Cultura
“Antes de América”. Fuentes originarias en la cultura moderna
Inaugurada hace una semana en la Fundación Juan March (Madrid), esta exposición busca mostrar de qué manera el arte precolombino fue recuperado y reinterpretado por el arte moderno y contemporáneo. Julián de la Herrería es el único artista paraguayo incluido en la muestra.
Nadín Ospina, "Rescate 2016". Fundación March © María Blanco Conde
Con gran emoción la comunidad latinoamericana que reside en Madrid recibió esta exposición inaugurada el 6 de octubre en la sede de la Fundación Juan March y que permanecerá abierta hasta el 10 de marzo de 2024. Esta institución que nació en el barrio de Salamanca en Madrid, en 1955, cuenta, además, con dos museos de arte en España, uno en Palma de Mallorca y otro de arte abstracto en Cuenca.
La exposición, con más de seiscientas obras, sirve para reforzar los lazos de conocimiento entre América y España que mantienen un fondo cultural común. Unas propuestas que recuperan “lo ancestral” desde un lenguaje moderno. El objetivo es mostrar de qué manera el arte precolombino fue recuperado y reinterpretado por el arte moderno y contemporáneo.
Acompañada de una actuación musical al piano (Ecos amerindios, músicas modernas), en la apertura estuvieron presentes los tres curadores: Manuel Fontán y María Toledo (por parte de la Fundación) y el curador invitado, Rodrigo Gutiérrez Viñuales. Entre los asistentes al acto hubo numerosos artistas, coleccionistas y galeristas. Cerró el evento el mexicano Chavis Mármol (1982) con una obra que se muestra al inicio de la exposición: Neo Tameme (2021-2023), escultura de acción performática que consiste en una bicicleta y, en la parte posterior, una gran cabeza olmeca de cartón piedra. Este autor interrelaciona a los antiguos cargadores de fardos con los actuales repartidores de comida que, inmersos en la nueva economía digital, se dedican a llevar por las ciudades enormes mochilas a sus espaldas, sobre bicicletas, solo que esta vez en su performance entregaba al curador el catálogo de la exposición en la que han participado hasta treinta autores.
El equipo curatorial explicó el trabajo que ha supuesto materializar esta muestra, producto de un proceso de investigación profundo llevado a cabo durante muchos años por Gutiérrez Viñuales, quien ha recorrido buena parte del continente americano en busca de las obras y que ha sabido sintetizar, a través de los objetos, hasta dónde alcanza la influencia de lo precolombino en la cultura moderna, un tema muy complejo, extenso y difícil de abordar, que implica a todas las artes visuales.
Esta exhibición comenzó a prepararse hace cuatro años y, en palabras del director del equipo curatorial de la Fundación, Manuel Fontán del Junco, “nada ha resultado fácil”. La llegada de tantas piezas de lugares distintos, su colocación, el montaje, han ido provocando nuevas lecturas inesperadas y reformulaciones a la hora de exponerlas una al lado de otras. Y es que estamos hablando de más de 600 piezas de casi 300 artistas ubicadas en un espacio de 500 metros cuadrados.
Rodrigo Gutiérrez Viñuales, catedrático de historia del arte en la Universidad de Granada, señalaba que partió de un inventario muy ambicioso de 5.000 obras y que tuvo que ir reduciendo a medida que se iba materializando el proyecto. Para el equipo curatorial lo más complicado ha sido encajar el número de prestadores (140), las instituciones invitadas a participar (74), la procedencia de las obras (27 ciudades) y la localización de las piezas en colecciones privadas (66). Por lo tanto, la envergadura de la muestra es muy grande.
El título de la exposición sugiere que antes de que este continente fuese llamado América habían florecido diversas culturas que contenían un auténtico universo simbólico y, a partir de la época de la Ilustración y del Romanticismo, fueron muchos los que se interesaron por este continente y, por lo tanto, se trata de descubrir que había antes de la llegada de los europeos.
El resultado es un mosaico en el que se multiplican cientos de objetos, ideas, personas e instituciones, cada uno con su singularidad y de manera muy diferente. Por ejemplo, Sandra Gamarra (1972), artista peruana invitada a representar a España en la próxima Bienal de Venecia, representa en una pintura los huacos moches acumulados, que permanecen olvidados en los almacenes de los museos a la espera, en muchos casos, de su restitución, mezclados con los auténticos vasos precolombinos que el Museo de América ha prestado para esta exposición.
