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Cultura

“El tiempo está desquiciado”. Acerca de la vida en paz

Escena de "Vivir en paz" © Eduardo Nissen Pesolani

Escena de "Vivir en paz" © Eduardo Nissen Pesolani

La obra Vivir en paz de Raquel Rojas es una pequeña lección de buen teatro. Cuando digo “pequeña” me refiero a la ausencia de pretensiones grandilocuentes, a la duración de la obra y a lo sucinto del montaje; hechos que computo como positivos. La puesta tiene la escala de una pieza de cámara, y sabe aprovechar muy bien este carácter. Y cuando hablo de “buen teatro” me refiero a la cumplida realización de una dramaturgia que, reducida a lo esencial, transita con espontaneidad géneros, formatos escénicos y recursos del teatro clásico, moderno y contemporáneo. Pero también me refiero al hecho de que la obra se nutre tanto de la cultura ilustrada como de la tradición popular (el uso del guaraní se abre a la diversidad con exactitud y soltura).

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Escena de Vivir en paz © Eduardo Nissen Pesolani

Los sucesos representados ocurren durante la dictadura de Stroessner; de hecho, el libreto fue escrito en tiempo real, durante los años 80. Pero –otro mérito– la datación no necesita ser explicitada. Todo está sugerido mediante silencios, palabras clave (“paz”) y atmósferas inquietantes (luces, sonidos, vestuario, expresiones y relatos propios de ese momento oscuro). El clima es uno de los componentes estructurales del guion, cuyo tiempo no transcurre lineal, sino entrecortada, fragmentariamente; la acción es marcada por hitos casi imperceptibles que sobresaltan el relato y lo mantienen alerta, a salvo de estancamientos o dilaciones.

La obra transcurre tensada entre lo macro y lo micropolítico. Por un lado, la referencia a situaciones objetivas que conformaron el tiempo dictatorial: la figura de la paz impuesta; “el consenso a palos” de Gramsci, como trasfondo de la represión, la injusticia, la corrupción y, en fin, la arbitrariedad de un modelo autoritario. Por otro, el plano de la subjetividad, manifiesto en la memoria personal, los miedos y la omnipresencia del imaginario machista (componentes que tienen dimensiones colectivas siempre).

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Escena de Vivir en paz © Eduardo Nissen Pesolani

El trabajo del tiempo constituye otro factor cardinal. El momento en que ambos relojes se detienen simultáneamente configura una metáfora central de la obra. Por otra parte, esta fue osadamente escrita en plena dictadura, aunque su fuerza la abre más allá de ese periodo maldito. Según Walter Benjamin, el arte crítico es aquel “que tiembla de reflejos de futuro”, capaz no de adivinar, pero sí de anunciar su propio porvenir para exorcizarlo, para desviarlo quizá. La actual puesta de Vivir en paz rescata esos temblores latentes y los activa hoy vinculándolos a un presente, rondado tanto por los fantasmas de la dictadura como por la amenaza de nuevos autoritarismos que podrían volver a instalar el slogan perverso de “vivir en paz”: un modelo basado en el temor al disenso, lamentablemente vigente. Una exhortación a recuperar la paz activa, construida por una sociedad segura y democrática; no la paz normopática, la “paz de los sepulcros” que tanto nos dañó y nos sigue dañando.

 

Nota de edición: La última función de Vivir en paz podrá verse hoy, a las 20 horas, en el Teatro de la Américas del Centro Cultural Paraguayo Americano (José Berges y Brasil). La obra está escrita y dirigida por Raquel Rojas, e interpretada por Sair Gamarra, Ronald Maluf y Luis Enrique Arce.

 

* Ticio Escobar es crítico de arte, curador, docente y gestor cultural. Fue presidente de la sección paraguaya de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA Paraguay), director de Cultura de la Municipalidad de Asunción y ministro de la Secretaría Nacional de Cultura. Es director del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.

 

 

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