Cultura
Érase una vez un clic. Turbulentos y atribulados orígenes de la fotografía
Laboratorio fotográfico de Fortuné Joseph Petiot-Groffier (1788-1855), el más antiguo que se ha conservado © Maison Nicéphore Niépce
Hoy todo existe para terminar en una fotografía.
Susan Sontag
Como para no creerlo: uno de los detractores de la fotografía fue ni más ni menos que Charles Baudelaire, dueño de una alucinante imaginería poética que aún hasta hoy no deja de sorprender. No habían transcurrido ni veinte años desde el surgimiento de ese revolucionario invento y el autor de Las flores del mal, ardiente defensor del arte por el arte y del misterio de la existencia y de la poesía, ya despotricaba activamente en su contra.
En los tiempos en que Flaubert proclamaba entre alarmado y resignado que la fotografía destronaría a la pintura, y cuando Ingres murmuraba que eso no solo ya había sucedido sino que reconocía que la fotografía justamente hacía lo que él en vano tanto se esforzaba en conseguir, Baudelaire, por su parte, declaraba con rabia no disimulada que el talento artístico y la fotografía constituían una combinación adúltera. También decía que si lo bello era siempre sorprendente, sería absurdo suponer que lo sorprendente era siempre bello. “La industria, al hacer irrupción en el arte, se convierte en su forma más mortal enemiga”, sentenciaba el poeta.
Y, en reacción contra la impertinente aparición de este invento que eventualmente podría adueñarse de las prerrogativas cognitivas de la poesía y del arte en general, Baudelaire rezongaba: “La fotografía puede apropiarse impunemente de las cosas insidiosas que tienen derecho a un lugar en los archivos de nuestra memoria, pero ella nunca deberá apropiarse de ‘lo inasible, de lo imaginario’, reservado al arte.”
Todo ello no impidió que la imagen de este visionario terminara cazada hasta en dos oportunidades por eximios retratistas como Nadar y, mejor aún, Étienne Carjat que, entre otras cosas, revelan a un poeta derrotado por sus propias fobias y palabras, sabedor de que su atrapada imagen no solo lo develaba a sí mismo, traicionando así su inexpugnable individualidad, sino también que la fotografía servía acaso como medio de conocimiento de lo que está allí (el famoso heideggariano Dasein), de lo que aparece (φαινομένον = phainómenon), además de ser un nuevo instrumento para plasmar eso tan esquivo llamado “belleza” [1].
El trinacimiento: Niépce, Daguerre y Bayard
Pero como todas las cosas, o casi todas, la fotografía tuvo un comienzo y quizás tendrá también un final. La cámara fotográfica se prefiguraba ya desde la mítica caverna de Platón y más concretamente desde los tiempos de Leonardo a través de un instrumento llamado “cámara oscura”, el cual se basaba en un principio conocido por Aristóteles y Al-Hazán, óptico árabe del siglo XI.
Este consiste en la exposición invertida de una imagen cualquiera que se proyecta a través de un orificio o rendija sobre una superficie clara dentro de un cuarto en penumbra. Lo cierto es que en el Renacimiento, el artilugio servía para proyectar el perfil de los objetos expuestos a la luz solar y era utilizado frecuentemente para dibujar y pintar paisajes. Pero las primeras fotografías propiamente dichas, es decir, imágenes retenidas en un soporte, datan de la tercera década del siglo XIX –hace doscientos años– cuando el francés Joseph Nicéphore Niépce (1765-1833) logró fijar lo que dio en llamar “heliógrafo sobre vidrio” y, más tarde, “punto de vista”.
Niépce y su hijo Isidore practicaban desde 1813 el nuevo arte de la litografía, sustituyendo después la piedra por láminas de estaño para además emplear diversos reactivos hasta llegar al bitumen de Judea. Es así que lograron realizar la que por mucho tiempo sería considerada la primera fotografía verdadera, y de la que hoy solo queda una reproducción: La mesa servida (entre 1824 y 1826). Empero, existe otra tomada también por Niépce desde el balcón de su casa y que acaso podría ser la más antigua de todas (entre 1816 y 1824). En ella se puede distinguir, con cierta dificultad, un palomar y un peral a la izquierda, en el centro el techo inclinado de un pajar, y a la derecha parte de la pared y el tejado de una casa. La polémica sobre su presunta antigüedad aún continúa.
Pasan algunos años hasta que el 19 de agosto de 1839 la Academia Francesa de las Ciencias anuncia el “descubrimiento” (sic) de la fotografía por parte de Jacques Mandé Daguerre, a la sazón conocido pintor de dioramas (uno de los ancestros del cine). Personaje peculiar este Daguerre: hábil negociador, avisado comerciante; desde la perspectiva de algunos historiadores, él acapara la patente de su asociado Niépce, embauca a su hijo Isidore y se atribuye la gloria y el dinero del invento, que él apenas habría innovado con el así llamado daguerrotipo. En 1838 Daguerre se asocia con Isidore para abrir una suscripción pública ante un notario con miras a venderle el mentado descubrimiento al Estado francés.
