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Cultura

Vivir en la era del Tecnoceno. Notas en torno a la obra de Flavia Costa

Flavia Costa y su obra "Tecnoceno". Cortesía

Flavia Costa y su obra "Tecnoceno". Cortesía

Si algo ha tenido lugar en los debates actuales de las Ciencias Humanas y Sociales, son los problemas que se desprenden de la noción de Antropoceno, término que ha despertado un sinfín de polémicas desde su popularización por parte de Paul Crutzen y Eugene Stoemer. En resumen, se puede decir que el Antropoceno designa una era geológica que acentúa la centralidad del ser humano y su comportamiento sobre la Tierra, o sea, los efectos que este produce sobre la misma (repercusiones sobre el clima, la biodiversidad, etc.). Si bien la propia conceptualización nace dentro de los estudios geológicos, rápidamente llega a los terrenos humanísticos y sociales, desde Peter Sloterdijk, Bernard Stiegler, Jason Moore, Donna Haraway, pasando por Maristella Svampa en América Latina, entre tantos y tantas. Capitaloceno, Negantropoceno, Chthuluceno, Tecnoceno, son algunos nombres que han aparecido para problematizar la cuestión del Antropoceno, como bien se ha dicho al principio.

Dentro de ese largo espectro, la figura de la pensadora argentina Flavia Costa [1] ocupa un lugar singular y, en específico, su obra Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida, publicada en 2021. Sus investigaciones giran en torno a los estudios tecnológicos, culturales y sociales, así que se puede decir que esos hilos marcan la sugestiva reflexión que realiza en su libro sobre la “gran transformación epocal” en la que se vive en la actualidad, mencionando la pandemia del coronavirus. 

Retomando las reflexiones de Sloterdijk, Nancy y Martins, ubica el momento histórico como “Tecnoceno”, declinación del “Antropoceno”, que a diferencia de Crutzen-que ubica el inicio del mismo en la era industrial-, Costa sigue otra precisión temporal, que es de Era atómica, mitad del siglo XX. Ya que indica “el inicio de la era del ‘antropos’ en un momento particularmente denso en lo que respecta a la capacidad de afectar de modo material el planeta”, los ejemplos que utiliza la autora son clave, específicamente en lo que concierne  a los años 70: la publicación del artículo de Francis Crick sobre el Dogma Central de la biología molecular, el proyecto Cybersyn en Chile, la máquina Altair 8800, la intervención de Foucault sobre el “Nuevo orden interior y control social” y la explosión del reactor nuclear de Three Mile Island. Hechos que vislumbran la densidad de aquel momento y sirven a Costa para pensar el Tecnoceno o, como bien define: 

[…] la época en la que, mediante la puesta en marcha de tecnologías de alta complejidad y altísimo riesgo, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a las poblaciones de hoy, sino a las generaciones futuras, de nuestra especie y de otras especies, en los próximos milenios.

No nos detendremos en detallar la introducción de la obra de Costa, puesto que los temas escapan a esta reseña, pero sí en acentuar aspectos esenciales del método, partiendo de la intuición fundamental de que las manifestaciones culturales y artísticas articulan formas de vida mucho más intensas de aquellas disciplinas “duras”, puesto que constituyen una relación de primer orden con el mundo en su capacidad de prefigurar, anticipar, imaginar y tabular —siguiendo el hilo de Stephen Wilson, artista contemporáneo—. Además de que para realizar un análisis se debe hacer un diagnóstico, y más sobre el presente. Sobre esto, Costa, sostiene que nuestro tiempo debe concebirse en términos modernidad, entendida como una actitud fundamental de reflexión sobre sí mismo para poder pensar de otra manera, —la vena foucaultiana es más que latente— en el sentido de no aceptar lo determinado ni adecuarse a lo dado, sino que se trata de una actitud de coraje contra aquello que somos y hemos sido. Teniendo en cuenta esto, la pensadora argentina es tajante. En la Modernidad se dan dos cuestiones esenciales: la tecnificación y la politización de la vida y este es el diagnóstico que sirve a Costa para realizar su análisis del mundo ambiente tecnológico. 

Siguiendo los debates biopolíticos, encuentra que, en la actualidad, el campo de batalla se ha ampliado. Ya no es solamente el plano disciplinario ni poblacional, sino el terreno de la “conducción de las conductas”, lo que Foucault llamaba “gubernamentalidad”, pero asociada a las nuevas formas de vigilancia y control social, con los avances tecnológicos de la mano. El primer capítulo profundiza  esos aspectos, en específico, el anudamiento entre registros biométricos y registros comportamentales (hábitos de consumo, preferencia estética o relaciones afectivas…) para la recolección de datos a ser analizados y utilizados en campañas políticas o de marketing. Por supuesto, los ejemplos que utiliza Costa hacen que la lectura sea entendible para cualquiera que no esté del todo familiarizado con los debates que plantea y, además, puntualizando, aspectos que muchas veces no son comentados, como la historia de internet hasta las actualizaciones sobre las sociedades de control que planteaba a finales del siglo XX Gilles Deleuze.

