Cultura
Nativas y exóticas. Jardinería de antaño en Paraguay (V)
Flor de Mburukuja. Tarjeta postal, ca. 1970. Acervo Milda Rivarola
En su libro Viajes por la América Meridional (1800), el español Félix de Azara comentó algunas especies nativas halladas durante su recorrido por Paraguay en las últimas décadas del siglo XVIII. Con una mirada más estética que botánica, observó “una planta pequeña con cuatro hojas anchas pegadas al suelo y con vástago largo como el del Renúnculo, coronado por una flor del tamaño del clavel, áspera al tacto, de color naranjado y mui bella”. Continuó diciendo que “en los lugares mui húmedos hai una infinidad de pitas y caracuatás; y entre ellas hai otras plantas, cuya raíz es una cabeza ó cebolla del grosor del puño, que echa un vástago terminado por muchas flores carmesíes de forma de un lirio ó azuzena, que producen un hermoso efecto en los jardines”. En esta última frase puede ya interpretarse que su interés de observación y descripción apuntaba a los jardines.
Azara prestó especial atención al Jazmín Paraguay, resultándole tan interesante que hasta experimentó su cultivo: “No debo omitir que se encuentra en gran abundancia en los bosques del Paraguay un árbol de mediano tamaño mui verde y tupido, llamado lírio ó azucena de bosque: porque se cubre enteramente de flores de cuatro pétalos solamente, pero que por la multitud de ellas, su bello color violeta que con el tiempo enblanquece producen un bello golpe de vista, que dura largo tiempo. Podía cultivársele en los jardines y darle las formas que al boje y al mirto. Yo he hecho la experiencia y no hai duda de que forma un grande adorno”.
También le interesó el Niño azoté o plumerito, especie que se encuentra en toda la región: “He visto que en la ciudad las damas se adornan con sus flores, de las que la mata ó arbusto tiene un gran número. Estas en lugar de pétalos, se componen de finos filamentos de dos o tres pulgadas de largo, de un color rojo mui vivo. El conjunto de la flor se asemeja á un hisopo (…) Este arbusto haría una bella figura en nuestros jardines”.
Con respecto a la Tillandsia dijo: “Hai también grande abundancia de plantas parásitas, llamadas flor del aire, porque nacen y viven sobre troncos y ramas de otros árboles. Las unas son notables por su forma estraordinaria ó por la belleza de sus flores, y otras por su fragancia superior acaso á la de todas las demás flores”.
El ysypo tatá es otra especie que llamó su atención: “Entre la innumerable multitud de enredaderas, hai muchas que cubren enteramente grandes árboles y á una época marcada, los adornan con una inmensidad de flores de color naranja, que forman el más bello punto de vista. Debería trasportárselas á nuestros jardines, donde jamás he visto cosa tan encantadora como dichas flores”.
Sobre especies europeas cultivadas en jardines de la región solo mencionó rosas y claveles. Su interés, claramente, se movía en sentido inverso, es decir, identificar qué especies sudamericanas podrían llevarse a los jardines europeos: “Pero me contentaré con decir aquí una palabra sobre algunas flores americanas. La ariruma es una especie de Jacinto amarillo, de un olor tan agradable, que pocos los habrá de superior. La diamela es con respecto al olor, acaso la reina de las flores. Es un arbusto que florece mucho y por largo tiempo: cada flor es compuesta de un grupo de muchos pétalos pequeños y blancos. La planta es delicada, no produce semilla, pero se la multiplica de estaca y principalmente de acodo. La peregrina es igualmente desconocida en Europa, donde haría un brillante papel por la belleza de sus numerosas flores, bien jaspeadas de colorado y blanco. Ella no tiene olor y se multiplica fácilmente de semilla”.
Algunas décadas después, el francés Alfred Demersay también incluyó unas breves líneas sobre la vegetación ornamental en su libro Historia física, económica y política del Paraguay y las misiones jesuíticas (1860): “Plantas hortalizas y ornamentales, casi todas importadas de Europa, crecen con vigor solo bajo ciertas condiciones de temperatura […] algunas flores como los claveles y las rosas tienen floración nula o incompleta”.
En cuanto al interés paisajístico, el también el botánico español Domingo Parodi mencionó de manera muy anecdótica al ka’aimbé (alhelí del campo) como “especie cultivada en los jardines”, al ceibo como “hermoso arbusto adornado de flores encarnadas”, al curuguay como “planta voluble con vistosos racimos de flores azules”, al yvyrapytá como “hermoso árbol […] con magníficos ramos de flores amarillo-doradas […] sería de grande efecto en un parque”, al tamará kuñá como “hermosa orquídea”, a la Santa Lucía como “una plantita de adorno, cuyas lindas flores azul-celestes se reproducen sin cesar” [1].
