Cultura
En casa con los Estigarribia, 1938
R. W. Thompson, "Germans and Japs in South America", Faber and Faber Limited, Londres, 1951
Cuando yo era un joven estudiante de posgrado y estaba ansioso por investigar sobre la historia de Paraguay, busqué en las diversas bibliotecas que visitaba para ver qué podía descubrir, sabiendo que a menudo era cuestión de suerte hallar algo. Algunos títulos que encontré con gran frecuencia: ¡Independencia o muerte! de Kolinski; Cartas sobre Paraguay de los hermanos Robertson; y Una amazona, de Barrett. Otros títulos encontré una vez y nunca los volví a ver, y con el paso de los años tendí a olvidarlos hasta que algo me hizo preguntarme por ellos.
Tuve una experiencia así el otro día. Había encendido la televisión para ver El corazón púrpura, una vieja película de Hollywood protagonizada por Dana Andrews. Se trataba de la Segunda Guerra Mundial en el Teatro del Pacífico. Su aguda propaganda me hizo recordar el título de un libro que había visto mientras deambulaba entre los estantes de la biblioteca de la Universidad Estatal de San Diego, en California. El título era llamativo y creo que solo pudo haber sido concebido durante las primeras fases de la guerra: Germans and Japs in South America: being a record of my search for El Dorado and of those who have sought and found new lives (Alemanes y japoneses en Sudamérica: siendo un registro de mi búsqueda de El Dorado y de aquellos que han buscado y encontrado nuevas vidas). El uso de la palabra japs como epíteto obvio para los japoneses delató la fecha de publicación como 1940 y ahora, tantos años después, decidí seguir hacia dónde me llevaba mi curiosidad. Busqué en Google el título y descubrí que, aunque rara vez se veía en las bibliotecas de América del Norte, podría recibir una copia mediante préstamo entre bibliotecas.
Cuando llegó el libro, descubrí que el autor era Reginald W. Thompson (1904-1977), un soldado, escritor y corresponsal de un periódico británico que escribió varios libros sobre viajes a Australia, Argentina y Paraguay en el período inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial. Evidentemente, Thompson tenía un interés específico en el conflicto del Chaco que recientemente había enfrentado a Paraguay contra Bolivia (y, de hecho, el interés del británico en la historia militar continuó después de ese tiempo, lo que lo llevó a producir obras en el frente europeo entre 1943 y 1945 y, más tarde, sobre el conflicto de Corea).
Sorprendentemente, Germans and Japs resultó menos preocupado por los asuntos militares que por el funcionamiento de las colonias agrarias en los departamentos interiores del oriente paraguayo. Había muchas de aquellas colonias, generalmente delineadas por motivos étnicos y religiosos o de origen nacional. Trinacria era italiana, Fram era polaca y rusa y Cosme era australiana. Existieron muchas otras, por supuesto. Thompson mostró un interés particular en las colonias alemanas de San Bernardino, Independencia y Hohenau, y en la colonia japonesa de La Colmena. Volveré sobre este tema de las colonias agrarias (y sus habitantes) en artículos futuros.
Por ahora, deseo examinar un viaje breve que Thompson hizo a las orillas del lago Ypacaraí en 1938. Se adentraba en el campo para medir el éxito o el fracaso de los distintos asentamientos rurales, tal vez con la idea de interesar a inversores británicos, pero a la vez, como buen militar, no dejó de lado su interés por la geopolítica. En San Bernardino había muchos colonos alemanes cuyas inclinaciones políticas los hacían sospechosos a sus ojos. También sentía curiosidad por un importante vecino del pueblo, el general José Félix Estigarribia, héroe de la Guerra del Chaco.
Como me dijo una vez Carlos Pastore muchas décadas después, Estigarribia era el “perfecto vasco”. Tenía la agilidad de una oveja montañesa y la inteligencia nativa de un campesino valiente. Y como muchas personas de origen vasco, su verdadero carácter era enigmático: generoso, amigable con todos los visitantes, pero un poco difícil de ubicar políticamente. Se había puesto del lado oportunista de los liberales durante bastante tiempo, pero ocasionalmente encontró conveniente favorecer los intereses fascistas en el país, como lo hizo, por ejemplo, con su posterior respaldo a una constitución autoritaria. Aunque a muchos les gustaba, no a todos. Había militares insatisfechos que, una vez terminada la Guerra del Chaco, temían que el general los retirara del ejército (proceso que ya había comenzado). Estos mismos hombres sintieron que él podría unirse a los liberales al ceder demasiado a los bolivianos en la mesa de negociaciones.
