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Cultura

Bocanada

El Ensamble Palito Miranda en el Buenos Aires Jazz Festival 2023. Cortesía

El Ensamble Palito Miranda en el Buenos Aires Jazz Festival 2023. Cortesía

POR Ezequiel Filgueira Risso *
Desde Buenos Aires

Un cartonero empuja su carro, que lleva por detrás, con la remera de Boca Juniors puesta. Modelo raído y gris. Lo veo a través del vidrio de la ventana del bondi, camino al barrio de La Boca.

El sol de los últimos minutos de las seis de la tarde pega contra el lomo del animal de metal que nos lleva derecho hasta el Riachuelo, conservando la calidez interior con dificultad. El olor a alcohol y a transpiración que se respiran dentro ya no parecen signos de vitalidad, pero el destino próximo enmascara eso y mucho más. Ahora solo importa llegar. Como si eso fuera todo.

Mientras la mitad más uno de la población de la ciudad se refugia en sus casas y frente a sus pantallas esperando una celebración, yo la recorro en tren y en bondi. Me dirijo hacia el bar Roma y espero llegar a tiempo.

El cacharro está lleno de gente que viaja como yo. No sé desde dónde, pero a esta altura del recorrido puedo saber que terminaremos en la misma estación. Alguien pregunta por el resultado del partido. Boca pierde uno a cero con Fluminense, el partido final de la Copa Libertadores. Se oyen algunas quejas e insultos desde el fondo. Sólo se podrá ganar.

Además del partido, recapitulo, se hace la marcha del orgullo LGBT a lo largo de la Avenida de Mayo y el festival internacional de jazz en la Usina del arte. Pero la mitad de la gente no verá los otros festivales. Sólo gritará goles.

El bondi improvisa unos giros y parece perderse. Evita calles cortadas por seguridad. Da la vuelta por la villa Lamadrid, levantada frente al puerto, donde uno de los canales dibuja una curva y esconde las últimas barracas. Me bajo cuando retoma la avenida Almirante Brown y camino hasta la esquina de la calle Olavarría. Roma está cerrado. Ahora insulto yo.

Miro la final desde afuera. Le hago señas a la mujer detrás de la barra que mira las pantallas de color verde. Al contactarme visualmente, niega con el dedo índice derecho y ahuecando los labios. Sostengo la mirada, pero no le importa mi indignación. El bar está lleno y la puerta cerrada. No hay más que decir. Me apoyo contra la pared exterior del bar y siento la frialdad de la sombra. Pero sólo aguanto unos minutos porque me gana la ansiedad. Salgo a buscar otro bar.

―Llegué hasta La Boca. No puedo quedarme sin ver el partido. Esto no es ver un partido, y menos, al calor de la barriada.

El exceso de emoción y la indignación me hacen hablar al aire.

La pizzería Banchero también está repleta y acumula más gente que mira el partido desde afuera. Pero los ventanales son más grandes que el de Roma y les da el sol; calculo desde el otro lado de la calle, mientras apuro el paso y escucho la fricción de la entrepierna de mis jeans que le ganan al resoplar de las motos que corren por la avenida. Subo por Brown y doblo en Villafañe buscando otro bar. Veo los afiches pegados en las paredes que muestran imágenes de diseño de Massa y Maradona juntos. Los asocian como si fueran lo mismo.

―¿En qué se parecerán?

Suelto una carcajada. Faltan unas semanas para las elecciones nacionales, pero también para las del club. Todos juegan a mezclar las emociones como cartas de truco.

Antes de que Villafañe se convierta en Caffarena, me detengo en un quisco improvisado por una vecina. Apenas una puerta y una ventana desde donde vende productos. Los días de partido saca una pantalla a la calle que protege con un toldito verde, bastante cheto. La pantalla atrae clientes que se juntan a su alrededor.

―Listo. De acá no me muevo.

No pude quedarme en la peña de Suárez porque hacían asado en la vereda y explotaba de gente. Pero esta es mi última opción. Doy unos pasos hacia delante. Me acomodo entre los pibes y las pibas con remeras azul y oro para ver un poco más cerca. Hago unos movimientos con la cintura porque quiero ver el resultado en la pantalla, que me queda un poco lejos.

