Cultura
“Cartas al futuro periodista”, de Alcibiades González Delvalle
Publicado recientemente, este libro resume la experiencia profesional del escritor y periodista. Pensado para quienes se inician en la carrera, el volumen –editado por Servilibro– acerca información y reflexiones sobre el ejercicio de la prensa e incluye anécdotas que aportan contexto histórico. Aquí compartimos un par de fragmentos.
Alcibiades González Delvalle. Cortesía
28 de abril
Suele saltar a veces la pregunta si un periodista nace o se hace. La respuesta viene de lejos: nace y se hace. Decía el sabio español Gregorio Marañón (1887-1960) que la vocación “es en su etimología y en su real y vulgar acepción, la voz interior que nos llama hacia la profesión y ejercicio de una determinada actividad”. Una vez escuchada esa voz queda el siguiente y decisivo paso: hacerse.
Kapuscinski vino al mundo no sólo con la voz sino con el fuego interior del periodismo. Tenía 17 años cuando de escribir poesías pasó a la redacción de una revista. Su vocación era el periodismo. Sabía que tenía que hacerse periodista con el estudio. Comenzó a leer desaforadamente, a informarse de cuanto podía informarse en un país, Polonia, donde la cortina de hierro cerraba con doble llave la libertad de expresión. Tenía 23 años cuando su vocación se afirmó para siempre con la lectura de Los nueve libros de la historia de Herodoto. Quería ser como él. Para ello tenía que abandonar su país y transitar por otras tierras para conocerlas, observarlas, estudiarlas, hablar con la gente, comprenderla, quererla. Y seguir leyendo. Seguir con el estudio y la reflexión.
Una vez que hubo abandonado su hogar, asumió que si quería parecerse a su maestro, Herodoto, tenía que estar dispuesto a sobrellevar las incomodidades, penurias, riesgos para la propia vida y olvidarse de las riquezas materiales.
Era tan fuerte su vocación que varias veces expuso la vida por el periodismo.
En Ébano, tal vez su obra más acabada, nos cuenta que en la ciudad africana Dar es-Salam, en su piso de dos habitaciones, se despertó una noche al sentir la almohada excesivamente húmeda: era sangre. Al amanecer visitó a un médico europeo que le remitió a otro, también europeo, que atendía en el dispensario municipal. Hecho el estudio, y durante un paseo, el médico le anuncia, apretándole el hombro con suavidad, que su enfermedad “definitivamente se trata de tuberculosis como consecuencia de la malaria”. Cuenta Kapuscinski: “Las piernas se me doblaron y se volvieron tan pesadas que no conseguía levantar ni una ni otra. Nos detuvimos”.
—Te ingresaremos en el hospital —le dijo el médico.
—No puedo ir al hospital —contestó el periodista—, no tengo dinero.
Y agrega: “Un mes en el hospital costaba más que mi sueldo de tres meses”.
—Entonces tienes que regresar a tu país —es la respuesta del médico.
—No puedo regresar a mi país—. Notaba cómo la fiebre me corroía; tenía sed y me sentía muy débil.
Y cuenta esta anécdota: “Le dije al médico que mi estancia en África era la oportunidad de mi vida. Que una cosa así había ocurrido en mi país por primera vez: nunca antes habíamos tenido un corresponsal fijo en África negra. Que había ocurrido gracias a las difíciles y diligentes gestiones de la redacción de un periódico que era pobre, porque se trataba de un país donde cada dólar costaba a precio de oro, que si informaba a Varsovia de mi enfermedad no dispondría de medios para pagarme el hospital sino que me mandarían regresar y nunca más podría volver a África. Y que lo que era el sueño de mi vida —trabajar en África— se esfumaría para siempre”.
Esta es la diferencia entre la vocación periodística y la vacación periodística. O sea, la rutina que conduce a la comodidad y a la placidez.
8 de julio
Te doy un nombre que tenés que recordarlo. Es el de un intelectual, entre riguroso y aventurero, que mucho hizo porque la prensa, y la cultura en general, prosperaran en el Paraguay. Es lldefonso Bermejo (1820-1892), periodista, escritor y dramaturgo español. En París conoció a Francisco Solano López, quien le propuso venir al Paraguay para contribuir con la tarea educativa y cultural llevada adelante por el Gobierno de Carlos Antonio López. Llegó a Asunción con su esposa, Pura Giménez, el 20 de marzo de 1854.
Pronto se dio íntegro al esfuerzo de realizar las iniciativas gubernamentales y las suyas propias. Asunción comenzó a contar con actividades literarias, musicales, teatrales. Bermejo se incorporó a la redacción de El Semanario, dirigido por Juan Andrés Gelly, cuya enfermedad impidió que el periódico continúe con sus lectores. Apareció el Eco del Paraguay en 1855 hasta 1857, año en que reapareció El Semanario con la dirección de Bermejo. En 1861 editó La Aurora, revista mensual que daba a conocer los trabajos literarios de los alumnos del Aula de Filosofía, que él también dirigía. Lo que no pudo dirigir, o tener bajo control, fue la enemistad, recíproca, de su esposa con madama Lynch.
El 10 de septiembre de 1862 falleció Carlos Antonio López, cuya persona y gobierno fueron enaltecidos por Bermejo en su periódico. A don Carlos le sucedió el hijo, Francisco Solano. El 15 de diciembre de 1862 Bermejo presentó renuncia como director de El Semanario, la cual le fue aceptada. Regresó a España en marzo de 1863 donde, diez años después, dio a conocer su Vida paraguaya en tiempos del viejo López, que habría de servir para desdibujar en grado sumo la imagen del Gobierno y del país. Fue un libro muy comentado por la prensa internacional, la que en gran medida tomó como verídicos muchos casos de mera ficción. Algunos habrán sido ciertos, pero exagerados en todo caso. De todos modos es un libro bien escrito y, sobre todo, muy divertido.
Para que también te diviertas algo, te transcribo el Capítulo II de Vida paraguaya en tiempos del viejo López, que lleva este título: “El ministro de Hacienda y los murciélagos”. Bermejo relata su primera noche en Asunción, su encuentro con el presidente López a la mañana siguiente y la deliciosa anécdota —más deliciosa seguramente que real— de la comparecencia del ministro de Hacienda ante S.E. “Cuadrado el ministro como un recluta, oyó de boca del poder ejecutivo la siguiente rociada: ‘No me sirven ustedes más que de estorbo. ¡Son ustedes los ministros unos badulaques y usted, un animal!’. El ministro inclinó la cabeza y respondió sumisamente: ‘Sí, señor’. ‘Acabo de saber —prosiguió el presidente— que una de las mejores fincas del Estado la están destruyendo los murciélagos. En este momento se ocupará usted de buscar otra casa para este caballero, y enseguida llevará dos albañiles esclavos para que levanten las tejas y limpien el techo de esos nidos destructores’. El ministro de Hacienda quería preguntar algo pero le temblaban los labios y no acertaba con la palabra. Mirábale el presidente y exclamó: ‘¿Qué mira usted, so bárbaro? Obedezca usted lo que se le ha mandado y quítese de mi presencia antes de que vaya la campanilla a su cabeza’. ‘Sí, señor’, dijo el ministro y se ausentó rápidamente […] Me despedí, me encaminé a mi casa, y en ella encontré al ministro de Hacienda subido en el tejado, escudriñando, en compañía de un albañil, los sitios en donde estaban los nidos de los murciélagos…”.
Nota de edición: Alcibiades González Delvalle. Cartas al futuro periodista. Asunción: Servilibro, 2023, 186 páginas.
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