Cultura
Centenario de Marta Traba, la “papisa” del arte latinoamericano
A pocos días de un nuevo aniversario de su nacimiento, recordamos aquí a la gran crítica de arte, escritora y curadora argentino-colombiana, cuyo pensamiento marcó la escena artística en la América latina de la segunda mitad del siglo XX.
Marta Traba, por Nereo López, 1964. Cortesía
Hasta hace unos días Wikipedia aún reproducía el error de datar el nacimiento de la escritora y crítica colombo-argentina Marta Traba el 25 de enero de 1930. Sabemos hoy que la culpa de este gazapo fue de la misma vanidad de Traba, que en su currículo se restaba unos años, siete para ser más precisos. De sus documentos personales sabemos que la fecha fue en el mismo día de 1923, por lo cual a muchos el centenario de su nacimiento los tomó por sorpresa. Con una vida breve, intensa y apasionada que concluyó sorpresiva y trágicamente en 1983, le bastaron 60 años para convertirse en sinónimo del arte latinoamericano. Incluso en la actualidad, su legado se hace visible en el canon artístico que escribió y forjó en los lugares donde su nómada vida la llevó: Colombia, Venezuela, Uruguay y Puerto Rico. Sin embargo, sus redes la llevaron a recorrer todo el continente y establecer alianzas con otros críticos e intelectuales que se alinearon a aquellas ideas de un arte internacional que no fuera subyugado sino que dialogara de par a par con Europa o Estados Unidos, contrariando y en muchas ocasiones confrontando violentamente a los artistas influidos por el muralismo mexicano, a quienes acusó de provincianos, de reaccionarios, de anacrónicos e incluso de pésimos artistas.
Fueron precisamente estas abiertas controversias las que le dieron un lugar en el ambiente cultural colombiano, que conoció en 1954 cuando se estableció en el país con su primer esposo, el escritor y político colombiano Alberto Zalamea, a quien había conocido en Europa mientras ella estudiaba historia del arte en París. En Colombia el campo artístico era liderado por una escena absolutamente masculina y machista, pero nadie pudo controvertir a esta joven intelectual que venía de conocer personalmente a Picasso, de estudiar en el Louvre, de conocer las vanguardias de primera mano y de asistir a conferencias de Pierre Francastel en La Sorbona. Su llegada a Colombia coincidió con la aparición de la televisión en el país, lo que inmediatamente la convirtió no solamente en un personaje mediático sino en un modelo feminista a seguir: una mujer independiente, una intelectual irreverente, un ícono de la moda, una escritora punzante y una autoridad en un mundo de hombres.
Traba fue la primera y principal impulsora del arte abstracto, del expresionismo, de la nueva figuración y de los procedimientos experimentales de los artistas, lo cual despertó la molestia de los viejos y convencionales maestros que seguían aún tradiciones decimonónicas y del arte clásico. Una nueva generación de artistas empezó a emerger de su mano en Colombia, entre quienes destacan principalmente los jóvenes pintores figurativos Fernando Botero, Alejandro Obregón y Beatriz González; y Edgar Negret y Eduardo Ramírez Villamizar, sus escultores abstractos favoritos. Y aunque esta defensa de los jóvenes le valió ataques y sobrenombres al acusarla de dictadora o de Papisa, fue su promoción la que permitió que por primera vez se internacionalizara la obra de muchos artistas de la región. Para esto fue determinante su amistad con el hombre más poderoso e influyente del arte latinoamericano en aquel entonces, el curador cubano José Gómez Sicre, que dirigía la galería de la OEA en Washington y contaba con exorbitantes presupuestos que provenían del gobierno de Estados Unidos y de las petroleras norteamericanas. Gómez Sicre encontró gran afinidad con los juicios críticos y la estética promovida por la argentina, y a partir de 1958 inició una estrecha colaboración con ella que los convirtió en dos personajes determinantes para forjar un arte latinoamericano apolítico en tiempos de Guerra Fría, lo que produjo que muchos detractores intrigantes acusaran a Traba de ser agente de la CIA encargada de la penetración cultural imperialista de Estados Unidos en Latinoamérica. La ESSO financió la operación del museo fundado por ella, el Museo de Arte Moderno de Bogotá, y patrocinó en 1963 su idea de un salón internacional de jóvenes artistas que se replicó a manera de eliminatoria en todos los países y que concluyó en Washington donde fue inaugurado con la presencia del presidente Lyndon B. Johnson. En esa oportunidad el gran ganador continental del Salón ESSO fue el paraguayo Hermann Guggiari, un evento que, además, impulsó y consolidó internacionalmente las carreras de muchos artistas, entre ellos los paraguayos Carlos Colombino, el peruano Fernando de Szyszlo, la mexicana Lilia Carrillo, los colombianos Fernando Botero y Feliza Bursztyn, y el argentino Rogelio Polesello, entre muchos otros.