En la inauguración también se vivieron momentos emocionantes, como el reencuentro del artista uruguayo José Gamarra (1934), quien viajó desde París, con una pintura que había realizado hace sesenta años y fue premiada en la Bienal de São Paulo. El autor confiesa que la creó “inventando signos”.
Secciones
El recorrido de la exposición se articula en cuatro secciones y a su vez presenta módulos flexibles. Rescate y puesta en escena de lo precolombino (1840-1910).
Tras una introducción, comienza por los Registros arqueológicos e interpretaciones del siglo XIX, reinterpretaciones realizadas primero en arquitectura a través de los diseños de pabellones latinoamericanos para exposiciones universales. Podemos contemplar los dibujos originales, como proyectos presentados para París con elementos inspirados en las culturas precolombinas. Este segmento incluye piezas de Frederick Catherwood y Adela Breton (Inglaterra), Antonio Peñafiel y José María Velasco (México), Paul Gauguin (Francia) y Francisco Laso (Perú), entre otros.
Un segundo espacio dedicado a la Primera modernidad: la invención de un “arte americano” (1910-1940) viene a demostrar que tras la arquitectura de los pabellones internacionales fueron las artes aplicadas donde se desarrolló esa recuperación de la identidad originaria que se materializa en mobiliario, textiles, cerámicas. Tras la Primera Guerra Mundial, en América hay deseos de crear un arte nuevo a través de un ojo moderno que encontraría en lo precolombino diversos caminos para cristalizarse en los objetos de uso. Así, podemos ver piezas como un secreter con decoración calchaquí (1919) del argentino Alfredo Guido; un mueble para ortofónica (1930) de Santiago Castillo, de inspiración teotihuacana, y una bella cerámica de Carlos Mérida (Jarra Tonalá, 1930); y dibujos de Héctor Greslebin con platos de diseños calchaquíes. Asimismo, dos piezas de Julián de la Herrería, único artista paraguayo, aquí representado con obras realizadas en Manises: un plato y un filtro “Sinaí” (1930) decorado por él.
Una vanguardia propia, creada a partir de las artes aplicadas y que más adelante, desde la primera década de 1940, pasará al terreno pictórico de la mano de Torres García y su Escuela del Sur, da paso al tercer bloque de la muestra, que abarca desde 1940 a 1970. Geometría, signo y color amerindio.
En este espacio podemos ver una excelente pintura de Robert Rauschenberg inspirándose en México; cuadros de Lichtenstein, Rufino Tamayo, Rodolfo Aburalach, Gunther Gerzso, Roberto Matta, Elena Izcue y Antonio Sáez. Entre los escultores, obras muy diferentes de Oteiza, Henry Moore, Anni y Josef Albers, Barnett y Man Ray.
En la inauguración también estuvo presente el artista argentino César Paternosto (1931), quien comentó que cuando empezó a pintar, en los años 60, la llegada de una exposición informalista a Buenos Aires lo revolucionó todo. Él había visto en el Museo de la Plata una copia del Templo del Sol de Tiahuanaco y, tal como le pasó a Andrés Campos Cervera (Julián de la Herrería a partir de 1928) en 1923, le atrajo la iconografía tan poderosa de Viracocha, aunque más tarde estudió a Klee y se decantó por la abstracción, como Alejandro Puente (1933-2013), otro de los artistas incluidos en la muestra.
La última sección, Una era multidireccional. Variaciones de medio siglo, muestra obras que abarcan desde 1970 hasta 2023. Por ella transitan propuestas muy diversas, algunas textiles, con tapices de Carlos Mérida o Teresa Lanceta. Las obras y objetos que integran este segmento pertenecen tanto a la llamada “cultura de élite” como a la “cultura de masas”.
El recorrido de esta sala termina con la pieza de video-arte de la chilena Cecilia Vicuña (1942) y una escultura del colombiano Nadín Ospina (1960), capaz de hacer confluir el carácter kitsch de ciertos iconos populares con elementos representativos de las diferentes culturas prehispánicas. Ospina señalaba que esta muestra no es realmente una exposición sino un concepto en el que se unen tres elementos: una mirada admirativa hacia el pasado, la reflexión sobre la complejidad del presente y, por último, la visión del universo americano en un momento de redefinición dinámico.
* María Blanco Conde es curadora de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID, Madrid). Es autora de la museografía de la Colección Museo Julián de la Herrería, Centro Cultural de España Juan de Salazar, Asunción.
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