Cultura
“Han bombardeado La Moneda y se ha producido la estampida”
El Palacio de La Moneda, 11 de septiembre de 1973. Archivo
“Son los últimos minutos del atardecer del lunes 10 de septiembre de 1973 y los desfiles comenzaron hace menos de una hora […] ¿Sucedió hace unos segundos? ¿Hace millones de años? ¿Hace apenas un día? Alzo los ojos. Inmóvil, el inmenso cielo rojo flota sobre la multitud que también se ha detenido y mira con frío, con temor, con sueño, el desahuciado atardecer”.
Esto se lee en Zurita, las 745 páginas que el poeta dedica a aquel tránsito siniestro que marcó un antes y un después en la historia de Chile: la “rota tarde”, la “rota noche” y el “roto amanecer” [1] del golpe cívico-militar que hace 50 años puso fin al gobierno de Salvador Allende e instaló una de las dictaduras más sangrientas que conoció la región.
El trabajo de Raúl Zurita, que aúna escritura y performance, presenta en carne viva el dolor de un cuerpo social. Basta con leer algunos fragmentos de Canto a su amor desaparecido [2].
Sí, un amor que ha quedado, dice el poeta:
— Pegado a las rocas al mar y a las montañas.
— Pegado, pegado a las rocas al mar y a las montañas.
Raúl Zurita es apresado en la madrugada del 11 de septiembre en Valparaíso, llevado al Cuartel de la Infantería de Marina, golpeado, torturado y trasladado a la bodega de un buque carguero que, como otros, servía de prisión. Allí se enteraría, después, de la muerte de Pablo Neruda. Liberado a comienzos de octubre, le cupo preguntarse cómo escribir, y qué significaba hacerlo, en tiempos de dictadura. E inició, como tantos otros artistas, un temerario camino de exploración en medio de la censura.
“Durante la dictadura hubo quemas públicas de libros en las calles, perpetradas por los militares. Y había una oficina de censura dentro del Ministerio del Interior, que era el más poderoso, junto con el de Defensa. Allí la gente que publicaba tenía que llevar sus libros y esa oficina autorizaba o no la edición. Mucha gente no llevaba sus libros, pero al no hacerlo no podía ir a las pocas librerías que existían. Había muy pocos espacios culturales, porque en las universidades los rectores eran militares y los diarios habían cerrado prácticamente todos y los escritores chilenos ya consagrados estaban en el exilio. Chile era un lugar de mucho desamparo cultural” [3], recordaba recientemente en una entrevista la escritora Diamela Eltit, quien fuera pareja de Zurita y, como él, miembro del Colectivo Acciones de Arte (CADA), que marcó la escena cultural chilena tras el golpe y durante los años 80.
El trauma que generó la dictadura de Augusto Pinochet no ha desaparecido. Por el contrario, en estos momentos la fecha parte en dos a la sociedad chilena, donde la disputa por la memoria recrudece frente a una cifra redonda que, como tal, adquiere ribetes simbólicos. Especialmente para quienes, como Zurita, jamás olvidarán lo que sucedió aquel día:
“Han bombardeado La Moneda y se ha producido la estampida. Las calles quedaron vacías y a esta hora las embajadas están atestadas de gente. Yo fui apresado en la madrugada en Valparaíso pero eso no importa. Importa que necesito amor y estoy solo…” [4].
Notas
[1] Raúl Zurita (2011), Zurita, Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, p. 25.
[2] Raúl Zurita (1985). Canto a su amor desaparecido, Santiago de Chile: Editorial Universitaria, pp. 12 y 14.
[3] Diamela Eltit, entrevistada por José Juan de Ávila. Milenio, 08.09.23.
[4] Raúl Zurita (2007), “Como una vergüenza” en Las ciudades de agua, México: Ediciones Era/Universidad de las Américas, p. 27.
* Adriana Almada es crítica de arte, escritora, editora y curadora. Es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA Internacional).
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