio Políticos de 1939, no ratificado aún por el Perú.
El 8 de octubre, por la mañana, el embajador visitó al ministro de Relaciones Exteriores peruano, general Armando Revoredo, y le comunicó, por medio de una nota, la concesión del asilo y la habilitación del local consular para alojar al asilado. Agregó que el doctor Sánchez estaba listo para viajar al Paraguay, por invitación del presidente González. El general Revoredo no formuló objeción, y prometió expedir el salvoconducto necesario para que el asilado saliese del país.
Sin embargo, Irrazábal fue citado a una audiencia con el canciller en la tarde del mismo día. Antes de concurrir, comprobó que el local consular había sido rodeado por personal de la Policía de Investigaciones, que se ubicó en forma ostensible sobre la puerta principal y cerca de la azotea. Supo luego que el propio ministro de Gobierno, Julio César Villegas, había ido a verificar el despliegue policial.
Al encontrarse con el general Revoredo, este le expresó que los asesores jurídicos del ministerio se habían pronunciado en contra del pedido de extensión de la inmunidad al consulado. El embajador le señaló que el local consular estaba rodeado y no podría retirar con seguridad al asilado para llevarlo a la embajada, a lo que contestó el ministro que siempre que estuviera en compañía suya o en el automóvil no correría peligro alguno. Replicó Irrazábal que no confiaba en el personal de investigaciones y que, en consecuencia, no se expondría él ni expondría al asilado “a sufrir el más insignificante bochorno en la vía pública provocado por los matones policiales”.
El representante paraguayo comentó de la siguiente manera la decisión que adoptó entonces: “Resuelto a no dejarme arrebatar a mi asilado y, en la imposibilidad de regresarlo pacíficamente a mi residencia, tomé, como única solución para salir del trance, la medida de instalar nuestra Embajada en el mismo local del Consulado. Informé de esta resolución al Canciller quien, sorprendido, me preguntó si realizaba el traslado tan intempestivamente obligado por las circunstancias. Le respondí que sí, por tratarse del único medio, en mis manos, para resolver la situación que me creaba la intransigencia de su gobierno, negándose a extenderme los privilegios diplomáticos sobre el local donde tenía alojado a mi asilado, y porque también era el único camino que tenía para salir del paso con decoro, airosamente, defendiendo, sin infringir los Tratados ni en menoscabo de las cordiales relaciones de nuestros respectivos países y Gobiernos, el Derecho de Asilo que, en nombre del mío, había otorgado a un refugiado político. Le dije también que, como no tengo local propio, a nadie debo rendir cuenta ni pedir consejo sobre su instalación; que no existe ninguna ley que me impida instalarlo dónde y cuándo lo desee”.
El canciller le pidió que comunicase el traslado formalmente, lo que hizo poco después. El coronel Irrazábal estaba seguro de que se preparaba el asalto del local consular o el arresto del asilado cuando saliera a la calle para subir al automóvil, “por el considerable despliegue de fuerza, que no podía responder a una simple vigilancia”. Sánchez, por su parte, relató así la forma en que se consumó la instalación de la embajada en el local del consulado: “Urdimos una treta. Logramos comunicarnos con la residencia de la embajada, pese a la interferencia telefónica, gracias a que el embajador como todos los paraguayos hablaba guaraní. El chofer fue y trajo el escudo de la embajada. El propio embajador lo colocó sobre la puerta del consulado. Cuando la gavilla de soplones estaba lista al zarpazo, se produjo la inevitable contraorden”. Comentó Irrazábal que, una vez colocado el escudo, la fuerza policial fue retirada, “quedando un solo vigilante como custodio del local” [1].
El ministro Revoredo dirigió una nota al embajador paraguayo para manifestarle la extrañeza del gobierno del Perú por el empleo de un procedimiento desusado, que no se ajustaba a los principios sobre la inviolabilidad de los locales diplomáticos ni a la práctica del asilo. Exponía, en tal sentido, que lo normal era que la persona que se sintiera amenazada fuese en busca de amparo, y que la actitud del funcionario diplomático, en tal caso, debía ser pasiva o receptiva, sin pasar “los límites señalados por el Derecho y los Tratados”. No obstante, “frente al hecho consumado del traslado del escudo” y por “las cordiales y estrechas relaciones existentes” entre ambos países, adelantó que el gobierno peruano no pondría reparos al asilo concedido, aunque dejaba constancia de su protesta por la forma en que el embajador se condujo.
En otro oficio, el ministro Revoredo indicó que se otorgaba el salvoconducto, a pesar de las pruebas inobjetables de que el APRA y sus dirigentes, entre los que figuraba Sánchez, tenían plena culpabilidad en la preparación y dirección de la rebelión militar del 3 de octubre, y que esos actos estaban contemplados y penados en el Código de Justicia Militar. El embajador Irrazábal consideró que la protesta del gobierno peruano fue “la consecuencia o producto del despecho y la desilusión que le produjo [su] firme actitud y rápida decisión que le desbarató la captura, cuando creía ya asegurada, del más codiciado y valioso personero del APRA” [2].
