Cultura
La casa de todos los sabores. Tras las huellas de “Rosicrán”
Acaba de aparecer el segundo número de “Filete”, periódico impreso que cruza literatura, arte y gastronomía. La edición incluye este artículo surgido a raíz del hallazgo de nueve cuadernos manuscritos con recetas tradicionales y otras, “mágicas”, reunidas por Narciso R. Colmán, el poeta de los mitos originarios, conocido como “Rosicrán”.
"Filete", Cienpiés, abril 2023, con imágenes de Laura Mandelik. Cortesía
Semana Santa del año 2019, lejos de cualquier premonición del tiempo oscuro que viviríamos después, decido en medio de un trabajo de introspección y, movido por el fuego de una crisis existencial, iniciar el viaje. Llevo conmigo una pregunta: quiero saber quién fue mi bisabuelo, Narciso R. Colmán, el que sentó las bases de la narrativa sobre la mitología paraguaya, influyendo en la construcción del relato nacional primigenio. Me interesa buscar en la huella del pensamiento intelectual de 1900, bajo la luz de los siguientes versos de Egidio Bernardier, poeta paraguayo, en ese momento:
… el viaje sigue, y no es un sueño, es un andar que late.
[“Andén”, 1965]
Y también de estos de Alberto Hidalgo, poeta arequipeño:
… hace muchos años que llevo viajando por mis provincias interiores, y cada día el corazón me llama a detenerme en él toda la vida.
[Química del espíritu. Viaje alrededor de mí mismo, 1923]
Afuera, mientras el tiempo y el desinterés se encargan de reducir a ruinas el centro histórico, y de proveerme leñas para el fuego de la memoria, se erigen nuevos supermercados 24/7. La ciudad está bañada en una brea tibia. Las masas prefabricadas de chipa apenas recuerdan sus viejas alianzas con el pakova rogue y el tatakua de barro.
La vena asfáltica de Asunción detiene su pulso diario para esparcir sus bandejas de telgopor ambulantes. Sus edificios parecieran llevarnos a ese sentimiento que los alemanes reconocen como fernweh, o añoranza del lugar que aún no se tiene (Restrepo), un anhelo del tiempo que todavía no ocurre, como la cocina de una casa abandonada.
Sobre la calle Nuestra Señora, el acervo de Narciso R. Colmán está protegido por el director del Ateneo Paraguayo, Manuel Martínez. El antiguo solar esconde en una de sus habitaciones, donde los restos de Rosicrán fueron velados, un mueble con un compartimiento secreto, diseñado para espiar reuniones políticas.
Al ingresar a la biblioteca, el archivo contesta con imágenes a cada pregunta arrojada. Y a medida que se escarba en el papel dormido, despiertan elementos del cotidiano: instantáneas de la ciudad de Ybytymí, actas cívicas, anotaciones en servilletas que no se usaron para el fin dispuesto, fragmentos de obras inéditas del autor que aparecen como un Atlas Mnemosyne del pensamiento campesino del siglo pasado y que se contraponen al gran relato que se tiene sobre la figura de Narciso.
El viaje se erige en esa frontera que Carl Jung sitúa entre el mito fundante y el sueño, tal como lo menciona la colombiana Laura Restrepo. Siento que estoy oscilando en ese espacio, buscando escurrirme entre la manera en que fui educado y algo más que se dirige hacia el interior como un péndulo, aunque solo tenga como sentido la intuición, y el mismo miedo que sentía de chico al ver a “Vysoka” (Rubén Vysokolán) actuando como Luisón, las imágenes de Ramón Elías en el libro escolar o tramitar la existencia ante el terror del rapto de la siesta o la noche en la que está prohibido silbar.
Interpelar a Rosicrán es salir tras las huellas del padre y de las otras figuras paternas que me anteceden. El anhelo de Telémaco a orillas del mar Jónico. Retomar el hilo que mi abuelo, don Florencio de los Santos, dejó suelto; imprentero de profesión, no pudo completar la tarea de reeditar Ñande Ypy Kuéra, como lo hicimos trabajando con mi hermano Iván, en 2019. Escarbo como si buscara agua bajo la tierra del Chaco, o como si aquella búsqueda fuera la de un desaparecido, la identidad misma, el secreto, lo que se esconde y la conciencia de que lo hallado me atravesará y movilizará el sentido.