También tuvo en contra algunos políticos antiliberales fracasados, hombres que no podían esperar a ganar poder por medios democráticos. Y también hubo ciertas personas influenciadas por el fascismo europeo que querían que Estigarribia adoptara una posición más francamente ideológica a favor de la extrema derecha.
Con tanta gente cuestionándolo, el general decidió poner cierta distancia entre él y sus críticos. Después del levantamiento del coronel Franco, en febrero de 1936, Estigarribia se encontró muy alejado de los problemas políticos de la época mientras disfrutaba de la hospitalidad de Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo. Vivió en la capital uruguaya durante casi un año, impartiendo clases en la Escuela Superior de Guerra. Pero, en su propio país, los líderes militares opuestos a Franco, que se había vuelto bastante impopular, patrocinaron el regreso de Estigarribia del exilio. El 9 de febrero de 1938 atracó en Asunción, donde recibió una bulliciosa bienvenida por parte de veteranos, estudiantes, cadetes, el obispo Juan Sinforiano Bogarín y una gran cantidad de gente que se había acercado a rendir homenaje al arquitecto de tantas victorias.
El presidente Félix Paiva también estuvo presente entre los 50.000 simpatizantes, pero a diferencia de ellos, no estaba seguro de qué quería hacer con un hombre que atraía tanta atención positiva. La situación política seguía siendo problemática y era posible que Estigarribia, a pesar de todas sus virtudes, aumentara esa inestabilidad. Entonces al presidente se le ocurrió una solución: ¿por qué no ofrecer al general un puesto diplomático como embajador en Washington? Estados Unidos se había vuelto más importante que nunca para el progreso económico paraguayo y era bueno cimentar la amistad con la república del norte; Estigarribia, al parecer, podría ser el hombre adecuado para hacerlo.
El general aceptó el nombramiento. Sin embargo, antes de irse, se tomó unas merecidas vacaciones en la casa familiar cerca del lago Ypacaraí, y aquí es donde Thompson lo encontró. Hay complejidades involucradas en el hecho de que un paraguayo sea admirado y querido simultáneamente por los norteamericanos, los británicos y los nazis. Y Thompson, a quien también le agradaba personalmente el hombre, descubrió lo enigmático que podía ser el general. Esto no pareció reflejar alguna maniobra política situacional (como ocurrió con Franco). Era, más bien, parte del carácter de Estigarribia. Pero dejemos que el viajero británico hable por sí mismo sobre esto:
“El frescor temprano (o, más exactamente, la falta de calor intenso) de la mañana pasó rápidamente, y al cabo de media hora las piedras que habían estado agradablemente calientes estaban lo suficientemente calientes como para freírnos la piel de los dedos mientras el sol que se elevaba rápidamente sobre nuestras cabezas caía con fuerza sobre nosotros y ellos. El lago ya reclamaba un puñado de bañistas, mientras unas cuantas parejas paseaban u holgazaneaban, charlando bajo los árboles que llegaban casi hasta el borde del agua. Entre ellos, mientras caminábamos de regreso a la orilla y nos despedíamos de don Avilona en la puerta de su casa, Federico reconoció a la señorita Estigarribia, del brazo de una amiga, y se apresuró a presentarnos.
“La hija del gran comandante en jefe de los ejércitos paraguayos, vencedor de la Guerra del Chaco, general José Félix Estigarribia, es una hermosa muchacha de piel cremosa que realza la profundidad y el brillo de unos grandes ojos castaños oscuros bajo las delicadamente arqueadas –por obra de la naturaleza, lo juro– cejas. Hizo girar nerviosamente su sombrilla, nos ofreció una mano inerte y nos miró con la más atractiva de las miradas tímidas, porque no estaba acostumbrada, en su corta y protegida vida de diecisiete años, a conocer a nadie fuera de su extensa familia.
“Pero sabía algunas palabras en inglés, que usó valientemente con Pat, gorgoteando tímidamente, mientras nos conducía a la casa de su padre, a la sombra de árboles altos y bien espaciados a cien metros de la orilla. Encontramos al general en medio de su numerosa familia, abuelas, abuelos de ambos lados, su majestuosa y encantadora esposa, hermanas, hermanos e hijos.