―Boca ya hizo un golazo y va empatando.

Me avisa el pibe que está a mi lado.

―¿Quién?
―El muerto de Advíncula.

El pibe lleva puesta una visera y una bandera de Boca anudada al cuello que le llega hasta los talones. Mientras otro toma una cerveza Brahma, un pibito hace repiquetear el redoblante que empuja hacia delante con su ingle.

La adrenalina hace que le saque la vista a la pantalla. En ese movimiento lateral veo más grupos de personas, pero que caminan en otra dirección. Y no llevan ropa de colores boquenses. Caigo en la cuenta de que la Usina está cerca y calculo que irán al festival de jazz. No hay duda, van hacia allá. Las escenas culturales de la ciudad también se mezclan y los cuerpos vibran al unísono más allá de los colores.

―Es increíble. La gente sigue llegando. Parece que vienen todos para acá.

Le digo a mi amigo Walter, que trabaja en el bar todas las noches, subiendo un poco la voz. Me refiero a quienes fueron a la marcha del orgullo.

―Sí, Bocanada es uno de los puntos de referencia en San Telmo.
―Pero ¡qué pasa! Algo está pasando en Buenos Aires. Hoy jugó el “Boquita de Riquelme”, se hizo la marcha y tocó el ensamble Palito Miranda.

Insisto.

―Parece que no hay nada ni nadie en las calles, pero si caminás un poco ves que hay opciones, sobre todo de noche.

Parece un chiste repetido, pero es verdad.  Así que acepto el comentario sin decir nada.

―No sabés qué bueno es el ensamble que descubrí. Hacen un homenaje a un tal Palito, un reconocido jazzero paraguayo.
―No lo conozco.
―Yo tampoco lo conocía, pero el director contó del homenaje que le hacen entre los temas. Me llamó la atención lo mucho que el público aplaudió en el cierre del show.
―También hizo su performance.
―Es verdad. Su obra dentro de la obra de Miranda.
―El truco de siempre.

Walter parece hablarme de dos temas a la vez, pero sólo le presté atención a uno. Mientras un colorido trío de drag queens sale por la puerta exhibiendo sus vasos de bebida, y el resto de la gente se acomoda debajo de la ventana del bar, vuelvo mentalmente sobre las palabras del baterista del ensamble, de apellido Morel. Como el ex lateral derecho de Boca, también paraguayo.

A partir de la explicación de los títulos de los temas y los giros de la biografía de Palito, entre Brasil y Asunción, pienso que la actuación del ensamble en el festival se pareció a una intervención “de sitio específico” [1]. Como la que hicieron Lía Colombino y Damián Cabrera en el Malba, hace más de un año [2]. Aquella presentación también incluyó una detallada conversación sobre los y las artistas del Paraguay que, como la de Morel, funcionó como un bello y claro mojón fronterizo.

Como un rayo, me alcanza el nombre Polca blues. El recuerdo de uno de los temas del ensamble que trato de grabarme en la memoria para buscarlo mañana en la internet y seguir con mi propio tributo. Uno de los temas en los que puedo ver que el maestro fusionaba ritmos paraguayos con jazzísticos [3]. Entre sus músicos, reconocí al trompetista Jonathan Piñero. Fui a ver una de sus presentaciones en el bar Drácena durante mi última visita a mi familia de Asunción, antes de la pandemia.

Mientras empiezo a calcular el tiempo que me llevará volver hasta mi casa, en la villa 21-24 de Barracas, me responde mi amigo Luis Vera. Saliendo de la Usina le escribí por Whatsapp contándole cómo me encontré con la banda paraguaya. Le compartí una foto del escenario y de la iluminación. Sigo de cerca su obra fotográfica sobre las tradiciones indígenas del Paraguay y sus demás intervenciones artísticas como si fuera un guía [4]. Otro Palito. Por él también llegué hasta el Drácena, a Joni y, reconociéndolo a él en la programación del festival, hasta el ensamble. Debía escribirle.