Insisto; quiero saber quién fue. Repaso la misma pregunta: ¿cuál fue su historia, la que no pudo conocer mi abuelo, quien lo perdió a sus quince años o mi padre que no lo conoció, y recuperar su nombre bajo el fardo de seis décadas de silencio? Ese inconformismo hacia lo que no se tiene del que aún preserva un andar que late.
Un retrato de 1932 ocupa una esquina del cuarto. Me toco el pelo porque reconozco el mismo mechón heredado. Todavía la sangre estira y la tierra pesa. La familia es una sustancia ineludible, como diría el formoseño Lázaro Mareco, quien en Gringo Cué vuelve explícita la condición de que el olvido también se hereda, ante la búsqueda insistente de su personaje por saber quién lo antecede.
El viaje prosigue desde el silencio de la biblioteca del Ateneo, formando un núcleo que pareciera un aleph de distintas caras, o un rostro que nunca te mira a los ojos, sino que revela sus costados inusuales. Aparecen otras facetas desconocidas de Rosicrán, desde documentos en los que se habla de sus habilidades artísticas, su interés por los libros, hasta una colección de recetarios en la que se puede identificar su caligrafía, su enorme sabiduría internacional con la cual atestiguamos el menú diverso y espeso de relatos tanto foráneos como nacionales desde el cual podemos hilvanar historias y pensar en imaginarios del Paraguay de su época.
El acto se asemeja a un caldo hirviendo que se vuelve más consistente, y veo en su rostro la conjugación de los varones que me preceden, las imágenes de su segundo matrimonio y alguna que otra casona en Ybytymí en las que se puede sentir el aroma a leña seca de los fogones familiares, mientras en el cielo acontece una procesión de atlantes, trazados en línea americanista por Amado Puyau.
Compartimos en esta edición de Filete, algunas de las recetas halladas en nueve cuadernos manuscritos numerados que se conservan en el Ateneo; comidas de la casa, sencillas, íntimas [1]. Además, como un plus, extrajimos del libro Mil refranes guaraníes (1928) algunos fragmentos de una serie de recetas mágicas, de las más originales, todas ellas inadmisibles por la ciencia, porque han sido fruto de su providencia alquímica, recolectadas del saber popular, únicas y sugestivas en sí mismas [2]. Proveniente de aquellos lugares oscurecidos por el hollín y protegidos por la humareda de los leños del misterio y la ironía. Mientras, sigo revolviendo el caldero de mis antepasados y condimentando el de mi propia vida, como en una estación del viaje que todavía prosigue.
Notas
[1] Filete propuso al chef Rodolfo Angenscheidt actualizar las recetas, a lo que este respondió “vamos a respetar al autor”.
[2] Las “recetas mágicas” provienen del libro Mil refranes guaraníes –recuperado a través de una donación de la Universidad de Cleveland, Ohio, Estados Unidos–, en el que Narciso aclara que las mismas son recolecciones de uso popular, por lo que no se garantiza la veracidad de sus efectos. Los nueve recetarios de cocina se encuentran guardados en el acervo del Ateneo Paraguayo.
Nota de edición
El presente artículo apareció en Filete n.º 2 (abril 2023, pp. 10-12) bajo el título “La casa de todos los sabores”. Agradecemos a sus editores, Christian Kent y Laura Mandelik, la autorización para publicarlo. Agradecimientos especiales a Walter Fernando Díaz, Iván y Julio Colmán, Paola Valenzuela y, en particular, a Manuel Martínez Domínguez, director del Ateneo Paraguayo.
* Fernando Colmán (1990) trabaja en investigación en arte contemporáneo para Curatoría Forense Latinoamérica y en comunicación digital. Ha realizado diplomados en Antropología del Arte (LATIR, México), Arte aplicada a la Sociedad (Überbau_house, São Paulo). Colabora con Trabajadores de Arte Contemporáneo y Experimental Photo Festival (Barcelona).
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