Cultura
Una invitación a leer la historia del Paraguay con nuevos ojos
“Paraguay. Escrituras y representaciones del pasado” –libro que acaba de aparecer publicado por Intercontinental Editora– reúne diez trabajos sobre distintas formas de escrituras y de representaciones del pasado del Paraguay en los siglos diecinueve y veinte.
Mapa del Paraguay, trazado por el coronel Alfred Du Graty, 1861. Cortesía
Entre 1896 y 1897 Blas Garay (1873-1899), un joven intelectual que procedía de una familia marginal a las élites asuncenas, publicó cuatro obras históricas fundamentales: Compendio elemental de la historia del Paraguay, Breve resumen de la historia del Paraguay, La revolución de la independencia del Paraguay y El comunismo de las misiones de la Compañía de Jesús en el Paraguay. Por varias razones, La revolución de la independencia se nos revela como la de mayor peso historiográfico puesto que el autor buscó reconstruir, a través de hechos “comprobados”, es decir, pegado a una ingente cantidad de documentos, el proceso de emancipación política entre mayo de 1810 y junio de 1811; hizo reposar el relato en materiales disponibles en el Paraguay y en otros países, y sentó un posicionamiento teórico y metodológico sobre la práctica de la historia que, entendía, debía ser “desapasionada y sana”. De modo que estamos ante el primer esfuerzo erudito de escribir y de originar una reflexión sistemática acerca de los orígenes de la nación paraguaya. No obstante, ni la Revolución ni los otros tres libros de Garay se pueden considerar como un punto cero en la escritura de la historia decimonónica, pero el contexto político y cultural determinaron un ritmo y unas características peculiares que explican el salto cualitativo que significó la producción histórica de Garay [1]. Para ello hemos de remontarnos al gobierno de José Gaspar R. de Francia quien estableció, entre 1814 y 1840, un progresivo aislamiento internacional que dificultó las relaciones del Paraguay con el exterior. Sin embargo, aunque Francia restringió el ingreso y la salida de personas del país, cerró los colegios y no toleró las reuniones de clubes literarios, no planteó objeción a un aprendizaje elevado per se, en tanto tuviera lugar en forma discreta y no importara una amenaza para el gobierno. Prueba de esa porosidad fueron, por ejemplo, los escritos históricos que en esos años redactó José Falcón (1810-1881), entre los que figura un compendio de los principales acontecimientos políticos del Paraguay al que tituló Apuntes y documentos históricos 1840-1870; también Mariano Antonio Molas (1780-1844), uno de los principales actores de la emancipación política, redactó la Descripción histórica de la antigua Provincia del Paraguay, aunque se conocería bastantes años después [2]. Y en Buenos Aires vieron la luz de la imprenta textos relevantes sobre la historia paraguaya: en 1817 apareció el Ensayo de historia civil del Paraguay, Buenos Aires y Tucumán, del deán Gregorio Funes (1749-1829) y en 1836 se dieron a conocer los Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata, del paraguayo Ruy Díaz de Guzmán (1560-1629), gracias a la iniciativa de Pedro de Ángelis.
Luego del fallecimiento de Francia, los gobiernos de Carlos Antonio López (1842-1862) y de Francisco Solano López (1862-1870) morigeraron el aislamiento internacional y promovieron el conocimiento de la realidad histórica paraguaya en el exterior: en 1849 en la imprenta del Estado se imprimió El Paraguay: lo que fue, lo que es, lo que será, del abogado y diplomático Juan Andrés Gelly (1782-1856) y en 1862 el coronel belga Alfred Du Graty (1823-1891) publicó en Bruselas La République du Paraguay, como parte de un acuerdo con el gobierno de Carlos Antonio López para dar a conocer el país en Europa. Asimismo, el presidente López impulsó las primeras instituciones pedagógicas y culturales: en 1842 se fundó la Academia Literaria y se contrató para ejercer labores docentes al escritor español Ildefonso A. Bermejo (1820-1892). A Bermejo se debió la organización del Aula de Filosofía, en la que surgió el primer grupo de escritores paraguayos que tuvo a cargo la edición de La Aurora. Enciclopedia mensual y popular de ciencias, artes y literatura, la primera revista cultural paraguaya que circuló entre 1860 y mediados de 1861.
