Cultura
Una escuela viva. Jardinería de antaño en Paraguay (II)
Este artículo recoge ideales y experiencias de cuando el cultivo de huertas y jardines era parte de la educación escolar básica en Paraguay y eventos vinculados al ambiente y la naturaleza, como “la fiesta del árbol”, eran parte de la agenda oficial.
Fiesta del árbol en Villarrica. Postal de época. Cortesía
“Flores” se llamaba una de las 17 asignaturas del programa del Colegio Francés de Niñas, fundado en Asunción por Luisa Balet en 1862. Al año siguiente, el gobierno de Francisco Solano López adquiría y distribuía gratuitamente en todas las escuelas del país mil ejemplares de Catecismo de agricultura, del uruguayo Antonio Caravia, libro dedicado al Paraguay por el autor, redactado especialmente para la enseñanza primaria. Estos fueron dos antecedentes tempranos de lo que décadas más tarde sería una breve pero intensa relación entre educación escolar y jardinería. Poco después se iniciaba la Guerra contra la Triple Alianza (1865-1870) que llevó a la suspensión de actividades en casi todas las escuelas del país.
Terminada la guerra, y retomadas las clases, un dato casi anecdótico: una alumna fue distinguida por la Junta Escolar Administrativa de la Capital por su aplicación durante el año lectivo 1876. El premio fue un libro, El lenguaje de las flores (Barcelona, 1870), un clásico sobre simbología vegetal ampliamente reconocido a nivel internacional, incluso con reediciones para Latinoamérica. El ejemplar se encuentra en exhibición en el recientemente inaugurado Museo de la Historia de la Educación Paraguaya. Se desconoce si fue un insumo bibliográfico de la época; de haberlo sido, quizás pudo estar considerado en asignaturas dictadas exclusivamente para niñas, como “Urbanidad”, “Labores de mano” o “Economía doméstica”.
El siglo XIX cerraría con una novedad aún más importante. Enrique Solano López (1858-1917), por entonces superintendente de Escuelas, difundió su plan de reforma educativa, contenido en el documento titulado “Escuelas agrícolas. Reorganización de las Escuelas” (Asunción, 1899). Esta propuesta es pertinente a la historia de la jardinería local, no solo por el acercamiento al contexto agrícola sino también por la inclusión de una asignatura específica denominada “Arreglo de jardines y granjas”.
Ya a inicios del siglo XX, las intenciones de vincular horticultura y jardinería a la educación escolar tuvieron continuidad a partir del interés que generaban las experiencias en otros países, como Costa Rica, de la que se hizo eco el periódico El Agricultor. En su edición del 1° de diciembre de 1903 reprodujo un escrito de aquel país, titulado “Sobre jardines escolares”, que señalaba –entre otras cosas– que “el trabajo en el jardín escolar coloca al niño en contacto directo con la Naturaleza, en condiciones especiales de triple desarrollo; aprenderá muchas cosas útiles con suma facilidad; se acostumbrará a guardar respeto a las plantas; poco a poco adquirirá hábitos trabajadores, paulatinamente irá sintiendo cariño por estos seres naturales tan útiles y que cuidamos tan poco y tratará de protegerlos y conservarlos; el sentimiento estético ganará en elevación al admirar las bellezas del campo”.
Varios años después, en 1913, otro periódico, El Agricultor Paraguayo, también sugirió la necesidad de vincular campos de cultivo a las instituciones de educación primaria en una breve columna titulada “Huerto escolar”. Con esto se deduce que, si bien el plan de Enrique Solano López estaba vigente, no resultaba fácil su implementación.
Años antes, en 1904, Ramón Indalecio Cardozo (1876-1943) había asumido la dirección de una escuela en Villarrica, promoviendo desde allí la primera “Fiesta del árbol” de esa ciudad. Con el tiempo, la iniciativa fue replicada en varias escuelas del país, con diversas actividades. Cardozo fue progresando en su carrera profesional y asumió la Dirección General de Escuelas en 1921. Continuó impulsando la iniciativa, logrando su oficialización a nivel nacional. En el caso asunceno, las escuelas se adhirieron de manera entusiasta con el apoyo de la Municipalidad, lo cual generó una inédita e importante cobertura de los medios de prensa escrita. El terreno estaba abonado para dar el siguiente paso.
A fines de 1924, Cardozo presentó su proyecto de “Reforma Escolar”, que fue aprobado y aplicado pocos meses después. Siguiendo la línea de Enrique Solano López con respecto a la horticultura y la jardinería como herramientas didácticas, fue una notable apuesta por la Escuela Activa, enfoque pedagógico de vanguardia mundial para la época que, incluso, mantiene vigencia hasta hoy. Durante los años siguientes, huertas y jardines se convirtieron en uno de los medios más importantes para alcanzar los ambiciosos objetivos de la Reforma Educativa. Con clara influencia de aquel texto costarricense, un fragmento de la explicación de su enfoque en Paraguay decía: “La escuela pone al niño en contacto con la naturaleza, valiéndose del cultivo de la tierra, de las flores, de las plantas, del cuidado de los animales, de la elaboración de objetos con materias primas arrancadas del lugar”.