En Paraguay, la atención prestada a la vegetación nativa es muy peculiar y variable a lo largo de su historia. Existió siempre alta estima por las especies de uso medicinal pero en varios períodos puede notarse el poco aprecio por sus cualidades estéticas. Comentaba al respecto el farmacéutico inglés George Masterman en 1870: “Muchas plantas medicinales crecen en el Paraguay, y los habitantes creen que toda planta o flor sirve de remedio para alguna enfermedad; menosprecian sus propias flores silvestres, aunque tienen en mucha estimación las rosas, claveles, pensamientos y otras exóticas, y creían, siempre que me veían cogerlas, que lo hacía para la medicina”[2].
No obstante, en la misma época, el argentino José Manuel Estrada identificaba tanto especies nativas como exóticas al describir uno de los jardines asuncenos de Elisa Lynch en 1869: “En el primer patio se conserva un frondoso jardín, en el que se mezclan las rosas con las magnolias, los geranios con las bellísimas achiras del Paraguay, el ciprés con el eucaliptus, el árbol de la goma con el del café, y las araucarias con el alcanfor. En el costado de la derecha hay una glorieta cubierta de madreselvas y jazmines…”[3].
El arribo de numerosos inmigrantes europeos al Paraguay a partir de 1870 instaló casi inmediatamente diversas iniciativas comerciales y productivas que en muchos casos perduran hasta hoy. Una de aquellas actividades fue la jardinería y todo lo que ello conlleva: comercio de semillas, plantas y herramientas, locales de venta y cultivo, servicios de diseño y mantenimiento de jardines, entre otras.
A partir de finales de la década de 1870 y hasta la década de 1940, en los espacios publicitarios de periódicos asuncenos, así como en diversos catálogos, se ofrecía para la venta especies ornamentales nativas como helechos, flor del aire, jazmín del Paraguay, cresta de gallo y orquídea.
Durante el mismo período, entre las exóticas se ofertaban cinesia, magnolia, camelia, jazmín del Cabo, diamela, jazmín magno, flor de mediodía, rosa, araucaria excelsa, pensamiento inglés, riviera, verbena, anagalis, micandia, bravalia proite, resedá, reina Margarita, alhelí, brinco doble, espuela de caballero, amaranto, conejito, aciano, gentil flor doble, clavelina, clavel margarita, lobelia, flox, flor de papel, drácena, fucsia, cavote, begonia, dalia, entre otras.
Es posible afirmar que a fines del siglo XIX la jardinería en Paraguay lograba ya suficiente atención del público como para plantear además temas pertinentes en publicaciones periódicas de interés general, como el caso de la Revista Mensual, que ya en su primer número (marzo de 1896), en un descriptivo de la vegetación del Paraguay, mencionó en breves líneas las “plantas de adorno”, citando “helechos, orquídeas, jazmines, rosas, claveles, malvas y multitud de balsámicas”. La misma revista incluyó una colaboración anónima en junio de 1896, titulada “Las orquídeas paraguayas”. El artículo mencionaba que “no es al capricho de los aficionados a lo que las orquídeas paraguayas deben su precioso valor y su celebridad, pues justifican tal predilección no solamente su belleza y su singularidad, sino también las dificultades que los exploradores tienen que vencer, para sacarlas de las selvas vírgenes, y los cuidados y habilidad que reclaman de los horticultores, para poderlas aclimatar […] constituyen un buen negocio para el que se dedique a explotarlas, cual lo comprueba el hecho de que unos ricos aficionados ingleses paguen sumas fabulosas, con tal de obtener una orquídea” .
Aquel mismo año, en el mes de diciembre y en la misma revista, se reprodujo un texto del prestigioso botánico francés Benjamin Balansá (1825-1891), donde el autor comparaba la “flora del Paraguay” con la de las demás regiones del Cono Sur, mencionando que “en el Paraguay es ya diferente. Su flora tendrá siempre un carácter más especial. Colocado en el centro de la América Meridional, y teniendo un clima de una naturaleza peculiar, los vegetales de las otras regiones del globo no podrán naturalizarse en él, sino con mucha más dificultad. ¿Pero qué necesidad tiene de pedir á países extranjeros, cuando la naturaleza lo ha dotado tan ricamente? […] Casi ninguna planta del Paraguay se encuentra en el antiguo mundo. En los jardines y en los sitios incultos se han naturalizado, sin embargo, cinco ó seis especies que se pueden hallar en Europa”.