Intercede por ellos François Arago, diputado y científico apasionado por la astronomía, la física y la óptica. Su interés y sus buenos oficios resultan decisivos. Después de un año de negociaciones se llega por fin a un acuerdo: el Estado le concedería a Daguerre una pensión vitalicia de seis mil francos y a Isidore otra de cuatro mil. Solo que cinco días antes, el 14 de agosto, el primero había patentado el invento en Inglaterra… Alentado por la buena disposición del Gobierno, Hyppolyte Bayard le solicita a este su apoyo para desarrollar su método de copiado directo en papel, bastante más funcional y económico que el daguerrotipo. Sin embargo, su pedido no tiene éxito por considerar el Estado que no tenía sentido comunicar al mundo dos inventos parecidos, lo que a fin de cuentas perjudicaría al ya muy afortunado Daguerre. El pobre Bayard, con todo, obtendrá como premio consuelo una mísera pensión de 600 francos, lo que le permitirá comprarse, para su triste solaz, una cámara oscura.
Pero a partir de ese momento, y hasta la fecha, la fotografía no dejará de innovarse, como lo sabemos todos. Tan solo un mes después de la proclamación oficial en Francia del invento, el inglés William Henry Fox Talbot se apresura, tardíamente, a anunciar su propio método a la Royal Society. Cuatro años antes, Talbot había logrado fabricar lo que es ahora el negativo más antiguo que se conoce. Si bien carecía de la claridad y la nitidez de las imágenes captadas por el daguerrotipo, el proceso positivo-negativo de Talbot sentaba las verdaderas bases de la fotografía moderna analógica (la actual digital es tema para poblar bibliotecas enteras) por las que de un negativo se podía obtener ya, con poco esfuerzo y dinero, un número indeterminado de copias. Esto marcaría el inicio de la larga, fascinante y aún no acabada historia de un invento que trastocó al mundo y, sobre todo, la forma como el ser humano se ve, se entiende, se ama o se desprecia a sí mismo. ¿Y qué nos depara desde ahora la Inteligencia Artificial que, a pasos estelares, está removiendo las entrañas y donde la imagen virtual se postula como reemplazo de nuestra precaria y fugaz existencia?
Citas
“El deseo de captar los reflejos evanescentes no solo es imposible, como se ha demostrado por las investigaciones alemanas realizadas, sino que el mero deseo de conseguirlo es ya blasfemia. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y ninguna máquina construida por el hombre puede fijar la imagen de Dios. ¿Es posible que Dios haya abandonado sus principios eternos y permita a un francés, en París, dar al mundo una invención del diablo? El ideal de la Revolución, la fraternidad y la ambición de Napoléon de convertir Europa en un solo reino, todas ideas locas, intenta ahora sobrepujarlas el señor Daguerre porque quiere eclipsar al creador del mundo. Si todas esas cosas fuesen de algún modo posible, ya se habría hecho algo parecido hace muchísimo tiempo en la antigüedad, por hombres como Arquímedes y Moisés. Pero si aquellos hombres sabios no sabían nada de imágenes en el espejo, en ese caso, puede decirse que el francés Daguerre, que se vanagloriaba de poder hacer esas cosas jamás oídas, es el más loco de todos los locos.” Nota anónima aparecida en el diario Leipziger Stadtanzeiger en 1839, y citada en Historia de la fotografía de Marie-Loup Sougez (Madrid: 1981, p. 80).
“Solo la fotografía ha podido dividir la vida humana en una serie de momentos, cada uno de los cuales tiene el valor de una existencia completa.” Edward Muybridge.
“Lo que la fotografía reproduce hasta el infinito ha tenido lugar una sola vez: repite mecánicamente lo que nunca se repetirá existencialmente.” Roland Barthes.
“¿Quién ve correctamente la figura humana: el fotógrafo, el espejo o el pintor?” Picasso.
“El buen Dios está en el detalle.” Aby Warburg.
“La imagen arde por la memoria, es decir, que no deja de arder, incluso cuando ya no es más que ceniza: es una forma de expresar su vocación fundamental de sobrevivir, de decir. Y sin embargo…” Georges Didi-Huberman.
“La fotografía y el cine ya no son los términos convenientes a la hora de pensar el problema del tiempo (y del movimiento) a partir de un modelo de oposición o antagonismo.” Philippe Dubois.
“Germaine, tú y yo somos los mejores fotógrafos de nuestros tiempos; yo en el viejo sentido y tú en el nuevo.” Man Ray (a la fotógrafa germano-francesa Germaine Krull, 1897-1985).
“La fotografía reproduce la del alma, duplica un mismo sentimiento y lo fija en la lámina sensible; porque es la claridad, en el espejo luminoso del recuerdo.” José María Eguren, poeta y artista peruano (1874-1942).
Nota
[1] Para que el modelo no se moviera durante la larguísima y heroica exposición, que podía durar varias horas, existían asientos y aparatos especiales que se asemejaban a artilugios inquisitoriales o a sillas de dentista. ¿A esta ímproba situación se habría allanado el escéptico, impaciente y cascarrabias Baudelaire ante las aparatosas cámaras de Carjat y Nadar?
* Renato Sandoval Bacigalupo (Lima, 1957) es poeta y traductor. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura, Perú, en 2019, mención especial en Poesía. Acaba de publicar su poesía reunida Trenos de trinos (1983-2023).
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Alejandra Mastro
7 de enero de 2024 at 13:53
Uno de los mejores artículos que he leído en los últimos tiempos! Gracias Adriana Almada por compartírmelo.
Luz María López
13 de enero de 2024 at 12:56
Buenîsimo artículo. Digamos que siempre existió el deseo del “selfie”, La impresión de sí mismo. Aprendí a revelar en cuarto oscuro. Magia. Aunque es química y tecnología. Aun es magia. Lo que sí, ahora la fotografía es de todos. En un click. Registros históricos colectivos.