Cultura
Antes de las siete
Tim MiRaquel, "Yo y la que fui", 2024. Cortesía
Te escribo esta nota antes de irme. Mientras prendo la hornalla, pienso en cómo tu ausencia en la foto me hace reflexionar sobre la combustión humana espontánea. La idea de morir por un fuego que uno mismo genera es poética.
Cuando la chispa que brota del propio cuerpo se enciende debido a la espera prolongada o la tensión de la injusticia, atestiguar eso, como cuando veo esta imagen, es algo externo. Ver a alguien arder nunca se compara con vivirlo uno mismo.
Ponerse en tu piel, en tu fotografía, es intentar arropar simbólicamente aquello que en todos los idiomas refiere al dolor. La carne, testigo de lo ocurrido, soporta la realidad y la convierte en polvo de estrellas para presentarlo al público, como un proceso de sublimación. Eso, Tim, creo que es el misterio del arte que intento descifrar en tu arcano, desde que te conozco y compartíamos aulas en el Instituto Superior de Arte.
Es que en tu obra hay carne, Tim, y donde hubo carne casi siempre hay suturas. Y a estas le preceden el filo que separó el velo hacia la crudeza. Al fin y al cabo, todo ejercicio de memoria es parecido al acto de corte. ¿Qué es recordar, sino desollar el envoltorio de lo que duerme en un archivo?
El filo es algo tan presente en vos y en el pensamiento agudo de tu persona que, en tus fotos, parecieras escribir con luz las siluetas que quirúrgicamente desplegás en esta muestra, la silueta de todas nuestras sombras.
Poner la piel, ya sea a los balines de goma de un gobierno autoritario, a la sutura de una herida o a los labios rozando el lóbulo de la oreja, son actos de sensorialidad del territorio. Como si quisiéramos jugar a ser la cuchilla que nos corta, y saber lo que ella siente, como decía Josefina.
Ya otra vez estoy lagrimeando, dicen que al mojar el cuchillo antes de cortar las cebollas, afuera la oscuridad empieza a acentuarse de manera circular, mientras miro que las manecillas del reloj van cortando su tramo circular.
¿Podemos poetizar la experiencia de un corte? ¿Podemos problematizar lo punzante, en una(s) ciudad(es) que se llena(n) de pinchos para sentirse segura(s)? Pienso, mientras miro a través de tu ventana en Areguá. Y descarto las sobras de las verduras, y la piel del pollo que irá al techo a alimentar a algún mykuré.
Pienso en la vez que descubrí la poesía inscripta en tu obra, y que me dijiste que a la herida no hay que mirarla demasiado tiempo, no vaya a ser que te seduzca.
Podría decir que los cortes también son de quien los observa. En tu obra, hay tanto filo que me ha costado acercarme a expulsar este texto. Como si abrazara aquello que me atraviesa y, desde la honra, pudiera hacer una perífrasis en torno a lo punzante de tu expresión.
Los vacíos en el soporte de las fotos y las costuras abiertas me hablan de suturas tanto políticas como literarias. Como si las piezas llevaran tu misma carga de energía, como si mirara a un horizonte en llamas, ya sea en un amanecer de un cuadro de Magritte, el rozado de un pastizal o el fogonazo de lo inminente. Pienso, mientras espero con la comida lista, agrego las últimas hojas de laurel y dispongo los cubiertos en la mesa antes de las siete.
Nota de edición
Texto escrito a partir de la observación de la obra reciente de Tim MiRaquel en la muestra “Quinque. Cinco miradas en perspectiva”, habilitada en Galería Exaedro hasta el próximo 15 de marzo.
* Fernando Colman (1990) trabaja en investigación en arte contemporáneo para Curatoría Forense Latinoamérica y en comunicación digital. Ha realizado diplomados en Antropología del Arte (LATIR, México), Arte aplicada a la Sociedad (Überbau_house, São Paulo). Colabora con Trabajadores de Arte Contemporáneo y Experimental Photo Festival (Barcelona).
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