Tiempo después, en febrero de 1898, el propio Moisés Bertoni aportó un artículo a la misma revista, al que tituló “Una nueva palmera de adorno”, mencionando que “en todo tiempo las palmeras han tenido el privilejio de ser admiradas como creaciones superiores á toda otra planta; así es que los lectores de la Revista leerán con interés, así lo espero, la descripción de una especie completamente nueva […] Los indios guaraníes la llaman yayí, palabra cuya etimología recuerda la misma particularidad, y es éste su nombre vulgar legítimo […] Si como planta de adorno el yayí tiene méritos de primer órden y un porvenir asegurado, no deja por otra parte de ofrecer propiedades de más práctica ó más modesta utilidad”. Se refería a la Euterpe egusquizae, así bautizada en homenaje al presidente Egusquiza. En palabras del propio Bertoni, “tomándome la libertad de dedicarlo á S. E. el Presidente de la República, General D. Juan B. Egusquiza, fundador de nuestra Escuela de Agricultura”.
En aquellos años de finales del siglo XIX se registró también una importante actividad de floricultura en varias colonias de inmigrantes, como San Bernardino, Nueva Australia y Cosme. En esta última, en 1898, se cultivaban para la venta las siguientes especies ornamentales: Phoenix dactilifera, Eriobotrya japónica, Passiflora edulis, Acacia horrida, Cupressus guadalupensis, Washingtonia filifera, Fourcroya bedinghausii, aloe, Bauhinia, Brugmansia, Dracaena indivisa, Adiantum, Amaryllis, Anemone, Carnation, Cyclamen, Geranium, Iris, Lemon Verbena, Pansy, Pentstemon, Pink, Tuberose, Viola odorata. Ofrecían también semillas de Accroclinium roseum, Antirrhinum, Aquilegia, Balsam, Calliopsis, Candytuft, Centaurea, Convolvulus, Cosmos, Datura, Delphinium, Dianthus, Eschscholtzia, Gaillardia, Helianthus, Hollyhock, Lathyrus latifolius, Linum grandiflorum, Marigold, Mignonette, Nasturtium, Nigella, Phlox drummondii grandiflora, Portulacca grandiflora, Pyrethrum, Zinnia elegans.
Pese al vital desarrollo de la actividad jardinera a fines del siglo XIX, se verifica que la producción de plantines y semillas de especies ornamentales era mayoritariamente para comercio interno y el apoyo del gobierno era aleatorio. Reveladora al respecto resulta la participación de Paraguay en dos importantes exposiciones de la época. Mientras que en la Exposición Universal de París (1889) el pabellón paraguayo lució jardines con especies nativas y en su interior también se exhibieron plantas ornamentales, en la Exposición Internacional de Bruselas (1897), del listado de 93 plantas nativas enviadas a aquel evento, ninguna de ellas fue presentada como ornamental.
De toda la documentación correspondiente a los primeros años del siglo XX, merece mención especial el Tratado de economía, historia natural y climatología del Paraguay, de Henry Mangels, publicado en 1904. Este material incluyó un listado detallado de todas las especies existentes en los jardines de la Quinta Iduna (actual Secretaría Nacional de Deportes), compuesto por 62 árboles frutales, 17 medicinales, 76 ornamentales, 40 árboles maderables, 12 coníferas, 23 palmeras, 13 cactáceas y 9 bambúseas.
A inicios del siglo XX, la Escuela Nacional de Agricultura cultivaba y ofrecía para la venta “plantas de adornos y de sombras”, entre las que se contaba Acacia flamboyant, datilera de África, moretti, alba, jazmín, rosa, sipotá, cárica, pomarrosa, álamo del Canadá, chivato brasilero, acacia albiflora, güira, Eucalyptus, paniculta, palmeras, Lagerstroemia, gardenia (jazmín del Cabo), diamela, ibiscus, jazmín magno, agrave, pino de Alepo, entre otras. En aquellos años y en los mismos espacios publicitarios, Otto Clar de Colonia Elisa ofrecía cien variedades de rosas.
La incidencia sistemática del gobierno –a través de sus reparticiones públicas– en la consideración de especies nativas se dio a partir de la década de 1910. El esfuerzo más representativo lo constituye, sin duda, la creación del Jardín Botánico y Zoológico en 1914. En el tomo I de la Revista de la institución puede leerse: “la flora autóctona necesariamente constituye la base de la institución […] un factor importantísimo, cuyo valor en la fundación de la institución misma representa una base principal, tanto en el sentido sistemático, como ante todo biológico”.
El registro documental de las actividades de la Municipalidad de Asunción de aquella época permite conocer con bastante detalle las especies que se cultivaban en el vivero municipal (fundado en 1918) y cuáles se plantaban en los espacios públicos (calles, plazas, parques, paseos). En la memoria de la Dirección de Parques y Jardines de 1921 se encuentra un listado de especies en diversas plazas de la capital. Entre las ornamentales destacan Poinsettia, tunilla, jazmín, jazmín mango, hovenia, cinesia, Grevillea, Dracaena, rosa, croto, pelusas, gramillas, plumerito. Mientras que en el vivero existían las siguientes ornamentales: mirtifolio, hovenia, magnolia, grevillea, rosa, jazmín del Paraguay, jazmín de lluvia y palmera imperial. Durante el período 1927-1928, en los mismos espacios públicos fueron identificados Portulácea, Zinnia, tagete, clavel, lirio, Pyrethrum, Alternanthera, ñangapiri, mirtifolio, areca, rosa, Ligustrum japónica, Branchychitons, Euphorbia splendems, gaillardia, grevillea, pinosá, tradescantia, Coleus, Pitosporum, Evonimus, Araucaria bidwili, Washingtonia robusta, Peltophora volgelianum.
