Cultura
Verbo transitivo: viaje, exilio y experiencia en la literatura paraguaya
Cortesía
Mucho de lo que estudio de Paraguay es, para mí, un atajo para entender la literatura latinoamericana. Y creo que funciona. Es más: creo (como ya dije en otras ocasiones) que hay varias cosas que la literatura paraguaya tiene para decirle a la literatura latinoamericana. En esa sintonía, me gustaría resaltar ahora cómo la literatura del Paraguay nos permite destacar ciertos arquetipos de lo literario. Aclaro que propongo lo arquetípico fuera de esencialismos y desde cierta pretensión histórica, como recurrencias que se instalan en determinada cultura.
Es lo que voy a tratar de mostrar aquí respecto de las cuestiones del viaje y la experiencia. Lo voy a hacer a partir de algo evidente y que es muy estudiado como una característica especial de la sociedad paraguaya, que es su impulso migratorio.
Pero, más allá de este caso específico, el viaje, el traslado, es algo constitutivo de la literatura. Esa es la moraleja que se extrae de algunos de sus clásicos. La Odisea, por ejemplo, texto fundacional de la literatura occidental, funda, a su vez, una estirpe de exiliados y, con ella, una imaginería proto-novelesca basada en un héroe complejo, poroso, distinto del Aquiles de la Ilíada.
Pensemos también en cómo comienza la Divina Comedia de Dante: “Nel mezzo del cammin di nostra vita / En el medio del camino de nuestra vida”. La vida es experimentada como camino, como tránsito. Además de que, temáticamente, el viaje es lo que realiza el mismo Dante en su poema, y tras esa experiencia tenemos su relato. El viaje habilita lo que, en términos benjaminianos, es materia prima de la literatura, la experiencia.
De hecho, en el hermoso ensayo de Walter Benjamin, “El narrador”, sobre el cuentista ruso Nikolai Leskov, el viaje es proyectado como rito iniciático del relato oral folklórico. “Cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo”, escribe Benjamin. Esto quiere decir que la posibilidad de lo literario surge como un relato “post-experiencial”, pues toda narración es un encadenamiento de temporalidades, y la aventura, el viaje, el traslado, son experiencias del tiempo y del relato por antonomasia. La aventura, especialmente, es lo que interviene en una temporalidad monótona y cotidiana con un acelere del tiempo. Por eso constituye una experiencia del tiempo por antonomasia, de la cual la literatura ha bebido como jugo de fruta madura. En una forma “artesanal” del relato, como la que Benjamin encuentra en Leskov, esa experiencia es plenamente palpable.
Creo que pensar este tipo de cuestiones, en la actualidad, es aún productivo en el contexto de la errancia latinoamericana y los grandes desplazamientos migratorios de nuestra época. Algo que no es privativo de América Latina, pero aquí sí ha sido especialmente determinante, en tanto entronca con una historia de traslados y migraciones que dieron cuerpo a nuestras sociedades poscoloniales a raíz de trasplantes, repoblamientos y –al mismo tiempo– aniquilación de las poblaciones originarias. En definitiva, América ha sido un territorio-plataforma, de impulso o de llegada.
Por otro lado, el tema del viaje implica también algo que está presente en la reflexión en torno al arte o lo estético, que es la distancia. Un término de connotaciones benjaminianas que Ticio Escobar resalta y retoma continuamente en sus ensayos. En “El narrador”, Benjamin escribe que: “Presentar a un Leskov como narrador no significa acercarlo a nosotros. Más bien implica acrecentar la distancia respecto a él”.
Pensemos que el aura, el concepto con que Benjamin explica el valor estético para el arte en la modernidad, implica establecer determinada distancia con la cual la obra se recorta del sujeto y genera así su carácter fetiche. Eso constituye el “valor” del arte, aquello inasible y que lo realiza como tal. Desde ya que Benjamin tiene una posición ambivalente respecto de lo aurático, pero sobre esa ambivalencia se posiciona Ticio Escobar para pensar la idea de distancia y retomar –como una definición política– la cuestión del aura. Y lo hace, como en el cuento popular, desde lo artesanal o problematizando lo artesanal. Concretamente, lo hace destacando formas de valor alternativas a partir del arte popular y el indígena que, como tales, ofrecen “auras” vinculadas al ritual que no se sostienen sobre las categorías exclusivistas del modelo del arte hegemónico.
En este sentido, pueden entenderse las distintas figuraciones del viaje en la literatura como una forma de hacer palabra algo constitutivo del arte y del símbolo; algo así como –parafraseando a Ticio Escobar– “la invención de la distancia”, la invención de un aura.
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Para territorializar estas abstracciones teóricas voy a presentar algunos casos de la literatura paraguaya. En ellos, me gustaría desarrollar no sólo (o no tanto) cómo el viaje aparece temáticamente, sino en la confección de una lengua, en los modos de decir esa distancia y en cómo entender la literatura en su conjunto.
En la literatura paraguaya la cuestión del viaje estuvo y aún está atada a la fuerte historia migratoria de la sociedad paraguaya. Así como a la importancia que tuvieron para su literatura los escritores extranjeros que se asentaron aquí. Una de ellos, Josefina Plá, enfatizó este fenómeno al que se refirió como “perspectivismo”. Este término se refiere a cómo la literatura paraguaya se ha desarrollado y renovado a través de las obras de escritores paraguayos exiliados, así como de escritores que habían llegado al Paraguay, pensemos en la misma Plá o Rafael Barrett.