Esa andadura cultural se vio drásticamente detenida con el inicio, en 1864, de la guerra del Paraguay contra la Triple Alianza (Argentina, Uruguay, Brasil), cuyas consecuencias determinaron por completo la vida política, social y económica. En medio de la extrema pobreza, del marasmo económico, de los esfuerzos por reedificar el Estado y sin archivos, bibliotecas o colecciones documentales que sostuvieran una trama intelectual, aparecieron obras paraguayas entre los siglos diecinueve y veinte como, por ejemplo, Monografías históricas, que Juan Silvano Godoy (1850-1926) editó en Buenos Aires, Recuerdos históricos. Homenaje de los próceres de la Independencia, que José Segundo Decoud (1848-1909) dio a conocer en Asunción al año siguiente; Gregorio Benites publicó, en 1906, Anales diplomático y militar de la guerra del Paraguay y La revolución de mayo 1814-1815. El contexto de la posguerra influyó, sin duda, en las preocupaciones y en la elección de los temas por parte de estos autores que comenzaron a expresarlas a través de otros canales. El principal fue la prensa, pero también destacaron algunas revistas, entre las que hay que mencionar la Revista del Instituto Paraguayo, que comenzó a editarse en 1906. Fue la publicación más importante de esos años y en sus números podían leerse aportes de Victorino Abente, Rafael Barrett, Jean-Paul d’Aile (Casabianca), Manuel Gondra, Manuel Domínguez, Blas Garay, entre otros autores de prestigio. A partir de 1907 se hizo cargo de la jefatura de redacción el escritor español Viriato Díaz-Pérez, que propició una más acentuada propensión a la literatura en cuanto a sus contenidos y al aporte de literatos extranjeros.
En 1902, pocos años después que Blas Garay diera a conocer las obras que mencionamos al inicio de este escrito, se produjo la primera polémica sobre la historia del Paraguay y la de mayor perdurabilidad en los imaginarios sociales. Sus protagonistas fueron el joven profesor de Historia del Colegio Nacional, Juan O’Leary (1879-1969) y uno de los más respetados intelectuales de esa época, el abogado Cecilio Báez (1862-1941). La controversia tuvo tal envergadura que sentó las bases del modo de concebir y de practicar la historia durante el siglo veinte. En el transcurso de la disputa O’Leary construyó la visión de un pasado heroico y glorioso, correspondiente a la primera mitad del siglo diecinueve, en el que la sociedad paraguaya vivía feliz y próspera hasta que la guerra contra la Triple Alianza la condenó a la postración. En cambio, Báez desgranó una visión crítica de los gobiernos de Francia, de Carlos Antonio López y de Francisco Solano López, a cuyos sistemas políticos definía de tiránicos, haciéndolos responsables de la ignorancia y del embrutecimiento del pueblo paraguayo y de llevarlo a una guerra que lo dejó en completo estado de abatimiento [3]. Fue el discurso histórico de O’Leary el que perduró; tuvo, en los años que siguieron, una notable recepción en amplios sectores de la sociedad. En obras como Nuestra epopeya (1919), El mariscal Solano López (1920 y 1925), El libro de los héroes. Páginas históricas de la guerra del Paraguay (1922) y El centauro de Ybycuí. Vida heroica del general Bernardino Caballero en la Guerra del Paraguay (1929), O’Leary logró transformar al mariscal Solano López de dictador responsable por desencadenar una guerra desastrosa para el país en héroe víctima de la agresión de los imperialismos sudamericanos, convirtió el cataclismo bélico en “epopeya nacional” y al pueblo paraguayo en el “invicto vencido”.