La propuesta de Cardozo fue consecuente con aquella premisa. En la asignatura denominada “Prácticas agropecuarias” estaban incluidas las “nociones prácticas y elementales de agricultura adquiridas sobre el terreno, en la huerta, el jardín y el parque escolares”. Poco tiempo después, la mayoría de las escuelas del país contaban con huertas y jardines e incluyeron actividades relacionadas en sus planes y programas.
En 1929 se realizó en el Parque Caballero la Exposición de flores y productos de huertas escolares de la Capital, que contó con la presencia del presidente de la República, ministros y varios diplomáticos. En la ocasión fueron premiadas, en la categoría “Huertas y chacras”, las escuelas República de Cuba, República del Perú, Adela Speratti, General Díaz, Villa Morra, República de Chile y Pancha Garmendia. En la categoría “Jardinería”, las premiadas fueron República de Chile, Adela Speratti, República del Perú, Fernando de la Mora, Manuel Amarilla, República Argentina, Brasil, Independencia y República de Cuba. Al año siguiente se reiteraría la experiencia, con similar apoyo de las autoridades nacionales y mayor cobertura por parte de la prensa escrita.
La escuela República del Perú, ubicada en el barrio Sajonia, era objeto de atención. Fundada en 1920, era una de las instituciones educativas más tradicionales de Asunción. Durante varias décadas fue un referente, habiendo pasado por sus aulas numerosas personalidades del país. Una crónica del 18 de septiembre de 1930, aparecida en La Tribuna, resaltaba que la escuela “está empeñada en la fabricación de dulces, conservas, esencias de todas clases, extractos de plantas medicinales, perfumes, etc., todos con productos de la chacra escolar de la misma”. La publicación concluía reconociendo el trabajo de la directora Julia Dimeida y sus maestras.
La prensa de la época también mencionó otros casos, no escatimando elogios: “… la aplicación práctica de la nueva enseñanza, del moderno y humano evangelio pedagógico de la Escuela Viva, uno de cuyos apóstoles será en breve huésped de nuestra capital [se refería al Dr. Adolphe Ferrière], se refleja en la Escuela Manuel Amarilla [actual colegio EMD Naciones Unidas] que dirige con todo acierto la meritoria y abnegada educacionista, señorita Margarita Román”.
Durante la primavera de 1930, una amena crónica fue dedicada a las Fiestas de las flores, actividad de la escuela República de Honduras, de Ypacaraí. La nota destacaba la labor de Benefrida García Bazán (maestra de Kindergarten), así como de las docentes Hermelinda Negrete y Beatriz González, cuyos grados resultaron premiados por sus productos florales. El artículo terminaba informando que lo recaudado por la venta de tales productos se destinaría a la compra de una máquina de coser para la institución.
Cuando el renombrado pedagogo suizo Dr. Adolphe Ferrière visitó el Paraguay en 1931, se expresó en estos términos: “Realmente encontré una escuela rural mejor adaptada a las necesidades rurales como no hallé en ninguna otra parte mejor, preponderancia de la jardinería sistemática, teórica y sobre todo práctica y de trabajos manuales […] Un maestro como Ramón I. Cardozo honra no solamente su nación sino también la humanidad”. El sistema educativo paraguayo, con pocos recursos pero mucha audacia, llegaba así a la mejor época de toda su historia.
El seguimiento de la prensa permite conocer algunos pormenores de cómo eran considerados los esfuerzos de introducción de chacras, huertas y jardines a las instituciones escolares en aquella época. Con respecto a la Escuela República del Perú, se leía en el año 1931: “El cultivo de jardines y chacras escolares por los alumnos, constituye uno de los más bellos y prácticos aspectos de la educación nueva o escuela viva […] cabe encomiar la plausible actividad desplegada por las autoridades directivas y docentes de la escuela República del Perú, establecimiento que cuenta actualmente en su patio, con el mejor jardín escolar de la ciudad. Este verdadero parque, amplio, bien cuidado y enriquecido con ornatos florales y un plan que denotan buen gusto y conocimiento del arte de la jardinería, ha sido plantado y cuidado por los niños de esa escuela bajo la dirección de sus profesoras, quienes cultivan al mismo tiempo la noble emulación de los pequeños jardineros que se afanan porque sus respectivas secciones sean las mejores”.
Pocos días después de aquella publicación, en otro artículo, se mencionaba que “El jardín de la escuela República del Perú, que es un verdadero parque en miniatura, así como la chacra o huerta, son los más importantes trabajos realizados en ese sentido en los establecimientos escolares de la ciudad. Laboratorio práctico y vivo de trabajo, donde se aprende a valorar el esfuerzo, a apreciar y sopesar el valor de los frutos de nuestro suelo ubérrimo, las chacras escolares son como una prolongación de la enseñanza agraria en los establecimientos de primera enseñanza”.
