Cultura
Soñar desde el barro
Sobre la historia de creación y el curso de la evolución del Museo del Barro, un espacio tanto arquitectónico como de escritura que supuso, además, la reinvención de categorías artísticas.
CAV/Museo del Barro. Cortesía
En Este museo no es un museo (libro de reciente aparición), Lia Colombino no nos ofrece un relato épico en línea recta, de un proyecto institucional levantado contra viento y marea por Carlos Colombino, Osvaldo Salerno y Ticio Escobar a fines de los años setenta, durante la dictadura de Stroessner, en Paraguay. Más bien, su libro es una recolección de retazos de historias, de una trama de personas obstinadas y multifacéticas que, en un contexto de sueños amenazados, supieron leer los oráculos de la noche y abrir espacios a través de los sueños; que supieron enlazarse en un soñar común desde un suelo cenagoso. Historias que Lia va tomando con cuidado, depositándolas en este libro-bolsa –para tomar una figura de Úrsula K. LeGuin– que tiene algo de cuaderno de anotaciones, con pausas y espacios en blanco, algo de escritura en proceso antes que de un relato definitivo que busque contar la Historia (con mayúscula) y ponerle un punto final. Las pausas, las hojas en blanco que pueblan el libro de Lia, no solo “dislocan la secuencia temporal” de lo que narra. También son una forma que nos hace sentir el espaciamiento de la escritura, la relación entre espacio y escritura.
Y ese par regresa una y otra vez a lo largo del libro. Regresa por ejemplo en el seminario Espacio/Crítica, el nombre que a partir del año 2008 tuvo la veta formativa del Museo del Barro. Y más atrás, en la arquitectura y en la escritura, que fueron prácticas que compartieron y ejercitaron incansablemente quienes levantaron el museo. Carlos Colombino diseñó y construyó el edificio en medio de un humedal, entablando desde entonces una “relación extraña con su entorno”, dándole la forma de “un espacio que mira hacia el interior”, y que a la vez hizo posible una aparición, que abrió un espacio de interlocución de coordenadas más amplias, que trazó un punto de localización en el mapa de la escena regional. Él y Osvaldo Salerno, también arquitecto –aunque ninguno de los dos era sólo eso–, practicaron al decir de Lia, una museografía y museología intuitivas. Ambos también se convirtieron en coleccionistas y donaron sus colecciones al museo, escribieron y publicaron libros y catálogos sobre algunas de ellas. Pero tal vez fue Ticio Escobar quien despertó, de una manera tal vez desconocida para sí mismo, su pasión por la escritura, al pulso de los ciclos de vida del museo. Y tal vez por eso el sonido de su máquina de escribir recorre el libro.
La escritura de Ticio, entrelazándose como una enredadera con el cuerpo del museo, fue “excavando la visualidad de un Paraguay esquivo” y ensayó a partir de ahí, “un modo de leer la modernidad desde el desfasaje de la historia local”. De un libro de Ticio al otro, las fronteras de la categoría moderna-occidental de arte se fueron socavando y reinventando. Pero no solo la palabra enuncia, sino también el espacio y los objetos que se recorren; el cuerpo que camina por el museo se encuentra con una espacialidad y un conjunto de piezas que susurran de un modo que excede la palabra, tramando entre sí su propio tejido. En todos esos relatos, materialidades y afectos insiste el derecho a la diferencia, constituye la atmósfera, el aire que se respira en el museo.
Lia nos va presentando el museo como una operación de escritura y a la vez saca la escritura de la bidimensionalidad, mostrándonos una escritura arquitectónica y la propia arquitectura como incisión en el espacio; es decir, la arquitectura como escritura y hospitalidad.
Este libro nos habla con coraje del espacio. No es fácil hablar del espacio, acechado siempre por las lógicas de marcaje territorial, por la delimitación entre el adentro y el afuera, lo propio y lo ajeno. Sobre todo, cuando estamos hablando de un museo. Pero Lia nos recuerda, desde el principio: este museo no es un museo.
Es algo que ocurre en un momento de riesgo, cuando se toma una decisión de crear, desde el agujero, desde lo incompleto, un espacio en el que se cree. Y hacerlo durar. Una decisión, un paso adelante, que cambia la vida de forma irreversible, reorganizando las cosas a su alrededor. Un pulso de vida, enhebrado con conflictos y obstáculos, pero con consciencia de continuidad. Un círculo abierto, circulante, que logra hacer del nosotrxs excluyente un nosotrxs incluyente. Un espacio relacional, que permite reconocer quién y qué, en medio del infierno no es infierno (Calvino).
Un espacio que, desde hace años, también Lia inventa, cada día, reencantándolo.
* Fernanda Carvajal es socióloga, investigadora y docente. Es magíster en Comunicación y Cultura. Ha publicado artículos sobre teatro y arte contemporáneos. Es miembro de la Red Conceptualismos del Sur y lo fue del equipo coordinador del libro y la exposición de la RedCSur: Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América Latina (Museo Reina Sofía, Madrid).
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