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Cultura

Asunción: Paisajes de una malquerida

Plaza Uruguaya, década de 1920. Cortesía

Plaza Uruguaya, década de 1920. Cortesía

En 1924, en la Revista Municipal de Asunción apareció un artículo, con el inequívoco título de “La Malquerida”, que describe una ciudad abandonada por sus habitantes, o destruida por ellos mismos [1]. El número anterior de la misma publicación, con tono marcadamente clasista, se refiere especialmente a la Chacarita y demás barrios de la ribera del río Paraguay como objeto de un futuro proyecto de “higienización” que, en lo sustancial, consistía en una nueva distribución de la población de la Chacarita a un por entonces futuro barrio obrero, de modo a “extirpar” la “barbarie” ribereña [2].

Revista Municipal. Cortesía

Revista Municipal. Cortesía

Tres intendentes capitalinos se destacarían durante aquellos años: Miguel Ángel Alfaro (1924-1927), Baltazar Ballario (1927-1929) y Pedro Bruno Guggiari (1929-1932). Y, como la prioridad de los recursos públicos estaba puesta –sobre todo– en la adquisición de material bélico ante la crisis con Bolivia, tuvieron que desempeñar sus gestiones en medio de grandes precariedades.

Los tres influyeron decisivamente en el intento de “decir” la ciudad de una manera distinta, a través del lenguaje del paisaje. Un lenguaje que –como señala Carlos Zárate en su libro Arquitectura del paisaje en Asunción– es, sobre todo, higienista-sanitarista. El higienismo es un concepto muy amplio, desde el que se interpreta el conjunto de la vida humana desde el prisma de la salud. Esta, a su vez, ya no consiste únicamente en el conjunto de las instituciones, normas, profesionales del curar, sino que a ella se agregan –en el marco de las políticas relativas a la ciudad– las medidas adoptadas para evitar el surgimiento y el contagio de enfermedades, así como un mundo de valores morales en torno a la higiene [3].

Algunas nociones higienistas se remontaban a las décadas y siglo previos: higienista es el criterio de creación y apertura de cementerios fuera del recinto de los templos; lo es también la creación de zonas urbanas industriales y para las mataderías (como las famosas y antiguas tabladas), el establecimiento de servicios de limpieza urbana, así como los desagües cloacales y pluviales. También la desinfección de escuelas, la creación de lazaretos ante las pestes, el aislamiento de los enfermos del Mal de Hansen (lepra), e incluso sus hijos.

El higienismo, en tanto ideología de la salud pública, representa un quiebre del paradigma de dejarlo todo sometido a la libertad individual, ya que el Estado interviene con medidas coercitivas de salud pública, una paradoja biopolítica que formó parte esencial del liberalismo oligárquico y conservador del Paraguay y América Latina de los primeros años del siglo XX.

Pradera del Jardín Botánico de Asunción, 1929. El Paraguay contemporáneo

Pradera del Jardín Botánico de Asunción, 1929. El Paraguay contemporáneo

En el caso del paisaje, lo espacial-estético también es una interpretación racional y de pretensiones científicas, del higienismo. Amplios parques y plazas proporcionan, al mismo tiempo que goce estético, encuentro y sociabilidad, la pureza de aire que neutraliza el miasma, un medio limpio y la recreación en tanto componente de la salud. Lo mismo puede decirse de los jardines hogareños y su relación con la salud doméstica.

El otro centro del concepto de paisaje  está relacionado con la dimensión cívica, que en el Paraguay fue una aspiración permanente neutralizada por cuartelazos, golpes de estado fallidos o exitosos, guerras civiles y quiebres casi constantes del orden constitucional establecido en 1870. Las plazas y parques, en este sentido, remitían a valores como el saber y la ciencia (en el caso del Jardín Botánico), a esa expresión de la religión cívica que eran las procesiones conmemorativas de las efemérides patrióticas (en las Plazas Constitución y Libertad, y en el monumento a la libertad alada que homenajea al movimiento comunero del siglo XVIII en la Escalinata Antequera). No es accidental que el auge del paisajismo haya sido posible durante esta suerte de frágil pax liberal lograda luego de la sangrienta revolución de 1922-1923, y que finalizaría con la guerra del Chaco, y el surgimiento de los gobiernos militaristas y autoritarios.

Jardín original de la plaza IndependencIa, 1920, diseñado por Juan Samudio. Cortesía

Jardín original de la plaza IndependencIa, 1920, diseñado por Juan Samudio. Cortesía

Utilizando la expresión “no-lugar” de Marc Augé, Zárate nos abre las puertas a ese vacío de la identidad, a la uniformidad y estandarización en la ocupación del espacio por parte de los regímenes militaristas autoritarios. La plaza, como el cuartel, es orden, simetría y austeridad. Nada de la configuración espacial da a entender otra cosa que el mundo de los valores de la ideología militarista, incluyendo la organización del espacio para facilitar el control policíaco de las manifestaciones civiles y de la participación. En todo caso, las denominaciones de las calles circundantes y de las propias plazas y parques con nombres de militares o de batallas, o de la mitología heroica y nacionalista, destacada en estudios de sociología histórica urbana como los de Roberto Céspedes[4], son dispositivos que contribuyen también a uniformizar una sociedad a la que se intenta disciplinar por la fuerza.

Ambos extremos ideológicos, el liberalismo oligárquico y el militarismo autoritario, comparten la característica histórica de ser parte de proyectos sociopolíticos mayores. En su radical diferencia, ambos proyectos se plantearon ideales de individuo, comunidad, sociedad, Estado y país. Creo interpretar, tras las ideas de Zárate, que en los demás momentos históricos la arquitectura del paisaje pudo haberse dado –sobre todo– en el mundo privado, como resultado de la búsqueda del placer y la tranquilidad que lo político no podía dar, en la amistad, en el compartir con la familia, e incluso como refugio y contestación silenciosa al control, la prohibición y la censura.

Como en los tiempos de la antigüedad clásica, la respuesta a la pérdida de lo político, lo común, consistió en encontrar en la intimidad el espacio de realización personal. La política abandona la arquitectura del paisaje en cuanto patrimonio (carece de protección patrimonial –como señala nuestro autor–, no es promovida en los medios municipales o en el Estado central), porque en el Paraguay la política, incluso en los tiempos de la búsqueda de la democracia, ha contribuido a la fragmentación y al aislamiento más que a la creación del espacio compartido.

Notas

[1] Revista Municipal, Año XIV, Números 196 y 197 (1924).
[2] Revista Municipal, Año XIV, Números 193, 194 y 195 (1924).
[3] Nos permitimos sugerir la crítica que realiza el filósofo José Manuel Silvero al higienismo y sus consecuencias en Suciedad, cuerpo y civilización, Universidad Nacional de Asunción, 2014.
[4] Céspedes, R., Roberto L., Imaginarios, memoria y tiempo en Paraguay. Asunción:  FLACSO Paraguay, 2016.

 

* David Velázquez Seiferheld es historiador y académico correspondiente de la Academia Paraguaya de la Historia.

 

1 Comment

1 Comentario

  1. Rigoberto Ramirez

    15 de enero de 2023 at 21:25

    Estupendo artículo, como todos los del amigo David.

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