Los detalles de lo ocurrido se filtraron de la cancillería al diario La Prensa, que los reveló, según Sánchez, “mañosamente aderezados”. En conocimiento de los hechos, renunciaron tres o cuatro miembros del Instituto Cultural Peruano-Paraguayo, constituido en 1943 y que había desarrollado hasta entonces escasa actividad. Las renuncias de Luis Humberto Delgado, Carlos Miró Quesada Laos y Luis Alayza Paz Soldán, presidente y vicepresidentes del instituto, se publicaron en La Prensa y El Comercio. Delgado dirigió la suya al presidente Natalicio González, indicando que ella obedecía a la “dolorosa y directa intervención” del embajador del Paraguay en los asuntos internos del Perú, “amparando primero en el local del Consulado y residencia del Secretario de la Embajada, a perseguidos políticos, y realizando luego por obra de ingratos procedimientos el traslado violento del escudo de armas del Paraguay del local oficial de su residencia a la oficina donde se alojaban personas declaradas fuera de la ley por el gobierno peruano, en virtud de actos delictuosos contra la seguridad del Estado”. La actuación del embajador Irrazábal, en su concepto, había sido inamistosa y reñida con las prácticas diplomáticas [3].
La Prensa, sobre todo, asumió una actitud de enérgica condena a lo que definía como el uso indebido del derecho de asilo para “cubrir la evasión de los jefes del APRA”, con especial énfasis en el asilo de Manuel Seoane en la embajada del Brasil y el de Sánchez en la del Paraguay.
El gobierno peruano exigió que el asilado saliese lo antes posible del país. Requirió al efecto que se presentara su pasaporte para los trámites consiguientes. Luis Alberto Sánchez entendió que lo que se pretendía era retener el pasaporte y sustituirlo por un salvoconducto que solo le permitiese abandonar el Perú, inmovilizándolo en el Paraguay. Aseguró entonces que él no lo llevaba consigo. Se produjo una nueva incomodidad entre la embajada y la cancillería.
En esos momentos, posiblemente, ocurrió el siguiente episodio relatado por Sánchez tiempo después: “Cuando Natalicio González, Presidente del Paraguay, supo que yo estaba asilado en su embajada y debía partir a Asunción, envió un cable insólito y abierto, para que lo leyeran todos, desde el receptor de All America hasta el distribuidor, pasando por el censor y sus adláteres: ‘Diga a Luis Alberto Sánchez que si desea venir al Paraguay debe considerarse invitado mío. Natalicio González, Presidente de la República’. ¿Podré yo olvidar ese gesto?”. Hubo otra atención que conmovió al asilado. Antes de dejar Lima, pidió al embajador que le permitiese celebrar su cumpleaños en compañía de su familia. Irrazábal le respondió: “Sé que no es regular lo que voy a hacer, pero tiene usted mi autorización para que su familia venga a pasar el cumpleaños con usted; inclusive podría permitir una o dos visitas bien calificadas. Yo mismo iré en automóvil por su esposa y sus hijos mañana 12, y me permitirá usted que les ofrezca una copa de champaña” [4].
Sánchez salió del Perú el 13 de octubre. El embajador Irrazábal lo llevó al aeropuerto de Limatambo y estuvo con él hasta que subió al avión que lo condujo a Santiago de Chile, para seguir a Buenos Aires y Asunción. El agregado cultural de la embajada, Nicolás de Bari Flecha Torres, lo acompañó hasta el Paraguay [5]. El día de la partida, la cancillería peruana instruyó a la embajada en Asunción que informase que el pasaporte de Sánchez había sido anulado [6].
El embajador peruano, Óscar Barrenechea y Raygada, recibió también instrucciones de manifestar al gobierno paraguayo que, “como los diarios de Lima [habían] comentado detallada y desfavorablemente las incidencias del procedimiento empleado por el embajador Irrazábal al otorgar asilo”, la permanencia de dicho diplomático en el Perú podría “enfriar” las relaciones amistosas entre ambos países, lo que el gobierno peruano deseaba evitar. Al remitírsele copia de las notas intercambiadas con la embajada del Paraguay, se le indicó que la actuación del coronel Irrazábal no se ajustó a los principios que orientaban la práctica del asilo, y que esto provocó la molestia del gobierno del Perú.
