Cultura
Santa María, destino en clave
El universo narrativo de Juan Carlos Onetti (1909-1994), cargado de pesimismo y atravesado por una épica de la derrota, se condensa en Santa María, ciudad ficticia que emerge lentamente a lo largo de muchas de sus obras y que inspiraría a los escritores que integraron más tarde el denominado “boom de la literatura latinoamericana”.
Juan Carlos Onetti. Cortesía
Dicen que quien estuvo alguna vez en Santa María está obligado a volver. Como Medina en Dejemos hablar al viento, o Larsen en El astillero.
Si toda ficción emana de un espacio central, la ciudad imaginaria de Onetti es, sin duda, el río, pero, sobre todo, la plaza en donde el monumento ecuestre de Brausen, desde La vida breve, preside, como un testigo mudo, el proceso de madurez y deterioro del médico Díaz Grey, del poeta frustrado Malabia y del proxeneta sentimental Larsen, los tres principales personajes de la saga de Santa María.
Para muchos que han estudiado la obra de Onetti, esta saga es algo confusa, porque, al parecer, el escritor uruguayo nunca planeó desarrollarla en forma lineal.
Quien desee leerla en forma más o menos progresiva, de acuerdo al tiempo interno de la ficción, puede seguir este orden de obras: La vida breve, Juntacadáveres, Para una tumba sin nombre, El astillero, La novia robada y Dejemos hablar al viento. A ellas hay que sumar cuentos que también ocurren en Santa María: “Jacob y el otro”, “El álbum”, “Historia del Caballero de la Rosa y la Virgen encinta que vino de Liliput”, “El infierno tan temido”, “La casa en la arena” y “Justo el 31” (este último posteriormente incluido como capítulo en Dejemos hablar al viento).
La novela que reúne de forma simultánea a Larsen, Malabia y Díaz Grey en un periodo crucial de sus vidas es Juntacadáveres. Curiosamente, aunque Onetti llegó a expresar su disconformidad con respecto al resultado final de la obra, esta novela, una vez que ya estamos familiarizados con la fundación de Santa María y su gradual penetración en “el Buenos Aires real” de Brausen ―acontecimientos decisivos consignados en La vida breve―, es un buen un tablero de direcciones para apreciar cuál es el estado de los distintos habitantes de la ciudad a medida que transcurren otros relatos.
Si prefiero quedarme con el médico, el proxeneta y el poeta es porque ellos, más que otros personajes, cobran auténtica gravitación en la saga. En ellos veo un tránsito metafísico, un arco de desarrollo en tanto héroes –¿o antihéroes?– literarios.
Al descubrirlos en una primera lectura, nos damos cuenta de que los tres, cada uno a su manera, están marcados para siempre por la pérdida de la inocencia. Se enfrentan a un desengaño, a algún tipo de fracaso y, a partir de entonces, lidian con las consecuencias que acarrea el saber que casi todo es, en algún momento, irrecuperable: el amor, la inocencia, la juventud o el triunfo.
Sin embargo, un repaso de la novela, así como de otros relatos que actúan como vasos comunicantes de un mundo ficticio que se expande de manera no lineal, puede revelar detalles más interesantes, en el sentido de que dan cuenta de las sutilezas de Onetti como narrador.
Por ejemplo, en muchos de los gestos y actitudes que Díaz Grey o Larsen despliegan para mantener una vida social concebida como farsa, es posible advertir, no obstante, una verdad: la evocación de una clave, de una seña secreta que alude, por un lado, a su destino particular que, al igual que sucede con algunos personajes de Faulkner, es irrenunciable y aceptado con resignación morosa; y, por el otro, a la trayectoria de auge y decadencia de la comunidad sanmariana.
Esta suerte de vaticinio codificado en la farsa que cada personaje se empecina en representar, a veces inclusive anunciado de antemano por parte de un narrador colectivo, como ocurre en El astillero, con la historia del ruinoso empresario Jeremías Petrus y su hija loca Angélica Inés, pone en duda la opinión tan generalizada de que Onetti se limitó a crear el universo de Santa María sin importarle demasiado asignarle un relativo orden.
Al contrario, pienso que si estudiamos la saga desde la perspectiva de una fatalidad que hilvana la vida de cada habitante de Santa María para situarlo en una telaraña comunitaria alimentada por rumores y miradas suspicaces, comprendemos que, pese al desorden formal de su escritura, a la aparente falta de premeditación creativa, en los personajes de Onetti prevalece al final una extraña coherencia, una obediente entrega a aquello que les dicta el destino.
Esto resulta particularmente claro si observamos a Larsen, no solo uno de los personajes más profundos y significativos de la saga, sino el más sabiamente condensado por Onetti mediante su tan singular estilo pastoso.
En El viaje a la ficción, Mario Vargas Llosa califica el estilo onettiano de “crapuloso”. La caracterización que hace del mismo y la relación que establece entre Onetti y Louis-Ferdinand Céline son, quizás, los aportes más significativos del libro.
Tanto en Juntacadáveres como en El astillero, el decadente macró, eventualmente empleado en el astillero de Petrus, habita una existencia densa, triste y viscosa. Pero, al mismo tiempo, conforme avanzan los acontecimientos de ambas novelas, lo va estremeciendo una especie de virtualidad espectral. Podemos ver en ello un recordatorio de su naturaleza ficticia, algo así como parpadeos de Brausen, su creador, pero quizás también un augurio, el presentimiento de lo porvenir. Como si en el periplo quijotesco que Larsen realiza desde su experiencia prostibularia hasta su segunda y definitiva expulsión de la ciudad, emergiera lentamente la disposición secreta de Brausen para con sus criaturas: el fuego, Santa María convertida en espacio doblemente fantasmal.
Nota de edición
El presente texto es parte de un trabajo de investigación sobre la literatura de Juan Carlos Onetti que el autor desarrolla actualmente en el marco de un proyecto editorial enfocado en narradores rioplatenses del siglo XX.
* Cave Ogdon (Asunción, 1987) es escritor. Ha publicado cuentos y novelas. Algunas de sus obras son Los incómodos (Arandurã, 2015, mención honorífica certamen literario Roque Gaona), Papeles de encierro (Arandurã, 2017), Luz baja (Aike Biene, 2018) y Perros del pantano (Póra, 2021).
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