Fuera de la capital, la experiencia fue replicada con igual ímpetu, mereciendo también el destaque de la prensa escrita de la época. Centros de enseñanza de distintos puntos del país, como la Escuela Media N° 524 de Ypané, la ya mencionada República de Honduras de Ypacaraí o la Escuela Media de Tebicuary, fueron objeto de elogios por sus esfuerzos para incorporar la horticultura y jardinería a sus esquemas pedagógicos.
En el concurso nacional de chacras escolares de 1931, logró destaque en prensa escrita la Escuela Media de Tebicuary(Guairá): “La merecida importancia que se da a la enseñanza agraria con su incorporación ya definitiva a los programas escolares, informa una exacta compenetración con las necesidades de un país esencialmente agrícola como el nuestro y un afán muy plausible de orientar y racionalizar esas actividades, tan estrechas y vitalmente ligadas al engrandecimiento y progreso nacional […] Esta innovación ha encontrado la más amplia y favorable acogida. Cada escuela de la República cuenta con su chacra y jardín, cultivado y cuidado por los alumnos”.
La nota mencionaba, además, que dicha escuela fue la ganadora del concurso nacional de aquel año, destacando los nombres de Carmen Bordón de Echauri (directora) y María de Jesús Santacruz (maestra). Al finalizar, decía: “Nos complacemos en felicitar a los dirigentes y alumnos de dicha escuela, por el justiciero estímulo recibido con sus esfuerzos al cultivar y cuidar la más importante chacra modelo escolar de la República”.
Con todos estos antecedentes, resulta previsible que una institución como el Orfanatorio Nacional tuviese una de las mejores chacras y uno de los más bellos jardines escolares del país en aquellos años, habiendo merecido también atención de la prensa.
Luego, la guerra del Chaco (1932-1935) cobró la vida de más de 30.000 paraguayos, generando un aumento exponencial de huérfanos, por lo que fue necesario ampliar la capacidad del Orfanatorio, que ocupó buena parte de sus espacios abiertos en la nueva infraestructura edilicia. La chacra y el parque fueron los primeros sectores afectados.
La guerra incidió en las actividades escolares dedicadas al jardín. La prioridad era proveer de alimentos a los soldados en el frente de batalla. Los parques y jardines fueron convertidos en huertas, relegando toda práctica floricultora.
Tiempo después, la falta de presupuesto, nuevas reformas educativas y la desidia gubernamental terminaron por extinguir en todo el país aquellos vergeles y otras iniciativas vinculadas, como las célebres fiestas del árbol de la primera mitad del siglo XX.
La ideología fascista fue imponiéndose de manera avasallante en los círculos de poder político local a partir de 1936, dejando como una de sus nefastas consecuencias el desmantelamiento del esfuerzo y los avances logrados en años anteriores en diversos campos, entre ellos el educativo. Para fines de aquella década, solo quedaban algunos pocos elementos de las experiencias de huertas y jardines escolares. En 1940, una columna editorial de El Diario lamentaba en estos términos: “el cultivo de la flor en el hogar, enseñado prácticamente en la escuela. En algunas se hace ¡pero en tan pocas!”.
Pocos años después, nada quedaba ya, al punto que de tanto en tanto se abogaba por la incorporación de jardines y huertas en las escuelas, casi como utópica novedad, sin siquiera mencionar la historia reciente. Esto puede interpretarse en el artículo “Breves apuntes de horticultura”, de Juan V. Leiva (Cartilla Agropecuaria, junio 1944), líneas “dedicadas especialmente a los maestros y escolares rurales”. En ellas sugería “una huertita en el seno de la familia por ejemplo, con los padres, hermanos mayores y hermanitos menores, para los primeros les serviría como un buen ejercicio o entretenimiento y para los últimos sería la oportunidad de aprovechar y despertar en su tierna almita el amor grande y sublime hacia el trabajo de la tierra o hacia toda la creación divina de la naturaleza que nos da: alegría infinita, pan, sustento, tranquilidad y calma”.
Pese a los retrocesos, hubo oportunidad en el contexto de la educación escolar para algunas experiencias aisladas pero plausibles. El caso de la estadounidense Lucy de Andress es uno de los más destacables. Llegó al Paraguay en 1956 acompañando a su marido, el reverendo Paul Andress, designado director del Colegio Internacional de Asunción, cargo en el que permaneció hasta 1964. Lucy colaboró activamente con el colegio cumpliendo diversos roles, entre ellos la labor docente. Dictó en 1956 un curso sobre “arreglo de flores” para alumnas del 5º grado, con tanto éxito que lo replicó varios años, no solo para estudiantes de primaria, sino también para 6º curso e, incluso, para alumnas particulares de todas las edades. Varios de los trabajos de sus alumnas figuran en el libro Embellezca su hogar con materiales de la naturaleza (Asunción, 1959). Aquellas experiencias la llevaron a fundar en 1963 el Club de Jardinería, cuya primera sede y, por muchos años, fue precisamente el Colegio Internacional.
* Carlos Zárate es arquitecto, docente, investigador, magíster en Restauración y conservación de bienes arquitectónicos y monumentales, coordinador de área de Teoría y Urbanismo (FADA-UNA) y miembro del Comité Paraguayo de Ciencias Históricas (CPCH).
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