Unos años después del debate historiográfico en torno a la conmemoración del centenario de la independencia, en 1911, un núcleo de intelectuales –entre los que figuraban Enrique Solano López, Manuel Domínguez, Fulgencio Moreno, Ignacio Pane, Moisés Bertoni y Juan O’Leary– se reunieron para editar la obra colectiva titulada Álbum Gráfico de la República del Paraguay: 100 años de vida independiente, que se puede considerar como la principal empresa de erudición histórica hasta ese momento y que tenía el propósito, de acuerdo a lo declarado por su editor, Arsenio López Decoud, de mostrar una “biografía nacional”, es decir, una visión orgánica de la nación paraguaya que adquiría la madurez después de un lento proceso de gestación y de infancia no exenta de dificultades. A pesar de la diversidad de temas que componían los capítulos del Álbum, los trabajos coincidían en resaltar rasgos aglutinantes del pasado que sirvieron de sustento para esfuerzos interpretativos posteriores. En primer lugar, transmitían la idea según la cual el Paraguay constituía, en su origen, una nación mestiza, entendida como algo superador a la indígena y asimilada a una nación de raza blanca sui generis; situaba, por primera vez, a los pueblos indígenas, como sujetos históricos en el período anterior al descubrimiento constituyéndose, de este modo, en el primer intento por construir una historiografía guaraní no dependiente de los cronistas coloniales. Pero quizás el rasgo más considerable que presentaban los textos reunidos en la obra colectiva fue el impulso por exaltar lo propio hasta tal punto de representar a la nación paraguaya como algo específico, especial, absolutamente original.
En los años que siguieron iría in crescendo la agitación pública por el conflicto de Paraguay con Bolivia por el dominio de la región del Chaco. Los sucesivos intentos diplomáticos destinados a finiquitar el litigio por la vía diplomática contribuyeron a la promoción de los estudios históricos para probar la justicia de la demanda paraguaya; intelectuales dedicados a esas labores tuvieron que adentrarse en temas de historia política y diplomática y remontarse hasta la época de la fundación y ocupación de la región en el siglo dieciséis. Manuel Domínguez (1868-1835) y Fulgencio R. Moreno (1872-1933) destacaron por su profusa producción histórica en esa dirección. Una de las primeras obras de Domínguez apareció en el año 1917 con el título Paraguay- Bolivia: cuestión de límites, a la que siguieron otras monografías como El derecho de descubrir y conquistar el Paraguay o Río de la Plata (1918), El Chaco Boreal: informe que arruina las tesis bolivianas y expone los títulos del Paraguay sobre dicha zona (1918), El Chaco boreal fue, es y será nuestro (1925), Nuestros pactos con Bolivia (1928). Por su parte, Fulgencio Moreno ya había hecho visible el tema chaqueño en el año 1904 cuando publicó Diplomacia paraguayo-boliviana y se robusteció en el contexto de la puja diplomática durante los años veinte, en cuyo transcurso publicó La extensión territorial del Paraguay al occidente de su río: breve exposición de los títulos (1925), y en 1933, poco antes de su fallecimiento, Paraguay-Bolivia: cuestión de límites. Asimismo, como un modo de adiestrar a los jóvenes en la defensa jurídica de los derechos territoriales frente a eventuales demandas por parte de otros países limítrofes, se creó, al finalizar la guerra del Chaco, la cátedra de Historia Diplomática en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción.
Finalizada la Guerra del Chaco, la fundación del Instituto de Investigaciones Históricas en el año 1937 significó un parteaguas en el proceso de institucionalización de la historia. Entre los iniciadores, las figuras de R. Antonio Ramos (1907-1984), Hipólito Sánchez Quell (1907-1986), Julio César Chaves (1907-1989) y Efraím Cardozo (1906-1973) compusieron un núcleo que bregó por hacer de la historia un saber académico. Habían coincidido en las aulas del Colegio Nacional de Asunción, los unificaría una sostenida y robusta producción histórica caracterizada por el apego a la crítica documental como actividad medular en la práctica de la historia. Chaves publicó, en 1937, Historia de las relaciones entre Buenos Aires y el Paraguay y, en 1941, El Supremo Dictador. Por su parte, Ramos dedicó mayores esfuerzos al estudio de las relaciones diplomáticas que mantuvieron la República del Paraguay y el Imperio del Brasil en la primera mitad del siglo diecinueve: en 1944 publicó La política del Brasil bajo la dictadura del doctor Francia, posteriormente dio a conocer los resultados de sus investigaciones sobre la figura del diplomático Juan Andrés Gelly (1972) y, poco después, reunió los resultados de tres extensas estadías de trabajo en los archivos brasileños en La independencia del Paraguay y el Imperio del Brasil (1976). Cardozo, por parte, pergeñó una historia general del Paraguay a la que concibió como una primera síntesis histórica del país. Si bien su propósito quedó trunco con su muerte acaecida en 1973, las secciones que alcanzó a redactar aparecen como el corolario de un esfuerzo relevante y sostenido en esa dirección: La fundación de la ciudad de Asunción (1941), El Paraguay independiente (1949), El Paraguay colonial (1955), Historiografía paraguaya (1959), Historia cultural del Paraguay (1964) y Breve historia del Paraguay (1965).
