Cultura
Cuerpos de barro
Cerámicas de Ediltrudis Noguera. Cortesía
Esta exposición de cerámica, habilitada en Popore, conjuga dos vigorosas fuerzas del arte: por un lado, su apoyo en una tradición histórica estable y un contexto comunitario; por otro, la pulsión creativa que renueva y reinventa esa tradición, nutrida siempre de sus energías y conectada con nuevas verdades. El cruce de ambos empujes promueve que la cerámica constituya una de las más relevantes manifestaciones de la cultura popular del Paraguay y una de las expresiones más firmes y creativas de su arte contemporáneo.
La primera fuerza proviene de su larga data histórica. Realizada por mujeres y transmitida de madres a hijas, la cerámica arranca de la práctica guaraní precolombina, se despliega sin interrupciones a lo largo del periodo colonial e independiente y cruza el siglo XX entero hasta desembocar en las expresiones alfareras realizadas hoy, fundamentalmente en Itá y Tobatí (la cerámica de Areguá tiene otra genealogía y desarrolla formas y técnicas diferentes).
La segunda fuerza que alimenta y sostiene esta práctica tiene una dimensión artística y estética. A lo largo de su curso centenario, la cerámica mestiza tuvo que ir transformándose para adaptarse a los desafíos que planteaban los sucesivos cambios empujados por la Conquista, el periodo colonial, la modernidad y la globalización. Las producciones que lograron adquirir mayor consistencia formal y expresiva son aquellas que, sin soltar el hilo de su historia propia, asumieron tales desafíos mediante la imaginación y la creatividad.
La potente obra ahora presentada se nutre de ambas fuerzas. Oriunda de la Compañía 21 de Julio de Tobatí, Ediltrudis Noguera se inscribe en la larga saga de ceramistas que continúan y renuevan el oficio antiguo del barro. Sobre ese trasfondo vital, Ediltrudis imprime a ese oficio los rasgos de su talento personal y su mundo propio, abierto a las circunstancias distintas que traen los tiempos. Sus obras siguen empleando las técnicas guaraníes del quemado en horno, el uso del colombín, el fumigado y el engobe; así como siguen levantando formas que nacen apretadas, estiradas y plasmadas por la técnica del modelado. Pero los bríos singulares que imprime la mano al presionar, tanto como las desconocidas razones de su subjetividad creadora, la llevan a derroteros nuevos que, sin negarlos, deja de lado las concavidades del cántaro y sus destinos puramente domésticos. Surgen, así, esculturas desconocidas; piezas nuevas que, sin ignorar su origen, se afirman con perfiles apenas vislumbrados por la alfarería tradicional. Sus grandes piezas antropo y zoomorfas son únicas, no sólo en términos estilísticos y figurativos, y no sólo porque no existen figuras iguales, sino por la peculiaridad de sus expresiones. En el mundo del arte, donde deben ser ubicadas estas formas osadas, la genuinidad no se determina por el carácter único de las piezas, sino por el sello definitivo de las verdades que ellas expresan.
En el arte popular de origen indígena se resuelven con naturalidad cuestiones que el arte occidental sigue enfrentando dificultosamente en términos de contradicciones. En estas piezas, la forma y la materia no se encuentran enfrentadas: esta no es la masa informe que requiere ser definida y concluida por la idea formal que en su rescate viene desde afuera; la materia es principio activo de creación de la obra, en complicidad y colaboración con la forma. Por eso las piezas pueden alcanzar esa solidez expresiva: no vacilan entre su ser-barro y su devenir-figura; son obras cabales, animadas por las energías de su materialidad y la exactitud de sus contornos. Son cuerpos cargados de memoria de arcilla antigua y del deseo de enunciar historias nuevas.
Las representaciones de toros y caballos podrían inscribirse en la mejor estela preclásica y, aún, clásica de la imaginería mediterránea. Pero la aparición de osos hormigueros, así como la irrupción de proporciones y expresiones radicalmente anticanónicas, nos recuerdan que estas creaciones asombrosas han surgido en otro suelo y respiran otros aires que los euroccidentales, aunque se vean acariciadas por ellos. Las figuras de parejas desnudas, macizas y serenas, son irrefutables en sus formas y aposturas. Erguidas, desafían las categorías establecidas en cuanto al reglaje de representación y de género. No vacilan en exponer sus cuerpos bien cumplidos: se plantan con firmeza ante la mirada, aseguradas por siglos de buen linaje alfarero y por copioso talento.
* Ticio Escobar es crítico de arte, curador, docente y gestor cultural. Fue presidente de la sección paraguaya de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA Paraguay), director de Cultura de la Municipalidad de Asunción y ministro de la Secretaría Nacional de Cultura. Es director del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.
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