Es importante resaltar que si bien la mayoría de las especies ornamentales herbáceas y arbustivas consideradas por la Municipalidad de Asunción eran exóticas, en cambio, la mayoría de las especies arbóreas eran nativas y existía una voluntad manifiesta de lograr un equilibrio, según se deduce del siguiente párrafo de una nota publicada en la Revista Municipal de 1931: “el caranda’y Copernicia ramulosa, como el pindó Cocos romanzoffiana, y otros representantes de la flora indígena, ocuparán un lugar en la arboleda de Asunción, y ésta será por antonomasia ‘la ciudad de los naranjos y palmeras’”.
Genaro Romero –director de Tierras y Colonias por aquellos años– también aportaba reflexiones sobre el tema. En una columna periodística de 1934, titulada “Las plantas nativas del Paraguay”, comentaba: “Vamos destruyendo las obras de los años, los regalos de este suelo […] Con nuestra vegetación variada como espléndida se podría hermosear las plazas y los jardines, arborizar las avenidas y calles con solo los árboles nativos del Paraguay”.
Un par de años después (noviembre de 1936) hubo una reunión de científicos e intelectuales en el Ateneo Paraguayo, con el fin de definir cuál sería la flor representativa del país. En una publicación de 2006, Blas Pérez Maricevich rescató los pormenores históricos de dicho de aquel encuentro, recordando a los asistentes y sus propuestas. Fueron consideradas en aquella ocasión la flor del mbokajá, resedá, mburukujá, niño azoté y tajy. Cuando presentó su propuesta el naturalista Robustiano Vera, lo hizo en estos términos: “Hay una flor excelsa del autóctono jardín paraguayo. Los discípulos de Linneo la llaman Brunfelsia hopeana Benth, los botánicos guaraníes le dan el nombre de manacá y los franceses el de mercurio vegetal”. Se refería al jazmín del Paraguay, que resultó finalmente escogida en aquella ocasión como flor nacional del país. Llamativamente, aquella elección nunca fue refrendada con decreto alguno por parte del gobierno.
Pese a todo, desde aquellas fechas fue registrándose una progresiva desconsideración de las especies nativas. Esto se reflejaba ya pocos años después, en un par de artículos titulados “Nuestro Jardín”, de Darío Gómez Serrato, publicados en la Cartilla Agropecuaria en 1945: “Con íntima pena de paraguayo bien nacido, vemos diseminadas al azar y maltratadas sin piedad ni conciencia, nuestras múltiples plantas. Plantas nacionales de gayas flores y fragantes frutos sabrosos. Plantas paraguayas que honrarían al mejor cuidado jardín de cualquier marqués de la cultura y del dinero”.
Como ya fuera mencionado, en consonancia con la desidia, los esfuerzos desde el sector estatal por incorporar vegetación nativa en los espacios públicos mermaron rápidamente y de manera sostenida a partir de la década de 1940, al punto que, por citar un caso, el vivero de la Municipalidad de Asunción declaraba en 2020 alrededor de cuarenta especies ornamentales de las cuales solo una era nativa. En cuanto a las iniciativas del sector privado, la situación no es muy distinta. Actualmente, en los cientos de viveros comerciales distribuidos a lo largo y ancho del país, la oferta de especies exóticas es abrumadoramente superior a la de nativas.
Notas
[1] Parodi, Domingo (1886). Notas sobre algunas plantas usuales del Paraguay, de Corrientes y de Misiones. Imprenta de Pablo E. Coni e hijos, Buenos Aires.
[2] Masterman, George (1878). Siete años de aventuras en el Paraguay. Imprenta Americana, Buenos Aires, p. 52.
[3] Estrada, José Manuel (1869). “La Asunción del Paraguay”, en Revista Argentina, Tomo V, Imprenta Americana, Buenos Aires, p. 496.
Nota de edición: En todos los textos citados en este artículo se ha respetado la grafía original de los autores.
* Carlos Zárate es arquitecto, docente, investigador, magíster en Restauración y conservación de bienes arquitectónicos y monumentales, coordinador de área de Teoría y Urbanismo (FADA-UNA) y miembro del Comité Paraguayo de Ciencias Históricas (CPCH).
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