Los cuatro historiadores asumieron también un rol activo en el espacio universitario a partir de 1947 cuando se fundó la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción y se comenzó a dictar la carrera de grado y, posteriormente, el doctorado en historia. Durante los años cincuenta Cardozo obtuvo la cátedra de Historia colonial, R. Antonio Ramos la de Historia americana y Julio César Chaves la de Historia diplomática del Paraguay.
Claro está que las labores de los historiadores aglutinados en el Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas, devenido en la Academia Paraguaya de la Historia (1965-1966), así como los responsables de las cátedras en la Universidad Nacional de Asunción, se vieron determinadas por las condiciones políticas durante la posguerra del Chaco. Desde 1936 y hasta finales de la década del ochenta, el Paraguay fue dirigido de manera casi ininterrumpida por gobiernos autoritarios que asociaron a civiles y militares. En el poder desde 1948, el Partido Colorado se constituyó en uno de los tres pilares, con el aparato del Estado y las Fuerzas Armadas, en que se sustentó el gobierno del general Alfredo Stroessner (1954-1989) durante el cual la historia se constituyó en un elemento esencial del sistema de encuadre político. El historiador Juan O’Leary, la “pluma en la sombra” del presidente Stroessner en ocasión de actos oficiales relacionados con efemérides patrias y recordaciones históricas, se convirtió en el principal proveedor de una lectura del pasado de cuño nacionalista que hizo de la guerra contra la Triple Alianza el epicentro de la cultura histórica del stronismo. De modo que la lectura del pasado que edificó desde su precoz polémica con Cecilio Báez pasó a ser conocida, en el argot historiográfico, como revisionismo paraguayo, y se constituyó en el armazón de una escritura oficial de la historia.
Las relaciones entre historia y dictadura, las consecuencias que supusieron el aislamiento disciplinar frente a la innovación y plenitud que desde 1945 atravesaba la historiografía occidental, y la rémora que significó para la profesionalización de la historia el prolongado régimen político de Stroessner son cuestiones que, de momento, hace falta conocer con mayores precisiones. Resta analizar, por ejemplo, a los historiadores paraguayos como un conjunto y a las instituciones en el seno de las cuales se formaron y trabajaron; distinguir los principios fundamentales de su pensamiento historiográfico y, muy en particular, examinar la existencia de grupos al interior del régimen político, en pugna por el predominio por la visión del pasado. Falta estudiar, por ejemplo, de qué modo en una institución como la Academia Paraguaya de la Historia, que funcionó ininterrumpidamente durante los años del gobierno de Stroessner, se conjugaron las visiones del pasado de Hipólito Sánchez Quell, identificado con el Partido Colorado (pero no propiamente stronista), la de Juan E. O’Leary, al que Stroessner declaró como “historiador nacional”, la del diplomático Alberto Nogués (1912-2000), nacionalista católico, y las de otros miembros de esa corporación como Efraím Cardozo, Julio César Chaves y Rafael Eladio Velázquez (1926-1994); en fin, cómo se entrecruzaban lealtades políticas y compromisos académicos. Asimismo, hace falta profundizar los estudios sobre instituciones asociadas a la práctica de las ciencias sociales y humanas que proponían parámetros profesionales entre sus integrantes y la necesidad de un análisis social riguroso, como el prestigioso Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, que funcionó desde 1964, el Museo del Barro y el Instituto Paraguayo de Estudios Geopolíticos e Internacionales, constituidos a fines de la década de 1970.