“Cuando se realizaron las presentaciones formales, nos sentamos juntos a solas en un rincón de la terraza, y el general retorció los dedos mientras sus antebrazos descansaban sobre las rodillas; su fuerte rostro se arrugó en multitud de arrugas. ‘Estas son nuestras últimas dos semanas en Paraguay’, dijo. ‘Entonces encontrarás a toda la familia reunida aquí’.
“Su rostro, con su red de líneas alrededor de sus mandíbulas musculosas, sus tristes ojos castaños hundidos y su frente profundamente surcada, en la que su cabello espeso y rizado crecía hasta un pico, sin embargo, tenía una cualidad juvenil, y su sonrisa rápida fue contagiosa.
“Su cabello, que alguna vez fue negro, estaba salpicado de espesas canas, pero salvo por esto y sus abundantes arrugas, mostraba pocos signos de su tremenda prueba de tres años, cuando enfrentó su genio militar contra los ejércitos de Bolivia comandados y entrenados por alemanes, superando tres a uno el número a sus fuerzas. Tenía una constitución robusta, más robusta de lo habitual en su raza, y comenzaba a engordar a principios de la mediana edad. Parecía tener cuarenta y dos años.
“Habló tranquilamente de sus aventuras, desestimando su logro con una breve sonrisa cuando su hija le trajo las fotografías que ilustraban su regreso triunfal después del ‘alto el fuego’ y el entusiasmo masivo de su recepción en Asunción. ‘Fue solo entonces cuando comenzaron mis problemas’, dijo sonriendo irónicamente, pero sin amargura ni queja. No había sido el tipo de héroe que la gente esperaba. La humildad no desempeñaba ningún papel en su concepción de un hombre así.
“Sin duda, en aquellos días de triunfo, la presidencia había sido de verdad suya, pero su oficio era el de militar, no el de político, y era difícil para los demás, que adoraban a su victorioso mariscal [sic—general], comprender la humildad fundamental y la alta moralidad que, junto con sus logros, hacen que José Estigarribia destaque en cualquier empresa.
“No cumplió con las expectativas y solo buscó vivir tranquilamente con su familia, ahora que su tarea había terminado. Pero ni siquiera esto se le permitió. Con un audaz golpe de Estado, el general [sic coronel] Franco, que había sido su segundo al mando, usurpó la presidencia y, temiendo asesinar a Estigarribia (porque tal acto seguramente al final sería un boomerang), el dictador lo había enviado al exilio. Así, durante dos años, este hombre que había servido tan bien a su país se vio privado del consuelo de su esposa e hijos y obligado a observar el progreso de la turbulenta ‘paz’ desde el lejano Uruguay.
“Habló de estas cosas sin amargura. El sello de la grandeza estaba sobre él. En todo su exilio, tanto en Uruguay como en Argentina, no se le pudo persuadir a decir una palabra contra su país, contra aquellos que tan vergonzosamente lo habían maltratado, o a lamentarse de su suerte.
“Solo cuando contó cómo esa misma multitud que lo había recibido tan tumultuosamente le había escupido cuando se exilió unas semanas más tarde, su voz traicionó una sombra de emoción. Y, por fin, cuando el péndulo osciló, el nuevo gobierno lo encontró listo para servir a su país una vez más.
“Me han nombrado embajador en Washington’, dijo. ‘¿Crees que el inglés de mi hija es lo suficientemente bueno como para ser útil?’, preguntó con una sonrisa contagiosa, rompiendo su rostro en un laberinto de surcos y surcos. ‘No puedo decir una palabra. Suena un idioma imposible, pero debo aprenderlo. Dígame, ¿es muy diferente del inglés? Le aseguré que no había más diferencia que entre el español de España y el español de Argentina, y que su hija estaría perfecta cuando el barco atracara en Nueva York. En ese momento estaba conversando animadamente con Pat, explicándole el gran libro de fotografías y hablando dos veces mejor, ahora que su primer nerviosismo había desaparecido.
“‘Tendrá a esa gente de Hollywood persiguiéndola, general, si no tiene cuidado’, le dije. Nos despedimos largamente y el general me acompañó hasta la puerta exterior con la mano en mi hombro. ‘Quiero que sepa cuánto apreciamos su defensa del Paraguay durante y después de la guerra –apuntó con seriedad–. La pluma es más poderosa que la espada, dicen’. ‘Ninguna pluma podría ser más poderosa que su espada’, le respondí, y le deseé toda la suerte, la paz y la felicidad que se merecía.”
* Thomas Whigham es profesor emérito de la Universidad de Georgia.
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24 de octubre de 2023 at 09:59
Que bueno publicar esto. Gracias, Thomas.