El segundo capítulo, siguiendo la intuición sobre la intensidad de las manifestaciones culturales y artísticas a la hora de aportar elementos para analizar los excesos tecnológicos, se detiene en abordar las contribuciones  de la artista Heather Dewey-Hagborg, en especial las prácticas de  biohacking [2]. Sobre esto, los estudios de Dewey-Hagborg y otras/os artistas, sirven a Costa para pensar los problemas que traen las técnicas de reconocimiento facial y los sistemas de vigilancia biológica, que muchas veces ocultan intereses económicos y políticos. Y, además, las posibilidades que abren para “estrategias de anonimización [que] buscan construir una nueva práctica y una pedagogía de la distancia y la disidencia respecto de los intentos de captura y apropiación de lo que hoy se llaman ‘huellas’, marcas singulares de nuestros modos de estar en el mundo”. 

El tercer capítulo aborda la cuestión de las “formas de vida infotecnológica”, expresión del sociólogo Scott Lach. Con esto, Costa busca analizar las formas de vida en dos sentidos: 1) en términos generales, el crecimiento exponencial de los parques tecnológicos y la automatización de los procesos productivos; 2) en un sentido más restringido, se refiere al proceso por el cual la tecnología, en el límite, se hace “cuerpo” y “carne”, es decir, la tecnología se incorpora al ser humano como proyecto incompleto. Los dos puntos se pueden resumir, en palabras de la pensadora, de la siguiente manera: “extender sobre la vida y el cuerpo los principios de autonomización de proceso, mejoramiento, optimización y responsabilización por el cuidado de la dotación psicofísica” Acá aparecen, por ejemplo, el transhumanismo y la extimidad. 

El epílogo del libro gira en torno a lo que Costa llama el “shock de virtualización” proyectado por la pandemia, partiendo de una serie de ejemplos, desde la captura de datos proporcionados por las redes sociales o la incidencia de las grandes empresas tecnológicas para apoyar las campañas electorales de políticos (Trump, Macri, etc.). Sobre esto, la pregunta por la técnica fue ampliándose más y más. Costa subraya el contexto de “multiplicación vertiginosa de las posibilidades de operar sobre el mundo y sobre nuevos mundos de red”, planteando cuatro desafíos: 1) cómo enfrentar la combinación de grandes volúmenes de información digitalizada, aprendizaje maquínico y la vigilancia extendida; 2) cuáles deben ser nuestras relaciones con las empresas que lideran las tecnologías; 3) atender la crisis que las aceleraciones que desencadenaron el Tecnoceno están provocando en el medioambiente terrestre; 4) y por último, los efectos de las presiones que la nueva vida digital impone a la subjetividad. ¿Pero cómo hacer frente a estos desafíos? La pensadora argentina sostiene que “acompañar la innovación digital con nuevas y mejores imaginaciones sociales, culturales y subjetivas en su propio terreno es quizá la misión más importante del presente y el futuro”. 

Notas

[1] Doctora en Ciencias Sociales (UBA), investigadora del Conicet, docente y editora. Es profesora del seminario “Informática y Sociedad” y titular del seminario de doctorado “Estética, biopolítica, estado de excepción. Una lectura de Giorgio Agamben” en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Integra el colectivo Ludión. Exploratorio latinoamericano de poéticas/políticas tecnológicas. Fue fundadora de la mítica revista Artefacto. Pensamiento sobre la técnica. Es autora de la novela Las anfibias y de numerosas publicaciones sobre tecnología, cultura y sociedad. Publicó La salud inalcanzable. Biopolítica molecular y medicalización de la vida cotidiana (junto con Pablo Rodríguez).

[2] La biografía de Dewey-Hagborg se puede ver aquí

 

Nota de edición: Flavia Costa. Tecnoceno. Algoritmos, biohackers y nuevas formas de vida. Editorial Taurus, 2021, 190 páginas. 

 

* Raúl Acevedo es docente e investigador de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción (UNA). Es director del Centro de Investigaciones en Filosofía y Ciencias Humanas (CIF-Paraguay), miembro del comité editorial de la revista Apóstasis, de la Red Iberoamérica Foucault y del Consejo editorial del Celapec (México). Es gestor cultural en Filosofía en movimiento. Forma parte del grupo de investigación “Gubernamentalidad neoliberal e historia de los sistemas de pensamiento. Política y verdad en los debates postfoucaulteanos contemporáneos en torno del análisis del neoliberalismo”, en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), Argentina. Su interés gira alrededor de la filosofía contemporánea, los estudios culturales y el pensamiento crítico paraguayo.

1 Comment

1 Comentario

  1. Aníbal Cardozo

    10 de marzo de 2024 at 15:33

    Excelente nota, pues aborda un tema de alta complejidad pero, sin embargo, muy bien encarado para la divulgación de las características cambiantes de la realidad de nuestro universo y de nuestra percepción del mundo en el cual estamos inmersos.
    Congratulaciones.

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