Es así que la literatura paraguaya se caracteriza por el “hecho bifronte” –dice Plá [1]– de constituirse –desde sus primeros momentos– por escritores extranjeros que aportaron códigos renovadores, pero no encontraron suelo fértil para asentar esas innovaciones, y –por otro lado– por paraguayos exiliados que en el exterior entran en contacto con las corrientes estéticas en vigencia, pero no llegan al público de su propio país. El perspectivismo se refiere justamente a esa mirada (otro término significativo para pensar la relación del arte con el sujeto) distanciada. En consecuencia, Plá concluye que, ya promediando la dictadura stronista, la literatura paraguaya innovadora, incluso la única que garantiza la “lucha por la cultura”, es la del exilio:
Todas las obras considerables de la narrativa de los últimos cuatro lustros han visto la luz en el extranjero. Este hecho, que confirma la tesis perspectivista, sugeriría una defección de la intelectualidad nacional en la lucha por la cultura, si no resultase evidente que sólo desde el exterior tiene esta literatura la posibilidad de soslayar mediatizaciones esterilizantes.
Ahora bien, más allá de esta situación histórica y su influencia en las biografías de determinados escritores, la cuestión del viaje también ha sido tópico literario, en cuanto a los temas que la literatura paraguaya abordó, y de ahí ha derivado incluso a tensionar la forma de escribir, que es lo que puede observarse en la literatura contemporánea. Es decir, no sólo hay escritores que tematizan la circunstancia histórica –en ocasiones, también biográfica– de la migración, sino que esa circunstancia también ha incidido en los modos de escribir.
Respecto del primer caso, como tópico literario, podemos encontrar el viaje en una obra clásica como Follaje en los ojos de José María Rivarola Matto que, por un lado, presenta varias cuestiones, a esta altura ya tradicionales e incluso conservadoras en la literatura paraguaya: la cuestión del perspectivismo a la que se refiere Josefina Plá, el exilio y la huida, así como la figura del anti-héroe en los parámetros de la novela sentimental. Pero por otro lado y más allá de cierto tradicionalismo en la peripecia, es interesante que esta novela (una de las consideradas fundacionales de la literatura paraguaya por la crítica tradicional) instala cuestiones significativas en la actualidad, como el tránsito y la geografía de frontera.
Otra variable del viaje en la literatura es la de su función como peripecia, ya no meramente de la trama o el argumento, sino de la misma escritura. Esto es lo que se dio, creo yo, en el caso de Roa Bastos. Es el caso paradigmático en el cual la migración, el extrañamiento territorial, implica cierto extrañamiento o toma de distancia respecto de la lengua materna (en este caso, el guaraní), pero que –lejos de sustraerla– la vuelve material consciente y sustrato de la literatura.
En obras contemporáneas, finalmente, podemos observar cómo la cuestión del viaje marca ciertas elecciones respecto de la composición del relato. Por ejemplo, en “Primera semana”, cuento de Manual de esgrima para elefantes, de Javier Viveros, el relato se construye a partir de fragmentos de redes sociales que el narrador va publicando a medida que avanza su viaje hacia África. A partir de ellos, los lectores nos enteramos de su conflicto con su pareja, de que el viaje es una huida y podemos observar cómo el narrador altera las versiones de acuerdo con el formato (chat, mail, twitter) y las negociaciones con sus interlocutores ausentes, y lo hace justamente protegido por la distancia. El único formato que no entra en el relato es el que no pertenece a los géneros de la vida cotidiana digital, la llamada telefónica.
Por otro lado, Xe, de Damián Cabrera, combina la territorialidad fronteriza, que comparte con Follaje en los ojos, con una tensión continua al movimiento. Ya no es la huida clásica de la novela de Rivarola Matto corporeizada en la peripecia del protagonista, sino que semeja un movimiento en continuum entre lenguas. Esta apuesta radicaliza lo que el autor había presentado en Xirú, en tanto extrema los recursos de la combinatoria de lenguas que se proyecta, más marcadamente que en la nouvelle anterior, en una continuidad que es también de los cuerpos y del erotismo.
En relación con ese uso de géneros que en la clásica calificación bajtiniana serían “primarios” y que marqué en “Primera semana”, dos cuentos de Ever Román también recurren a ellos como principal elemento compositivo: “Falsete” y “Teléfono”. Se trata del remedo literario de un mail y de una llamada por teléfono, respectivamente, y es también, en ambos casos, la ficcionalización de la perspectiva del que se queda (en Paraguay) y que le narra al que se fue (a Argentina) el hastío de la vida cotidiana paraguaya. En esa narración, el relato de penurias y miserias abre el margen de lo simbólico a partir de dos temas clásicos, incluso clisés, el amor (en “Falsete”) y la muerte (en “Teléfono”). La ficcionalización de esa perspectiva del que permanece, realizada por un autor que migró, es nuevamente, en palabras de Escobar, una invención de la distancia. Se trata de cómo el autor interpreta al que quedó y de cómo interpreta, desde ese otro, su propia errancia, como una distancia doble o espejada.
Nota
Plá, J. (1992). Literatura paraguaya en el siglo XX. Asunción: Ediciones RP.
Nota de edición
El presente texto fue presentado por la autora en el conversatorio “Verbo transitivo”, realizado recientemente en el Centro Cultural de España Juan de Salazar.
* Carla Daniela Benisz es profesora y licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y doctora en Humanidades y Artes por la Universidad Nacional de Rosario. Actualmente investiga sobre la producción literaria y cultural del exilio paraguayo en Argentina durante los años sesenta. Es docente en el Profesorado de Lengua y Literatura de la Universidad Autónoma de Entre Ríos.
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