A este panorama sobre la escritura de la historia en el Paraguay hemos de sumar las trayectorias de mujeres provenientes de los campos de la literatura y de la antropología que aportaron nuevas claves para comprender el pretérito a través de una perspectiva teórica plural y ciñéndose a una mayor rigurosidad metodológica. Entre ellas hay que mencionar a Josefina Plá (1903-1999) y sus análisis del papel de las minorías en la historia paraguaya, que recogió en trabajos de singular importancia como Hermano negro. Historia de la esclavitud en el Paraguay, publicado en el año 1972. También a la antropóloga de origen esloveno Branislava Susnik (1920-1996), con sus investigaciones fundamentales sobre las etnias indígenas que dio a conocer a través de un repertorio amplio de textos como Dimensiones migratorias y pautas culturales de los pueblos del Gran Chaco y su periferia (1972) y El indio en el Chaco paraguayo (1974), entre otros.
Los exilios obligados por la guerra civil de 1947 y por la posterior dictadura condicionaron que se entablaran algunas relaciones académicas que se materializaron en publicaciones concretas. Es el caso de Carlos Pastore (1907-1996), quien durante su extenso exilio en Uruguay se dedicó a investigar el desarrollo largo y azaroso de la propiedad de la tierra en el Paraguay y que tuvo como corolario la aparición, en 1972, de La lucha por la tierra en el Paraguay, una obra de notable calado documental y cuyos planteamientos originales contribuyeron a sentar las bases de la práctica de la historia social en el Paraguay. Dentro de la generación de intelectuales que creció durante el régimen político de Stroessner hay que destacar los esfuerzos de Alfredo Seiferheld (1950-1988), quien emprendió, entre los años 1975 y 1988, un auténtico proyecto de historia política contemporánea valiéndose, en gran parte, del testimonio oral de los propios actores políticos, sociales y culturales de la vida paraguaya en el siglo veinte. Seiferheld halló en la trabazón de su actuación profesional como periodista con la profesionalización como historiador una forma de circulación del conocimiento histórico a través de la prensa que evadía el control del gobierno, es decir, una estrategia que pergeñó para normalizar la práctica de la historia frente a la cultura histórica impuesta por el régimen político imperante. Entre sus proyectos que vieron la luz de la imprenta figuran El Paraguay visto a través del idioma alemán (1981), Los judíos en el Paraguay (1981), Estigarribia, veinte años de política paraguaya (1983), Economía y petróleo durante la Guerra del Chaco (1983), Conversaciones político-militares (1984-1987).
Una serie de acontecimientos originados en los años crepusculares del siglo veinte abrieron un nuevo contexto político y cultural que ha incidido en la práctica de la historia: la caída del régimen de Alfredo Stroessner en 1989, la integración regional del Mercosur, en 1991, y la promoción de la investigación científica en el Paraguay a través de la creación de organismos como el CONACYT, confluyeron para avanzar hacia una historia intelectualmente abierta a nuevos territorios y enfoques teóricos, a la expansión institucional, así como al paulatino incremento de posibilidades de conexión con el resto del mundo. Como botón de muestra figura la publicación, desde el año 2018, de la Revista paraguaya de historia, de la mano de jóvenes historiadores y de cientistas sociales graduados en la Universidad Nacional y en la Universidad Católica de Asunción. Esta revista es la expresión más reciente de una zaga de reconocidas publicaciones académicas como Historia paraguaya, el Anuario de la Academia Paraguaya de la Historia, la Revista Paraguaya de Sociología –editada por el Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos– y Estudios Paraguayos, la revista de la Universidad Católica de Asunción, vigentes desde la segunda mitad del siglo.
El robustecimiento de la institucionalización de la historia se manifestó en la creación, en el año 2015, del Comité Paraguayo de Ciencias Históricas (CPCH) que reúne a historiadores profesionales paraguayos y de otros países, favoreciendo, de ese modo, el desarrollo de las necesarias redes académicas y colaboraciones con investigadores del resto de América Latina y de Europa. Ejemplos de esto son también la conformación, en Uruguay, del grupo “Tendencias y debates historiográficos en Uruguay y la región (siglos XIX y XX)”, que dirige Tomás Sansón Corbo en la Universidad de la República y que tiene en curso la realización de tesis de posgrado y de líneas individuales de investigación sobre la historia y la escritura de la historia paraguaya; en Brasil figuran los proyectos y publicaciones que lidera Ana Paula Squinelo en la Universidad de Mato Grosso do Sul, y Luiz Felipe Viel Moreira y Marcela Cristina Quinteros en la Universidad de Maringá; en Argentina destaca la edición, desde el año 2012, de la revista Paraguay desde las Ciencias Sociales, gracias a los esfuerzos del Grupo de Estudios Paraguay desde las Ciencias Sociales radicado en la Universidad de Buenos Aires.