Pero justo cuando la joven Traba se convertía en un referente continental de este nuevo boom artístico, su posición política empezó a decantarse por la izquierda y por una creciente simpatía por la Revolución Cubana, por lo cual sorpresivamente quienes la tildaban de agente de la CIA ahora la acusaban de comunista. Gómez Sicre, que tenía cercanía con los Rockefeller y trabajaba de forma estrecha con agencias gubernamentales de Estados Unidos de corte anticomunista, rompió su colaboración con ella e incidió en que las petroleras terminaran su filantrópico mecenazgo a sus proyectos. Así, en 1965 empieza para ella un interesante giro en su teoría del arte, cada vez más teñida por una propuesta antiimperialista e independiente del arte norteamericano. Los próximos años los dedicará a elaborar su propuesta de un arte de resistencia que quedará completamente delineada en 1973 en uno de sus libros fundamentales: Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas: 1950-1970. Y esto sumado a sus crecientes críticas a las intromisiones militares de Estados Unidos, o a los excesos y represión del gobierno de Colombia la convirtieron en blanco del presidente Carlos Lleras Restrepo, que en 1967 decretó su expulsión del país imputándole ser una extranjera interfiriendo en asuntos políticos internos. Mientras Traba era perseguida y espiada por la agencia de inteligencia local, el DAS, Cuba le abría los brazos ofreciéndole trabajo con Mario Benedetti en el recién creado Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas. Sin embargo, el cierre de relaciones entre Colombia y Cuba impedía que los extranjeros salieran del país con ese destino, so-pena de decomisar el pasaporte. Ante el miedo de no volver a Colombia para ver a sus hijos Fernando y Gustavo, Traba declina la oferta de La Habana y en 1969, rendida por el boicot económico al que la ha sometido el gobierno colombiano quitándole sus cargos como profesora y directora de su propio museo, decide salir hacia Uruguay donde la esperaba el amor de su vida, el crítico literario y ensayista Ángel Rama.
Así comenzaba para ellos la historia de amor en un amargo y constante éxodo por el resto de sus vidas. Rama también era un aguerrido polemista en contra de las dictaduras militares y las intervenciones de Estados Unidos en América Latina, lo que lo convirtió en un indeseable en Uruguay. Juntos huyen a Puerto Rico, a Venezuela y en un constante y perenne periplo que en una pareja de intelectuales implica costosas y dispendiosas mudanzas de cajas de libros. En cualquier caso, esta diáspora amplía la presencia e influencia de Traba en la región, y le permite lograr el panorama completo del arte del continente con que unos años después cerrara su producción teórica.
En 1979 se establecen en Estados Unidos y trabajan en algunas prestigiosas universidades como Maryland, Princeton, Smith y Harvard, cada uno enseñando la especialidad latinoamericana en la que era autoridad. Traba se reencuentra con su viejo amigo y mentor Gómez Sicre en Washington, que ahora había convertido la colección de la OEA en el primer museo dedicado exclusivamente al arte latinoamericano, el Art Museum of Americas. El cubano invita a la escritora a que escriba Art of Latin America 1900 – 1980, lo cual temporalmente restablece la amistad entre ambos, pero pronto las posiciones políticas opuestas los confrontan de nuevo y la colaboración entre ambos míticos personajes concluye para siempre. Gómez Sicre incide en que el Servicio de Inmigración de Estados Unidos no renueve la visa de permanencia de Traba y Rama. Otras versiones señalan que fueron las críticas políticas del uruguayo, o incluso los comentarios punzantes de ambos en sus cátedras. En cualquier caso y sin explicaciones, el pasaporte les es sellado con el código 28 que era reservado a “subversivos comunistas”, y así Estados Unidos los lanza a su último éxodo hacia París donde pasan sus últimos meses haciendo conferencias en La Sorbona.
Enterado de la situación, el presidente de Colombia Belisario Betancur, un hombre de letras querido entre la intelectualidad, decide tenderle la mano a sus más destacados escritores en el exilio por sus posiciones políticas: Gabriel García Márquez y Marta Traba. En poco tiempo Betancur logra cumplir un sueño de la argentina, la ciudadanía colombiana. En 1983, la invita de regreso y Traba emocionada y por fin con una patria abriéndole los brazos regresa para saludar a los amigos, recorrer su museo ahora en manos de una de sus discípulas, retomar proyectos y grabar una serie para televisión de 20 capítulos titulada “La historia del arte moderno contada desde Bogotá”. Parecía un nuevo inicio y el comienzo de una vida asentada y tranquila. Regresa brevemente a Europa para encontrarse con Rama y junto a él viaja de nuevo a Colombia el 26 de noviembre de 1983, pero el avión nunca llega a su destino. Este año también se conmemorarán los 40 años de ese siniestro aéreo en que el vuelo 011 de Avianca se estrelló cerca del aeropuerto de Barajas en Madrid dejando 183 pérdidas mortales. Tres días antes de su muerte, ella había enviado el borrador final de su último libro, Art of Latin America 1900 – 1980, a Gómez Sicre. Era el último libro sobre arte que quería escribir para dedicarse de lleno a la novela. Sin embargo, el cubano entorpeció la publicación del libro por sus peleas con ella en los últimos años, y solo se publicó póstumamente en 1994.
Nómada, expatriada y en constante éxodo a lo largo de su vida, Traba murió siendo colombiana. Su nombre es obligatorio en cualquier conversación sobre arte latinoamericano y aún es motivo de estudio por la forma en que contribuyó en refundar la crítica de arte, definir la incipiente actividad curatorial en el Sur, desarrollar la gestión y creación de museos e instituciones culturales, encarnar la presencia de la mujer como figura fundamental de la cultura latinoamericana y, sobre todo, para comprender cómo el arte latinoamericano ganó el terreno que lo ha puesto hoy en el ojo de todo el mundo.
* Christian Padilla es doctor en Historia del Arte, premio de Ensayo Histórico de Arte Colombiano, escritor y curador.
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