Apenas recibió la documentación enviada desde Lima, el embajador se entrevistó con el canciller interino, Mario Mallorquín, para informarle de lo ocurrido y transmitir el mensaje de su gobierno. El ministro se limitó a decir que consultaría con el presidente. Al día siguiente, el subsecretario de Relaciones Exteriores habló por teléfono con el representante peruano para transmitirle que el presidente González había encargado que se le preguntase si, fuera del caso del asilo, había alguna otra razón o queja contra el embajador Irrazábal, porque de lo contrario el gobierno paraguayo lo respaldaría, por estimar que había procedido conforme a las normas y principios aplicables, sin perjuicio de la facultad del Perú de declararlo persona no grata.
Barrenechea volvió a reunirse con el ministro Mallorquín, quien le confirmó que el presidente de la República entendía que el embajador Irrazábal no se había extralimitado en sus funciones, y que si el gobierno peruano consideraba que había dejado de ser persona grata, podría declararlo así, sin necesidad de especificar los motivos. Decidió entonces el representante peruano hablar con el presidente González, quien, en una audiencia larga y “extremadamente cordial”, se reafirmó en lo resuelto. Adelantó, sin embargo, que no se permitiría que Sánchez hiciera en el Paraguay política partidaria ni publicaciones en la prensa, “acogiéndole solamente como elemento cultural”. El jefe de Estado dijo al embajador Barrenechea que deploraba lo ocurrido y que hubo una exageración de parte de los diarios limeños, pues el representante paraguayo había actuado correctamente [7].
Luis Alberto Sánchez llegó al Paraguay después de esas gestiones, y permaneció en Asunción un par de semanas. Iniciaba, así, un nuevo exilio. Pero gracias a la templanza del embajador Luis Irrazábal y a la firmeza del gobierno paraguayo, pudo superar el difícil trance en que se encontró en su patria, a raíz de su militancia política.
Notas
[1] Irrazábal a Mario Mallorquín, Ministro interino de Relaciones Exteriores del Paraguay, Lima, 23/10/1948 y anexos. Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores del Paraguay (AMREP), Departamento de Política Internacional (DPI), volumen 331 y Luis Alberto Sánchez, Testimonio personal. Memorias de un peruano del siglo XX, Segunda edición: Lima, Mosca Azul Editores, 1987, 3, pp. 103 y 113-115. La versión de Sánchez difiere de la que proporcionó al Ministerio de Relaciones Exteriores del Paraguay el agregado cultural de la embajada, Nicolás de Bari Flecha Torres, que acompañó al asilado hasta Asunción. Él consignó que Irrazábal le dio por teléfono lo orden de que colocase el escudo, que ya estaba en el consulado. Flecha Torres al Ministro de Relaciones Exteriores del Paraguay, Asunción, 26/10/1948. AMREP, DPI, volumen 331.
[2] Revoredo a Irrazábal, Lima, 8/10/1948, oficios 10 y 11, e Irrazábal a Mallorquín, Lima, 23/10/1948. AMREP, DPI, volumen 331.
[3] Luis Alberto Sánchez, Reportaje al Paraguay, Asunción, Editorial Guarania, 1949, pp. 13-14; “Ingratos procedimientos del Embajador del Paraguay para amparar a los responsables del movimiento subversivo del domingo 3”, La Prensa, Lima, 11/10/1948; “Instituto Peruano-Paraguayo. Renuncias del Presidente y Vicepresidentes del Instituto”, El Comercio, Lima, 11/10/1948 y “Renuncian el 2.° Vicepresidente y el Secretario del Instituto Cultural Peruano-Paraguayo”, El Comercio, Lima, 12/10/1948.
[4] Sánchez, Reportaje al Paraguay, pp. 13-14 y Sánchez, Testimonio personal, 3, pp. 115-117.
[5] “Viajó ayer a Chile Luis Alberto Sánchez”, La Prensa, Lima, 14/10/1948.
[6] Revoredo a la Embajada del Perú en el Paraguay, Lima, 13/10/1948. Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú (ACMREP), Copiador de cablegramas, volumen 179 (1948).
[7] Revoredo a la Embajada del Perú en el Paraguay, Lima, 14/10/1948 y Barrenechea a Relaciones, Asunción, 18, 20 y 22/10/1948. Ibidem; Revoredo al Embajador del Perú en el Paraguay, Lima, 9 y 12/10/1948. ACMREP, Correspondencia reservada remitida a la Embajada en el Paraguay, 1948 y Barrenechea al Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, Asunción, 23/10/1948. ACMREP, Correspondencia reservada recibida de la Embajada en el Paraguay, 1948.
* Ricardo Scavone Yegros (Asunción, 1968) es abogado e historiador, miembro de número de la Academia Paraguaya de la Historia y miembro correspondiente de las Academias de Historia de Argentina, Bolivia, Colombia, España, República Dominicana y del Instituto Histórico y Geográfico del Brasil. Publicó diversas monografías, resultado de sus investigaciones en archivos de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay. Es director de la Academia Diplomática y Consular del Ministerio de Relaciones Exteriores.
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