En este contexto hay que situar esta obra que reúne diez trabajos sobre distintas formas de escrituras y de representaciones del pasado del Paraguay en los siglos diecinueve y veinte. Son el resultado de una extensa trayectoria de labores colaborativas, de diálogo intenso y de utilísimos debates sobre la dinámica histórica e historiográfica en el largo plazo entre investigadores de la Universidad Católica de Asunción (Paraguay), de la Universidad de la República (Uruguay), de la Universidad de los Andes (Chile), de la Universidad de Granada (España) y de la Universidad Paris Cité (Francia), con integrantes del Grupo de Estudio Escrituras y Representaciones del Pasado (GEREP), radicado en el Instituto de Historia (UCA), y que integra el Instituto de Investigaciones Históricas, Económicas, Sociales e Internacionales (IDEHESI) dependiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la República Argentina (CONICET). Los textos reposan sobre un conjunto de procedimientos de investigación sujetos a los protocolos actuales de la historia de la historiografía, de la historia cultural y la crítica literaria. Pretenden mostrar los resultados más recientes de una perspectiva metodológica que se enfoca en la figura del historiador, en el entrecruzamiento de los discursos históricos dirigidos a la esfera pública, como las obras de historia, impresos y textos para la enseñanza de la historia, con escrituras producidas en la esfera privada, como cartas privadas, memorias y escritos autobiográficos. Por ello, este libro es una invitación a leer la historia del Paraguay con nuevos ojos, a dirigir nuestras miradas hacia quienes escribieron sobre ella, a las representaciones sobre su pasado y a los condicionantes que incidieron en la perdurabilidad o no de los discursos históricos. Los autores de los capítulos han llegado atraídos, desde distintos caminos, a la historia paraguaya. Y, en el caso de quien escribe esta presentación, este libro es manifestación de una fascinación duradera por el Paraguay.
Notas
[1] Esta presentación recupera y amplia un conjunto de observaciones sobre la dinámica de la escritura de la historia paraguaya que se iniciaron en ocasión de preparar los textos titulados “La Historia y los historiadores” por Liliana M. Brezzo para el libro Nueva Historia del Paraguay. La primera edición en Asunción, Taurus, 2010, pp. 12-34; una segunda versión corregida y ampliada del capítulo mencionado para la edición correspondiente a Buenos Aires, Sudamericana, 2020, pp. 7-39.
[2] El texto de Molas se editó, por primera vez, en Buenos Aires, en 1868, por la imprenta Casavalle. El manuscrito que redactó Falcón se mantuvo inédito en la colección Manuel Gondra que alberga la Universidad de Texas hasta la edición que prepararon Thomas Whigham y Ricardo Scavone Yegros. Véase José Falcón. Escritos históricos, Asunción, Servilibro, 2006.
[3] La disputa entre Báez y O’Leary ha sido publicada en Polémica sobre la historia del Paraguay, Asunción, Tiempo de Historia, 2012.
Nota de edición: Este texto es la presentación de Liliana M. Brezzo a Paraguay. Escrituras y representaciones del pasado, libro coordinado por ella (Asunción, Intercontinental Editora, 2022, 408 páginas). La edición reúne trabajos de Carolina Alegre Benítez, María Florencia Antequera, Nicolás Arenas Deleón, Matías Borba Eguren, Bárbara Gómez, María SIlvia Leoni, María Gabriela Micheletti, María Laura Reali y Renzo Sanfilippo.
* Liliana Brezzo es licenciada y doctora en Historia por la Universidad Católica Argentina, con estudios posdoctorales en Historia de la historiografía contemporánea en la Universidad de Navarra, España. Es investigadora principal del Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la República Argentina (CONICET). Es miembro correspondiente de la Academia Paraguaya de la Historia.
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