―Es un privilegio. Es un súper grupo de jazz de Paraguay. Veo a muchos amigos ahí. Totito Morel, Bruno… el bajista es argentino. Se llama Tato Zilly y tocaba con Palito.

El intercambio con Luis es muy breve. Aunque no recuerdo la diferencia horaria, que no debe ser amplia, ya es tarde. La emoción de su comentario me avisa de lo mucho que significa que el ensamble reúna buenos músicos pero, sobre todo, a los compañeros de Palito y a sus influenciados.

―Ya voy anotando al ensamble entre mi lista de cosas para ver la próxima vez que vaya a Asunción.
―Hay varios grupos de jazz muy buenos. Buscá Band’Elaschica.

Este nombre no debo grabármelo en la memoria, pienso mientras lo leo de nuevo porque el apóstrofe me confunde. Me acerco la pantalla a los ojos. La máquina lo recordará por mí, si es que el celular no es, ya, otro órgano de mi cuerpo.

―También voy a tener que ir a ver a Joni, el trompetista. Lo conocí en el Drácena.

Seguro no recuerda su recomendación, pero igual se la menciono.

―Sí, es venezolano. Está hace varios años aquí.

Saludo a Walter que está del otro lado de las mesas, levantando mi mano derecha por sobre las cabezas, y giro para dirigirme al sur de la ciudad. Unas cuadras más allá del bar, adentrándome en el silencio límbico de la madrugada, siento que la presentación del ensamble me hizo activar una serie de recuerdos y relaciones que ahora se movilizan conmigo. Viajaré hasta Barracas cargado de pensamientos y emociones que no son sólo mías. Aunque mi cuerpo sí lo sea, me parece como un río vibrante que se extiende irrigado por la circulación de oxígeno que le aportan múltiples fuentes, pero que todavía se nutre de la presencialidad de los vínculos humanos. Una plasticidad latente y aún desconocida.

 

Notas

[1] Obra creada para que exista en un sitio específico, porque no puede surgir más que de él.

[2] Lia Colombino fue la curadora de la exposición Aó. Episodios textiles de las artes visuales en el Paraguay, presentada desde abril a agosto del 2022 en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA). En la conferencia inaugural realizada en la biblioteca del museo, Lia ―directora del Museo de Arte Indígena del Museo del Barro― y Damián Cabrera ―escritor, curador e investigador en la misma institución― comentaron sobre el carácter de obra “de sitio específico” de la exhibición, refiriéndose al estatus artístico de la curaduría de arte. El recorrido virtual de la muestra está disponible en https://www.malba.org.ar/evento/episodios-del-arte-textil-en-paraguay/

[3] Según contó en el festival el baterista Víctor Morel, tras la partida en 2012 del saxofonista oriundo de Carapeguá, el ensamble busca ofrecer un tributo a uno de los grandes maestros y promotores del jazz y de la música instrumental paraguaya. Ángel William Miranda fundó el Club Jazz Paraguayo en la década de los 60’ y, desde su rol de educador en el conservatorio de música de Tatui, Brasil, generó un fluido intercambio con músicos y estudiantes de Paraguay. En el festival internacional de jazz de Buenos Aires el ensamble presentó algunos de los temas que componen su disco homenaje, nacido en 2014 y editado por el sello Polka blue, como Moonlight Serenade, Polca blues y Rhapsody in blue.

[4] Luis Vera es docente universitario de fotografía y teoría de la imagen, y maestrando en Antropología social. De su obra siempre recuerdo la instalación Indígena, exhibida en el Centro Cultural de la República El Cabildo, sus fotografías sobre la lucha ritual en las que aparece el Jágua-jágua ―el primer animal―, publicadas en el libro La belleza de los otros (Buenos Aires: Edhasa, 2015), de Ticio Escobar, y su serie sobre trabajadores domésticas ¡Son trabajadoras!

 

* Ezequiel Filgueira Risso es especialista en Políticas y gestión cultural local e internacional.
[email protected].  https://orcid.org/0000-0002-3539-5263

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