Cultura
“En el aire”, nuevo fotolibro de Jorge Sáenz
Jorge Sáenz. Foto de portada de su último libro, "En el aire". Cortesía del artista
Una conmovedora reedición de El dolor paraguayo (1911), ya no en la magnífica prosa de Barrett, sino en el lúcido registro fotográfico de Jorge Sáenz. Es la mirada de un transgresor, que afronta tanto las medidas de encierro preventivo como los riesgos del contagio, para dejarnos su testimonio de “los desastres de la peste”. La analogía no termina allí. Como el gran español, él puede afirmar con serena dignidad “No lamentéis que os hable un extranjero. No soy un extranjero entre vosotros”.
Desde hace un tercio de siglo lo vemos cubriendo, con mirada alerta, todos los tiempos críticos de la sociedad paraguaya. No solo esos eventos estridentes –la destrucción de la estatua de Stroessner en el Cerro Lambaré, las movilizaciones estudiantiles, las marchas campesinas–, sino también los más silenciados, como ese impactante registro que nos dejó de niños reclutados al servicio militar. No se trata de fotorreportajes fríos o indiferentes: al plasmar la condición humana, su obra teje una antropología visual del tiempo presente.
En el aire nos recuerda el desamparo que, hace unos escasos mil días, cubrió pueblos y ciudades, se llevó decenas de miles de compatriotas y arrojó a otras tantas familias a un aislado duelo. Sus imágenes hablan de esa irremediable soledad que preanuncia la muerte. Y no solo del aislamiento forzado de quienes fueron infectados por el virus. Hubo otra, la soledad voluntaria de quienes, forzados a vivir en un encierro doméstico, descubrieron que “el infierno era el otro”, y escaparon.
Fueron los más afortunados. A muchas personas –los más pobres, los niños, los presos, los enfermos mentales– la huida salvadora les resultaba imposible. Y encerrados tras muros o rejas, fueron arrojados a los niveles más profundos del infierno, el de los abusos, las violaciones o los maltratos cotidianos.
El Museo Nacional de Artes Visuales, en Montevideo, alberga dos obras emblemáticas de Juan Manuel Blanes, una junto a la otra. La de la izquierda es La paraguaya, un óleo mediano, de 100 x 80 cm. La de la derecha tiene un formato casi mural, de 230 x 180 cm, Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires. Ambos fueron pintados en los años 70 del siglo antepasado. Rivalizando en dramatismo, aluden a los más terribles jinetes del apocalipsis, la guerra y la peste. Porque arrastran naturalmente a los otros dos, al hambre y a la muerte.
Ambos personajes son femeninos, una rodeada de los pobres restos de la debacle, otra ya sumida en el dominio de la muerte. Como si el combate a la guerra y a la peste fueran asunto de ellas. Jorge registra con atención esa presencia en las cocineras de las ollas populares, en las médicas y enfermeras, en aquellas que esperaban y cuidaban –en precarias carpas o a la intemperie– a sus parientes internados en los hospitales. En las que lloraban a sus muertos.
Otras formas de fuga del encierro, de la soledad, del miedo a la muerte, fueron la ciega negación o la desesperada rebeldía. Puede respirarse la segunda de estas reacciones en las fotos de las protestas de abril de 2021. Como Sáenz tiene en su haber la sistemática cobertura de manifestaciones ciudadanas, estas imágenes alcanzan una notable belleza. Captan y transmiten el furioso resurgir de la vida después de tanta agonía.
Luego de ese largo encierro cuya quietud permitió sentir el aroma de la vegetación urbana, en cuyo silencio volvimos a escuchar el canto de las aves, cayeron otros horrores sobre esta tierra y su gente: los de la sequía y los incendios. La serie de fotos de la Laguna Cerro, envenenada con residuos de una industria de curtiembre, nos recuerdan esos imperdonables latrocinios cometidos por poderosos contra la población desvalida y aterrorizada por la pandemia.
La foto –tomada con un dron– de ese ojo de agua teñido de magenta nos recuerda la potencia de las imágenes, su fuerza política. De registro, algunas se convierten en factores actuantes de la historia. Reposteada por Leonardo DiCaprio, esta imagen logró en días la respuesta estatal que no habían conseguido meses de protestas de los vecinos de Limpio: la cancelación de la licencia ambiental de la empresa Waltrading.
La peste se ha ido. Por ahora, se ha ido. Fue tan terrible que apenas ya hablamos de ella. Ni de nuestros muertos, ni de los miles de compatriotas –hombres y mujeres– que la combatieron, trataron de frenar su ímpetu, alimentaron a los hambrientos y cuidaron a los enfermos. Muchos de ellos fallecieron de Covid en el intento. Otros, profesionales cuyos saberes científicos les permitieron entender y explicar la trayectoria de esa pandemia, ya fueron echados de sus cargos. Para que no quede memoria.
La comparación es odiosa, pero algo similar ocurrió después del conflicto del Chaco. En el frenesí político de posguerra se fueron olvidando las decenas de miles de muertos, se desprotegieron sus huérfanos, fueron expatriados los comandantes, dejados al margen los mutilados de guerra.
Las imágenes tienen la capacidad de proteger del olvido las historias, saben contar dolorosos relatos que los textos eligen callar. Este álbum de Sáenz es, finalmente, un gran testimonio visual, una fuente –vestigio, prefiere llamarlo Peter Burke– de nuestra historia reciente. Como todo artista, Jorge supo narrarnos –con la potencia estética que le es habitual– esa tragedia humana tan próxima aún, que ya estamos olvidando.
Nota de edición: En el aire es el último fotolibro de Jorge Sáenz. Su lanzamiento en la galería Fuga Villa Morra, el domingo pasado, cerró el Mes de la Fotografía en Paraguay, evento organizado por el colectivo El Ojo Salvaje. La edición, de 108 páginas, presenta una arquitectura organizada en trípticos visuales, cada uno de los cuales está acompañado por una referencia literaria: frases extraídas de La peste, de Albert Camus; El diario del año de la peste, de Daniel Defoe; El cuaderno gris, de Josep Pla; y La peste escarlata, de Jack London, entre otras. La publicación, bilingüe (español-inglés), fue realizada con apoyo del Fondec. Lleva un texto preliminar de Montserrat Álvarez y concluye con breves relatos que ubican cada imagen en el contexto de su captura.
* Milda Rivarola es historiadora, socióloga, politóloga.
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